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martes, 30 de junio de 2020

"Cristianos en el siglo XXI". Nueva obra de Fernando Ocáriz

Ediciones Cristiandad
A principios de 2017, monseñor Fernando Ocáriz fue elegido tercer sucesor de san Josemaría Escrivá de Balaguer. Hasta ese momento contábamos con un libro en el que Rafael Serrano le hacía una larga entrevista. Era el referente más divulgativo del pensamiento de quien había escrito profundos, y sesudos, libros de teología. Apareció con el título “Sobre Dios, la Iglesia y el mundo”. Tengo que confesar que su contenido no había perdido un ápice de valor en su propuesta fundamental. Lo que ocurre es que, desde 2013 –fecha de su publicación-, han pasado muchas cosas.
La primera de ellas es precisamente la elección de monseñor Ocáriz como Prelado del Opus Dei. Por lo tanto, tal y como se dice, nos encontramos ante el primer libro entrevista al actual Prelado que responde a las preguntas de la filósofa y teóloga Paula Hermida. 
En qué consiste ser cristiano 
 Y esto sí que marca tendencia. Tanto por el hecho de que, en este volumen, se expresa la personalidad del entrevistado como su forma en el ejercicio de esa no fácil encomienda que tiene entre manos.
Como todo libro entrevista se puede discutir si están todos los temas que debieran, si faltan algunos otros, si hay duplicidades, repeticiones, o si las preguntas son, en ocasiones, excesivamente largas y quieren abordar tantas cuestiones que, al final, lo que hace el entrevistador es seleccionar lo que más le parece relevante de lo que se le pregunta.
Lo que sí está claro es que el perfil de la entrevistadora, profesional y madre de familia numerosa, ofrece una interesante perspectiva que va a lo esencial cristiano. No se pierde en coyunturas, ni en cuestiones accidentales. Pregunta sobre la vida, al fin y al cabo, sobre en qué consiste ser cristiano en nuestra época. No tanto y solo sobre el qué, sino sobre el cómo. Y ahí está la gracia de las respuestas, de un ejercicio o baño de realismo cristiano que ofrece monseñor Ocáriz.
Esa apuesta por lo esencial quizá es también una característica del Opus Dei, herencia de san Josemaría. “El Opus Dei ha venido la mundo en la época moderna… para recordar a los hombres ya las mujeres que pueden encontrar a Dios en el corazón de ese mundo que tanto aman, en la belleza que les atrae, en la verdad y en la justicia que les interpelan” dice don Fernando.
Santos en el siglo XXI 
Porque esta es una de las cuestiones claves de este no muy grande volumen. El Prelado del Opus Dei, en continuidad con el espíritu de san Josemaría –ampliamente citado, por cierto- y de quienes le han precedido, nos recuerda en qué consiste ese realismo cristiano. De ese realismo que tanto nos falta frente a procesos de desamortización, de voluntarismo, de idealismo, tanto de la fe como de la pertenencia a la Iglesia.
Porque de lo que habla este libro, o que explica este libro, al fin y al cabo, es cómo ser santos en el siglo XXI. Es cierto, el volumen se refiere a otros muchos temas, desde el sufrimiento, el dolor, el diablo, la vocación, la fidelidad, la libertad, los derechos humanos, los hijos, el celibato, el matrimonio y la familia, la filiación divina, la Iglesia, los afectos… Son cuatro los grandes capítulos del libro, dedicados a los cambios sociales y las nuevas tecnología; las familias; la Iglesia y la oración y la piedad.
Personalidad de Ocáriz
Es cierto que quien responde es un teólogo. Y eso se nota. Y como buen teólogo, también es filósofo. Y eso también se nota. Un hombre al que hay que saber leer en los silencios, en los requiebros argumentales, en las incidencias, en las escapadas a la hora de responder a algunas preguntas.
Me quedo con lo que refleja de su personalidad, con la humildad del don Fernando, que siempre es muy llamativa, y que hay que relacionar con una especie de sabiduría de vida, que afecta lo espiritual pero también a lo vivencial. “Hay quienes, hablando a los padres, recuerdan que lo importante es preparar a los hijos para el camino, y no el camino para los hijos” dice en un momento.
No se trata ahora de destripar el meollo, ni de repetir las respuestas. Sí que pongo el dedo en una cuestión bien interesante: el Opus Dei. Si ha cambiado, si no ha cambiado, si está cambiando, si sigue siendo fiel a su fundador, si se ha despistado en algunas cuestiones, si evoluciona en las formas y modos…
Ya en la página 43 afirma monseñor Ocáriz: “Años después, la fidelidad a la doctrina eclesial pudo ser interpretada como conservadurismo. En realidad, san Josemaría afirmaba que, el Opus Dei, por ser algo vivo, con el pasar de los tiempos cambiaría los modos de decir y de hacer, permaneciendo inmutable el núcleo, la esencia, el espíritu. Naturalmente, no todo modo de hacer y de decir puede ser expresión adecuada del espíritu; de ahí la necesidad de discernimiento”.
¿Qué le preocupa al Prelado del Opus Dei? “Lo que de verdad más me preocupa son los problemas de la Iglesia: divisiones, críticas al papa, confusiones doctrinales. Abusos, descristianización creciente en algunos países de tradición católica…”.

