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jueves, 27 de febrero de 2020

Ideas para un cambio social

Juan Meseguer, 5.02.2020

¿Cómo vivir en una sociedad cuyas ideas y valores dominantes no siempre respetan la dignidad de la persona? Frente a los lamentos derrotistas, surgen propuestas que tratan de romper el bucle de la desesperanza entre los creyentes, ilusionándoles con la invitación a construir una cultura más humana.
“El Evangelio es esperanza frente a la desesperación, y yo querría escribir poemas que se le parecieran. Poemas así son necesarios en el mundo de hoy”, escribía el sacerdote y poeta polaco Jan Twardowski (1915-2006).
Lo cierto es que en la poesía de Twardowski no hay didactismo. Más bien, descubrimos un corazón compasivo, deseoso de llevar el amor de Dios al mundo. “Lo importante –añadía– es inclinarse hacia el hombre y abrirse también a otra realidad, que es invisible y que está más allá de nuestra experiencia”.
Pero la esperanza es precisamente lo que podría estar faltando entre los creyentes. Así lo cree R. J. Snell, director académico del Witherspoon Institute, quien levanta acta en Public Discourse del clima de abatimiento que hoy percibe entre los católicos estadounidenses. Un malestar provocado por la sensación de que los asuntos públicos que más les importan, se están desmoronando.
Crisis de esperanza
Al cambio de valores y de mentalidades experimentado por la sociedad en muy pocos años, Snell añade las abruptas diferencias entre los creyentes. Ya no se trata solo de persuadir a los de fuera de la Iglesia, sino también de articular la paz entre quienes –en teoría– comparten convicciones. Aquí cabe citar la división entre los partidarios de recuperar los valores perdidos mediante una respuesta política contundente, y los que creen que el problema es más profundo y apunta a la cultura.
“En condiciones culturales como estas, existe la tentación de jugar a ser profeta, de lanzar estruendosas condenas, de arrogarse para uno mismo el oficio de Jeremías o de Miqueas”. Así, el debate público, también entre los creyentes, se desliza hacia una guerra estridente de palabras “casi insoportable en su tono y en su falsa urgencia”.
En este contexto, se han hecho frecuentes los llamamientos a rebajar la crispación. Pero más que un problema de civismo, dice Snell, lo que hoy tenemos es una crisis de esperanza. Y esto es lo que, a su juicio, alimenta la ira. Muchos creyentes han olvidado que Dios actúa en la historia, y va calando la sospecha de que “el universo es fundamentalmente hostil e inhóspito a la verdad, el bien y la belleza, y de que la humanidad ha dejado de ser imago Dei”.
Ante el rugido de la indignación y el desencanto, el propósito personal de Snell para 2020 es abrazar una “esperanza silenciosa”. Lo que no supone abdicar de las propias responsabilidades, callarse o quedarse de brazos cruzados ante las injusticias, sino reafirmarse en lo permanente: la certeza “de que Dios no deja de cumplir sus promesas” y de que es posible llevar “una vida con sentido en un universo hospitalario y significativo”.
Mostrar otra manera de vivir
No es fácil encajar que un país que se ha nutrido culturalmente del cristianismo, se haya visto sacudido por la crisis de los abusos a menores en la Iglesia; por los frecuentes conflictos en torno a la libertad religiosa y de conciencia; o por la creciente laxitud de las leyes en cuestiones morales.
La católica iraquí Luma Simms, quien emigró de niña con su familia a EE.UU., comprende las razones del desencanto de muchos creyentes. Sin embargo, considera exagerado hablar de persecución en ese país. Persecución por la fe –escribe en Law & Liberty– es lo que sufren los cristianos en otras partes del mundo, sobre todo en Oriente Medio. Y recuerda que el 80% de la violencia por motivos religiosos en los países no occidentales tiene por objeto a los cristianos.
Por eso, más que en la “persecución”, Simms centra la atención en la respuesta cristiana a las limitaciones de la cultura actual: precisamente porque el materialismo desencantado ha hecho mella en tantas personas, los creyentes deben “ofrecer a cambio algo hermoso y atractivo; una forma de vivir en el mundo traspasada por el poder del amor”.
Como Snell, tampoco ella aboga por dejar de exigir las libertades a que tienen derecho los cristianos, como cualesquiera otros ciudadanos. Pero previene frente a “la mentalidad del guerrero cultural” que solo ve agresiones de las que defenderse, olvidando la misión constructiva del cristianismo.
Ante el materialismo desencantado, los creyentes deben “ofrecer a cambio algo hermoso y atractivo”
Presión ambiental
Lo que dicen Snell y Simms sobre EE.UU. podría aplicarse a muchos países europeos, en los que se ha producido un auténtico “cambio climático cultural”, en expresión del ex rabino jefe del Reino Unido Jonathan Sacks.
En su libro La fe en la cultura del siglo XXI, Rafael Palomino Lozano, catedrático de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, examina la naturaleza de ese cambio: “No es que toda la sociedad y el Estado se hayan puesto en contra de los cristianos, sino sencillamente que nuestra fe [católica] como factor de influencia cultural se ha desvanecido”. Lo que se ha traducido en un “alejamiento de la dignidad del ser humano”, como muestra la banalización de la vida a través del aborto y la eutanasia.
Hay quienes rebajan la importancia de esa transformación, observa Palomino. Es verdad –admiten– que las pautas culturales que hoy informan el espacio público y los modos de vida ya no son predominantemente cristianas. Pero seguimos teniendo el lenguaje común de los derechos humanos, y un sistema de gobierno que garantiza a todos una vida en libertad.
Ciertamente, replica él, “es mucho lo que nos une, pero también lo es que cada vez es más lo que nos separa. (…) Y a la hora de la verdad, respecto de las cosas que realmente importan a unos y otros, no hablamos el mismo idioma”. Y pone como ejemplos el derecho a la vida, el concepto de matrimonio y la propia noción de derechos humanos.
La libertad en Occidente es real. Pero sería ingenuo ignorar la presión ambiental que ejercen las nuevas pautas culturales, así como el paternalismo de una sociedad liberal que tolera mal la diversidad de opiniones en temas controvertidos.
Recristianizar la sociedad
¿Cómo devolver a esos países su impronta cristiana? Entre las muchas respuestas que han ido surgiendo en los últimos años, Palomino destaca tres, que a su vez admiten diversas concreciones en la práctica.
La opción benedictina es una estrategia de resistencia contracultural, propuesta por Rod Dreher en su famoso libro de título homónimo (ver Aceprensa, 18-01-2019 y 24-05-2017). Para este cristiano de la Iglesia ortodoxa oriental, lo prioritario en el momento histórico actual es marcar las diferencias respecto de otras formas de vida. Para ello, propone a los laicos que construyan comunidades e instituciones que sean verdaderas “fortalezas morales”, al estilo de los monasterios de san Benito de Nursia.
En principio, no supone la completa retirada del mundo, pero sí “un cierto distanciamiento, sin ambages, de lo que pudiera hacer peligrar el sentido de pertenencia” cristiano, resume Palomino. La esperanza de Dreher es que, de esas comunidades, emerja con el tiempo un estilo de vida que se vaya difundiendo en la sociedad.
La opción gregoriana busca crear alianzas con todos aquellos que tienen en alta estima la contribución del cristianismo a Occidente, aunque no sean creyentes. Al modo de las “minorías creativas” imaginadas por T.S. Eliot, Arnold Toynbee o Benedicto XVI, esos aliados tratan de promover lo que Marcello Pera ha llamado una “religión civil”; esto es, un fondo de principios morales, culturales y políticos que den tono cristiano a la sociedad, respetando la separación entre el Estado y las Iglesias.
El nombre de esta opción alude al movimiento de reforma en la Iglesia emprendido por el Papa Gregorio VII (1073-1085), quien a su vez se declaraba deudor del Papa Gregorio Magno (540-604).
Como ejemplo más actual de esta opción, Palomino cita el empeño entusiasta de sus colegas y alumnos de Comunión y Liberación por abrir “cauces al diálogo y la reflexión, bases de una minoría creativa, en torno a la literatura, la pintura, la poesía o el pensamiento contemporáneo para despertar tantos elementos cristianos que permanecen dormidos en nuestra cultura, pero que arrancan la pasión y la emoción tan pronto los despertamos”.
La opción Escrivá. Palomino recuerda cómo, en medio del apasionante debate que suscitó en EE.UU. el libro de Dreher, hubo quienes propusieron como alternativa la “opción Escrivá”, en alusión a san Josemaría, fundador del Opus Dei. “Escrivá –dice Palomino glosando un artículo de Austin Ruse y John Zmirak– enseñó algo que la Iglesia primitiva conocía muy bien: la llamada universal a la santidad; decía que los laicos no tienen que retirarse a los monasterios para alcanzar la perfección, que el hogar y el lugar de trabajo eran los lugares en los que precisamente iban a encontrar a Cristo. Y que allí iban a llevar a otros el Evangelio”.
A diferencia de la “opción benedictina”, esta otra imagina a los cristianos como una “inyección intravenosa en el torrente circulatorio de la sociedad”, en palabras de san Josemaría. Pero este efecto benéfico solo es posible “si tienen alma contemplativa”, como advertía él mismo. “Porque, si no, no transformarán nada; más bien serán ellos los transformados: y, en vez de cristianizar el mundo, se mundanizarán”.
Responsabilidad cultural
El “amor apasionado al mundo” que difundió Escrivá incluye la invitación a los cristianos a tomarse en serio la cultura de su tiempo:
“Para ti, que deseas formarte una mentalidad católica, universal –dice en Surco (n. 428)–, transcribo algunas características:
– amplitud de horizontes, y una profundización enérgica, en lo permanentemente vivo de la ortodoxia católica;
– afán recto y sano –nunca frivolidad– de renovar las doctrinas típicas del pensamiento tradicional, en la filosofía y en la interpretación de la historia…;
– una cuidadosa atención a las orientaciones de la ciencia y del pensamiento contemporáneos;
– y una actitud positiva y abierta, ante la transformación actual de las estructuras sociales y de las formas de vida”.

