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viernes, 23 de agosto de 2019

Unplanned. Una película de los actos más reales

Abby fue directora de una clínica abortista de la multinacional Planned Parenthood‚ en Texas‚ antes de convertirse en activistas Provida en 2009. En el vídeo puedes ver intervenciones de la protagonista enlazada con el trailer de la película.


viernes, 16 de agosto de 2019

El cuidado del alma

Ignacio Sánchez Cámara, ABC, 13.08.19
A Boli, en su edad de oro

El problema de la educación está bien ordenado en la Constitución, que garantiza la libertad de los padres para elegir la educación de sus hijos, pero en la realidad marcha a la deriva. Y existen motivos. La falta de suficiente reconocimiento social de los maestros contrasta con la nobleza y dificultad de su trabajo. Una de las causas de la excelencia del sistema educativo finlandés se encuentra en la valoración social de los profesores. Por otra parte, la inevitable masificación de la profesión impide que algunos alcancen el nivel de competencia necesario. Ningún trabajo se ocupa de un objeto más valioso. Ni siquiera la medicina. El verdadero maestro no sólo enseña cosas sino que cuida del alma.
Sobre la educación planea la amenaza de las ideologías y la voluntad de manipularla a favor de sus intereses particulares. Si hubiera un solo bien común, residiría en la educación. Todo lo demás es secundario y derivado. Y cuando la ideología transita hacia los ensayos de ingeniería social, la educación muere y, con ella, la libertad y la dignidad de la persona. Aquí reside acaso la causa de que la educación se politice y no pueda tratarse como una alta cuestión de Estado. Toda ideología es enemiga de la libertad, pero unas mucho más que otras. Libertad, sí y libertad de enseñanza, también, pero no hay que olvidar que sin verdad no hay libertad. 
Por otra parte, no es posible educar si no se posee una idea clara acerca del ideal de hombre que hay que formar. No se puede educar sin contestar, o, al menos, intentarlo, a la cuarta y última pregunta que, según Kant, debe responder la filosofía; ¿qué es el hombre? Educar es conducir. Pero no tiene sentido conducir si no sabemos adónde vamos. Conducir no significa llevar al niño como se monta un caballo o se guía un automóvil. George Steiner dice que el verdadero maestro abre la ventana pero no describe el paisaje. Por lo tanto, se trata de una tarea imposible sin una concepción de la persona, en definitiva, sin una filosofía. Si no hay verdad, no hay educación. Además, como nos recuerda Ortega y Gasset, toda pedagogía adolece de un irremediable anacronismo, lo que acentúa su dificultad. Se educa con los medios y conocimientos de hoy a quien va a vivir en un mundo vital diferente, que aún no existe. En el fondo, se trata de la vieja idea del viejo Platón. Como afirma el filósofo polaco Jan Patocka, Europa no es otra cosa que el platónico «cuidado del alma», pura pedagogía. De ahí surgen las dos grandes escuelas pedagógicas: la socrática y la sofista. La primera busca el cuidado del alma y el bien del discípulo. La segunda busca el comercio de los bienes del alma y el interés del (falso) maestro. Toda educación ideológica es necesariamente sofística.
La tarea deviene casi utópica en un tiempo, como el nuestro, que parece decantarse por la abolición de la persona, por la negación de la condición personal del hombre. Cómo se va a educar a alguien si no hay alguien sino algo. Las cosas no se educan; se utilizan. Tampoco es posible la educación cuando no existen o se niegan y no reconocen las minorías ejemplares. El Estado debe ser democrático; la escuela no puede serlo. Es necesariamente aristocrática: un profesor y varios alumnos, en perfecta desigualdad. No hay educación si desaparecen la «sal de la tierra» y la «luz del mundo». Además, es muy difícil una solución legal porque no se trata de un problema meramente jurídico. Es una cuestión demasiado importante para que la pueda solucionar el derecho. Éste se apoya en la opinión púbica, en las ideas vigentes, mientras que la educación forma la opinión pública y, por ello, no se apoya en ella. De ahí que la verdadera política fuera para Platón pedagogía social.
Cita Juan Ramón Jiménez, en un maravilloso prólogo a una edición infantil (en la que no cambió ni una coma del texto) de su maravilloso libro Platero y yo, al poeta alemán Novalis: «Donde hay niños, existe una edad de oro». Esa edad de oro es la que, en buena parte, ponemos en manos de la escuela. Depositamos nada menos que el oro más valioso. Todavía quedan, espero que no sean pocos, maestros que piensan que su tarea no es sólo instruir sino educar. Y educar no es sólo enseñar valores constitucionales y reglas de urbanidad, sino, sobre todo, cuidar del alma. Pero, ¿quién habla hoy del alma? Acaso se nos ha escapado entre las rendijas de la jerga pedagógica.
Así como al político habría que preguntarle qué idea tiene acerca de lo que hay que hacer con una nación desde el Estado, al maestro cabría interrogarle acerca del tipo de persona que quiere formar. Si no acierta a responder, no es un verdadero maestro, sino, si acaso, un técnico de la pedagogía.
Debemos exigir la libertad de enseñanza, pero no sólo. También debemos, entre otras cosa, recordar con John Stuart Mill, que la función de los gobiernos en la educación se limita a garantizar el ejercicio del derecho a la educación, pero no a impartirla, ni mucho menos, a decidir su contenido científico, religioso, filosófico o moral. Los parlamentos expenden leyes pero no verdades. Si se educa a la persona, la formación del ciudadano va de suyo. Educar para la ideología no es educar; es manipular y oprimir.
Nos agobia la crisis pero nos quedamos en la superficie, en sus manifestaciones más ruidosas que suelen proceder de la política. Pero ninguna crisis importante suele ser política. Es necesario mirar en lo hondo. Quizá sabemos lo que nos pasa, pero ignoramos por qué nos pasa. Tal vez la solución no se encuentre en los pactos poselectorales, sino en los cuartitos y en los parques donde juegan los niños. Al menos, deberíamos defender esa edad de oro donde habita la felicidad y germina el futuro.
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Ignacio Sánchez Cámara es catedrático de Filosofía del Derecho.