martes, 23 de junio de 2020

La inteligencia, un misterio sin descifrar


A pesar de que el cerebro constituye uno de los principales objetos de estudio científico, todavía no se ha conseguido comprender su estructura. Es lo que explica Mathew Cobb en su libro The Idea of the Brain (1), en el que expone el estado de las investigaciones en neurociencia. Por otro lado, la revista americana de tecnología Wired dedica su número de junio a la Inteligencia Artificial (IA) y sus diferencias con la humana. Ofrecemos una síntesis tanto del libro como del especial de Wired.
El interés de los científicos por comprender el cerebro es enorme, y sus hallazgos despiertan fascinación. “Todos los días oímos que se han hecho nuevos descubrimientos que arrojan más luz sobre cómo funcionan, junto con la promesa –o la amenaza– de nuevas tecnologías que nos permitirán hacer cosas inverosímiles, como leer la mente o incluso descubrir criminales”, observa Cobb, profesor de zoología en la Universidad de Manchester, en un extracto del libro publicado por The Guardian.
Sin embargo, aunque hay muchas investigaciones y se han propuesto numerosos modelos para explicar tanto la inteligencia como el funcionamiento del cerebro, “no hay ninguno aceptado ampliamente, ni que haya pasado la prueba decisiva de la comprobación empírica”, dice Cobb, que no oculta su preferencia por el emergentismo materialista para explicar la conciencia. 
¿Neuronas artificiales?
Parece que “nuestra comprensión del cerebro ha llegado a un punto muerto”, ya que “incluso a los científicos les resulta difícil encontrar una definición precisa de lo que es”. La información de la que disponemos “es extremadamente parcial. Por ejemplo, la mayoría de las investigaciones sobre los sentidos en el campo de la neurociencia se han centrado en el estudio de la vista, no en el del olfato. Y el olor es, desde una perspectiva conceptual y técnica, mucho más complejo”, subraya Cobb.
No hay que olvidar, además, que los estudios sobre IA se han realizado partiendo del modelo cerebral. Hay una creencia muy extendida que sugiere que solo estaremos en disposición de comprender la inteligencia cuando logremos simularla artificialmente, señala Kelly Clancy en “Is the Brain a Useful Model for Artificial Inteligence?”, publicado en el especial de Wired. Se trata de una tradición que, según esta experta en neurociencia del University College de Londres, “se remonta al anatomista español y premio Nobel Santiago Ramón y Cajal. (…) La forma en que este explicó las neuronas y sus redes se convirtió en la lente a través de la cual los científicos estudiaron el cerebro”. Ese ha sido también el modelo que ha permitido la construcción de las redes neuronales artificiales, como las que emplean los sistemas de deep learning.
“Lo que persiguen quienes se dedican a la IA y los neurocientíficos es elaborar una teoría universal de la inteligencia. Pero solo han logrado un montón de detalles confusos”
Para Clancy, sin embargo, no es apropiado “hablar de ‘redes artificiales neuronales’ como es habitual, sino que sería más preciso hablar de ‘redes artificiales similares a las neuronales’ (…) porque son bosquejos impresionistas de lo que ocurre en el cerebro”. En efecto, “a pesar de sus similitudes, podemos afirmar sin tapujos que las redes artificiales son poco cerebrales”, entre otras cosas porque no se conducen de la misma manera: por ejemplo, “aprenden mediante estrategias matemáticas que sería difícil, si no imposible, que un sistema biológico llevara a cabo”.
Los lastres de la investigación
“Los cerebros son fenómenos naturales y evolucionados, no dispositivos digitales –especifica Cobb–. Aunque a menudo se afirma que determinadas funciones se hallan localizadas en un lugar determinado del cerebro, como lo están en una máquina, esta creencia ha sido puesta en duda una y otra vez por los últimos descubrimientos neuroanatómicos, que han detectado conexiones insospechadas entre diversas regiones cerebrales, así como por las increíbles muestras de la plasticidad cerebral, gracias a la cual muchas personas a las que les faltan determinadas partes del cerebro viven con toda normalidad”.
En este sentido, se puede decir que para el avance de la ciencia ha supuesto un lastre tanto plantear la IA partiendo de la estructura del cerebro, como analizar el cerebro como si fuera una máquina (ver segunda parte de este artículo). “Es posible –advierte Clancy– que los modelos de IA no necesiten imitar el cerebro en absoluto. Los aviones vuelan a pesar de tener poco parecido con los pájaros”. Es más: la aviación pudo despegar cuando dejó de intentar imitar a las aves.
“En realidad –prosigue Cobb–, las estructuras de un cerebro y de un ordenador son completamente diferentes. Una neurona no se parece a un interruptor binario, que se puede apagar o encender, ni es susceptible de reflejarse en un esquema eléctrico. En lugar de ello, las neuronas responden analógicamente, en función de los estímulos que reciben. El sistema nervioso altera su funcionamiento a través de cambios en los patrones de activación de redes compuestas de numerosas células (…). A diferencia de cualquier dispositivo que hayamos imaginado, los nodos de estas redes no son puntos estables como transistores o válvulas, sino conjuntos de neuronas, compuestos por cientos, miles, decenas de miles de ellas (…). Estamos, a día de hoy, incluso muy lejos de comprender el funcionamiento de la más simple de estas redes”.
El mapa no es el territorio
En gran parte, las diferencias que se han descubierto entre la inteligencia humana y la artificial, junto con la constatación de la extraordinaria complejidad cerebral, explican la desorientación de las investigaciones actuales en este campo, a pesar de los esfuerzos y la inversión.
“Lo que persiguen quienes se dedican a la IA y los neurocientíficos es elaborar una teoría universal de la inteligencia, es decir, descubrir una serie de principios que sean válidos tanto para los tejidos vivos como para los compuestos de silicio. Pero solo han logrado un montón de detalles confusos”, advierte Clancy.
