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sábado, 6 de diciembre de 2008

LA PROTECCIÓN DE LA VIDA POR EL ESTADO. LA IDEA HA CAMBIADO.

LA VALORACIÓN DE LA VIDA HUMANA. IDEOLOGÍAS DEL MOMENTO.

por Fernando Hurtado



1. Introducción

Deseo hacer un pequeño estudio de las dificultades --más que del contenido-- que puede encontrar hoy esta importante cuestión para ser entendida. ¿Qué noción de persona se encuentra difundida directa e indirectamente por los medios de comunicación en la vida social y política? Con este fin, tendremos como auxilio de fondo la conferencia pronunciada por William May, bajo el título "Problemas contemporáneos y cultura: razones e incidencias de una crisis". Comentaremos también en un segundo momento el "Discurso del Santo Padre a la Asamblea General de la Academia Pontificia de la Vida", del 27 de febrero de 2002.

Las citas a pie de página son tantas de ellas alejadas en el tiempo, porque fue entonces cuando se hicieron las formulaciones ideológicas, y estos autores son los "auténticos padres de esta nueva visión del hombre". Hoy se escribe menos, y los medios de difusión se han desplazado más hacia el mundo de la imagen, sobre todo televisiva.

Desde ahora, quiero señalar que, según mi opinión, me parece que el debate sobre la vida y el aborto desde hace varios años ha experimentado un cambio importante de planteamiento, hasta el punto que nos encontramos en la radicalización de la ideología materialista sobre el concepto de persona. Aunque parezca la misma cuestión, ya no se está tratando del respeto de la vida humana sino sobre el valor de la vida humana.

Me atrevo incluso a decir que los grupos pro-vida españoles no han caído en cuenta en esta diferencia esencial. Y conviene desenmascarar el cambio. El valor de la persona humana está siendo infravalorado en todos los ámbitos de la vida social: estado, familia, empresa, sexualidad… dándole un exclusivo valor material y funcional. De este materialismo procede un existencialismo que, simplificando, podría expresarse en la siguiente formulación: "como el hombre es sólo un momento de existencia, su existencia vale de acuerdo a su proyecto de vida". Desde esta perspectiva, un niño africano en naciones con hambruna es mejor que no nazca o, si es concebido, le "haremos el favor" de no vivir una existencia con un proyecto deprimente; él mismo "no desearía nacer" en esas condiciones… ; vamos, que le hacemos un favor si le privamos de la existencia, de esa existencia. Lo mismo, los millares de niños que podrían nacer si no abortaran tantas adolescentes.


2. El concepto de persona humana y su correlativo "vida humana"


No deseo referirme, a propósito, al verdadero concepto de persona, tan conocido para personas de recta doctrina, y de "recto sentido común", y por lo demás tan desarrollado en el presente y pasado Pontificados por el Magisterio de la Iglesia, sino a la alteración de ese concepto que, necesariamente trastoca el significado de vida humana y que la hace "no respetable", o, al menos, "no respetable siempre".

Para la Iglesia, la persona es un ser de valor moral, es decir, un sujeto de derechos que deben ser reconocidos y respetados por los demás y protegidos por la sociedad. De distinto modo que las cosas, las personas son sujetos y no objetos; diversamente de los simples individuos, las personas son insustituibles. No pueden ser nunca usadas simplemente como medios, sino ser consideradas siempre como fines. La existencia de las personas da origen a lo que Juan Pablo II llamaba la norma personalista. "Esta norma, en su contenido negativo, constata que la persona es un bien que no va de acuerdo con la utilización, puesto que no puede ser tratado como un objeto (...), por lo tanto como un medio. Paralelamente se revela su contenido positivo: la persona es un bien tal, que sólo el amor puede dictar la actitud apropiada y valedera respecto de ella"(1).

No obstante la difundida creencia entre los hombres y mujeres normales, "de la calle" de que todos los seres humanos "sean personas", existe una marcada tendencia entre aquellos que en buena medida conforman la opinión pública y la política mundial, a considerar esta opinión como una forma irracional de pensamiento; sólo la falta de reflexión podría atribuir a todos los miembros de la especie humana dignidad de persona (2). Por favor, señora, caballero, mire usted no esté incluido plenamente en el concepto de persona.

