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martes, 26 de febrero de 2019

De cómo los “millennials” aprenden a ser padres

Aprender a ejercer de madre o de padre está hoy al alcance de un clic, o de pasar por una librería y comprar uno de esos libros estilo “todo lo que quiso saber sobre tal asunto y nunca se atrevió a preguntar”. En la era de la información, no habría excusa para no estar al día sobre lo que aconsejan pedagogos, educadores o coaches, presuntamente bien enterados –por muy lejos que estén– de cómo debe proceder un progenitor con su hijo, sea que aún vista pañales o ya esté pensando en una carrera universitaria.
Un reciente artículo en el Wall Street Journal describía así la situación: “La literatura moderna sobre la crianza de los niños presenta este tema como un negocio difícil. Haz tu propia comida para bebés, o te arriesgas a volverlo un adicto al azúcar. Si dejas que el niño, cuando esté aburrido, juegue con tu teléfono antes que con bloques de madera obtenidos de forma sostenible, lo estás invitando a la delincuencia. Tales consejos se basan a menudo en ayudar a los padres a criar a sus hijos ‘naturalmente’, como si en el pasado los niños hubieran sido criados de una manera ideal”.
Lo interesante, según explica la humorista Jennifer Traig, madre de dos niños y autora del libro Act Natural: A Cultural History of Misadventures in Parenting, es que a lo largo de la historia y en muy diversos sitios, las personas han hecho “cosas muy locas” en la crianza de los pequeños, como permitirles jugar con cuchillos, dejarlos que duerman a la intemperie, evitarles las verduras por “peligrosas” y, en cambio, darles cerveza, y contarles cuentos de hadas en que se han producido asesinatos crueles. “¿Por qué pensamos que todo esto importa? Las mejores investigaciones revelan que influye muy poco. Por encima de cierto umbral, el modo en que tratas a tus hijos es indiferente”.
Pero la evidencia de que no hay grandes traumas a la vista parece no bastar. Si hoy, dice Traig, podemos compadecernos de quienes opinaban, en el siglo XIX, que el 99% de los casos de enanismo o malformación física se debían a la “insensatez”, la “mala conducta” o la “negligencia” de las madres, algunos se ponen muy serios al asentir a los argumentos de ciertos “expertos” que aseguran que la guardería le arruinará la vida al niño para siempre.
El propio cuestionamiento de una institución como la guardería puede servir de ejemplo de cómo se fomenta lo que Traig denomina “neurosis parental”. La existencia de este tipo de centros ha respondido a una necesidad universal: los padres precisan de un sitio seguro donde dejar a su prole mientras ellos trabajan. Pero si algunos comienzan a teorizar negativamente sobre esto, sencillamente crean un problema donde no lo había. “Muchos de los más espinosos asuntos de la crianza –dice la autora–, como la resistencia a dormir o los caprichos en la comida, empezaron cuando comenzamos a tratar de arreglar algo que no estaba roto”.
Y claro: para cada nueva preocupación artificial existe una solución… que ya encontraremos en los libros, sitios web o conferencias pagadas de determinados especialistas.

Entre lo ideal y lo concreto

“Google es el nuevo abuelo, el nuevo vecino, la nueva niñera”, citaba tiempo atrás el New York Times a Rebecca Parlakian, directora de la organización Zero to Three (De Cero a Tres), que estudia la paternidad. Para muchos millennials (los nacidos entre 1980 y 2000), la aseveración está pegada a la realidad: si hay una urgencia a la que hacer frente, ahí está el célebre buscador para, con solo teclear un par de palabras y pulsar Return, abrir las puertas a miles de respuestas.
Precisamente gracias a las bondades de la tecnología, Aceprensa ha podido contactar con varios progenitores millennials (parennials , que dirían los norteamericanos) para saber cómo ha influido el fácil acceso a los contenidos digitales sobre el parenting (crianza) en el modo en que han sacado adelante a sus hijos.
El periodista Charly Morales, desde El Salvador, dice haber seguido un sitio web, Baby Center, “para tener una idea de cómo proceder, pero no le hicimos más caso que el sanamente comprensible. Ya bastante teníamos con el bombardeo de recetas y consejos, pues cualquiera se siente con potestad de ‘iluminar’ a los futuros padres”.
También su colega Leslie Salgado, en La Habana, accedió a los contenidos del mencionado sitio y a los de un libro de nombre bastante genérico: Natural Parenting. “Al principio traté de encuadrar la manera de criar a mi hija con los textos que leía, por ejemplo, en cuanto a las sugerencias de horarios o comidas o juegos. A veces me frustraba porque las cosas no me salían como decían los textos, pero luego me di cuenta de que cada niño es un mundo y que eso era solo una guía, generalidades”.
Otra comunicadora, Ivette Leyva, no ha buscado libros sobre el tema en particular, pero sí ha leído lo que le ha llegado por vía digital, y su visión del fenómeno no es del todo positiva: los contenidos que lee le hacen sentir que lo ha hecho todo mal. “Agobian, definitivamente. Es cierto que no se puede ser absoluto ni negar la utilidad del conocimiento, pero como decían nuestros mayores, a veces es malo saber demasiado. Una, con los hijos, querría hacerlo todo del modo en que nos dicen que es perfecto, pero no hay tiempo: la maternidad no da tiempo para la perfección”.
La sensación de haberlo hecho mal “nunca te abandona –retoma Morales–, sobre todo a medida que el niño o la niña crecen, porque el proceso es complejo. Llegó un momento en que nos enfadamos y decidimos confiar más en nuestros instintos y en lo que aprendíamos de observar al niño… Por ejemplo, ya no se sabe si el bebé debe dormir bocarriba, bocabajo o de lado; si darle purés cuando los asimile o que lacte exclusivamente el primer medio año… A partir de mi experiencia, a todos los padres les recomiendo hacer lo que entiendan y vean que es mejor para su hijo, que al final es de ellos”.
Otras dos mamás narran sus experiencias. Carmen Díaz, ingeniera en programación, confiesa haber repasado muchos artículos digitales sobre alimentación, comportamientos, etc.: “A veces leo cosas que me confirman que lo estoy haciendo bien y eso me alegra. Pero no suelo angustiarme si algo que hago no está recomendado; más bien trato de cambiar, siempre teniendo en cuenta que entre blanco y negro existen muchos matices”. Algo parecido suele hacer Judith Llaguno, agente de seguros: “Cuando tengo dudas sobre temas como el comportamiento o el desarrollo psicomotor, voy a Internet. Me apropio de lo que creo que me puede funcionar mejor, pero sin presión”.