Y Cobb agrega: “Existe la creciente convicción entre algunos neurocientíficos de que nuestro camino futuro no está nada claro. Es difícil saber hacia dónde debemos dirigirnos, más allá de seguir simplemente recopilando una cantidad ingente de datos o de tener en cuenta el último enfoque experimental que se ha adoptado. En 2017, el neurocientífico francés Yves Frégnac se refirió a la moda actual que consiste en recopilar cantidades masivas de datos mediante proyectos muy costosos y a gran escala, señalando que el tsunami de información que se estaba produciendo solo provocaba que los progresos terminaran en un cuello de botella, porque, como indicó él mismo, ‘Big Data no es conocimiento’”.
No es lo mismo describir que comprender: puede que hayamos sido capaces de radiografiar en todos sus detalles los lóbulos cerebrales, pero eso no aclararía el misterioso modo de funcionar de la inteligencia, ni pondría en claro los secretos del cerebro.
“Parte del problema –comenta Clancy– es lo que señaló el escritor Lewis Carroll hace ya más de un siglo. Carroll imaginó un país tan obsesionado con la exactitud cartográfica que ampliaba una y otra vez la escala de sus mapas: primero, un centímetro por kilómetro; después, seis; y, al final, un kilómetro por kilómetro. Un mapa de esa magnitud es impresionante, no cabe duda. Pero ¿qué puede enseñar? Incluso aunque los neurocientíficos fueran capaces de recrear con exactitud la inteligencia a través de la simulación de cada molécula que existe en el cerebro, no habrían encontrado los principios subyacentes a la cognición”.
Un órgano versátil
Pero ¿cuál es esa característica tan especial del cerebro que impide su equiparación con las máquinas? Will Knight, especialista en IA de Wired, indica en su artículo para el especial (“It’s Called Artificial Intelligence, but What Is Intelligence?”) que es la versatilidad.
Escribe: “‘Lo que hace que la inteligencia humana sea especial es su adaptabilidad, su capacidad de generalización’, señala François Chollet, un conocido ingeniero dedicado a la IA (…), argumentando que es erróneo apreciar la IA teniendo en cuenta solo su capacidad para ejecutar tareas específicas. ‘Los humanos no empiezan con habilidades, sino con una amplia capacidad para adquirir multitud de ellas’, afirma. Chollet continúa señalando que ‘lo que muestra un jugador de ajedrez humano habilidoso no es per se la capacidad de jugar, sino su potencial para desarrollar cualquier tarea con un nivel de dificultad similar. Y ese potencial es muy diferente del primero’”.
Tampoco es semejante la forma de aprender de las máquinas y del cerebro, como expone el propio Knight, haciendo referencia a algunas investigaciones recientes. “Elizabeth Spelke, una experta en psicología cognitiva de Harvard, lleva toda su carrera analizando cómo funciona el sistema de aprendizaje más sofisticado del mundo: la mente de un bebé. Puede parecer que los niños que apenas balbucean no están en disposición de competir con los sistemas de IA (…) Pero los niños pueden hacer cosas que no están al alcance de estos últimos. Con solo unos meses de edad, comienzan a comprender los fundamentos del lenguaje, como la gramática. Y a entender cómo funciona el mundo físico, así como a adaptarse a situaciones desconocidas para ellos (…)”.
Ahora bien, los dispositivos que simulan la inteligencia humana arrojan mucha luz sobre la singularidad de esta última. “Consideren –propone Knight– otro de los ejemplos más impresionantes sobre IA que se han desarrollado hasta ahora: AlphaZero, un programa de juegos de mesa con habilidades superiores a las del hombre. Después de jugar miles de partidas contra sí mismo a alta velocidad y aprender de las posiciones ganadoras, AlphaZero fue capaz de realizar por sí mismo movimientos ya conocidos e incluso de idear otros nuevos. Parecía de ese modo eclipsar las habilidades cognitivas del hombre. Pero, a diferencia del ser humano, AlphaZero necesita jugar muchos millones más de partidas que una persona para aprender a jugar. Y lo más revelador es que no puede aplicar lo aprendido a un juego nuevo”.
Relacionarse con máquinas
A pesar de todo, “tendemos a asumir, quizá sin ser conscientes de ello, que los sistemas de IA tienen mentes como nosotros”, observa Tom Simonite, periodista especializado en IA en su artículo para Wired (“As Machines Get Smarter, How Will We Relate to Them?”).
“Es posible que los modelos de IA no necesiten imitar el cerebro en absoluto. Los aviones vuelan a pesar de tener poco parecido con los pájaros”
La incertidumbre que tenemos por delante es grande. Aunque “de modo general, la gente se adapta bien a las nuevas tecnologías (…), los sistemas de IA más complejos, como los coches robóticos, van a suponer un desafío para nosotros desde diversos puntos de vista. Milenios de evolución biológica y cultural han preparado nuestros cerebros y nuestras sociedades para interpretar los comportamientos, las particularidades de acción o las transgresiones de otras personas. Pero, en el caso de las máquinas de IA, como indica Iyad Rahwan, director del Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano, con sede en Berlín, ‘vamos a tientas’”.
Por esta razón, Simonite cree que es importante pensar sobre el impacto que tendrá la IA en la vida humana. “Juzgar mal los sistemas de IA puede conducirnos a juzgar mal a las personas. Madeleine Clare Elijs, antropóloga de Data and Society, un centro de investigación, ha estudiado los accidentes relacionados con la automatización, y señala que la culpa moral por los fallos del sistema se atribuye injustamente y por regla general a personas que no tienen nada que ver con su diseño”.
Sea como fuere, la capacidad de aprendizaje de las máquinas es más limitada que la del hombre. Como señala Knight, haciéndose de nuevo eco de numerosos estudios, “los humanos nacen con una habilidad innata para aprender rápidamente ciertas cosas, como lo que significa una sonrisa o lo que sucede cuando se cae algo (…). También aprendemos mucho unos de otros. Un experimento reciente mostró que los niños de tres meses parecen sorprenderse cuando alguien sostiene una pelota de un modo no apropiado, lo que sugiere que perciben que las personas son capaces de causar cambios en el entorno”.
“Ni siquiera los sistemas de IA más sofisticados y potentes que existen pueden comprender conceptos parecidos. Un automóvil autónomo, por ejemplo, no puede intuir a partir del sentido común lo que ocurrirá si observa un camión del que se cae la carga”.