Según loa ideólogos de lo políticamente correcto, la pertenencia a una especie como la humana no tiene ningún significado moral por cuanto respecta a ser persona(3). Ser humano no basta para ser una persona. Se requiere mucho más, para venir considerado como persona y, por tanto, como un ser de valor moral. Bastantes autores definen variados criterios, pero, en general, casi todos concuerdan en que, para ser persona, un individuo debe tener conciencia de sí en cuanto sujeto capaz de deseos y con "una desarrollada capacidad de razonar, querer, desear y relacionarse con los demás"(4).

Está claro que no todos los seres humanos tienen una capacidad desarrollada en este grado. No todos tienen conciencia de sí mismos como individuos, ni son capaces de relacionarse con los demás: entre éstos los niños no nacidos. Tampoco los recién nacidos tienen conciencia de sí mismos como individuos, ni un niño posee la capacidad desarrollada de razonar, querer, desear y relacionarse con los demás durante un cierto periodo de su vida. Por tanto, según estos influyentes "pensadores", los niños --y los adultos que pudieran comportarse como ellos, quizá por malformaciones cerebrales-- no pueden considerarse personas en sentido estricto. No son, por tanto, sujeto de derechos que deban ser reconocidos y protegidos por la sociedad.

Basándose en la idea del no ser personas de los fetos, muchos justifican el aborto e, incluso, el infanticidio. Es interesante, en este sentido, advertir como una autora que justifica el aborto porque no considera al feto como persona, rechaza sin embargo el infanticidio, pero por razones puramente pragmáticas. Piensa, en efecto, que sería equivocado matar un niño, "al menos en este país (los Estados Unidos) y en este momento histórico..., porque aunque los padres no lo quisieran y no sufrirían por su destrucción, existen otras personas que lo desearían tener y serían... de este modo privadas de una gran alegría. Por esto --continúa-- el infanticidio está equivocado por las mismas razones por las que es erróneo destruir riquezas naturales o grandes obras de arte"(5).

La opinión de que no todos los seres humanos son personas, y de que sólo el ser consciente de sí mismo y con capacidad de experimentar deseos puede hacer legítima la consideración de persona, es sostenida por numerosos intelectuales en diversos países. Por otro lado, ha sido aplicada con todos sus efectos en diversas culturas, occidentales o no. Que esto es evidente se prueba por la difundida legalización del aborto, por el rechazo de los recién nacidos con malformaciones, por las doctrinas de los movimientos "por los derechos de los animales", y por la filosofía de la eutanasia.

Hay que notar que, según esta visión, una persona es esencialmente un sujeto consciente de sí mismo como individuo. La toma de conciencia es el elemento más importante. No lo es, en cambio, tener un cuerpo humano, viviente, ser un ser humano, viviente. Presupuesto para este punto de vista es que los seres humanos no se diferencian tan radicalmente de los demás animales. Algunos --aquellos para los cuales el atributo "persona" es apropiado-- simplemente se diferencian de los otros animales (y de los hombres menos capacitados) por su grado de desarrollo. Y en realidad, para algunos intelectuales contemporáneos, individuos maduros de otras especies animales, por ejemplo, el gorila, el chimpancé y el delfín, tienen en ocasiones más derecho de ser considerados personas del que puedan tener los niños no nacidos o recién nacidos, muchos chicos y muchachas retrasadas o adultos dementes(6).

Al mismo tiempo, aunque el temor del voto de los ancianos sea contrario a la instauració de la eutanasia, las ideologías anteriores ya no ven la persona del anciano con un proyecto de vida incluso "humano". Pará qué, pues, mantener una vida así, con tan pocas perspectivas e incluso, con tantas consecuencias sociales, sobre todo de gasto (sanitario, especialmente). Deberíamos "ser conciencientes" de que esa vida o merece tampoco la pena ser vivida teniendo en cuenta lo que hemos expuesto. Es atroz, lo que acabamos de decir, pero así es. Y por eso los ancianos temen -y con razón- ser hospitalizados.




3. Las últimas aclaraciones de Juan Pablo II


Lo que se acaba de exponer es confirmado por Juan Pablo II en el discurso citado. «Para muchos pensadores contemporáneos los conceptos de "naturaleza" y de "ley natural" sólo se pueden aplicar al mundo físico y biológico o, en cuanto expresión del orden del cosmos, a la investigación científica y a la ecología. Por desgracia, desde esa perspectiva resulta difícil captar el significado de la naturaleza humana en sentido metafísico, así como el de ley natural en el orden moral"(7).