La atención a las grandes líneas de la cultura contemporánea, según las posibilidades personales, aparece así como un elemento básico del afán por transformar el mundo. De ahí que, entre las varias recomendaciones con que se cierra La fe en la cultura del siglo XXI, una sea la de trazarse un plan de formación –hecho de tiempos de lectura y reflexión– para conocer aquellos debates donde se decide la orientación más profunda de la sociedad.
Lo característico de ese plan es la iniciativa personal. Ante un asunto candente de calado, puedo preguntarme cómo lo está enfocando la opinión pública, qué hay de cierto o de falso en ese enfoque, qué implicaciones tiene, qué pienso yo sobre ese asunto, qué razones puedo dar, cuáles son sus puntos débiles, qué lecturas puedo hacer para mejorarlos… A la vez, a medio y largo plazo, ese plan de formación me permite estudiar de forma desapasionada temas más perennes.
Para llevar la fe a la cultura, hay que conocer aquellos debates donde se decide la orientación más profunda de la sociedad
“Cultivar un sentido crítico –escribe Palomino– y adoptar amable y firmemente una postura propia a la luz del mensaje cristiano (…). Ganar en profundidad y perspectiva, en capacidad de asombro y observación. Pensar las cosas. Todo esto presupone una formación constante que garantiza la libertad de pensamiento. Todo esto no se improvisa; es un ejercicio que se va desarrollando con el tiempo y a muy distintos niveles, pero que no puede resultar ajeno a nadie que quiera embarcarse en la nueva evangelización de nuestro tiempo”.
Inconformismo y santidad
Es evidente que leer y pensar no basta para transformar una cultura, aunque no es poco. Al final, lo decisivo es ese núcleo duro que comparten –pese a sus diferencias– las distintas propuestas de transformación del mundo. De entrada, en el nivel más básico, el inconformismo que evita plegarse a los dictados de la cultura de moda.
Vivir de una manera que se note lo distintivo cristiano presupone la experiencia del encuentro con Jesucristo. Como explica Luigi Giussani, fundador de Comunión y Liberación, en Crear huellas en la historia del mundo, “la cultura nueva” que producen los cristianos siempre parte “de un acontecimiento del que se participa, del zambullirse en una Presencia”. Y “este encuentro tiene un valor genético, porque representa el nacimiento de un sujeto nuevo que aparece en un lugar y en un momento determinados de la historia”, con una forma de pensar, de sentir y de obrar únicas.
“Cuando semejante Presencia entra en juego en todas las relaciones de la vida, cuando estas están ‘colgadas’ de ella (…), se tiene una cultura nueva”. Porque entonces los criterios que rigen el hogar, el trabajo, el arte, la ciencia, la política, la economía…, quedan tocados de gracia por la santidad de Dios.