(1) The Idea of the Brain: The Past and Future of Neuroscience, Basic Books, 496 págs., 2020, 32,12 € (papel) / 5,93 € (digital).

sábado, 20 de junio de 2020

Tres modelos de empresa

Antonio Argandoña, Catedrático de Economía Universidad de Barcelona
Trabajando sobre la empresa como comunidad de personas, he vuelto a los tres modelos de empresa que mi maestro, Juan Antonio Pérez López, explicó en su obra «Fundamentos de la dirección de empresas» (Madrid: Rialp, 1993).
El primer modelo es el que él llama mecanicista. A los empleados solo les interesa lo que la empresa puede darles, la remuneración; a los propietarios solo les interesa el beneficio. La empresa es, por tanto, un mecanismo para colocar bienes y servicios a los clientes para, con su dinero, pagar a los factores productivos, que es lo que estos quieren. La eficacia es la norma, y se concreta en la maximización del beneficio. ¿Por qué es mecánico? Supongamos que aumenta la demanda: lo que hay que conseguir es que los trabajadores trabajen más horas y aumenten su productividad, lo que se consigue con dinero. Problema: el modelo es estático, la gente no aprende; si un trabajador está descontento solo tengo dos opciones: pagarle más o despedirle. La empresa no es una comunidad de personas.
El segundo es el psicosociológico. La gente no solo busca dinero, quiere trabajar donde le gusta. Hay que darles satisfacción y que aprendan conocimientos y capacidades, que se marchen a casa contentos e incluso aumenten su productividad. Inconveniente: estar más contento en la empresa puede ser contraproducente: a la gente le gusta hacer lo que le da la gana, pero esto suele ser enemigo de la disciplina y la eficacia. La empresa es una comunidad de personas, pero entendida como una manera de manipular a los empleados para que rindan más.
El último es el modelo antropológico. Las personas se mueven por tres tipos de motivos: extrínsecos (remuneración, reconocimiento), que da la empresa; intrínsecos (satisfacción, aprendizajes operativos), que se da a sí mismo el empleado, y trascendentes o prosociales, que se buscan en los demás (satisfacción de los clientes, ayuda a los compañeros) y que repercuten en uno mismo (porque ha aprendido a tener en cuenta las necesidades de los demás en sus decisiones). Estos últimos son los que crean la unidad de la empresa, cuando el empleado, lo mismo que el directivo y el propietario, se mueve pensando en cómo hacer propios los intereses de la empresa, de los clientes, de los compañeros y subordinados y de la sociedad.
La empresa como comunidad de personas no quiere decir dar palmaditas y sonrisas. Puede ser enormemente exigente, cuando procura que todos actúen pensando en el bien común de la empresa y de las personas. Pero, a la larga, es enormemente eficaz.