Y ahonda, todavía más, en el verdadero fondo del problema, o el lugar en que se encuentra en este momento el pensamiento más generalizado sobre el tema. Ciertamente, la pérdida casi total del concepto de creación, concepto que se puede referir a toda la realidad cósmica, pero que reviste un significado particular en relación con el hombre, ha contribuido a hacer más difícil ese paso hacia la profundidad de lo real. También ha influido en ello el debilitamiento de la confianza en la razón, que caracteriza a gran parte de la filosofía contemporánea, como afirmé en la encíclica "Fides et ratio" (cfr nº 61)(8).

Pedía, por tanto, el Romano Pontífice, un renovado esfuerzo cognoscitivo para volver a captar en sus raíces, y en todo su alcance, el significado antropológico y ético de la ley natural y del relativo concepto de derecho natural. Reclama un empeño específico para demostrar si es posible y cómo reconocer los rasgos propios de todo ser humano, en términos de naturaleza y dignidad como fundamento del derecho a la vida, en sus múltiples formulaciones históricas.

Y a continuación explica y remarca los siguientes puntos:

a) la experiencia muestra la existencia de una realidad de fondo, común a todos los seres humanos, gracias a la cual pueden reconocerse como tales;

b) existe una naturaleza propia y originaria, que es la persona misma en la unidad de alma y cuerpo, en la unidad de inclinaciones de órdenes espiritual y biológico;

c) esta naturaleza funda los derechos de todo individuo humano, que por tanto tiene la dignidad de persona desde el mismo momento de la concepción; esta dignidad, que tiene su origen en Dios creador, se basa en la espiritualidad que es propia del alma, pero se extiende también a su corporeidad, que es uno de sus componentes esenciales. Nadie puede quitarla; es igual en todos, y permanece intacta en cada estadio de la vida humana individual;

d) el reconocimiento de esta dignidad está en la base del orden social; la persona humana, con su razón, es capaz de reconocer tanto esta dignidad profunda y objetiva de su ser como las exigencias morales que se derivan de ella.


4. Dos equívocos señalados por Juan Pablo II


a) El primer equívoco que conviene eliminar es el presunto conflicto entre libertad y naturaleza que "repercute también sobre la interpretación de algunos aspectos específicos de la ley natural, principalmente sobre su universalidad e inmutabilidad" (Veritatis splendor, 51). Porque la libertad pertenece a la naturaleza racional del hombre, puede y debe ser guiada por la razón. "Precisamente gracias a esta verdad, la ley natural implica la universalidad. En cuanto inscrita en la naturaleza racional de la persona, se impone a todo ser dotado de razón y que vive en la historia" (Ibid.)

b) Otro error es atribuir un presunto carácter estático y determinista a la noción de ley natural. Es precisamente el carácter de universalidad y de obligatoriedad moral lo que estimula y urge al crecimiento de la persona, para realizar el bien y evitar el mal, mejorar y desarrollar las riquezas de la propia persona y del mundo sensible.


5. Ley natural y derecho civil

La ley natural en cuanto regula las relaciones interhumanas, se califica como "derecho natural" y, como tal, exige el respeto integral de la dignidad de cada persona humana en la búsqueda del bien común. (…) Los derechos del hombre deben referirse a lo que es el hombre por naturaleza y en virtud de su dignidad y no a la las expresiones de opciones subjetivas propias de los que gozan del poder del poder en la vida social o de los que tienen el consenso de la mayoría (…).

En particular, entre los derechos fundamentales del hombre, la Iglesia católica reivindica para todo ser humano el derecho a la vida como derecho primario. Lo hace en nombre de la verdad del hombre y en defensa de su libertad, que no puede subsistir sin el respeto a la vida. La Iglesia afirma el derecho a la vida de todo ser humano inocente y en todo momento de su existencia. La distinción que se sugiere a veces en algunos documentos internacionales entre "ser humano" y "persona humana", para reconocer luego el derecho a la vida y a la integridad física sólo a la persona ya nacida, es una distinción artificial sin fundamento científico ni filosófico: todo ser humano, desde su concepción y hasta su muerte natural, posee el derecho inviolable a la vida y merece todo el respeto debido a la persona humana (cfr Donum vitae, 1). (Discurso citado, n.6)


El derecho civil debe por tanto fundamentarse y hacer explícitos los derechos de la naturaleza humana; su objetividad, credibilidad y autoridad emanan de esa concordancia. Y aparecerá su misión nítidamente: defendiendo los derechos innatos --naturales--, y promoviéndolos, colaborará en el creciente desarrollo del ser humano como persona.