Massimo Recalcati: "Los padres se han convertido en sindicalistas de sus propios hijos"

"Se ha roto el pacto generacional; los padres y los profesores ya no trabajan juntos en la educación de los jóvenes"

Massimo Recalcati (Milán, 1959) se le considera en Italia una especie de rock star del psicoanálisis. Ensayista mediático y profesor en varias universidades, se dedica a analizar los males de la hipermodernidad. En La hora de clase, que acaba de publicar Anagrama, reflexiona sobre el papel de la educación en una sociedad en la que se ha diluido la autoridad paterna y, por extensión, la del profesor. A diferencia de lo que ocurría en la generación del 68, los jóvenes ya no tienen que rebelarse contra sus progenitores -ni matar, como Edipo, al padre- porque los tienen a su lado, convertidos en compañeros de juegos. «El maestro está cada vez más solo y humillado», sostiene Recalcati, que reivindica la figura del docente que despierta en el alumno la pasión por el conocimiento.
¿En qué se diferencia el maestro actual del de generaciones anteriores? El hecho novedoso es que se ha roto el pacto generacional y esto ha incidido en el discurso educativo. Los padres y los
profesores ya no trabajan juntos en la educación de los jóvenes. Los padres más bien son los aliados de los hijos contra los
profesores. Es un cambio inaudito: los padres, en vez de apoyar el trabajo de los profesores, se han convertido en sindicalistas de sus propios hijos. Para Freud existía un vínculo espiritual entre padres y docentes. Hoy, este vínculo se ha deshecho. Cuando un profesor asume la responsabilidad de suspender a un alumno o iniciar un procedimiento disciplinario, las familias lo miran con

sospecha. Se preguntan: ¿No estará abusando de su posición de poder? ¿No estará infravalorando la calidad de nuestro hijo?

¿Qué opina de la huelga contra los deberes que han promovido en España varias asociaciones de padres?
Es el signo de esa ruptura: reivindicar la libertad de los hijos significa negar la función educativa de la escuela. Es un viento anti- institucional que atraviesa nuestro tiempo. Descalificar la escuela es descalificar la dimensión colectiva de la vida. El niño es el rey de la familia; todo debe ser sometido a sus exigencias. Es una metamorfosis antropológica; ya no es el hijo el que tiene que hacer cuentas con la realidad, sino que es la realidad la que tiene que plasmarse según el capricho del hijo.

¿Cómo puede el profesor, cuando está sistemáticamente cuestionado, incentivar las ganas de aprender de sus estudiantes?
Hay una profunda soledad del profesor. Ya no son los estudiantes los que esperan en fila a ser triturados por el sistema, como contaba The Wall de Pink Floyd. ¡Ahora son los profesores los que son consumidos por el dispositivo escolástico! La única forma de resistir es no perder el deseo por lo que se enseña. Y hacer equipo con otros profesores, para sentirse menos solo.

España tendrá otra ley educativa. La Lomce apenas habla de los docentes.
¿Ayudaría para darles más reconocimiento que la nueva norma contemplara incentivos económicos para los mejores maestros?
En Italia la humillación económica y social de los profesores ha llegado al límite en el ventenio berlusconiano. El ministro de Economía ha dicho que la cultura no se come. Un país que no tiene sentido del futuro, que no piensa a largo plazo, no invierte en su escuela ni en sus profesores. Invertir en la escuela es invertir en el futuro.

En su libro dice que los estudiantes de hoy quieren ser autónomos, pero la
«crisis estructural del sistema capitalista» les provoca «una dependencia sintomática». Antes era más fácil porque, si estudiaban y se esforzaban, era muy probable que prosperaran en la vida. Ahora esa premisa ya no sirve.

La cultura es la única vacuna que puede salvar la vida de nuestros hijos frente al riesgo de la disipación y la violencia. Lo decía Pasolini al inicio de los 70: es el vacío de cultura el que genera el deseo de la muerte. La droga, el alcohol, la violencia, la dependencia de internet, el aislamiento, la anorexia... son manifestaciones de este vacío. Ésta debería ser la primera función preventiva de la escuela: donde hay cultura hay deseo de vida y no de muerte.

¿Hay aprendizaje sin esfuerzo?
No. El aprendizaje no es Twitter. Exige el largo tiempo del pensamiento. En el estudio se necesita constancia, dedicación, empeño. Y, sin embargo, la belleza del estudio consiste en la experiencia de la constante apertura a nuevos mundos. Se da una emoción en el aprender. El buen profesor no considera al alumno como una cabeza vacía que hay que llenar, sino como un fuego que hay que encender.