viernes, 19 de junio de 2020

El Centro de Control de Enfermedades (CDC) de EE.UU. acaba de emitir una guía con las últimas evidencias científicas sobre la transmisión del coronavirus.

ABC digital, 19.06.20
Se cree que el coronavirus SARS-CoV-2 se propaga principalmente a través del contacto cercano de persona a persona. Algunas que no presentan síntomas pueden propagar el virus. Todavía se sigue aprendiendo acerca de cómo se propaga el virus y sobre la gravedad de la enfermedad que causa. El Centro de Control de Enfermedades (CDC) de EE.UU. acaba de emitir una guía con las últimas evidencias científicas sobre la transmisión del coronavirus:

Persona a persona

- Se piensa que el virus se propaga principalmente de persona a persona. 
- Entre personas que están en contacto cercano (a una distancia de hasta casi 2 metros).
- A través de gotitas respiratorias que se producen cuando una persona infectada tose, estornuda o habla.
- Estas gotitas pueden terminar en la boca o en la nariz de quienes se encuentran cerca o posiblemente ser inhaladas y llegar a los pulmones.
- Las personas sin síntomas pueden propagar el coronavirus SARS-CoV-2.
El virus se propaga fácilmente entre las personas
La facilidad con la que el virus se propaga de persona a persona puede variar. Algunos virus son muy contagiosos, como el del sarampión, mientras que otros virus no se propagan tan fácilmente. 
Otro factor que hay que tener en cuenta es si la infección es sostenida, es decir, se propaga de manera continua de persona a persona.
Si no dispone de agua y jabón, use algún desinfectante de manos que contenga al menos un 60 % de alcohol
El virus que causa covid-19 se propaga muy fácilmente y de manera continua entre las personas. La información sobre la pandemia sugiere que este virus se propaga de manera más eficiente que el virus de la gripe, pero no tan eficientemente como el del sarampión, que es un virus altamente contagioso. En general, cuanto más estrechamente se interactúe con los demás y cuanto más larga sea esa interacción, mayor es el riesgo de infección.

Otras vías

Podría ser posible que una persona se infecte al tocar una superficie u objeto que tenga el virus y luego se toque la boca, la nariz o los ojos. No se cree que esta sea la principal forma de propagación del virus, se está aprendiendo acerca de cómo se propaga el virus.
Propagación entre los animales y las personas
- Por ahora, el riesgo de contagio de animales a personas se considera bajo. 
- Al parecer el virus que causa el COVID-19 puede propagarse de personas a animales en ciertas situaciones.

Protéjase y proteja a los demás

La mejor manera de prevenir la enfermedad es evitar la exposición a este virus. Puede tomar medidas para desacelerar la propagación.
Respete las medidas de distanciamiento social (aproximadamente 2 metros). Es muy importante para prevenir la propagación covid-19.
- Lávese las manos con frecuencia con agua y jabón. Si no dispone de agua y jabón, use algún desinfectante de manos que contenga al menos un 60 % de alcohol.
- Limpie y desinfecte de manera rutinaria las superficies que se tocan con frecuencia.
- Cúbrase la boca y la nariz con una mascarilla cuando está rodeado de otras personas.