Bibliografía: Juan Pablo II, Discurso a la Pontificia Academia para la Vida, 27-II-2002. Pontificia Academia para la vida, La naturaleza y dignidad de la persona humana como fundamento del derecho a la vida, 27-II-2002. Juan Pablo II, Enc. Evangelium vitae, 25-III-1995, nn. 68 a 74. A. Rodríguez Luño, Il parlamentare cattolico di fronte ad una legge gravemente ingiusta, artículo publicado en L'Osservatore Romano, 6-IX-2002, pp. 8-9. M. Rhonheimer, Derecho a la vida y Estado moderno, Rialp, Madrid 1998.

Notas

1. Karol Wojtyla, Amor y responsabilidad, Ed. Razón y Fe, S.A., Madrid, 1978, pp.37-38.

2. De este parecer es, por ejemplo, Peter Singer, Pratical Ethics, Cambridge University Press, Cambridge 1979, pp. 48-54.

3. Así piensa, por ejemplo, Michael Tooley, Abortion and Infanticide, en "Philosophy and Public Affairs", 2, 1972, 44, 48, 55. Del mismo autor es Abortion and Infanticide, New York and Oxford, Oxford University Press, 1983, pp. 50-86; en él explica más extensamente esta idea.

4. Uno entre muchos, Daniel Callahan, Abortion: Law, Choice, and Morality, New York, MacMillan, 1970, pp. 497-498.

5. Mary Ann Warren, On the Moral and Legal Status of Abortion, en "Contemporary Issues in Bioethics", ed. Tom L. Beauchamp and LeRoy Walters (2ª ed.: Belmont, CA: Wadsworth, 1982), p. 259. El ensayo original de Warren aparece en The Monist, 57, 1973.

6. Véase, por ejemplo, Peter Singer, Animal Liberation, New York, New York Review/Random House, 1975.

7. Juan Pablo II, Discurso a la Academia Pontificia de la vida, 27-II-2002, n.2

8. Ibid. El subrayado es del Autor.

domingo, 30 de noviembre de 2008

"Matrimonio gay en California: los argumentos del no"


Artículo de  Los Ángeles Times/ The heritage foundation / www.aceprensa.com /miércoles 27 de noviembre de 2008

 

La campaña contra la propuesta, finalmente aprobada en referéndum, de que la Constitución de California solo reconozca el matrimonio entre una mujer y un hombre, invocaba la igualdad de derechos para los homosexuales. El otro bando logró convencer a la minoría de que el "matrimonio gay" sería más bien una concesión especial a las parejas homosexuales, y que reconocerlo en las leyes podría poner en peligro la libertad de quienes mantienen otro concepto de matrimonio.

La campaña del "no" sostenía que sería una discriminación contra las parejas del mismo sexo prohibirles contraer matrimonio, y equiparaba esta reivindicación a la lucha por los derechos civiles contra el racismo. Un representante de la opinión contraria, Dean Broyles, presidente del Western Center for Law and Policy, respondió a esas tesis en Los Angeles Times (28-10-2008), pocos días antes del referéndum. Su artículo es la réplica a otro, publicado a la vez, de Lorri Jean, directora general de Los Angeles Gay & Lesbian Center.

No hay discriminación por no admitir el "matrimonio gay", dice Broyles, en primer lugar porque los homosexuales pueden acceder al matrimonio exactamente como los demás: con una persona del otro sexo y cumpliendo los otros requisitos que la ley exige a todos (mayoría de edad, libre consentimiento mutuo, etc.).

En segundo lugar, no hay discriminación porque, según la ley californiana de uniones civiles, las uniones homosexuales y demás parejas de hecho gozan de los mismos derechos que los matrimonios. A lo que no tienen derecho, señala Broyles, es a denominarse "matrimonios". La razón es que el matrimonio implica la diferencia de sexo entre los cónyuges; por tanto, admitir que las parejas homosexuales también pueden constituir matrimonio supondría cambiar radicalmente el significado del término.