Explica en su libro que la crisis de la escuela ha coincidido con la crisis de la palabra.
Hoy todo el mundo habla demasiado. Pero pocos asumen las consecuencias de sus palabras. La palabra circula vaciada de su significado. La cultura restituye dignidad a la
palabra, custodia su secreto y su fuerza.

¿Qué consecuencia va a tener la pérdida de las Humanidades en la escuela?
Uno de los síntomas más evidentes de la escuela contemporánea es que ha subordinado la propia lengua y sus raíces humanísticas al lenguaje economicista empresarial. El mito de la producción y del

rendimiento proyecta su sombra sobre nuestra escuela. ¿No debería ser precisamente la escuela la que permita un tiempo improductivo que sea fecundo? ¿No es el colegio el lugar donde se puede dedicar toda una tarde a estudiar y leer juntos una poesía, donde el tiempo se emancipe de la pesadilla de la productividad?

¿Para qué sirve aprender de memoria?
Yo pensaba, cuando era joven e indisciplinado, que no servía para nada. En cambio, Daniel Pennac subraya un aspecto de la memorización que yo había descuidado. Se trata de sumergir a nuestros hijos en el gran río del lenguaje. Es una experiencia de recuperación de nuestra procedencia. Por eso siempre escucho, con una mezcla de envidia y admiración, a amigos que en nuestras fiestas recitan poesías que aprendieron de memoria siendo niños...

¿Qué explicación psicoanalítica encuentra en el hecho de que usted, al igual que Pennac, fuera un mal estudiante y, en cambio, se haya convertido con los años en un ferviente defensor de la importancia de la escuela?
Generalmente, los psicoanalistas se ocupan de causas perdidas porque lo han sido ellos previamente. Saben, por lo tanto, bastante bien qué significa ser una causa perdida. Sólo por este motivo pueden ayudar a las personas que se han perdido a volver a empezar. Gran parte de nuestra vida está determinada por los encuentros que tenemos. Yo he tenido algunos malos encuentros al inicio de mi vida. Pero también buenos encuentros. Aquellos que han sabido dejar huella realmente. ¿No es acaso éste el significado más precioso de enseñar, dejar huella en quien aprende?

miércoles, 19 de febrero de 2020

La carta de una enfermera de paliativos y ahora enferma de cáncer: «Paliar, no matar»

María Requena Meana

En ABC digital 19/02/2020

«Me he pasado al otro lado, al del dolor y la vulnerabilidad. Soy una persona con una enfermedad crónica, incurable y que por supuesto produce dolor»

Durante esta semana hemos estado escuchando mucho sobre eutanasia sí, eutanasia no. Esta carta no va dirigida a condenar nada. Nunca juzgaré a nadie que esté pasando por una situación de gran dolor. Estoy convencida de que cuando una persona que se encuentra en una situación de grave enfermedad pide la muerte es porque todo lo demás ha fallado y por lo tanto es un fracaso del sistema, que no ha sabido cuidarla como se merece.
Tengo la gran suerte de haberme podido formar en el hospital St. Christopher Joseph, centro creado por Cicely Saunders, la fundadora de los cuidados paliativos modernos. Esta mujer revolucionó la manera de enfrentarse al dolor y la muerte. Comprobó que un paciente que se encuentra al final de su vida padece un «dolor total», porque no solo sufre el cuerpo, sino que también está el dolor emocional, el dolor social y el dolor espiritual. Ante esta realidad, Cicely Saunders no optó por quitar el dolor eliminando a la persona que sufre, sino que formó a distintos profesionales para que cuidaran todas las dimensiones del sufrimiento.
Después del máster he tenido la suerte de ser enfermera de Oncología, y estoy completamente enamorada de mi profesión, que se reduce a una palabra: cuidar. En estos siete años he visto situaciones muy dolorosas, he acompañado a enfermos y familiares en sus últimos días y he podido aplicar todo lo que había aprendido en el máster de cuidados paliativos. 






He dicho ya que he estado trabajando en la planta de Onco-hematología durante siete años. Desde hace dos años ya no puedo: un cáncer de mama metastásico en estadío IV me lo impide. Me he pasado al otro lado, al del dolor y la vulnerabilidad. Soy una persona con una enfermedad crónica, incurable y que por supuesto produce dolor. Cuando estos días escuchaba qué personas eran aptas para pedir la eutanasia y vi que yo era una de ellas, me produjo una profunda tristeza. Qué sociedad tan débil tenemos que ante el dolor te proponen eliminar la vida del que sufre y encima lo ve como un éxito. Que en pleno siglo XXI la solución que dan a las personas que sufren sea la muerte es de una cutrez impresionante. Por favor, no me ofertéis la muerte cuando esté cansada por tantos tratamientos, o cuando el dolor aumente, o cuando un día me levante agotada y diga que no puedo más. Demostradme que no soy una carga y que deseáis tenerme. Por favor, ofertadme lo que afortunadamente yo he podido ver y hacer durante años: unos cuidados paliativos de calidad que me quiten el dolor y que me acompañen hasta el final, pero no me pongan una inyección que acabe con mi vida y, por favor, no me digan que eso es una muerte digna.
Termino con unas palabras de Cicely Saunders: «Importas por ser tú, importas hasta el último momento de tu vida y haremos todo lo que esté a nuestro alcance, no solo para que mueras en paz, sino para que vivas, hasta el día en el que mueras».
Ayudemos a que nadie, en el momento del dolor, elija la muerte por falta de sentido y de soporte. Hay mucho por hacer y por aliviar y cualquiera podemos poner nuestro granito de arena para que la gente muera de manera natural y que esta opción no sea un sueño, sino una realidad. La eutanasia nunca será un fin natural, ni una muerte digna.