El pediatra, en YouTube

Los parennials, a diferencia de sus propios padres, que solo pudieron informar de la buena nueva de su nacimiento a los familiares y al barrio, han tenido descendencia en un mundo bastante más interconectado, donde las fotos y anécdotas de sus bebés son del dominio de amigos, conocidos, simples contactos de Facebook y, si fuera de su interés, incluso de la CIA. Si el bebé se ríe o si dice por primera vez “ma”, el resto del planeta se entera casi instantáneamente (según el sitio web Very Well Family, el 81% de los millennials comparte imágenes de sus hijos en las redes sociales, frente al 47% de los babyboomers).
Pero a Internet, además de a mostrar, se va también a adquirir el know how, y el incontable número de blogs sobre parenting , así como los grupos de Facebook o WhatsApp, son una mina para el que tenga dudas. Los padres jóvenes se interesan, principalmente –como han sugerido anteriormente algunas de las encuestadas– por la alimentación, por el crecimiento del niño, por el desarrollo de su creatividad, por cuestiones de educación… y tienen a la mano no solo contenidos de texto, sino audiovisuales. Forbes señala que esta generación de padres ven 2,5 veces más materiales en YouTube que en la TV. Y es que a YouTube se han “ido” igualmente muchos especialistas: pediatras, dentistas, profesores...
¿Es realmente necesario el recurso a tanta información en la web, siendo que la humanidad se reprodujo y se educó durante siglos sin más manual que las nociones heredadas una y otra vez? Los padres jóvenes de hoy, ¿son más activos que los de antaño en la búsqueda de respuestas sobre cómo desenvolverse en el cuidado y la crianza de sus hijos?
“Creo que sí –dice José María Contreras, asesor en temas de familia–. Los padres jóvenes están más preocupados actualmente que hace dos décadas. Venimos de una corriente en que la sociedad era normativa; por tanto, ayudaba a educar. Pero estos padres de ahora se han dado cuenta de que la sociedad no educa, ¡porque además lo han vivido ellos! Por eso, quienes quieren educar se preocupan más”.
Preguntan más porque también saben menos, apunta por su parte Fernando Alberca, máster en Neuro-psicología y Educación y profesor de secundaria. Coincide con Contreras: “Los de antes contaban con una cultura de educación más comunitaria, pues todos contribuían de una forma u otra a ella. Si un niño decía algo impropio en la calle y cualquier adulto lo corregía, el niño se dejaba corregir”.
El panorama, sin embargo, ha variado: “Hoy día los padres están más solos. Se educa menos en la comunidad en que uno vive, de forma que uno lo está haciendo más en la familia, y en ese contexto a veces no se puede imitar el modelo del padre o del abuelo, porque no está. Por eso preguntan más, sobre todo cosas esenciales que se sabían por cultura general y ahora no se conocen. Tenemos menos referentes, menos ejemplos, y, por tanto, los padres tienen que buscar más expertos y leer más libros para obtener información”.

Seguir ejemplos de coherencia

Si, según reza la sabiduría popular, “no todo el monte es orégano”, es de presumir que tampoco todo contenido digital sobre parenting, ni todo experto que se promocione como tal en las redes, tendrán necesariamente el sello de lo confiable.
Para algunos, un indicio de que sería mejor tomar con pinzas un consejo o sugerencia profesional, es constatar qué experiencia concreta tiene quien los emite. “Es fácil creer que sabes qué hacer cuando nunca en la vida has pasado tiempo junto a una criatura”, advierte la ya citada Jennifer Traig.
Un ejemplo práctico, que cita Traig, es la sugerencia pedagógica de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), de que “la única costumbre que hay que enseñar a los niños es que no se sometan a ninguna”. El planteamiento casa perfectamente con cierto ideal contemporáneo que llama a debilitar la autoridad paterna, falsamente identificada con autoritarismo, en pro de que el progenitor sea, sencillamente, “amigo” de su hijo. El niño, sin los límites que le fijan sus mayores, desarrollará plenamente su personalidad, sin ataduras y siempre en sentido positivo. Ahora bien, observa Traig, si caemos en la cuenta de que Rousseau abandonó a su prole en un orfanato y se privó de la oportunidad de demostrar cuán acertada o no estaba su teoría, su reivindicativa frase queda en nada, y quien decida ponerla en práctica se arriesga a un resultado muy mejorable.
El dilema, o uno de ellos, sería entonces discernir la calidad del testimonio. El profesor Alberca recomienda –siempre que sea posible, por supuesto– calibrar qué tal ha sido la experiencia personal de los expertos y asesores que sean padres y madres de familia. Quien carezca de conocimiento directo “es simplemente un acumulador de información, de estadísticas o de libros leídos. Nos sobra mucho todo esto. Nos hace falta mucha más práctica, más habilidades, más virtudes, para saber cómo se adquiere paciencia, voluntad, esfuerzo, motivación, autoestima… Y nos tiene que enseñar alguien que lo haya puesto en práctica y que sepa cómo funciona”.

domingo, 24 de febrero de 2019

La concepción humana: ¿un simple dato científico?

Por Fernando Pascual

Cada vida humana inicia a través de un proceso sumamente complejo, que avanza entre continuas disyuntivas: hacia nuevas etapas de vida o hacia el camino irreversible que lleva a la muerte.
        La inmensa mayoría de los seres humanos empezamos la aventura del vivir desde el encuentro de dos gametos, uno paterno y otro materno: es lo que podemos llamar “concepción” o fecundación. La penetración de un espermatozoide en el citoplasma de un óvulo permitió el momento “cero”, la fase inicial: empezó a existir un nuevo ser humano. Luego siguió un desarrolló regulado por leyes concretas, según etapas más o menos definidas: el desarrollo intrauterino, el desarrollo post-parto, las demás etapas hasta llegar, si todo ha ido bien, hasta la vida adulta y la vejez.
        Obviamente, no todos los procesos llegan a completar su ciclo propio ni lo hacen según las modalidades más comunes: existen innumerables variantes y situaciones que permiten que muchos procesos queden truncado de modo precoz.
        Intuimos en seguida que estos datos, comprensibles por la ciencia, suponen también una serie de elementos extracientíficos. Por ejemplo, acoger una terminología con significados más o menos precisos; aceptar la validez del recurso a ciertos instrumentos como fuente segura de conocimientos; interpretar los datos observados en un contexto comunitario (no sin razón se habla de “comunidad científica”) y desde ideas más o menos definidas.
        El estudio científico sobre el ser humano está, por lo tanto, en un contacto fecundo con aquellas reflexiones que las ciencias humanas, la filosofía, la religión, y otras disciplinas, ofrecen a la hora de explicar lo que significa “ser hombre”. Es cierto que un biólogo puede decir que la fecundación humana sigue más o menos los mismos mecanismos que se dan en otros mamíferos similares a la especie humana. Pero el biólogo sabe que toda fecundación en el mundo humano está rodeada de un contexto cultural que va más allá de lo que pueda decir su ciencia empírica.
        Así, por ejemplo, una concepción puede ocurrir a raíz de una relación sexual entre esposos que se quieren, o entre esposos que viven en una dramática situación de violencia doméstica, o entre novios, o entre amigos ocasionales, o como resultado de una violación, o a raíz de una inseminación artificial, o desde la fecundación in vitro (FIVET) o desde la ICSI. Cada una de estas modalidades puede tener un número elevado de “variantes” (edades de los padres, circunstancias humanas en la historia de la mujer, del varón, de la familia, de la ciudad, del país, etc.) que superan en mucho la frialdad del dato científico.
        Esta simple enumeración nos hace ver que cada concepción humana queda enmarcada en una enorme cantidad de dimensiones extracientíficas. Considerarla simplemente como un evento más en el mundo de los intercambios entre seres vivos del planeta significa aplicar una óptica reductiva y empobrecedora. Una óptica que, según algunos, sería propia de la “seriedad” del método científico, pero que en realidad muestra cómo, al hablar del ser humano, el científico necesita reconocer que está delante de “algo” que va mucho más allá de lo que pueda ser visto desde el microscopio y desde los análisis de componentes químicos.
        Querer prescindir de ese “algo” en nombre de la ciencia no es más que una curiosa falacia. En el fondo, implica asumir un presupuesto filosófico implícito: “la ciencia debe limitarse a estudiar al embrión (ahora lo llaman pre-embrión si no ha llegado a los 14 días de vida) desde una perspectiva neutral para alcanzar conocimientos válidos y universalizables, lo cual implica excluir cualquier interferencia no científica en la realización de los experimentos sobre embriones”. Tal presupuesto va más allá de la ciencia, supone el uso de una visión filosófica concreta, en la que quedan excluidas otras perspectivas filosóficas y antropológicas de importancia.
        Se hace necesario, por lo tanto, escuchar voces de otras instancias humanas. Especialmente de la filosofía y de las religiones, que han evidenciado durante siglos la singularidad del hombre entre las formas vivientes que compartimos el mismo planeta tierra, que han exigido para nuestra especie un trato “privilegiado”. Las elaboraciones de teorías éticas y de legislaciones destinadas a una mayor tutela de la vida humana son algunos de los mejores resultados de esta comprensión filosófico-religiosa de la dignidad del hombre. Allí donde tal comprensión es puesta entre paréntesis por presupuestos de tipo materialista y reduccionista, se producen graves atropellos sobre millones de seres humanos, que pueden ser tratados con graves formas de brutalidad y de violencia (abortos, infanticidios, genocidios, etc.).
        El origen de cualquier vida humana no puede ser, por lo tanto, objeto de un simple estudio de laboratorio. En el hombre hay algo muy peculiar, que el mundo antiguo y medieval denominó con la fórmula “alma espiritual”. Tal peculiaridad nos lleva a estudiar y reflexionar sobre la reproducción (mejor sería hablar de “procreación”) humana con presupuestos éticos irrenunciables, so pena de caer en mentalidades que vean a los hombres (en su fase embrionaria, fetal, infantil o adulta) simplemente como “medios” para el progreso científico o para satisfacer los deseos de algunos grupos de poder. Grupos de poder que buscan someter las vidas de los más pequeños e indefensos en función de intereses que nunca pueden justificar la muerte de ningún ser humano.
        Podremos evitar nuevos abusos, experimentos sobre embriones, fetos, niños, adultos o ancianos, con la ayuda de una sana filosofía. Hoy es, quizá, una de las tareas más urgentes. Para nuestro bien y el de las generaciones futuras.