J. K. Rowling rechaza “bajar la cabeza” ante el movimiento trans


J.K. Rowling, la conocida autora de la saga Harry Potter, está en el centro de los ataques del movimiento trans. La increpan, entre otras cosas, por haber apoyado la afirmación de una feminista de que una lesbiana no debía ser tildada de “intolerante” por no querer citas con mujeres trans (biológicamente hombres).
De un tiempo a esta parte, el acoso y las acusaciones de “transfobia” por parte de activistas de ese colectivo han ido en aumento, por lo que la autora acaba de publicar un breve ensayo en su web, en el que explica sus razones.
Ante la imposición que, dice, se les hace hoy a las mujeres para que acepten que no hay ninguna diferencia material entre ellas y las trans, la escritora británica acota: “Como he oído decir a muchas mujeres, ‘ser mujer no es un traje’, ‘no es una idea en la cabeza de un hombre’, ‘no es un cerebro de color rosa’ (…). El lenguaje ‘inclusivo’ que denomina a las mujeres como ‘menstruantes’ o ‘personas con vulva’ les choca a muchas como deshumanizador y degradante”. No es, añade, una forma “neutral, sino hostil y alienante”.
Para Rowling es preocupante, entre otras cosas, la explosión de casos de chicas menores de edad que han pedido en el Reino Unido la “transición” al sexo masculino: en diez años, las solicitudes se han disparado un 4.400%, con un buen número de casos correspondientes a muchachas con trastornos del espectro autista.
La autora dice no estar en principio contra los procesos de “reasignación de sexo”, sino contra la facilidad con que se diagnostica “disforia de género” y se asiente a la voluntad de quien la demanda, máxime cuando “estudios exhaustivos han mostrado de modo solvente que entre el 60% y el 90% de los adolescentes dejarán de experimentarla”.
También rechaza que no acceder a la petición de cambio de sexo derive en tentativas de suicidio para los más jóvenes, pues –según un experto psicoterapeuta londinense al que cita- “ello no concuerda con ningún estudio ni con datos serios en esta área”. Al respecto afirma que ella misma experimentó trastornos severos en la adolescencia: “Si me hubiera encontrado con la simpatía y la comunidad online que no podía hallar en mi ambiente inmediato, creo que me hubieran persuadido de convertirme en el hijo que mi padre, abiertamente, decía que hubiera preferido”.
La narradora alerta de que el activismo trans está pugnando por la eliminación urgente de casi todo el sistema de salvaguardas que debía pasar un candidato al cambio de sexo. En la actualidad, “un hombre que no pretenda siquiera someterse a una cirugía de reasignación ni tomar hormonas, puede hacerse de un Certificado de Reconocimiento de Género y ser una mujer a los ojos de la ley”.
Su queja es que regulaciones de este tipo ponen en peligro a las mujeres: “Quiero que las mujeres trans estén seguras, pero al mismo tiempo, no quiero que se reste seguridad a las niñas y mujeres biológicas. Y cuando abres las puertas de baños y vestuarios a cualquier hombre que se cree o se siente mujer, entonces se la abres a cualquiera y a todos los que deseen entrar. Esa es la pura verdad”.
Pero no todos la expresan. Según explica, muchas mujeres están aterrorizadas por los activistas trans. “Temen que publiquen datos personales de ellas en Internet, o perder el empleo o sus medios de subsistencia, o ser objeto de violencia”.
No es, sin embargo, su caso. “Me niego –dice– a bajar la cabeza ante un movimiento que creo que está haciendo un daño patente, al buscar erosionar el concepto ‘mujer’ como categoría política y biológica, y al ofrecer cobertura a depredadores”.
“Estoy –añade– junto a las mujeres, hombres, homosexuales, heterosexuales y trans valientes que se posicionan del lado de la libertad de expresión y de pensamiento, y por los derechos y la seguridad de los más vulnerables de nuestra sociedad”, entre ellos, “las mujeres que confían y desean mantener los espacios propios de su sexo”.

jueves, 18 de junio de 2020

Lo más esencial

Matrimonio, Iglesia, sociedad: estos tres conceptos forman un todo integral. Viven juntos su auge y su caída. Y cualquier intento de separarlos genera una desintegración en cadena que es prácticamente imposible detener.





(Scott  Hahn, "La primera sociedad", Rialp, pag. 74)