sábado, 15 de febrero de 2020

Malentendidos sobre el origen del universo

Serge Nicoloff, en Aceprensa, 3.01.2012
Cuando se oye hablar del inicio del universo, se descubren ciertos malentendidos que impiden el diálogo pacífico y provocan a veces unas discusiones que pueden llegar a desatar pasiones. La confusión proviene a menudo de afirmaciones filosóficas sostenidas como si fueran conclusiones científicas, y de afirmaciones científicas sostenidas como si fueran conclusiones filosóficas.
Así, en opinión de muchos, la teoría del Big Bang probaría el hecho de la creación. Es el argumento que provocó la resistencia de Einstein a esta hipótesis, propuesta por un científico que era sacerdote católico, Georges Lemaître. Le parecía a Einstein que estaba hecha para apoyar la creación. En 1927 comentó a Lemaître: “He leído su trabajo, sus cálculos son correctos, pero su física, abominable”.
A principios de los años 30, reconsideró su opinión. El 7 de mayo de 1933, al final de una conferencia de Lemaître en el Instituto de Tecnología de California, en la que describía el universo en expansión, Einstein se levantó, aplaudió y dijo: “Esta es la explicación más hermosa y satisfactoria de la creación que haya escuchado jamás”. Lemaître negó siempre esta interpretación. Sabía conservar la autonomía y, a la vez, la complementariedad de los diversos ámbitos: científico, filosófico y teológico. Parece que lo decisivo en la amistosa relación entre los dos, fue cuando Lemaître explicó a Einstein, en 1935, en Princeton, que Dios no se puede reducir a una hipótesis científica.

Caminos autónomos

Como explica Eduardo Peláez, Lemaître “miraba el modelo del Big Bang como congruente con la Creación, pero a la vez estaba convencido de que ambos eran caminos autónomos, diferentes y complementarios que convergen en la verdad última”. Y subraya que san Juan Pablo II, en su discurso a la Academia Pontificia de las Ciencias del 3 de octubre de 1981, lo exponía así: “Toda hipótesis científica sobre el origen del mundo, como la de un átomo primitivo del que procedería el conjunto del universo físico, deja abierto el problema referente al comienzo del universo. La ciencia no puede por sí misma resolver dicha cuestión: hace falta ese saber del hombre que se eleva por encima de la física y de la astrofísica y que recibe el nombre de metafísica; hace falta, sobre todo, el saber que viene de la revelación de Dios”.
La creación a partir de la nada es una cuestión filosófica y teológica que las ciencias experimentales no pueden resolver
No faltan astrofísicos, como Stephen Hawking, que quieren probar la posibilidad de un universo “autocontenido” completamente determinado por las leyes de la ciencia, intentando englobar el Big Bang en una teoría más amplia que evitaría la singularidad inicial, lo que sería una “autocreación”. Pero, sin o con singularidad inicial, no suprime la pregunta sobre la posibilidad de un Creador, pregunta que no es científica. La pregunta sobre la necesidad o no de un Creador es la misma ahora mismo y aquí mismo o al inicio temporal del universo antes del tiempo de Planck (2): la única diferencia es el momento del universo que se considera. Más aún, según la metafísica de Tomás de Aquino, un universo sin inicio y sin fin no sería por eso menos un mundo creado (Suma Teológica I, q. 46, a. 2).

La nada no es el vacío

Aquí podemos dar un ejemplo de malentendido. Uno podría pensar en la famosa pregunta de Martín Heidegger: ¿por qué el ser y no la nada? Pero si se piensa en “la nada” como si fuese el “vacío”, no se puede entender la metafísica: uno se queda en la física. Cuando Tomás de Aquino habla de la Creación “de la nada”, para él, la nada no es el vacío. La “nada” no tiene ser ni modo de ser. Por eso es imposible imaginarla positivamente. Es una palabra generada por negación de lo que existe.
En cambio, el vacío puede imaginarse, representarse en un dibujo, por ejemplo. Más científicamente, se puede definir el vacío: “El vacío es un estado físico de los sistemas que está asociado a la mínima energía que estos pueden tener. Desde el punto de vista de la mecánica cuántica, el vacío no está vacío, sino que tiene ondas que surgen al azar. Estas ondas tienen características de partículas, de manera que podemos entender el vacío cuántico como un mar de partículas que se crean y aniquilan rápidamente. Las fluctuaciones del vacío se entienden gracias al principio de indeterminación de Heisenberg. (…) En el vacío, los campos no pueden tener en todo instante la misma energía, sino que ésta se encuentra en continua variación, las fluctuaciones” (3).
Es esencial subrayar que la expresión “partículas que se crean y aniquilan rápidamente” no significa una creación “de la nada”: no es más que una transformación de energía a partícula. No una creación “de la nada”, sino transformación de algo preexistente, la energía, realidad física. No es, pues, “creación” en cuanto sacar algo desde la nada, que es lo propio del Ser Subsistente, Dios. La energía (y sus potencialidades) es creada, a su vez, como toda creatura, es decir, “sacada y mantenida” de “la nada” por el Creador.

Disputas filosóficas

Se ve que el método científico no puede llegar a donde llega el filosófico. De la misma manera que el método filosófico no llega a donde el físico. Pero uno y otro son válidos y pueden llegar a conclusiones correctas. La conocida “pelea” entre los que afirman que el universo y todo lo que contiene es producto del azar y los que dan por necesaria una Inteligencia que lo explique (el famoso “Diseño inteligente”) es un paradigma de lo que queremos subrayar. El malentendido acontece cuando unos y otros afirman que su posición es una posición del ámbito científico, cuando, de hecho, es una cuestión filosófica.
Un malentendido parecido sucede en las disputas entre creacionistas y evolucionistas. Esas discusiones se plantean como si pertenecieran al ámbito de meras interpretaciones de datos científicos, cuando se trata, de hecho, de diversidad de planteamientos filosóficos y teológicos. Se quiere demostrar científicamente, en uno y otro bando, lo que no se puede demostrar con el método científico.