martes, 19 de febrero de 2019

¿Qué le pasa a la izquierda con el aborto?

La nueva ley aprobada en el estado de Nueva York permite abortar por cualquier motivo en las primeras 24 semanas del embarazo, o después si el feto no es viable o si existe riesgo para la vida o la salud de la madre. Iniciativas similares se están tramitando en las asambleas legislativas de Nuevo México, Rhode Island y Vermont, mientras que en la de Virginia no ha prosperado. Todas ellas han sido impulsadas por legisladores del Partido Demócrata, cada vez más identificado con la causa abortista.
Para la periodista del New York Times Vivian Wang, el momento actual recuerda al encendido debate que, a mediados de los 90, desató el partial birth abortion, como llamaron los provida al aborto que provoca la muerte del feto por succión del cerebro en el sexto o séptimo mes de embarazo. “El rechazo [de la opinión pública] a esta práctica fue tan firme que los demócratas de la Cámara de Representantes se unieron a los republicanos para votar a favor de una prohibición federal a este tipo de abortos en 1995 y, de nuevo, en 1997”. El presidente demócrata Bill Clinton vetó ambos proyectos de ley. Pero incluso él –sostiene Wang– quiso alejarse del extremismo cuando dijo que el aborto debía ser “seguro, legal y poco común”.
Por entonces, el aborto era un drama para muchos políticos demócratas. Lo que contrasta con el ambiente festivo que rodeó a la firma de la ley de Nueva York el pasado 22 de enero, en el 46 aniversario de Roe v. Wade, la sentencia del Tribunal Supremo que legalizó el aborto a petición en todo el país. El gobernador demócrata Andrew Cuomo hizo iluminar el rascacielos One World Trade Center, levantado en el lugar del atentado del 11-S, y dijo que la nueva ley enviaba “un claro mensaje de que, pase lo que pase en Washington [sede del gobierno federal], las mujeres de Nueva York siempre tendrán el derecho fundamental a decidir sobre su cuerpo”.
La alusión velada a Trump y el nuevo ímpetu de los demócratas en este tema sugiere que el aborto a petición podría ser una de las prioridades de la izquierda en las elecciones presidenciales de 2020. Según explica el periodista John McCormack en National Review, la mayoría de los demócratas que se están postulando a la nominación presidencial –como Kamala Harris o Elizabeth Warren– y otros potenciales candidatos –Bernie Sanders, entre otros– han copatrocinado un proyecto de ley federal que anularía muchas restricciones estatales al aborto en el tercer trimestre. La Women’s Health Protection Act, propuesta y repropuesta en cada legislatura desde 2013, guarda silencio sobre la vida del no nacido desde el mismo título.
Por su parte, Trump ha visto una oportunidad de oro para presentar a los demócratas como “el partido del aborto tardío”, una etiqueta que incomoda a los mismos pro-choice. Según una reciente noticia del Washington Post, la polémica surgida a raíz del fallido proyecto de ley de Virginia “ha interrumpido los planes cuidadosamente establecidos” por las organizaciones abortistas para expandir su causa “en cerca de la mitad de los estados”. La versión de los pro-choice es que las nuevas iniciativas no pretenden abrir un debate sobre el aborto tardío, sino proteger mejor los derechos reproductivos frente a un Supremo que, tras los nombramientos de los jueces Neil Gorsuch y Brett Kavanaugh, es más hostil a la sentencia Roe.

Mirar al no nacido, no a Trump

Apelar al derecho a decidir de las mujeres como ariete contra Trump llevaría al Partido Demócrata a repetir un viejo error. Como dijo Mary Meehan en un texto de referencia (1980) para la izquierda provida estadounidense, “resulta paradójico que tantos de la izquierda hayan hecho con el aborto lo que los conservadores y los progresistas de la Guerra Fría hicieron con Vietnam: marchar en la dirección equivocada, para librar la guerra equivocada, contra las personas equivocadas”.
Entre los enemigos equivocados de la izquierda en este debate, Meehan mencionaba a los ricos que pueden abortar de forma segura, a los creyentes que quieren “imponer” sus puntos de vista a los demás –pese a que “muchos seguirían oponiéndose al aborto si perdieran la fe”– o a los denostados conservadores. Para Meehan, estos argumentos alejan la atención del no nacido, que es quien sale perdiendo cuando solo cuenta el derecho a decidir de la embarazada.
En su opinión, la izquierda debe volver a oponerse al aborto “para salvar su conciencia”; es decir, para no comprometer los valores que dice defender, como el cuidado de los débiles, la igualdad –“no hay igualdad cuando la conveniencia de una persona tiene prioridad sobre la vida de otra”–, la justicia –“el aborto es la huida de una obligación que se debe a otro”–, el feminismo o la diversidad racial.
También los provida pueden traicionar sus valores. La diferencia es que, en este caso, el no nacido no desaparece del debate. Como dice Nathan Blake en The Federalist, que los provida sean más o menos coherentes con sus posiciones no añade ni quita nada al hecho de que en el vientre materno ya existe un ser humano vivo. Por eso, “el aborto sigue siendo un grave mal moral, sin importar si yo, o cualquier otro provida, es el peor de los pecadores o el más santo de los santos”.