La reivindicación del "matrimonio gay", entonces, no puede compararse, por ejemplo, con el sufragismo, que exigía para las mujeres el mismo derecho al voto que tenían los hombres. "A diferencia del matrimonio homosexual –dice Broyles–, el reconocimiento del sufragio a las mujeres no cambió la definición de la palabra votar": precisamente "votar" era lo que reclamaban las mujeres. En cambio, en el caso presente los "gay" no quieren en realidad igualdad ante la ley, cosa que ya tienen, pues pueden casarse en las mismas condiciones que los demás. Lo que buscan es una "protección especial, es decir, que la sociedad dé el paso de redefinir radicalmente la institución del matrimonio para incluir las relaciones homosexuales".

Amenazas para la libertad

Otro argumento a favor de la enmienda constitucional advertía sobre las consecuencias que tendría el "matrimonio gay" para los derechos civiles de las personas de la postura contraria. Eso es lo que analiza un estudio (1) de Thomas Messner, de la Heritage Foundation, publicado la semana anterior al referéndum, a propósito de las sentencias de los tribunales supremos de Connecticut y California, que ampliaron el concepto de matrimonio para incluir a las parejas homosexuales.

Podría darse un efecto paradójico, advierte Messner: mientras se promueve, presuntamente en pro de la igualdad de derechos, el matrimonio homosexual y se cambia el significado del término matrimonio, se podrían al mismo tiempo menoscabar los derechos de quienes sostienen la naturaleza heterosexual del matrimonio. De hecho, como indica el estudio, ya sucede que en algunos lugares quienes consideran que el matrimonio es entre hombre y mujer están siendo privados de ciertos beneficios.

Messner señala tres tipos de cargas que podrían recaer sobre personas o instituciones que mantengan el concepto tradicional de matrimonio.

El primero sería el impuesto por las administraciones públicas, que podría exigir que reconocieran el "matrimonio gay" a los prestadores de servicios dirigidos o sostenidos, en todo o en parte, por ellas.

Por ejemplo, profesores y alumnos de escuelas públicas podrían ser obligados a participar en lecciones sobre matrimonio u homosexualidad contrarias a sus convicciones. Este peligro ha sido, en efecto, tenido en cuenta por los votantes de California, donde la Ley de Educación dispone que las escuelas deben enseñar respeto por el matrimonio.

En segundo lugar, no suscribir la redefinición de matrimonio supondría quedar expuesto a procesos judiciales y sufrir sanciones por discriminación en el caso de que no reconocieran el matrimonio homosexual en contra de su creencia u opinión. Por ejemplo, una agencia de adopciones podría perder las subvenciones o la licencia para operar si se negara a gestionar peticiones de parejas homosexuales. Esto ya ocurre en Gran Bretaña, donde estas uniones, aunque no son reconocidas como matrimonios, pueden registrarse legalmente y acceder a la mayor parte de los mismos derechos.

Por último, el estudio hace referencia a la discriminación que se produciría también en el ámbito privado, por el efecto combinado de las leyes contra la discriminación y las normas administrativas estatales. Por ejemplo, las empresas podrían imponer sanciones o aun despedir a empleados que expresaran sus ideas sobre el matrimonio o rehusaran suscribir declaraciones o políticas corporativas que reconociesen los matrimonios homosexuales. La misma exigencia podrían imponer los colegios profesionales a quienes quisieran ejercer de abogados, procuradores, médicos, asistentes sociales, etc. 

El estudio pone de manifiesto, en definitiva, que el reconocimiento legal del matrimonio de personas del mismo sexo tendría efectos perjudiciales para el ejercicio de los derechos de quienes no comparten ese concepto de matrimonio. Las amenazas a la libertad de opinión son tan importantes que se aconseja preservar el significado del matrimonio para referirse a la unión de hombre y mujer, sin que ello implique no dar algún tipo de reconocimiento legal a las uniones homosexuales.

 

NOTAS:

 (1) Thomas M. Messner, "Same-Sex Marriage and the Threat to Religious Liberty", Backgrounder, n. 2201, The Heritage Foundation, Washington, D.C., 30-10-2008.

 

viernes, 28 de noviembre de 2008

ES EL ABORTO, ESTÚPIDOS



Por Juan Manuel de Prada

[Tenemos la experiencia de que cada hombre y cada mujer ha comenzado a existir como embrión; si no, sencillamente, no hubiera existido nunca. Robert Spaemann, con esa lucidez que le caracteriza, dice: “Si el mundo sólo estuviera compuesto, por una parte, de hombres adultos que nunca fueron embriones y, por otra, de embriones que nunca crecerán, entonces podríamos afirmar: cabe prescindir de los embriones. Salta a la vista que carecen en sí mismos de la aptitud para desarrollar un ser inteligente. Pero esto, sin duda, no es así.”