El inicio del tiempo

Puede esclarecer este aspecto lo que sucede sobre el tema del inicio del universo: unos quieren hacer decir a la ciencia que hubo un inicio del tiempo. Otros se empeñan en buscar un modelo cosmológico sin inicio de singularidad matemática. Tomás de Aquino da por sentado que hablar de inicio cuando no hay todavía tiempo es una contradicción, y afirma que la creación “al inicio del tiempo” es una conclusión que encontramos en la Sagrada Escritura, pero inaccesible al pensamiento filosófico. Es muy actual la razón que da sobre este hecho en el mismo lugar citado arriba: “Que el mundo no haya existido siempre se sabe solo por la fe, y no puede ser probado con argumentos demostrativos. La razón de eso es que el inicio del mundo no puede ser demostrado partiendo del mundo mismo”. Este argumento recuerda los problemas actuales de incompletitud de la lógica matemática y de la filosofía del lenguaje: para comprender exhaustivamente un sistema, se necesita recurrir a unos primeros principios o a un metalenguaje externos al mismo sistema (4).
Como decía Lemaître, “La revelación divina no nos ha enseñado lo que éramos capaces de descubrir por nosotros mismos, al menos cuando esas verdades naturales no son indispensables para comprender la verdad sobrenatural. (…) Por tanto, el científico cristiano va hacia adelante libremente, con la seguridad de que su investigación no puede entrar en conflicto con su fe. En cierto sentido, el científico prescinde de su fe en su trabajo, no porque esa fe pudiera entorpecer su investigación, sino porque no se relaciona directamente con su actividad científica” (5).

(1) Eduardo Peláez, “El Big Bang y la Creación”, en Salvador Mira (ed.), Conjugando ciencia y fe. Argumentos en el Año de la Fe, CEU Ediciones, Madrid (2014).
(2) El tiempo de Planck (10-44 segundos) representa el instante más pequeño en el que se podría emplear las leyes de la física para estudiar la naturaleza y evolución del universo.
(3) Enrique Fernández Borja, El vacío y la nada, RBA, Navarra (2015), p. 39.
(4) Cfr. Fernando Sols, “¿Puede la ciencia ofrecer una explicación última de la realidad?”, en Francisco Molina (coord.), Ciencia y Fe. En el camino de la búsqueda, CEU Ediciones, Madrid (2014).
(5) Georges Lemaître, 10-09-1936, en el VI Congreso Católico de Malinas, dedicado a “La cultura católica y las ciencias positivas”.

El matrimonio, un recurso contra la desigualdad


Preocupada por el problema de la pobreza, la izquierda estadounidense empieza a plantearse la importancia del matrimonio en la lucha contra la desigualdad. En un artículo publicado en Avvenire, Elena Molinari –corresponsal del diario italiano en EE.UU.­– señala algunos cambios de actitud que muestran esta tendencia.
“Si en los años ochenta la división principal entre parejas casadas y no casadas era cultural e ideológica, hoy es la élite liberal, bien instruida, a menudo laica, la que mantiene la tradicional familia con dos padres y un empeño común de unir fuerzas para tener hijos e invertir en su futuro”.
El matrimonio parece haberse convertido en un indicador del privilegio de clase en EE.UU. Según explica Molinari con datos del Pew Research Center, “hoy la probabilidad de un primer matrimonio que dure al menos 20 años es del 78% en el caso de una mujer con título universitario, de un 49% para la que hizo algún año de universidad y del 40% para quien tiene estudios de secundaria. En los años 80, no había diferencia en las tasas de divorcio según el nivel de instrucción. Y mientras que la tasa de matrimonios [proporción de adultos casados] en el conjunto de EE.UU. ha bajado en cincuenta años del 72% al 51%, entre la América más rica e instruida el vínculo conyugal sigue siendo fuerte, en torno al 76%”.
“Si los progresistas quieren afrontar la crisis de la desigualdad, la caída de los matrimonios es un problema que no pueden ignorar”, sostiene Will Marshall, del Progressive Policy Institute. “Hoy la desigualdad se deriva de una compleja interacción de cambios económicos y culturales, y no será anulada simplemente redistribuyendo la riqueza desde las familias acomodadas a las de baja renta. La alta tasa de matrimonios en la América de clase media-alta muestra claramente el vínculo entre estructura familiar y bienestar”.
Los liberales han comenzado a ver el matrimonio como un recurso contra la desigualdad, según escribe el columnista Tom Edsall en el New York Times: “Junto a acciones como aumentar el salario mínimo, fortalecer los sindicatos o elevar los impuestos a los ricos para financiar prestaciones sociales para familias desaventajadas, los progresistas hablan cada vez más a menudo del matrimonio, que ya no es visto como un pretexto para no abordar las cuestiones de poder económico. (…) Los estudiosos de izquierda reconocen ahora que la revolución sexual y la defensa de la autonomía personal han tenido costes significativos, y no solo ventajas”.
Estas consecuencias negativas incluyen la explosión del divorcio, la ausencia del padre y la legión creciente de niños criados en familias monoparentales. Estos niños tienen mayor probabilidad de abandonar la escuela, y menor probabilidad de ir a la universidad y de graduarse que los niños crecidos en familias con los dos padres biológicos.
“La caída de la tasa de matrimonios es preocupante –afirman Isabel Sawhill y Joanna Venator del think tank liberal Brooking Institution. Es verdad que un alto número de niños son criados en parejas no casadas, pero en los EE.UU. este tipo de parejas tienden a ser más inestables y menos duraderas”.