“No hagas daño”

Este debate moral –que parte de los hallazgos científicos sobre la riqueza de la vida prenatal– es precisamente el que muchos líderes del Partido Demócrata quieren evitar, al calificar el aborto como un simple acto médico. ¿Cómo lo justifican?
En su libro Política moral, George Lakoff crea un marco conceptual para explicar por qué los progresistas y los conservadores estadounidenses piensan de forma diferente. En su opinión, las posiciones de ambos en una variedad de asuntos derivan de dos visiones opuestas de la familia, cada una de las cuales da pie a sistemas morales distintos: mientras los republicanos defienden el modelo del “Padre Estricto”, los demócratas, el del “Progenitor Atento”.
Aunque este esquema interpretativo favorece a los progresistas –como el propio Lakoff–, es interesante lo que revela acerca de la percepción que tiene la izquierda de sus propios valores. El lingüista de la Universidad de California en Berkeley insiste en que la piedra angular sobre la que descansa el sistema moral progresista es el principio “ayuda, no hagas daño”. De ahí que, entre sus prioridades estén la ética del cuidado, la empatía o la justicia, mientras que el estilo de vida conservador ensalza valores como la disciplina, la competición o la responsabilidad individual.
¿Cómo encaja esta jerarquía de valores en el debate del aborto, en el que es la moral del Padre Estricto la que protege al no nacido? Para Lakoff, no hay incongruencia, pues también aquí los progresistas son fieles a sus valores, al decantarse por el derecho a decidir de las mujeres: “En la moral del Progenitor Atento, la chica adolescente tiene un problema, necesita ayuda y merece la empatía de los demás”.
¿Y el no nacido? ¿No merece también cuidado? Lakoff niega el problema de raíz al afirmar que el embrión no es reconocible aún como miembro de la especie humana y que “los términos ‘embrión’ y ‘feto’ remiten a un contexto médico en el que los problemas son de tipo médico”, no moral. Y aunque Lakoff hace pasar la postura progresista como la éticamente neutra, al final admite que “el problema de la moralidad del aborto queda resuelto cuando decidimos qué palabras usar en cada caso”. Así, “mientras que el uso de ‘conglomerado celular’, ‘embrión’ y ‘feto’ mantiene el debate en el ámbito médico, cuando aparece el vocablo ‘bebé’, el debate se desplaza al ámbito moral”.
Pero no todo es cuestión de elección en este debate. Como dice Ana Maria Dumitru en Public Discourse, la ciencia sí puede decirnos que el embrión formado por la fusión del espermatozoide y el óvulo “tiene el código genético completo necesario para las capacidades que lo convierten en un organismo vivo”, distinto de la madre, y que “el desarrollo humano se da a lo largo de un continuum”. A partir de estos datos –ahora sí–, cada cual decide. Por eso, dice Dumitru: “La principal línea divisoria entre los provida y los proelección no es qué lado se preocupa más por las mujeres, las familias y sus libertades básicas, sino cómo aplica cada grupo los hechos científicos para determinar cuáles son los derechos de las mujeres”.

Los motivos detrás del aborto

La ley de Nueva York consagra en la práctica el aborto a lo largo de todo el embarazo, si un profesional sanitario considera que el feto no es viable o que el aborto es “necesario para proteger la vida o la salud” de la embarazada. Aunque la letra de la ley no especifica si la provisión alcanza a la salud mental, tanto los provida como los proaborto dan por sentado que la norma se interpretará a la luz de la sentencia Doe v. Bolton, dada por el Supremo el mismo día que dictó Roe. En ella consagra una definición de salud que incluye “todos los factores –físicos, emocionales, psicológicos, familiares, así como la edad de la madre– relevantes para el bienestar de la paciente”.
Y para reforzar la idea de que el aborto es un acto médico, la nueva ley lo saca del código penal. Paradójicamente, también elimina el requisito de que sea un médico quien realice los abortos, pudiendo hacerlos “un profesional de la salud autorizado”.
El proyecto de ley de Virginia era todavía más claro en sus intenciones, al permitir el aborto en el tercer trimestre si existía riesgo para la “salud mental o física de la mujer”. Además, explica Alexandra DeSanctis en The Atlantic, pretendía que fuera un médico, y no los tres actuales, quien determinara la existencia de esa amenaza. Y suprimía la referencia que el perjuicio a la salud fuera “sustancial o irremediable”.
La insistencia de los líderes demócratas en presentar sus iniciativas como una respuesta a un problema de salud, no cuadra con los principales motivos por los que las mujeres abortan en EE.UU. Según un sondeo del Instituto Guttmacher realizado en 2004 a 1.209 mujeres que habían abortado, “las razones citadas con mayor frecuencia fueron que tener un hijo interferiría con la educación, el trabajo o la dedicación de la mujer a [familiares] dependientes (74%); que no podía permitirse tener un bebé ahora (73%); y que no quería ser madre soltera o tenía problemas de relación [con su pareja] (48%)”. Entre una larga lista de otros motivos, solo el 12% afirma haber abortado por “problemas físicos” relacionados con su salud.
Ante estos dilemas, los provida han ido extendiendo por todo el país una red de centros de ayuda a las embarazadas. Para George Weigel, del Ethics & Public Policy Center, son estos más de 3.300 centros, y no el aborto, los que de verdad “encarnan la virtud de la solidaridad”. Además de “cuidados médicos que recalcan el valor de la vida” y ayuda material, las mujeres encuentran allí amigas que les brindan apoyo emocional.
Está por ver si finalmente el Partido Demócrata presentará el aborto a petición –en particular, en el tercer trimestre– como una de sus bazas para las presidenciales de 2020. El intenso debate surgido a raíz del proyecto de ley de Virginia, que en parte se ha visto desplazado por una polémica incidental en torno al gobernador del estado, quizá lleve a recular a los líderes demócratas.
El aborto tardío sigue siendo impopular en EE.UU., según el histórico de Gallup. Y a pesar del empeño por quitar las connotaciones morales a este debate, una mayoría de estadounidenses considera el aborto como éticamente inaceptable (el 48% frente al 43%), según datos recientes de la misma organización. Aunque, al mismo tiempo, la mayoría está a favor de legalizarlo en algunas circunstancias (50%) o en todas (29%), frente al 18% de los que lo prohibirían siempre.

María, Reina de Escocia


Director: Josie Rourke
Guion: Beau Willimon, basado en el libro de John Guy.
Intérpretes: Saoirse Ronan, Margot Robbie, Jack Lowden, Joe Alwyn, David Tennant, Guy Pierce, Gemma Chan, Martin Compston, Ismael Cruz Cordova, Maria Dragus.
124 min.
Jóvenes-adultos. 
(VX
Estreno: 8-02-2019.

Sobre la dramática vida de María Estuardo (1542-1587) y su tortuosa relación con la reina de Inglaterra Isabel I (1533-1603), hija de Enrique VIII y Ana Bolena, no solo escribió Friedrich Schiller su famoso drama. De la reina católica se han ocupado también varias películas, entre las que destacan María Estuardo, de John Ford (1936, interpretada por Katharine Hepburn) y María, reina de Escocia, de Charles Jarrott (1971, con Vanessa Redgrave).
Con este mismo título se estrena ahora la película de la directora británica Josie Rourke, con un guion de Beau Willimon basado en el libro Queen of Scots: The True Life of Mary Stuart, de John Guy. Da comienzo el 8 de febrero de 1587, el día de la ejecución de María Estuardo –significativamente vestida de rojo, en referencia al martirio–. En un extenso flashback se narra la historia de la reina católica, comenzando por su llegada a Escocia en 1561, viuda del rey francés a los 19 años de edad. María pretende no solo el trono escocés, sino también el inglés –por ser descendiente de Enrique VII, al igual que Isabel I–. Si bien considera que Isabel no está legitimada como reina por ser hija ilegítima de Enrique VIII, acepta que su prima la instituya como sucesora al trono inglés.
Rourke y Willimon sitúan en el centro de su filme las luchas confesionales: los nobles protestantes en Escocia no están dispuestos a aceptar a una católica como reina; los cortesanos ingleses se encrespan con la idea de que Isabel I pudiera nombrar su sucesora a una “papista”. María, Reina de Escocia subraya especialmente el fanatismo del predicador protestante Jon Knox y del confidente de Isabel, William Cecil.
Exceptuando algunas concesiones a lo políticamente correcto (el segundo esposo de María, Henry Darnley, es representado como homosexual; la corte inglesa tiene una composición multiétnica), María, Reina de Escocia se caracteriza por su fidelidad histórica, al mismo tiempo que su centro dramatúrgico –en lo que coincide con Schiller– se sitúa en el encuentro personal de las dos reinas.
Además de la excelente interpretación, tanto de Saoirse Ronan en el papel de María como de Margot Robbie en el de Isabel, destaca un diseño de producción y una fotografía muy cuidados, que ayudan a pasar por alto algunas irregularidades dramatúrgicas. Además, se aprecia el esfuerzo por evitar los anacronismos y trasmitir al espectador lo que está en el fondo de esta historia: la oportunidad perdida de que Inglaterra, con María, hubiera vuelto al catolicismo tras el reinado de Enrique VIII; la desgracia de las guerras de religión, y el drama de la ruptura de la unidad cristiana de Europa.