jueves, 15 de agosto de 2019

Testimonio de una conversión de New Age al Cristianismo

Conferencia - Testimonio "De la New Age al Cristianismo" de ASUNCION RUIZ en el Instituto de Ciencias Religiosas Pio XII, en San Sebastián

martes, 13 de agosto de 2019

Por los derechos de la mujer, bien documentadas y sin estridencias

Luis Luque, Aceprensa.
Cuando años atrás las activistas de Femen comenzaron a copar titulares por su cuestionable manera de protestar contra el “patriarcado” –con el torso desnudo y pintarrajeado–, un grupo de jóvenes francesas les salió al paso con un mensaje bien distinto: el de una feminidad concebida en positivo, con mucho que aportar. “No permitiremos que se entierre la decencia, el sentido común y la dignidad que deben regir las leyes y el desarrollo de nuestra sociedad”.
Y claro, a diferencia de las alborotadoras de Femen, van vestidas, y sin aspavientos.
Son las Antígonas, que toman su nombre de la hija de Edipo, el personaje de la tragedia clásica. Ayer más abocadas a plantar cara al extremismo en la calle –alguna llegó incluso a infiltrarse en las Femen–, las circunstancias de la vida, como el haber tenido hijos, haber emprendido negocios, o haberse mudado a otras ciudades, han llevado a sus fundadoras a reinventar la manera de trabajar en común.
Así lo cuenta a Aceprensa Anne Trewby, su presidenta: “Las Antígonas son ahora una red que comparte información, libros, etc., sobre cualquier asunto relacionado con las mujeres. Por norma trabajamos desde casa, escribimos y publicamos artículos y, muy pronto, libros. Cualquiera puede contactar con nosotros por email, compartir sus opiniones y su información, e incluso enviarnos artículos para publicar”.
– Comenzaron en 2013…
– Sí. Entonces éramos cinco mujeres jóvenes que compartíamos la opinión de que nuestra sociedad tiene un problema con la feminidad, y que los movimientos feministas contemporáneos no atendían esta cuestión. La prensa se interesó por nosotros porque organizamos una marcha hacia Lavoir Moderne, donde radican las Femen francesas. En esa época, Femen era un gran tema para la prensa.
Así, organizamos conferencias regulares en París, Marsella y Lyon, para tratar de abrir el debate sobre las cuestiones que atañen a las mujeres en general y sobre la situación de las francesas en la actualidad. Nuestro principal objetivo es, de hecho, ofrecer una visión renovada de la mujer y de los asuntos femeninos actuales. El primer paso tenía que ser abrir el debate y formarnos en estos temas. Hoy tenemos un sólido background para enfocar mejor este asunto.
– ¿En qué sitios están presentes?
–Como expliqué, hemos organizado conferencias durante cinco años en varias ciudades francesas. La mayoría de estos eventos están abiertos a hombres y a mujeres, aunque nuestras publicaciones son de autoría únicamente femenina. Recibimos así miles y miles de mensajes de apoyo, y de mujeres que quieren unirse al grupo, pero en realidad no tenemos un sistema de membresía propiamente dicho. Cualquiera puede venir y participar en el debate, sea quien sea.