Paradojas de la eutanasia

Fernando Pascual
Crece continuamente el número de enfermos incurables y de ancianos que no pueden valerse por sí mismo. Aumentan los casos de niños, jóvenes o adultos que se encuentran en situaciones de invalidez irremediable. Todo ello suscita un sinfín de gestos de solidaridad, de apoyo, de altruismo. Pero no han faltado, en diversos lugares del mundo y con gran difusión de algunos medios de información, algunos casos en los que se ha pedido el recurso a la eutanasia.
        Estas peticiones de eutanasia muchas veces no son sino una forma de pedir ayuda y compañía. Hay quienes, sin embargo, las aprovechan para promover la así llamada “dulce muerte” (eso es lo que significa, etimológicamente, “eutanasia”).
        Intentemos aclarar lo que se entiende por eutanasia, pues bajo esa misma palabra se quieren significar en ocasiones cosas muy distintas. Para algunos “eutanasia” significaría renunciar a una intervención sanitaria que alargue el proceso de muerte a través de sufrimientos muy altos y sin ninguna esperanza de curación. Renunciar a un tratamiento de este tipo, de por sí, no es eutanasia, como veremos al definir de modo más preciso esta palabra. Debe quedar claro que en esos casos hay que mantener aquellos cuidados mínimos que merece todo enfermo, como son la limpieza, la hidratación y nutrición, además (y es algo sumamente importante) de ofrecer nuestro cariño y cercanía.
        Para otros, la eutanasia consiste en un “acto positivo” orientado directamente a provocar la muerte del enfermo para evitar sus sufrimientos. Este “acto positivo” puede ser de dos tipos. El primero consiste en producir la muerte con sustancias químicas (envenenamiento), o por asfixia, o por otros caminos que, en circunstancias normales, serían considerados directamente como actos homicidas. El segundo tipo consiste en omitir un tratamiento proporcionado a la situación del enfermo (por ejemplo, el oxígeno para ayudar una insuficiencia respiratoria) o en dejar de ofrecer lo que cualquier ser humano necesita para vivir: agua y comida. En este segundo caso nos encontramos ante un homicidio producido como consecuencia de una omisión culpable de una ayuda que debe ser ofrecida a cualquier ser humano (también al enfermo).
        Estos dos tipos de “actos positivos” tienen un objetivo claramente “homicida”, si entendemos con honestidad “homicidio” como el acto con el que se pretende causar la muerte de otro ser humano. Tanto en la acción que busca matar como en la “omisión activa” que provoca directamente la muerte de una persona que sufre, nos encontramos con que otras personas (familiares, amigos, personal sanitario) cometen un delito, asesinan a un enfermo.
        Hemos de tomar con seriedad lo que significaría legalizar la eutanasia en esta segunda acepción (eliminación de personas que sufren diversas patologías físicas o psíquicas a través de acciones u omisiones orientadas directamente a esa eliminación). Significaría que en un estado de derecho algunas personas reciben el permiso de eliminar a otros seres humanos.
        Hemos de añadir aquí que ni siquiera la petición de un enfermo o de otro ser humano deprimido o desesperado que suplica que alguien acabe con su vida puede ser motivo para permitir que se cometa el homicidio (en este caso, homicidio consentido) de un miembro de la sociedad. Aunque el homicidio consentido sea visto en algunas leyes como menos grave que el homicidio contra la voluntad de la víctima, no deja de ser un grave desorden social: un individuo recibe el poder de terminar con la vida de otro...
        Además, si se legalizase el derecho a un suicidio asistido se crearía una situación paradójica ante las dos modalidades en las que se podría aplicar tal “derecho”. En la primera, que sería la más “aceptable”, los legisladores pondrían una serie de límites o condiciones al mismo, de forma que no cualquier ciudadano pudiese pedir el acceso al suicidio asistido. En esta situación, el “médico” o el juez encargado de “ejecutar” el homicidio-consentido determinaría si alguien (un “ejecutor”) puede o no matar a quien pide la muerte, por lo que la ley daría al ejecutor un enorme poder sobre la vida de otros seres humanos.
        En la segunda, la que casi nadie aceptaría, bastaría una petición de suicidio asistido sin ninguna condición para que alguien estuviese obligado a ejecutarla. ¿No se violaría de este modo la voluntad de quienes piensan que es injusto matar a otro simplemente porque este otro lo pida? En otras palabras, aceptar esta segunda opción significaría imponer por ley el que uno pueda mandar a otro el cometer un homicidio consentido...
        Ante estos problemas relativos a la eutanasia necesitamos recordar cuál es la esencia de la ley y la justicia. Una ley es justa sólo si se basa en el respeto y la defensa de los derechos fundamentales de todos los seres humanos que conforman la sociedad. Si se legaliza la eutanasia (el homicidio de algunos individuos por parte de otros, con o sin petición de los mismos), el estado otorgaría el permiso para que pueda ser violado el derecho a la vida de algunas personas, un derecho sobre el que se construyen todos los demás derechos que deben ser reconocidos en una sociedad que pretenda vivir con un mínimo de justicia.
        Lo más correcto, entonces, es promover el derecho a la vida de todos a través de la prohibición de la eutanasia (entendida como acción u omisión destinada a provocar la muerte de un ser humano). Esta prohibición debe ir acompañada por una cultura de la asistencia a los enfermos y a los desesperados. Su dolor no debe ser motivo de soledad, sino invitación a la ayuda, a la solidaridad, al respeto, virtudes que muestran el nivel cívico y progresista de aquellas culturas que las asumen como propias.

jueves, 6 de febrero de 2020

Amigos virtuales: las nuevas relaciones personales


Para muchos adolescentes que están aislados en la vida real esa es su única ‘ventana al exterior’, solamente les queda la oportunidad de encontrar muchos amigos virtuales con la que comunicarse a través del ciber-espacio.
Hay muchos adolescentes que se enganchan a lo que tienen más a mano y es más fácil. Lo moderno es tener miles de "amigos virtuales" en las redes sociales y estar esperando todo el día, con ese tic nervioso de mirar al teléfono, a que a alguno se le ocurra mandar un mensaje. Usan las redes sociales y otras aplicaciones sociales como plataforma técnica para socializarse, midiendo su popularidad contestando a todo lo que les llega por la red.