Amar con realismo, una experiencia que jamás olvidará

Uno de los rasgos más llamativos de algunas visiones contemporáneas del amor es la ausencia de términos medios: del romanticismo explosivo, que solo habla de emociones y experiencias inolvidables, fácilmente se pasa al desencanto y la decepción resentida. Ambos extremos pasan por alto que la mayor parte del tiempo, las relaciones de pareja transcurren sin grandes conmociones. A esa riqueza del amor tranquilo miran dos artículos recientes publicados en Greater Good Magazine.
Frente al fatalismo de las visiones que pasan –casi sin solución de continuidad– del entusiasmo al desengaño, el matrimonio Suzann Pileggi Pawelski y James Pawelski, autores de Happy Togetherpresentan las relaciones amorosas como una tarea en proceso. A medida que una relación madura, las parejas descubren emociones positivas que quizá no llenan titulares, pero que son capaces de llenar la vida de sentido y de satisfacción: la serenidad, la gratitud, la admiración…, “y, finalmente, el amor, si la relación es duradera”.
Para conectar con esas emociones más silenciosas, es preciso estar atentos a lo que marcha bien en la vida conyugal. No se trata de ignorar los problemas, sino de ser realistas. Y lo realista es reconocer que también hay muchas cosas buenas. Concentrarse en lo negativo impide crecer y abre la puerta al desprecio: “Las investigaciones muestran que las parejas rompen a menudo no solo por problemas enormes, como un affaire o cosas por el estilo, sino también porque, con el tiempo, [las personas] dejan de sentirse reconocidas y apreciadas”.
Por eso, los Pawelski insisten tanto en el poder de la gratitud, “probablemente una de las emociones positivas y fortalezas más importantes en las relaciones, si no la más importante”. Las parejas en las que ambos expresan su aprecio por todas las cosas buenas que el otro hace por ellos, dicen, tienen muchas más probabilidades de permanecer juntas.

La felicidad prescrita y la real

Si la gratitud nos lleva a vivir con los pies en la tierra, pendientes del bien que nos hacen, las expectativas desorbitadas nos transportan a un mundo de fantasía… rico en frustraciones.
Para Tchiki Davis, fundadora del Berkeley Well-Being Institute, esas expectativas se absorben desde la juventud. Por ejemplo, con las comedias románticas. Como explica en otro artículo publicado en la misma revista, los adultos cuentan con la experiencia para discernir mejor lo que hay de ficción y de realidad en esas películas. Pero los jóvenes, desprovistos de esa experiencia, tienden a hacerse una idea equivocada de lo que cabe esperar de un proyecto de vida en común: claro que el romanticismo, la intimidad y la pasión son importantes, pero también “la aceptación, la honestidad y el compromiso”. Llegar a la vida adulta con esa mochila de idealizaciones, es una fuente de desconcierto.
En realidad, lo que dice Davis también vale para los adultos. Y remitiendo a varios estudios, afirma: “Los espectadores habituales de comedias románticas tienden menos a pensar que pueden cambiar aspectos de sí mismos o de su relación, tienden más a creer que su pareja debe conocer de forma intuitiva sus necesidades, y tienden más a pensar que las relaciones sexuales deben ser perfectas. También declaran niveles más bajos de satisfacción”.
Para recalibrar las expectativas, Davis aconseja hacer una lista de lo que esperamos de nuestra relación y preguntarnos, en primer lugar, si es realista. Una forma de comprobarlo es plantearnos qué pasaría si me exigieran a mí todo lo que espero de la personas amada. ¿Soy capaz de adivinar siempre sus necesidades ? ¿Digo siempre lo más conveniente? ¿Soy perfecto?...
El segundo paso es distinguir entre lo que los medios de comunicación dicen que “debería” importarnos y lo que de verdad nos importa. Hay muchas formas de expresar y de recibir amor, aparte de las que prescriben las comedias románticas.
Por último, Davis invita a separar los gustos de las necesidades. También para saber qué podemos pedir de forma realista. “Una necesidad es algo que te satisface a un nivel profundo. Si no se satisface, afecta de forma profunda a la calidad de vida. Por ejemplo, quizá no necesitas que tu pareja te compre flores, pero necesitas sentirte sorprendido de vez en cuando. O tal vez no necesitas que tu pareja adivine lo que quieres, pero necesitas sentirte escuchado cuando dices lo que quieres”.
Este realismo llevó a Davis a apreciar mucho más su matrimonio. Bastó liberarse de la idea de felicidad que las comedias románticas habían previsto para ella.

domingo, 10 de febrero de 2019

¡Gracias por hablar claro!


Por los derechos de la mujer, bien documentadas y sin estridencias

Por Luis Luque, Aceprensa

Cuando años atrás las activistas de Femen comenzaron a copar titulares por su cuestionable manera de protestar contra el “patriarcado” –con el torso desnudo y pintarrajeado–, un grupo de jóvenes francesas les salió al paso con un mensaje bien distinto: el de una feminidad concebida en positivo, con mucho que aportar. “No permitiremos que se entierre la decencia, el sentido común y la dignidad que deben regir las leyes y el desarrollo de nuestra sociedad”.
Y claro, a diferencia de las alborotadoras de Femen, van vestidas, y sin aspavientos.
Son las Antígonas, que toman su nombre de la hija de Edipo, el personaje de la tragedia clásica. Ayer más abocadas a plantar cara al extremismo en la calle –alguna llegó incluso a infiltrarse en las Femen–, las circunstancias de la vida, como el haber tenido hijos, haber emprendido negocios, o haberse mudado a otras ciudades, han llevado a sus fundadoras a reinventar la manera de trabajar en común.
Así lo cuenta a Aceprensa Anne Trewby, su presidenta: “Las Antígonas son ahora una red que comparte información, libros, etc., sobre cualquier asunto relacionado con las mujeres. Por norma trabajamos desde casa, escribimos y publicamos artículos y, muy pronto, libros. Cualquiera puede contactar con nosotros por email, compartir sus opiniones y su información, e incluso enviarnos artículos para publicar”.
– Comenzaron en 2013…
– Sí. Entonces éramos cinco mujeres jóvenes que compartíamos la opinión de que nuestra sociedad tiene un problema con la feminidad, y que los movimientos feministas contemporáneos no atendían esta cuestión. La prensa se interesó por nosotros porque organizamos una marcha hacia Lavoir Moderne, donde radican las Femen francesas. En esa época, Femen era un gran tema para la prensa.
Así, organizamos conferencias regulares en París, Marsella y Lyon, para tratar de abrir el debate sobre las cuestiones que atañen a las mujeres en general y sobre la situación de las francesas en la actualidad. Nuestro principal objetivo es, de hecho, ofrecer una visión renovada de la mujer y de los asuntos femeninos actuales. El primer paso tenía que ser abrir el debate y formarnos en estos temas. Hoy tenemos un sólido background para enfocar mejor este asunto.
– ¿En qué sitios están presentes?
–Como expliqué, hemos organizado conferencias durante cinco años en varias ciudades francesas. La mayoría de estos eventos están abiertos a hombres y a mujeres, aunque nuestras publicaciones son de autoría únicamente femenina. Recibimos así miles y miles de mensajes de apoyo, y de mujeres que quieren unirse al grupo, pero en realidad no tenemos un sistema de membresía propiamente dicho. Cualquiera puede venir y participar en el debate, sea quien sea.