José Manuel Gimenez Amaya, catedrático de Anatomía y Embriología en la Universidad Autónoma de Madrid, dice: “El gran debate ético, jurídico y social sobre el aborto que se produjo en Estados Unidos con los procesos Griswold v. Connecticut (1965), Eisenstadt v. Baird (1972) y, sobre todo, en el Roe v. Wade (1973), dejó también como “poso” biológico la obligación que tenían los Estados de “proteger la vida potencial” mediante normas legales. Esa “vida potencial” se refería a la información genética contenida en el cigoto, es decir, desde los estadios más precoces de su formación. Se podría decir que estábamos ante el “hombre que va a ser, teniendo la virtualidad para serlo” y, por lo tanto, merecía un respeto adecuado.” Y afirma el científico que, hablando de la vida humana, “no se sostiene establecer un antes y un después en el desarrollo embrionario: la ciencia confirma cada día con más evidencia este proceso ‘continuo y unitario’ del que se quiere prescindir para llegar a un acuerdo sobre los plazos de la autorización legal del aborto.”

Ignacio Sánchez Cámara, catedrático de Filosofía del Derecho, comenta en La Gaceta (12-X-2008) que la parte abortista elude “la naturaleza del problema fundamental, la vida o la muerte del embrión, para apelar al derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo, como si el embrión fuera sólo eso. Por cierto, también es parte del padre, cuya presencia y voluntad queda siempre escamoteada entre los abortistas. Lo siento, pero no hay maternidad sin paternidad y la procreación no es asunto exclusivo de las mujeres. La mala conciencia también se revela al huir del nombre verdadero para refugiarse en el eufemismo, y así llaman ‘interrupción voluntaria del embarazo’ a lo que no es sino dar muerte al embrión. Por eso también se resisten, apelando incluso al mal gusto, a la exhibición de imágenes reales sobre lo que entraña un aborto.”

La oposición al aborto no es algo exclusivo de fieles católicos, sino que es patrimonio de casi todas las civilizaciones y de todos los hombres y mujeres de bien –sean creyentes o agnósticos- que valoran y defienden la vida humana desde su comienzo. Dice Sánchez Cámara: “No estamos ante una cuestión de fe que enfrente a creyentes y no creyentes (…) Como tampoco es una cuestión sólo de fe la condena del asesinato o el robo. (…) No es necesario aceptar que Cristo resucitó para estimar que el aborto es un crimen.”

¿Cuál es la verdadera gran batalla de nuestro tiempo? Algunos quizá opinen que es el calentamiento global y su efecto en el cambio climático; o el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero, provocado principalmente por las sociedades industrializadas; o el peligro de extinción de la cacatúa sulfúrea de cresta amarilla, o de otras tantas aves, mamíferos, reptiles o anfibios, etc.

No parece que ninguna de esas opiniones -aunque se refieran indudablemente a problemas sociales de más o menos entidad- sea la respuesta adecuada, el diagnóstico certero. Juan Manuel de Prada afirma netamente que “la cuestión del aborto es el gran caballo de batalla de nuestro tiempo”. El ser humano que tritura a sus propios hijos, como quien parte una nuez con una piedra, o pinta un graffiti en la pared de un vertedero. Muy interesante el artículo publicado en ABC (8-IX-2008) que lleva un provocativo título: “Es el aborto, estúpidos”. Lo reproducimos a continuación.]



Que nuestra época padece una hipertrofia ideológica no creo que sea asunto que requiera mayor elucidación. Asuntos que afectan intrínsecamente a lo que es constitutivo de un meollo irrenunciable de humanidad son devorados por la ideología; y así se llega al agostamiento de lo humano. Durante siglos, la esclavitud fue aceptada sin empacho, hasta el extremo de que el funcionamiento mismo de la sociedad era inconcebible sin la existencia de la esclavitud: el orden social y económico, las instituciones jurídicas demandaban hombres esclavizados que garantizasen la prosperidad de los «hombres libres»; sin embargo, aquella sociedad era constitutivamente inhumana. Y para desembarazarse de aquella gangrena que devoraba su humanidad, la sociedad hubo de renunciar a las ventajas de las que disfrutaba, hubo de abolir una serie de instituciones jurídicas que reducían a una porción nada desdeñable de seres humanos a la condición literal de objetos sobre los que existía un «derecho» de libre disposición. Desembarazarse de aquella gangrena tan beneficiosa no fue una cuestión sencilla: los hombres que habían aceptado que otros hombres fuesen meras máquinas adiestradas para la obtención de un rédito tuvieron que aprender a mirarlos con una mirada prístina, tuvieron que volver a descubrir en ellos su dignidad intrínseca de hijos de Dios. Fue un proceso que no sobrevino de la noche a la mañana, sino que se alargó durante miles de años. Pero si finalmente tal proceso se impuso fue porque la sociedad comprendió que su misma supervivencia dependía de su capacidad para despojarse de las anteojeras con que la ideología había estrechado el horizonte humano. Al despojarse de esas anteojeras, el entero orden sobre el que la sociedad vieja se asentaba se iba a desmoronar; pero hubo hombres que entendieron que había un meollo irrenunciable de humanidad sobre el que ninguna ideología podía prevalecer.