Las frases que más circulan son: "¿Cuántos miles de seguidores tienes?", "Sé el primero en responder", "Contesta inmediatamente" "Haz historia". Para muchos adolescentes que están aislados en la vida real esa es su única "ventana al exterior", solamente les queda la oportunidad de encontrar muchos amigos virtuales con la que comunicarse a través del ciber-espacio. Pero, también para los sociables es lo que necesitan para estar todo el día en contacto con sus amigos virtuales o reales. Esto significa empezar una carrera sin fin. Siempre están deseando contestar a todo lo que circula por la red.

Las amistades virtuales y sus consecuencias

Las relaciones personales entre los jóvenes son cada vez más difíciles, debido a que hay demasiados nomofóbicos, que tienen miles de "amigos virtuales" y muy pocos de carne y hueso.
Normalmente, esas amistades virtuales suelen estar carentes de contenido con el que mutuamente se puedan enriquecer. Socialmente también se aíslan, pues no se han acostumbrado a hablar con los otros compañeros reales, analizar sus lenguajes corporales, medir sus emociones, etc.
En muchos países ya ha bajado hasta los 11 años la edad en la que los hijos empiezan a disponer de su propio teléfono. La mayoría de las veces nadie les enseña a utilizarlos con educación, prudencia, sentido común y mucho menos les alertan de los peligros que tiene su uso inadecuado; de esa falta de educación viene el sexting, el grooming, el bullyingtelefónico, etc.

Regla 3-6-9-12 para advertir a los niños sobre la ciberdependencia

1. Antes de los 3 años: evitar el uso excesivo de las pantallas electrónicas, pues los clásicos juegos infantiles son mucho más enriquecedores para el niño que estar sentado viendo la televisión.
2. Antes de los 6 años: evitar los videojuegos, pues tan pronto estos se introducen en su vida, acaparan toda su atención en detrimento de otras actividades, pudiendo ser el origen de la nomofobia y la mobilfilia.
3. Antes de los 9 años: evitar el uso del internet a no ser que esté acompañado de los padres o profesores, quienes previamente tienen que explicarle las tres reglas más importantes de su uso:
a. Todo lo que se escribe o exhibe allí puede caer en el dominio público.
b. Todo lo que se sube a Internet quedará allí para siempre, pues es casi imposible borrarlo.
c. No todo lo que se encuentra allí es verdad, por lo que deben consultarse otras fuentes.
4. Antes de los 12 años: ya pueden entrar solos en Internet y usar móviles, pero su utilización debe ser realizada bajo unas firmes y bien definidas reglas de uso, así como los correspondientes controles de los padres.
5. A partir de los 12 años y hasta los 18: los padres debemos ir aflojando las reglas y controles, en función del comportamiento observado sobre la educación recibida, para que los hijos adolescentes se vayan acostumbrando a ejercer su libertad para cuando sean adultos.

Consejos para padres de nativos digitales

Los padres debemos enseñar con el ejemplo, crear costumbres y hábitos de buen uso, para poder orientar positivamente a los hijos frente al consumo telefónico y al de las pantallas electrónicas, que si bien tienen muchos aspectos positivos, también los tiene negativos y muy peligrosos como los problemas de acoso cibernético, el sedentarismo e incluso a la apatía social por la dependencia que generan.
No se debe olvidar que permiten la comunicación, el desarrollo, la integración, la interactividad, la creación de redes sociales basadas en la amistad y los intereses comunes, etc. Debemos evitar que la nomofobia o la mobilfilia den como resultado jóvenes de mentes vacías y poco reflexivas.
− Ayuda a tus hijos a que puedan cumplir las normas, objetivos y límites que se hayan puesto o negociado, relacionados con los teléfonos y las pantallas electrónicas.
− Dedícales el máximo tiempo posible, escuchándoles y tratando de entender sus inquietudes para que no tengan que encontrar malos "amigos" en las redes sociales.
− Estate pendiente de lo que hacen tus hijos en cada momento, en relación con sus teléfonos y pantallas electrónicas. En las reuniones con amigos, familia, etc., en la privacidad de sus dormitorios, en las horas dedicadas al sueño o al estudio para que al día siguiente no arrastren los efectos de esas enfermedades.
− Incrementa la capacidad de ponerte en la situación de cada uno de tus hijos para entender los motivos de sus actitudes.
− Intenta que la tecnología no ocupe el rol que tiene la familia, pero que ayude a mejorarlo.
− Hay que saber manejar las propias reacciones y emociones ante las situaciones, equivocadas o no, de los hijos.
Los padres debemos estar alerta ante esta generación multipantallas, ya que las emplean para "comunicar" (hablar, e-mail, sms, chat...), "conocer" (webs, descargas...), "compartir" (redes sociales, fotos, vídeos...), "divertirse" (juegos en red, radio y televisión digital), "consumir" (comprar on-line).
Además, todas estas actividades las pueden realizar paralelamente, de forma interactiva, local y global, incluso anónimamente bajo seudónimos, que ocultan la verdadera persona que lo hace y acrecientan el peligro hacia personas malintencionadas.
Fátima Calzado, en hacerfamilia.com.

Nivel récord de infelicidad

 P or MARK GILMAN, The Epoch Times en español Según Gallup, el aislamiento es uno de los principales problemas que afectan la felicidad de l...