Un feminismo diferente

– Entiendo que la organización promueve un feminismo de sentido común, y se opone a cierto tipo de feminismo. ¿A cuál? 
– Ha habido un debate entre nosotras ¡para dilucidar si nos podemos llamar realmente feministas! La palabra, de hecho, tiene significados muy diferentes según quien esté hablando. La mayoría de las personas solo la asocian con cualquier lucha en favor de las mujeres, sin importar el tipo de lucha de que se trate.
En este sentido, por supuesto, podemos ser definidas como feministas. Reconocemos la igualdad entre los sexos y pedimos medidas políticas a favor de las mujeres víctimas de injusticias; de quienes son vulnerables por ser mujeres. Creemos que tienen un importante papel político, social y económico que desempeñar.
La palabra “feminismo” es realmente bastante reciente. El feminismo es una escuela de pensamiento muy diversa, pero la mayoría de los movimientos comparten un análisis de las causas subyacentes de las cuestiones femeninas que nosotras no compartimos.
El concepto de patriarcado, por ejemplo, implica un análisis marxista de la sociedad con el que no concordamos. Es obvio que en ciertos momentos de la historia y en determinados países, las mujeres han sido oprimidas legal, física y moralmente, pero esa historia de la condición femenina es mucho menos lineal que lo que la mayoría de los movimientos feministas esgrimen. También tenemos cosas en nuestro pasado de las que podemos aprender para ayudar a las mujeres de hoy.
El feminismo francés, por ejemplo, está profundamente enraizado en el trabajo de Simone de Beauvoir, lo que explica el éxito de los estudios de género en Francia (y en EE.UU., donde los movimientos feministas descansan ampliamente en Beauvoir y en los estructuralistas franceses, como Foucault y Derrida). Los seres humanos, como apuntaba Aristóteles, son “criaturas sociales”. Por supuesto, eso significa que la sociedad influye en nuestra manera de ser hombre o mujer. Somos seres de carne y hueso, y ser hombre y ser mujer no es lo mismo. Este hecho fundamental perfila nuestra relación con el mundo.
¡Me gusta la idea de un feminismo “con sentido común”! Nosotras representamos a una cierta escuela de pensamiento no muy difundida en el feminismo, que considera la condición sexuada como algo que nos define como seres humanos, incluso aunque ello no nos determina, ni determina nuestro lugar y posición en la sociedad.
– ¿Habría solo un modo de ser una mujer revindicada y libre? En caso negativo, ¿cuál sería el vuestro? 
– Hay muchísimas maneras de ser una mujer libre y realizada. La historia, la literatura, la mitología…, nuestra cultura está llena de ejemplos de mujeres admirables, que dieron maravillosos aportes en muy variados campos.
Es cierto que algunos momentos de la historia fueron injustos para las mujeres. Los movimientos feministas nacieron en un contexto en el que las mujeres eran fuertemente discriminadas. La Revolución francesa, por ejemplo, retrocedió en términos de derechos femeninos. Todo el sistema legal puesto en vigor durante la Revolución y completado por Napoleón con su Código Civil, estaba basado en el sistema legal romano, que como todos sabemos, era terrible para las mujeres.
Durante el siglo XIX, hubo muy pocos ejemplos de participación de las mujeres en la política o las ciencias. Eso no significa que no los hubiera. En otros tiempos y sociedades, quienes curaban eran, por ejemplo, las mujeres. Hay también interesantes figuras de reinas en la historia francesa, que las niñas pueden investigar y tomar como modelos femeninos.

Las diferencias sexuales, una bendición

– El movimiento Me Too ha movilizado a millones de mujeres alrededor del mundo. ¿Qué opinión tiene de esa iniciativa? 
– Recordemos que el #MeToo es solo un hashtag. Atrajo la atención sobre el acoso sexual y la violencia contra las mujeres, pero no hay nada nuevo en él. Su problema principal es que no nos lleva a ningún análisis sincero: nadie se ha parado a analizar en detalle todas las historias que aparecen en Internet, y el resultado es una enorme mezcla de cosas que son muy diferentes.
Insultar a una mujer es malo, pero no es lo mismo que una violación. Algunos de los comportamientos recriminados deben ser abordados con la ley; otros, a pesar de lo desagradables que puedan ser, son asuntos morales, no políticos. Además, no todas violaciones ocurren en la misma situación. No trabajas para evitar las violaciones por parte de un familiar de la misma manera que lo haces para evitarlo en la calle. El resultado ha sido que no se ha tomado una sola medida seria para combatir la violencia sexual contra las mujeres; [en Francia], apenas una ridícula ley contra el acoso callejero que nunca será puesta en práctica. Eso fue todo.
– ¿Son ustedes un movimiento propositivo? 
– Hemos efectuado muchas propuestas, y en áreas muy diferentes. Por supuesto, tenemos un análisis político y filosófico que compartir sobre las mujeres y su papel en la sociedad. Hemos publicado muchos artículos sobre esto, que se pueden consultar en nuestra web.
Queremos que las mujeres sean libres de expresarse completamente como mujeres. La cultura humana está enraizada en la naturaleza. Creemos que las diferencias sexuales deben ser apreciadas como una bendición y respetadas. La feminidad y la masculinidad se relacionan con cosas muy diferentes según los tiempos y los momentos: lo importante es el equilibrio de ambas, sea cual sea la forma en que se expresen.
Los debates y conferencias que organizamos y que he mencionado, nos han llevado a trabajar en numerosas proposiciones de ley. Hemos hecho un análisis de ellas y aportado contrapropuestas. Ahora hemos decidido enfocarnos en publicar nuestras investigaciones y, con regularidad, analizamos asuntos sociales en los medios franceses, como Valeurs Actuelles.
– ¿Cuál es la idea de Las Antígonas acerca de una efectiva igualdad entre mujeres y hombres? 
– Una igualdad basada en nuestra humanidad compartida. Como humanos, ambos sexos son iguales en dignidad. Para aquellas que son católicas, como yo, ello significa que somos iguales ante Dios. Como creemos que la justicia y las leyes no son inventadas por el hombre, sino normas no escritas que están en la base de la experiencia humana, y que el objetivo de la ley es descubrirlas y probarlas, la primera creencia significa que para nosotras la igualdad entre hombres y mujeres es la igualdad de derechos.
Pero la igualdad no implica que ambos sexos sean lo mismo. Para preservar la inmensa riqueza de ser dos sexos diferentes, necesitamos dejar de intentar tener el mismo número de mujeres y de hombres en cada área política o económica, y dejar de querer probar desesperadamente cuán parecidos podemos ser.
Reconocer que mujeres y hombres son diferentes también tendría un efecto positivo en la organización social de esas diferencias. Por ejemplo, la brecha salarial entre mujeres y hombres no es cuestión de opresión y patriarcado. La mayoría de los jefes que les pagan menos a las mujeres no lo hacen porque crean que son menos eficientes o inteligentes que los hombres, sino porque ellas quedan embarazadas, no ellos.
La violencia sexual es otro ejemplo de una cuestión más específica de las mujeres. Como es evidente que el hecho de ser mujer crea una vulnerabilidad específica, por su menor fuerza física, por las gestaciones, etc., las leyes deben tener en cuenta estas diferencias para protegerlas mejor.