Un feminismo diferente

– Entiendo que la organización promueve un feminismo de sentido común, y se opone a cierto tipo de feminismo. ¿A cuál? 
– Ha habido un debate entre nosotras ¡para dilucidar si nos podemos llamar realmente feministas! La palabra, de hecho, tiene significados muy diferentes según quien esté hablando. La mayoría de las personas solo la asocian con cualquier lucha en favor de las mujeres, sin importar el tipo de lucha de que se trate.
En este sentido, por supuesto, podemos ser definidas como feministas. Reconocemos la igualdad entre los sexos y pedimos medidas políticas a favor de las mujeres víctimas de injusticias; de quienes son vulnerables por ser mujeres. Creemos que tienen un importante papel político, social y económico que desempeñar.
La palabra “feminismo” es realmente bastante reciente. El feminismo es una escuela de pensamiento muy diversa, pero la mayoría de los movimientos comparten un análisis de las causas subyacentes de las cuestiones femeninas que nosotras no compartimos.
El concepto de patriarcado, por ejemplo, implica un análisis marxista de la sociedad con el que no concordamos. Es obvio que en ciertos momentos de la historia y en determinados países, las mujeres han sido oprimidas legal, física y moralmente, pero esa historia de la condición femenina es mucho menos lineal que lo que la mayoría de los movimientos feministas esgrimen. También tenemos cosas en nuestro pasado de las que podemos aprender para ayudar a las mujeres de hoy.
El feminismo francés, por ejemplo, está profundamente enraizado en el trabajo de Simone de Beauvoir, lo que explica el éxito de los estudios de género en Francia (y en EE.UU., donde los movimientos feministas descansan ampliamente en Beauvoir y en los estructuralistas franceses, como Foucault y Derrida). Los seres humanos, como apuntaba Aristóteles, son “criaturas sociales”. Por supuesto, eso significa que la sociedad influye en nuestra manera de ser hombre o mujer. Somos seres de carne y hueso, y ser hombre y ser mujer no es lo mismo. Este hecho fundamental perfila nuestra relación con el mundo.
¡Me gusta la idea de un feminismo “con sentido común”! Nosotras representamos a una cierta escuela de pensamiento no muy difundida en el feminismo, que considera la condición sexuada como algo que nos define como seres humanos, incluso aunque ello no nos determina, ni determina nuestro lugar y posición en la sociedad.
– ¿Habría solo un modo de ser una mujer revindicada y libre? En caso negativo, ¿cuál sería el vuestro? 
– Hay muchísimas maneras de ser una mujer libre y realizada. La historia, la literatura, la mitología…, nuestra cultura está llena de ejemplos de mujeres admirables, que dieron maravillosos aportes en muy variados campos.
Es cierto que algunos momentos de la historia fueron injustos para las mujeres. Los movimientos feministas nacieron en un contexto en el que las mujeres eran fuertemente discriminadas. La Revolución francesa, por ejemplo, retrocedió en términos de derechos femeninos. Todo el sistema legal puesto en vigor durante la Revolución y completado por Napoleón con su Código Civil, estaba basado en el sistema legal romano, que como todos sabemos, era terrible para las mujeres.
Durante el siglo XIX, hubo muy pocos ejemplos de participación de las mujeres en la política o las ciencias. Eso no significa que no los hubiera. En otros tiempos y sociedades, quienes curaban eran, por ejemplo, las mujeres. Hay también interesantes figuras de reinas en la historia francesa, que las niñas pueden investigar y tomar como modelos femeninos.

