Por Fernando Hurtado
Como terminamos diciendo en nuestra segunda entrega de este trabajo, la sexualidad es el componente más determinante de la personalidad. Determina
al sujeto a ser persona masculina o persona femenina; es decir, varón o mujer.
Estructuralmente –no de modo moral- es la diferenciación mayor que se da en el
individuo. Este modo de definición que abarca connotaciones fisiológicas,
afectivas y de relación, es determinante para la realización personal de los
individuos singulares. Las distinciones que comporta entrañan al mismo tiempo
una complementariedad tal, que sólo en ella el ser humano alcanza el amor y,
por tanto, la felicidad, y por ella, la plenitud de la personalidad.
Presenta la sexualidad tres componentes constitutivos. La diferencia sexual
física entraña funciones y órganos distintos y complementarios en la mujer y en
el varón, que actualizan la atracción física (aunque no sólo física, porque no
hay nada realmente humano que sea sólo físico, material), la admiración, la
consideración perfeccionadora de la duplicidad de presentación del ser humano.
La afectividad es otro componente. Cuando hablamos de afectividad del hombre y
de la mujer, nos estamos refiriendo a dos modos distintos, pero
complementarios, de apreciarse, de valorarse, de sentir la personalidad, la
presencia “del otro”, “al otro”. Con mayor o menos intensidad se da en
cualquier relación entre hombre y mujer, aunque sea accidental. Nadie trata ni
es tratado(a) de modo igual por un hombre que por una mujer; ni siquiera mira
de modo igual ni es mirado(a) de igual modo por un hombre que por una mujer.
Tanto el elemento fisiológico como el afectivo son interiorizados en la
persona, en dos dimensiones: en relación con uno mismo, y en relación con el
varón o con la mujer.
En la mujer:
1. En relación a sí misma, la mujer percibe su propio cuerpo en su forma
anatómico-esponsal. Su estructura llama a relaciones maternales y esponsales
dinámicas. A la niña preadolescente le adviene la llegada de la menstruación y
el crecimiento de sus pechos; no le acaece de un modo simplemente físico, sino
en relación a una tendencia a la maternidad, que capta.
Más tarde, por un desarrollo más espiritual que material, advierte su
genitalidad, acompañada de una fuerte tendencia a la afectividad por el varón.
Esa genitalidad se integrará también, ahora más fuertemente, con la tendencia a
la maternidad (ser madre por medio del varón al que llegue a amar).
Como se puede ver, su tendencia a la maternidad, la afectividad y la unión
física, tienden a integrarse en la persona, enriqueciéndola y preparándola para
el amor. Más tarde veremos el efecto de des-integrar estos aspectos.
2. En relación “al otro”, la percepción de sí misma se enriquece aún más. La
unión de los tres componentes de la sexualidad la conducen a una mirada sobre
el varón de un calado que supera el orden físico. Por eso, la mujer tiene
tendencia a valorar las virtudes morales del varón, sublimando y alcanzando el
valor espiritual de lo material. Le complace más en el varón el rostro, la voz,
el modo de mirar. La sensualidad de la mujer se concentra más en esos aspectos
y, al ser de carácter menos físico, hace que en un primer momento tenga una
riqueza afectiva más intensa que el hombre. Por eso será ella la que “enseñará”
al varón a vivir de un modo más afectivo.
1. En relación a sí mismo, se le hace presente el componente de unión física
con la mujer con más fuerza. Constitutivamente es así. Su cuerpo reacciona
fisiológica y visiblemente ante el cuerpo de la mujer (por eso lo cubre más;
tiene más pudor); en cierto modo “reclama la unión con la mujer”. Durante la
preadolescencia, la liberación involuntaria de espermatozoides en el sueño,
junto a un intenso placer, aunque le despiertan el sentido de paternidad,
llaman más fuertemente al encuentro físico con el cuerpo de la mujer.
2. En relación a las chicas, su más elevada sensualidad le inclina a valorarlas
más en sus proporciones físicas –más suavizadas y bellas que en él mismo-, y en
la percepción de los elementos de la mujer en los que está inscrita la
maternidad y la unión esponsal, pero más desligados del afecto y de la
paternidad.
INTERACCIÓN DE LAS DOS RELACIONES.
1. En casos normales, es decir, sin alteraciones, la mujer:
a) Piensa en el varón con un cierto romanticismo, consecuencia de la
apreciación más espiritual que sensual que tiene de él. La conciencia de la
riqueza de expresividad de su propio cuerpo, le lleva no a ocultarlo, pero sí a
velarlo de tal modo que los valores sexuales físicos y la forma más esponsal
-de acogida al varón- de su cuerpo, no concentren su mirada de modo casi
exclusivo, sino que la alcance a toda su persona, cuerpo y espíritu.
b) Siempre corre el riesgo de pensar que al no sentir una sensualidad tan
fuerte hacia el varón, la de éste por ella sea del mismo tenor. Esto supone a
veces –incluso de manera inconsciente- que presente su cuerpo de modo
provocativo para el varón.
2. En las mismas condiciones, el varón:
a) Advierte que la donación de la mujer no se va a dar si no nace el amor
mutuo entre los dos. Sabe que la insinuación de un trato meramente físico, le
haría ser descartado por ella como pretendiente serio.
b) Necesita la conquista amorosa; y precisamente en ella, su modo de ser se va
a ir acoplando progresivamente al modo de ser de la mujer, consiguiendo la
complementariedad afectiva y el instinto paternal que anteriormente poseía de
modo más pobre.
Podríamos asegurar, en líneas generales, que la “protagonista principal” del
amor humano es la mujer. Cuando no lo ha sido, o se ocultó su protagonismo,
acaecieron males a la sociedad. Es cierto que una cultura “masculina” redujo en
determinados ambientes a la mujer en el mejor de los casos a ser una buena
“madre y criadora” de hijos (absolutización del elemento procreativo del
matrimonio); o un objeto de placer (absolutización del elemento fisiológico).
Pero supuso la velación, durante tiempo, no sólo de la dignidad de la mujer,
sino de la grandeza del amor humano.
Seguiremos...
No hay comentarios:
Publicar un comentario