Sin móvil en la escuela: “Ahora nos hablamos”

Le Monde

Este curso ha entrado en vigor en Francia la prohibición del uso de los móviles en los centros escolares, con algunas excepciones. Pero antes una escuela situada en una zona rural se había lanzado por su cuenta al experimento, como relata Pascale Krémer en Le Monde. Lo que permite hacerse una idea del efecto que tendrá la norma general.
Antes de la decisión del gobierno, el director de un centro de Faucogney-et-la-Mer, en Haute-Saône, había prohibido en noviembre de 2017 el uso de smartphones dentro de su escuela. Algo más de un año después, el balance resulta positivo: los adolescentes privados de su móvil no se sienten castigados, sino “liberados”.
El periodista describe la escena de un clásico y animado recreo al mediodía, en el que el director evoca sus recuerdos. Un año antes, los mismos alumnos habrían estado en cuclillas, repartidos por los bancos y mesas, mirando fijamente al móvil. Se enviaban mensajes de texto triviales y recibían respuesta en silencio, incluso desde el banco de enfrente. El centro del patio permanecía desierto. Ahora, levantan la cabeza, se miran, hablan de nuevo…
La prohibición del uso de los móviles no pretendía reinventar el patio de recreo del siglo XX. Intentaba salvar a una pequeña escuela perdida entre los Vosgos. No era fácil, porque los alumnos lo llevan en la mano cuando suben al autobús escolar al amanecer, y no lo sueltan al regresar casi de noche a casa, a veces sin nadie, por el horario de trabajo de los padres que, sin embargo, no renuncian a saberlo todo de sus hijos…. No sin ironía, el director de la escuela comenta que es como si se les hubiera trasplantado el portátil a la mano desde los siete años, porque la familia busca estar en contacto permanentemente.
Por eso, el primer objetivo fue convencer a los padres de que el móvil no era imprescindible. La desconexión fue suave. Tras la modificación del reglamento del colegio en noviembre de 2017, se acordó que los móviles permanecerían apagados, guardados en la mochila, bajo pena de confiscación temporal. Pero los adictos al smartphone tuvieron un período de prueba hasta enero. Al principio, fue como un juego del gato y el ratón. Y los ratones se resistían, en nombre de sus derechos como adolescentes. Pero la sensación de injusticia se diluyó más rápidamente de lo que habían esperado los profesores.
Los alumnos se fueron acostumbrando. Es más, descubrieron que el teléfono podía ser un muro entre las personas. Ahora charlan mucho más entre ellos, sin limitarse a enviar unas fotos. Además, la dirección del centro ha movilizado a padres, abuelos y otros voluntarios para organizar actividades extraescolares que ocupan el tiempo antes concentrado en los móviles: judo, ajedrez, pintura, video, ping pong, balonmano, pesca...
Pero la idea no era tirar el smartphone como si fuera el agua del baño. “Partimos de cero, enseñamos cuándo utilizarlo o no, recreamos un marco de protección contra la violencia en las redes sociales. En suma, cumplimos con nuestro deber educativo”, resume el director. Y no niega que esta herramienta puede ser especialmente valiosa para los más introvertidos ni que en cuanto termina la jornada escolar los alumnos están ansiosos por volver a sumergirse en sus portátiles. Pero el director disfruta de otra pequeña experiencia: “Ahora, cuando confiscas un móvil, los padres me dicen: ‘retenlo toda la semana, cuento con vosotros para que aprendan a no usarlo’”.

Como no podía ser de otro modo, no faltan críticas a la nueva ley francesa, como las de Rachel Panckhurst, experta en lingüística e informática en la Universidad Paul-Valéry-Montpellier-III, que defiende los smartphones como gran herramienta de aprendizaje. También porque a los profesores les sirve para hacer las clases más entretenidas. No faltan experiencias de aplicaciones que contribuyen al aprendizaje, también de materias ordinariamente arduas, como la física.

viernes, 8 de febrero de 2019

Del discurso de investidura de Reagan, en 1981

"Para que no haya malentendidos; mi intención no es deshacerme del Estado. Es, por el contrario, hacer que funcione; que funcione con nosotros, no sobre nosotros; que esté a nuestro lado, no que cabalgue a nuestras espaldas. El Estado puede y debe ofrecer oportunidades, no ahogarlas; fomentar la productividad, no suprimirla”.
“Si nos fijamos en la respuesta a por qué, durante tantos años, conseguimos tanto, prosperamos como ningún otro pueblo en la Tierra, es porque aquí, en esta tierra, liberamos la energía y el genio individual de cada hombre en mayor medida que se había hecho jamás. La libertad y la dignidad del individuo han sido más asequibles aquí que en ningún otro lugar de la Tierra. El precio de esta libertad a veces ha sido elevado, pero nunca nos hemos negado a pagar ese precio”.

martes, 5 de febrero de 2019

El Exterminio de los Campeones

Por Juan Manuel de Prada

Entre los éxitos más restallantes del reciente cine español se cuenta Campeones, la película dirigida por Javier Fesser, en la que un entrenador de baloncesto interpretado por Javier Gutiérrez, inmerso en un desbarajuste vital, encuentra una redención personal dirigiendo un equipo de chicos con algún tipo de deficiencia psíquica. La película ha gustado sobremanera a la sociedad española, en la que sin embargo este tipo de personas lo tienen cada vez más crudo… para nacer. Pues lo cierto es que en España –como, por lo demás, ocurre en todos los ‘países de nuestro entorno’ eugenésico–normalmente liquidamos a este tipo de personas durante el embarazo.

Podríamos probar a preguntarnos –más allá de las virtudes cinematográficas de Campeonescuál será la razón ‘sociológica’ de su éxito. ¿Será qué nuestra conciencia moral se siente interpelada y nos invita a reflexionar sobre el exterminio sigiloso de estas personas? ¿O será más bien que en ella hallamos un desahogo sentimental que nos permite olvidar más fácilmente este exterminio? Y lo mismo podríamos preguntarnos sobre esas campañas publicitarias presuntamente ‘sensibilizadoras’ (y en realidad obscenamente ternuristas) que nos muestran cuán maravillosas y risueñas son las personas con síndrome de Down. Lo cierto es que, mientras se estrenan estas películas y se sufragan estas campañas, en España son masacrados casi todos los niños gestantes que padecen algún tipo de deficiencia psíquica; y que los pocos que se salvan de la escabechina lo consiguen mayormente porque los diagnósticos prenatales no aciertan a detectar su discapacidad. Especialmente sobrecogedoras resultan las cifras de nacimientos de niños con síndrome de Down, que han llegado a ser ‘testimoniales’ y por lo general fruto de errores en el diagnóstico médico.

La desaparición progresiva de las personas con deficiencias psíquicas es una lacra social acongojante, una clara muestra del debilitamiento de nuestra humanidad. Pero este exterminio sigiloso resulta todavía más abyecto porque lo acompañamos de una bochornosa sublimación de las deficiencias psíquicas, con campañas publicitarias y mediáticas en las que los niños y jóvenes que las sufren parecen reyes del mambo en un mundo de algodón de azúcar. Mientras hacemos postureo emotivista ante la galería con los niños deficientes, los estamos descuartizando en el sótano oscuro. Y escribo ‘deficientes’ porque considero que no lograremos combatir esta lacra mientras nos aferremos al postureo emotivista. Es una evidencia incontestable que el maquillaje o embellecimiento de las deficiencias psíquicas con eufemismos ñoños ha discurrido paralelo al exterminio de los niños que las padecen. Las palabras sirven para confrontarnos con las realidades; y cuando las palabras se retuercen para mitigar la realidad, resulta mucho más sencillo escamotear la realidad y tirarla al cubo de la basura. Y lo que decimos del lenguaje sirve también para otras formas de edulcoramiento. Puede sonar sarcástico, pero lo cierto es que los niños deficientes están siendo tachados del libro de la vida entre almibarados homenajes y seráficas jergas políticamente correctas, para  desahogo sentimental de quienes los estamos masacrando.