Las diferencias sexuales, una bendición

– El movimiento Me Too ha movilizado a millones de mujeres alrededor del mundo. ¿Qué opinión tiene de esa iniciativa? 
– Recordemos que el #MeToo es solo un hashtag. Atrajo la atención sobre el acoso sexual y la violencia contra las mujeres, pero no hay nada nuevo en él. Su problema principal es que no nos lleva a ningún análisis sincero: nadie se ha parado a analizar en detalle todas las historias que aparecen en Internet, y el resultado es una enorme mezcla de cosas que son muy diferentes.
Insultar a una mujer es malo, pero no es lo mismo que una violación. Algunos de los comportamientos recriminados deben ser abordados con la ley; otros, a pesar de lo desagradables que puedan ser, son asuntos morales, no políticos. Además, no todas violaciones ocurren en la misma situación. No trabajas para evitar las violaciones por parte de un familiar de la misma manera que lo haces para evitarlo en la calle. El resultado ha sido que no se ha tomado una sola medida seria para combatir la violencia sexual contra las mujeres; [en Francia], apenas una ridícula ley contra el acoso callejero que nunca será puesta en práctica. Eso fue todo.
– ¿Son ustedes un movimiento propositivo? 
– Hemos efectuado muchas propuestas, y en áreas muy diferentes. Por supuesto, tenemos un análisis político y filosófico que compartir sobre las mujeres y su papel en la sociedad. Hemos publicado muchos artículos sobre esto, que se pueden consultar en nuestra web.
Queremos que las mujeres sean libres de expresarse completamente como mujeres. La cultura humana está enraizada en la naturaleza. Creemos que las diferencias sexuales deben ser apreciadas como una bendición y respetadas. La feminidad y la masculinidad se relacionan con cosas muy diferentes según los tiempos y los momentos: lo importante es el equilibrio de ambas, sea cual sea la forma en que se expresen.
Los debates y conferencias que organizamos y que he mencionado, nos han llevado a trabajar en numerosas proposiciones de ley. Hemos hecho un análisis de ellas y aportado contrapropuestas. Ahora hemos decidido enfocarnos en publicar nuestras investigaciones y, con regularidad, analizamos asuntos sociales en los medios franceses, como Valeurs Actuelles.
– ¿Cuál es la idea de Las Antígonas acerca de una efectiva igualdad entre mujeres y hombres? 
– Una igualdad basada en nuestra humanidad compartida. Como humanos, ambos sexos son iguales en dignidad. Para aquellas que son católicas, como yo, ello significa que somos iguales ante Dios. Como creemos que la justicia y las leyes no son inventadas por el hombre, sino normas no escritas que están en la base de la experiencia humana, y que el objetivo de la ley es descubrirlas y probarlas, la primera creencia significa que para nosotras la igualdad entre hombres y mujeres es la igualdad de derechos.
Pero la igualdad no implica que ambos sexos sean lo mismo. Para preservar la inmensa riqueza de ser dos sexos diferentes, necesitamos dejar de intentar tener el mismo número de mujeres y de hombres en cada área política o económica, y dejar de querer probar desesperadamente cuán parecidos podemos ser.
Reconocer que mujeres y hombres son diferentes también tendría un efecto positivo en la organización social de esas diferencias. Por ejemplo, la brecha salarial entre mujeres y hombres no es cuestión de opresión y patriarcado. La mayoría de los jefes que les pagan menos a las mujeres no lo hacen porque crean que son menos eficientes o inteligentes que los hombres, sino porque ellas quedan embarazadas, no ellos.
La violencia sexual es otro ejemplo de una cuestión más específica de las mujeres. Como es evidente que el hecho de ser mujer crea una vulnerabilidad específica, por su menor fuerza física, por las gestaciones, etc., las leyes deben tener en cuenta estas diferencias para protegerlas mejor.