martes, 16 de junio de 2020

Altura y altivez de nuestro tiempo



Como dice el filósofo estadounidense de origen cubano Jorge Brioso, los hombres de nuestro tiempo somos en parte como los modernos porque repudiamos el pasado y las tradiciones, pero hemos dejado ya de ser modernos porque el futuro entraña para nosotros más amenazas que esperanzas. 
Tony Judt aseguraba que al principio de su carrera tenía que explicar por qué se estaba perdiendo la ilusión en el marxismo, la ideología del futuro paradisiaco por excelencia, pero que en sus últimos años tenía que limitarse a explicar qué era la ilusión, es decir, la capacidad de sentir el futuro como prometedor. 
Es cierto que bajo esa crisis del futuro fluye todo un caudal de promesas que nos sobrevendrán por los desarrollos tecnocientíficos. Así que no descartamos la posibilidad de que el mundo, si no acabamos con él antes, llegue a ser mejor en el futuro. Sin embargo, lo que entre nosotros tiene todo el crédito de nuestra cultura es el presente, la actualidad que nos parece una cierta plenitud de los tiempos y que en muchos sentidos ni siquiera estamos seguros de que se pueda mantener en el futuro. 
Desde luego que no faltan motivos para estimar nuestro tiempo como muy afortunado y desde muchos puntos de vista. Para empezar, vivimos más del doble de tiempo que nuestros abuelos, cuya esperanza media de vida en el año 1900 era de 35 años. Y otro tanto ha ocurrido con las condiciones materiales de vida en cada vez más sociedades de todo el planeta, o la extensión de la educación a poblaciones masivas y los avances científicos en todos los campos, pero sobre todo en el medico. 
Menos conscientes somos de que esa altura de nuestro tiempo se debe en buena medida a todo lo que hicieron bien nuestros antecesores en el pasado, y a que todavía no padecemos las consecuencias de todo lo que nosotros hemos hecho mal y complicará el futuro para nuestros descendientes. Y esa inconsciencia tal vez esté debajo de la sorprendente altivez con la que les juzgamos. 
Por ejemplo, cuando se retiran estatuas de descubridores o conquistadores les estamos inculpando personalmente de unas lacras que son más bien las de su tiempo, de manera que lo que repudiamos con tanta ferocidad no es tanto su conducta como su época, como si la nuestra no tuviera las suyas propias. Los propios descendientes de las víctimas se conducen como si sus antecesores no fueran hombres de aquella misma época, con semejantes taras morales, cuando no más cruentas. 
Nuestra sensibilidad para con los perdedores es, desde luego, una cierta ganancia, pero nuestra falta de indulgencia con quienes protagonizaron la historia no solo desatiende todo lo que les debemos, sino que es signo de un puritanismo de nuevo cuño que se tiene a sí mismo como la unidad de medida de lo aceptable e inaceptable en cualquier otro momento de la historia. 
Esta indisimulable y pueril conciencia de superioridad histórica no solo pone al descubierto hasta qué punto carecemos de sentido histórico, sino que nos configura como unos intolerantes capaces de llevar sus ajustes pendencieros hasta los primeros pobladores del mundo, a los que inculpamos de todo cuanto nuestra supuesta superioridad moral ha venido a declarar inadmisible. 
A nuestro lado, y a su pesar, hasta Nietzsche parecer ser un apóstol de la indulgencia compasiva cuando denunció que nuestro delito con el delincuente es tratarlo como si fuera un bellaco, cuando en realidad la vida todos, sobre todo la de los débiles, la guía la necesidad causada por la morfología de las pasiones de su época. 
Es cierto que aplicamos a nuestros delincuentes esa indulgencia exculpatoria que más bien los toma por víctimas de nuestros sistemas sociales, es decir, que toma a los delincuentes por víctimas de los demás. Pero para los hombres de otros tiempos nos reservamos la inculpación de responsabilidades personales inapelables por lo que fueron sus épocas. Es decir, hemos exculpado a nuestros delincuentes e inculpado sin atenuante alguno a los hombres ilustres de todas las demás épocas. 
Ese rigorismo histórico neopuritano es un fanatismo que se alimenta a medias de la altivez de nuestra supuesta superioridad moral, y a medias de nuestra ignorancia y falta de comprensión histórica. La suma arroja una fanatización del juicio moral que se vuelve tumulto lapidador. 
Por eso si un actor ha sido acusado con verosimilitud de abusos no nos contentamos con denostarlo u obligarle a reconocerlo y satisfacer los daños, sino que borramos su imagen de las películas en las que estaba interviniendo y hasta cualquier otra cosa apreciable que hubiera hecho se destruye o se arrincona. Como Stalin con sus colaboradores, vamos cambiando la foto y la historia según sus protagonistas van cayendo en desgracia. 
Por lo mismo, nadie osará disfrutar o admirar la voz y la interpretación de un tenor completamente excepcional si hay en su vida aspectos poco edificantes y hasta despreciables. La muerte civil irredimible es el destino de todo el que incurra en una de las nuevas herejías cuya pena es la hoguera alimentada por incendiarios comisarios morales y los medios que los alientan. 
Llevamos camino de convertirnos en una de las épocas más estrechas y cerriles por nuestra incapacidad para denunciar el mal sin acabar con el culpable. Toda nuestra supuesta altura moral ha quedado reducida a no consumar su aniquilación física, aunque seguramente no nos parecería desproporcionado que lo hicieran por sí mismos. A tal punto puede llegar la vileza. 
¿Quién podrá todavía a la «altura» de nuestro tiempo compadecer a Otelo que consumido por los celos causó la desgracia de la mujer a la que amaba y la suya propia, sin vituperar a Shakespeare por representar un crimen de género racializado y en el contexto de una sociedad patriarcal de mujeres reducidas a la fidelidad conyugal? ¿Y cuánta penetración del mal y de la debilidad humana perdemos por esa incapacidad? ¿Y cuánto buen juicio y sentido histórico nos impedimos? 
La altura convertida en altivez nos embrutece.