Para combatir este exterminio sigiloso, en lugar de barnizar la deficiencia mental con eufemismos merengosos, deberíamos empezar por afrontar la cruda realidad. Así tal vez lograríamos despertar el dormido heroísmo que es preciso para recibir amorosamente a estos niños que ahora tachamos tan campantes del libro de la vida, mientras lagrimeamos en el cine. Es mentira que estos niños sean «como nosotros»; es bazofia sentimental afirmar que son «tan capaces» como el resto. Alumbrar y cuidar a un niño deficiente puede procurar infinitas recompensas y remuneraciones espirituales; pero para alcanzarlas antes hay que acatar los sacrificios más abnegados y las más dolorosas renuncias; hay, en fin, que aceptar una forma de vida entregada que nuestra época detesta. Para alumbrar y cuidar a un niño deficiente hay que tener el cuajo de abjurar de la libertad que nuestra época celebra, que es la libertad entendida como exaltación del deseo, y abrazarse a la libertad que nuestra época proscribe, que es la libertad entendida como responsabilidad y exigencia. Para alumbrar y cuidar a un niño deficiente hay que atreverse a amar y a recibir amor con una intensidad desmedida que intimida a nuestra generación podrida por emotivismos fofos. Es natural que una generación así no tenga valor para tener niños deficientes; y que luego necesite anegar su hipócrita conciencia eugenésica con desahogos sentimentales.

Para que nadie "los aborte" (A los partidarios del aborto de discapacitados)

lunes, 4 de febrero de 2019

¿Está cambiando verdaderamente la Iglesia?



Es muy frecuente oír frases que quieren subrayar- o mejor, darnos la impresión-, de que estamos viviendo «nuevos cambios en la Iglesia»; que estamos asistiendo al inicio de «una nueva historia, una nueva época para la Iglesia»; e incluso alguien se anima a anunciar «proféticamente» que la Iglesia «debe comenzar de cero»; etc. etc.
Otras veces, los anuncios de «ese nuevo aire» del que hablan –a Dios gracias, no mencionan al Espíritu Santo- pretenden convencer a los creyentes de que es necesario revitalizar los cadáveres dentro de la Iglesia, como ocurrió en la visión del profeta. Y este «resucitar de cadáveres» tendría lugar justo cuando los mensajes de «esa Iglesia cambiada» los comprendan las «periferias del mundo», porque los mensajes se hayan acomodado al «espíritu del mundo que esas periferias «entienden» muy bien».
Si uno se atiene a las palabras de algunos eclesiásticos, obispos, y cardenales, que comentan satisfechos, por ejemplo, que «las recomendaciones de la Santa Sede sobre el cambio climático ya están de acuerdo con las de la ONU»; o que «se ha iniciado una nueva historia para la Iglesia»; o que la Iglesia «no tiene que insistir en los dogmas y en una moral rígida, si quiere acoger a todos los hombres en sus brazos», etc., podemos sacar la falsa conclusión de que la Iglesia está cambiando.
No. No caigamos en esa falsedad. No nos dejemos engañar, lo diga quien lo diga. El Credo de la Iglesia, los Mandamientos; la Fe y la Moral siguen intactos y seguirán siempre porque son la Luz y el Camino para todas las generaciones de seres humanos que pisen la tierra. No se quedarán jamás ni viejos ni caducos. Las palabras de Cristo son palabras de Vida Eterna.
Lo que está cambiando es la mente de esas personas que desoyen veinte siglos de predicación auténtica del Mensaje de Cristo con las palabras y la sangre de los santos y de los mártires; y ceden acomplejados por la estrechez de mente y maldad de corazón, a lo que llaman «espíritu del tiempo», «espíritu del siglo», siempre con minúscula. Son eclesiásticos que no menciona en sus predicaciones ni el pecado, ni el arrepentimiento, ni el amor de los hombre a Dios, y apenas hablan de un vago sentido de «misericordia»; que no hacen referencia a la Vida eterna, que han borrado de su vocabulario la palabra «infierno», y que algunos llegan a borrar de su vocabulario; que celebran la Liturgia, no como una manifestación y presencia de Dios, sino como una simple reunión de pueblo.
Ya Benedicto XVI salió muy al paso de esta situación, cuando al referirse al espíritu con que debía ser vivido el Concilio Vaticano II, habló sobre su verdadera interpretación: desechó la «hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura», y afirmó la «hermenéutica de la reforma».
No, la Iglesia no cambia en su esencia ni en su misión. «La Iglesia, tanto antes como después del Concilio, es la misma Iglesia una, santa, católica y apostólica en camino a través de los tiempos; prosigue «su peregrinación entre las persecuciones del mundo y los consuelos e Dios», anunciando la muerte del Señor hasta que vuelva». Así lo recordó también en ese mismo discurso del 22-XII-2005, a los cardenales, obispos y prelados de la Curia romana.
La línea de la «discontinuidad y de la ruptura» acabaría en una iglesia que ni siquiera llegaría a ser una ONG, porque sería una porción de hombres y mujeres que seguirían las huellas del Arlequín de turno, y acabarían precipitándose en un abismo. Y tantas veces el papa Francisco ha insistido en no convertir la Iglesia en una ONG.
En la Iglesia puede haber cambios, y de hecho los ha habido a lo largo de los siglos, en los modos de presentarse los eclesiásticos: desde la silla papal, por ejemplo, en la que el Papa era llevado a hombros por la plaza de san Pedro, hasta el «papamóvil» actual-; modos de relacionarse a través de la figura jurídica de «el estado vaticano», con los gobiernos de las naciones del mundo; modos de celebrarse las ceremonias, incluso las relacionadas directamente con la celebración de los Sacramentos, etc.
Ha habido también opiniones contrastantes sobre cuestiones importantes que, al fin, la Iglesia les ha dado la verdadera interpretación de acuerdo con la Fe vivida. Estos, más que cambios son el fruto de un conocimiento más profundo e iluminado por el Espíritu Santo, de las verdades vividas y expresadas por Cristo.
La Iglesia no cambia; se reforma y se enriquece al adentrarse paso a paso en el Misterio de Dios que vive en ella; y que ella tiene la misión de comunicar a los hombres.
«Por eso la reforma más ambiciosa es la que lleva a la Iglesia a estar más implacablemente decidida en su camino hacia la santidad y en su anuncio de la Buena Nueva. Las súplicas del mundo para superar los falsos valores materialistas e ideológicos, por débiles que sean, son oportunidades que la Iglesia no puede dejar pasar. A través de ellos los hombres vuelven su mirada hacia Dios. En este mundo ajetreado donde no existe tiempo ni para la familia, ni para uno mismo, y menos para Dios, la auténtica reforma consiste en redescubrir el sentido de la oración, el sentido del silencio, el sentido de la eternidad» (Card. Sarah, «Dios o nada», pág. 179)
En una palabra, el sentido de la relación de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo con nosotros; y el sentido de nuestra relación con Él.

Nivel récord de infelicidad

 P or MARK GILMAN, The Epoch Times en español Según Gallup, el aislamiento es uno de los principales problemas que afectan la felicidad de l...