viernes, 9 de agosto de 2019

Las responsabilidades colectivas


Por Antonio Argandoña, Catedrático de Economía, Barcelona
Hace poco me detuve a contemplar cómo mis decisiones son afectadas por las de los demás y, a la vez, afectan a las de otros. Y paso ahora al terreno de la ética: ¿cuánta responsabilidad tengo yo por esas decisiones que son, de alguna manera, compartidas? Llevado al límite, ¿tengo alguna responsabilidad por las acciones que algunos antepasados míos llevaron a cabo en perjuicio de otros -por ejemplo, porque fueron unos ladrones- y de las cuales yo me he beneficiado? ¿Y por los daños producidos en la fabricación de la ropa que compro y llevo? ¿Y por los fallos morales de los políticos que llegaron al poder gracias a mi voto, además del de otros cientos de miles de ciudadanos?
Los seres humanos formamos una tupida red de relaciones, incluso en nuestro mundo individualista. Nosotros vivimos en esas relaciones, y no podemos zafarnos de ellas. La responsabilidad no se puede descargar en las estructuras sociales, como en el verso del clásico que echaba la culpa de sus males al «maldito Cariñena (vino) que se apoderó de mí» cuando estaba borracho. La empresa o la clase social pueden tener responsabilidades legales y sociales, pero no morales, no son agente moral, porque aunque pueden dar cuenta de sus acciones, no tienen intenciones, que son necesarias para la agencia moral. Solo las personas físicas podemos tener responsabilidad moral.
Pero, en la medida en que nos relacionamos con otros, tenemos alguna responsabilidad compartida con ellos. Yo no soy un corrupto, aunque mis representantes públicos lo sean (si lo son), pero tengo alguna responsabilidad por mi colaboración en su nombramiento, por remota que esta sea. No soy formalmente responsable, a no ser que les votase sabiendo que iban a esquilmar las arcas públicas con sus corrupciones, pero sí soy, al menos, materialmente responsable. Y algo tendré que hacerpor ello, sea cambiando mi voto en el futuro, sea tratando de enterarme mejor a quiénes estoy votando, sea protestando por sus latrocinios o tratando de sensibilizar a otros por ese problema, o tratando de compensar, de algún modo, los daños que ellos provoquen. En definitiva, no puedo ignorar mi responsabilidad, aunque sea remota, en las acciones que me afectan.
Y, desde luego, también puedo tratar de cambiar las estructuras sociales,que están detrás de esos fallos morales. Ahí radica una parte de la Responsabilidad Social de las Empresas, que pueden ser esas estructuras inadecuadas.

Claves de la educación humana (2)

sábado, 3 de agosto de 2019

Una visión crítica del informe del Gran Jurado de Pensilvania

En agosto de 2018 se publicó el informe del Gran Jurado de Pensilvania sobre abusos sexuales a menores cometidos por sacerdotes católicos en seis diócesis del estado. El informe concluía que en los últimos 70 años más de 300 sacerdotes habían abusado de unos 1.000 menores.
El Gran Jurado, institución dirigida por el fiscal, acusaba a los obispos de las diócesis de haber ignorado a las víctimas y de haberse dedicado a ocultar los hechos y a proteger a los abusadores para no dañar el buen nombre de la institución.
El informe tuvo una gran repercusión mediática. El informe daba los nombres de los curas acusados a lo largo de siete décadas y dedicaba la mayor parte del texto a describir con mucho detalle los abusos cometidos y a subrayar la inacción de los obispos. Sin embargo, apenas hacía referencias numéricas ni análisis de tendencias estadísticas sobre la evolución de los casos de abusos.
Como puso de manifiesto un artículo publicado en la revista Commonweal por Peter Steinfels, no se calculaba cuántos sacerdotes habían prestado sus servicios en esas diócesis, para poder sacar conclusiones sobre la prevalencia de los abusos sexuales entre el clero; tampoco se hablaba de la evolución del número de abusos a lo largo del tiempo; ni se distinguía entre lo que se hizo en un diócesis y en otra, sino que trataba los siete decenios desde 1945 como un solo bloque. Steinfels concluía que, aunque el informe documentaba pruebas sobre abusos reales, sin embargo era “inexacto, injusto y fundamentalmente sesgado” al no tener en cuenta significativas diferencias en el modo en que los obispos de distintas diócesis y periodos habían respondido a las acusaciones de abusos.