Misa con cita previa en un rascacielos

Madrid alberga en Torre Espacio la capilla más alta de Europa

Torre Espacio y El Cristo de la capilla de las cuarta torre en el piso 33.
Torre Espacio y El Cristo de la capilla de las cuarta torre en el piso 33.DAVID EXPÓSITO
Viniendo de San Sebastián a la altura del kilómetro 41 de la carretera nacional 1 se puede ver a lo lejos una luz verde que brilla en medio de la oscuridad. No es una luz que se use para dar indicaciones a los aviones, tampoco es el brillo de una nave extraterrestre, ni tampoco es una farmacia de turno en las alturas como dicen algunos. Esta luz viene del piso número 33 de la Torre Espacio, en donde hay una pequeña Capilla desde hace 10 años. “Vivo en La Moraleja, al norte de Madrid y trabajo por la zona de la plaza de Colón. Cuando voy de camino al centro en el coche, veo una luz verde intermitente, que me confirma que Él está protegiéndome siempre, me alegra el corazón verla”, afirma Carlos Rodríguez.
La Capilla Torre Espacio es considerada la más alta de Europa, está situada a 130 metros de altura sobre el nivel del suelo, en la Castellana. Tiene un aforo para 25 personas sentadas. Aunque su interior sea pequeño, la pared de luz led fluorescente verde indica a los madrileños la presencia del recinto religioso. 
Hay enfermos del hospital La Paz cuya habitación da a la capilla y me han dicho que saber que el Señor está ahí les ha ayudado en su convalecencia.
Una puerta de acero inoxidable con una cruz en el mismo material es la entrada al sagrado recinto, bendecido por el cardenal arzobispo de Madrid, Don Antonio María Rouco Varela en 2010. Las bancas son de acero inoxidable y están forradas en cuero. La estancia está revestida de madera ignífuga. La virgen del altar luce una discreta bandera de España y el cristo, tallado con sumo realismo, da la espalda a la Sierra Norte de Madrid.
La misa que se hace todos los días laborables a las 8.30 parece normal, pero no lo es. Para asistir, es necesario pedir autorización online con antelación. Quienes acceden al lugar deben pasar previamente por el detector de metales y la mirada escrutadora de los guardias de seguridad. Sobre la pared, un documento enmarcado señala que se trata de una capilla con “derecho a oratorio con reserva de la Santísima Eucaristía”. En otras palabras: allí puede rezar cualquier cristiano que lo desee, pero los administradores se reservan el derecho de admisión.
“Aquí lo importante es la Misa”, señala Manuel Sánchez, párroco de María Inmaculada, responsable de la capellanía de este lugar desde que comenzó a dar servicio hace diez años. “Se trata simplemente de ofrecer este servicio a los trabajadores de esta torre y a aquellos empleados de las otras torres que soliciten permiso para subir”, explica.
El capellán llega siempre media hora antes de la celebración y se sienta en el confesionario dispuesto a confesar. “Puntualmente alguien va más allá y me pide hablar conmigo por cosas más personales, pero no es lo normal”, afirma.
La luz verde se puso en la capilla para indicar que ahí arriba está el Señor sacramentado. Su brillo se puede ver a decenas de kilómetros de distancia. Sánchez explica que “se quiso colocar una luz justo detrás del sagrario, como la lámpara con la luz roja que hay en las iglesias. Hubo que pedir autorización a AENA para qué indicará el color adecuado, ya que no podía ser roja para no confundir a las aeronaves”.
Desde que se instaló la luz LED, “son muchos los que me han hablado de esa luz verde. Hay quien baja conduciendo a Madrid y al verla hace una oración. Hay enfermos del hospital La Paz cuya habitación da a la capilla y me han dicho que saber que el Señor está ahí les ha ayudado en su convalecencia”. Sánchez que hace unos meses una señora que estaba internada en el hospital de la Paz pidió venir a Misa cuando recibió el alta para dar gracias por su curación y lo mucho que la había acompañado esa luz que veía todas las noches desde su habitación.
La luz permanece encendida todos los días del año, menos el viernes santo y el sábado santo, que la iglesia está de luto. La luz se vuelve a encender para el domingo de pascua. Sin embargo, por la pandemia la capilla cerró sus puertas el 12 de marzo y todavía no tiene fecha de apertura. Mientras tanto, su luz sigue brillando y acompañando a los madrileños que creen en ella.
La sede del Grupo Villar Mir no es la única que posee una capilla autorizada y bendecida por el Arzobispo de Madrid. También la sede de Telefónica en Las Tablas o la del Banco Santander cuentan con las suyas.
La torre es como una ciudad en la altura. En sus 55 plantas aparte de la capilla los empleados tiene un gimnasio, un centro médico y están las embajadas de Canadá, Australia y Reino Unido.

Nivel récord de infelicidad

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