Cuando se analizan los datos

Ese análisis que el informe del Gran Jurado no hacía, lo ha realizado John P. Nelson, psiquiatra formado en la Harvard Medical School, profesor en la Universidad de Pittsburgh durante doce años, y que en 1992 fue llamado a formar parte de un comité formado en la diócesis de Pittsburgh con el fin de ayudar a formular políticas para afrontar los abusos. El trabajo de Nelson (“PA Gran Jury Report on Clergy Sexual Abuse”) se basa en datos recogidos por el informe, pero no analizados en él, completados por otros proporcionados por las diócesis.
Sus conclusiones son resumidas en un artículo del periodista Russell Shaw, publicado en Our Sunday Visitor.
Al analizar la evolución de los casos de abusos a lo largo de ese periodo de setenta años, se ve que comienzan en la década de los 40 y van creciendo gradualmente, desde unos pocos al año a unos 15 anuales en los 60 y a casi 30 en los años 70. Después de alcanzar un máximo de 58 en 1980, empiezan a caer rápidamente desde inicios de los 90 y llegan a ser menos de cinco al año desde 2000.
Las víctimas fueron “en su mayor parte chicos” y los abusadores habían nacido en su mayoría antes de 1950.

El 94% del clero, limpio

Un dato muy significativo para calcular la prevalencia de los abusos es que un máximo del 1,1% de todos los sacerdotes de las seis diócesis fue acusado de abusos en un año dado, y en muchos años el porcentaje fue la mitad de esa cifra. “Para expresarlo en positivo –escribe Nelson–, en un año dado el 99% de los sacerdotes no cometió un abuso, y un 94% nunca fue acusado de abusos a lo largo de su carrera”. La cifra es consistente con las de otras diócesis de EE.UU., de acuerdo con los datos recogidos en el John Jay Report de 2004.
Cerca de un tercio de los abusadores tuvo una sola acusación. Desde 1990, pocos sacerdotes (11 en total en 6 diócesis y ninguno de 112 en la de Pittsburgh) fueron supuestos culpables de abusos. El rápido declive de nuevos casos de abusos posteriores a 1990 se ha mantenido hasta 2018. Las nuevas acusaciones se refieren a hechos ocurridos en el periodo álgido de los años 70 y 80. Las denuncias sobre abusos más recientes se han hecho con más prontitud, por lo que es improbable que se hayan producido abusos recientes no denunciados.

La cultura de la época

Nelson sugiere que el crecimiento de los abusos de clérigos antes de 1980 puede explicarse en gran parte por los cambios en los estilos de vida en la cultura de la época, junto con la “confusión doctrinal y moral” dentro de la Iglesia. A partir de los años 60, escribe, “todas las restricciones legales sobre material sexualmente explícito fueron abandonadas, también cuando se referían a ‘amor entre un hombre y un niño’ y a otras formas de abuso sexual… La cultura general estaba saturada de imágenes y de ideas sobre la sexualidad, generalmente presentadas como sofisticadas, liberadas y liberadoras”.
Nelson también advierte que los fallos de las autoridades de la Iglesia y de otros ámbitos para abordar eficazmente los abusos deben ser evaluados en el contexto de la extendida ignorancia de entonces sobre este problema.
“Cuando los casos de abusos a principios de los 80 fueron conocidos –escribe–, algunos obispos y otros clérigos trataron de hacer lo correcto, como ocurrió en Pittsburgh, pero también estaban condicionados por la ignorancia que prevalecía entre la profesión médica y las confusas relaciones entre las autoridades eclesiásticas y civiles. Así que no es sorprendente que los primeros intentos de rectificar la situación no fueran ni coherentes ni sistemáticos”.
Nelson atribuye el marcado declive en los casos de abusos en las dos últimas décadas al esfuerzo educativo de la Iglesia dirigido a clérigos y laicos, a los cambios legales y de procedimientos, al temor a las sanciones penales y a las presiones para que los abusadores dejen el ministerio.

Nivel récord de infelicidad

 P or MARK GILMAN, The Epoch Times en español Según Gallup, el aislamiento es uno de los principales problemas que afectan la felicidad de l...