Como ocurrió durante siglos con la esclavitud, ocurre en nuestra época con el aborto. Se ha impuesto un orden injusto, según el cual las generaciones presentes pueden decidir según su interés sobre las generaciones venideras, del mismo modo que antaño los «hombres libres» decidían sobre los esclavos. Todas las razones ideológicas que se invocan a favor del aborto son a la postre sinrazones humanas, manifestaciones ideológicas enloquecidas mediante las cuales anteponemos nuestro provecho propio sobre ese meollo irrenunciable de humanidad que nos constituye. Pero renunciar a lo que es irrenunciable no se consigue impunemente; exige una degradación de lo humano que conduce a su consunción final. Aceptar socialmente el aborto, arbitrar leyes que lo amparen corrompe nuestra humanidad y funda un orden inhumano. No debemos olvidar que, si bien abortos se perpetraron desde que el mundo es mundo (como, por lo demás, se perpetraron asesinatos o latrocinios), porque está en la naturaleza humana sacar provecho de sus crímenes, fueron las sociedades constituvamente inhumanas que florecieron tras la Primera Guerra Mundial las que otorgaron ufanamente al aborto un reconocimiento legal. La propaganda de nuestra época no se cansa de execrar la perversidad de aquellas sociedades inhumanas; pero tales execraciones no son sino aderezos cosméticos: a la postre, en lo que es constitutivamente humano, las democracias actuales no se distinguen del nazismo o el comunismo, puesto que, al igual que ellos, conciben el aborto como un puro acto de disposición.

La cuestión del aborto es el gran caballo de batalla de nuestro tiempo, como antaño lo fue la esclavitud. Llegará el día en que nuestros hijos, al contemplar desde la atalaya de la distancia el páramo de mortandad sobre el que nuestra época fundó su orden social, se avergüencen de su genealogía, se avergüencen de llevar en su sangre el legado de generaciones inhumanas. El aborto no puede combatirse desde postulados ideológicos; hace falta apartarse las anteojeras que estrechan nuestro horizonte humano. Y el político verdadero, esto es, el hombre que ame la supervivencia de la polis, de la organización humana, tiene que rebelarse contra la gangrena que la está devorando. Es una batalla que tal vez dure mil años, pero entretanto se requieren hombres dispuestos a inmolarse en la primera línea de vanguardia.

domingo, 19 de octubre de 2008

“Camino”, de Javier Fesser, y la verdadera historia de Alexia


Breve biografía

Alexia González-Barros y González nace en Madrid el 7 de marzo de 1971. Era la menor de siete hermanos. Desde los cuatro años estudia en el Colegio “Jesús Maestro” de Madrid, que tiene la Compañía de Santa Teresa de Jesús en Madrid.

En febrero de 1985, poco antes de cumplir catorce años, se le diagnostica un tumor canceroso en las cervicales que, en poco tiempo, la deja paralítica. Durante diez meses sufre cuatro operaciones y duros tratamientos para intentar detener el proceso de la enfermedad pero finalmente fallece en la Clínica Universitaria de Navarra el 5 de diciembre de 1985.

A lo largo de la enfermedad, Alexia manifestó una madurez humana y una vida cristiana muy profunda que le llevó a aceptar con serenidad el dolor, la inmovilidad y la muerte.

A raíz de la publicación de una breve biografía escrita por una religiosa de su colegio, Mª Victoria Molins, la vida y la ejemplaridad de Alexia comienzan a difundirse y un religioso claretiano, el padre Apodaca, anima a los padres de Alexia a dirigirse al arzobispado de Madrid para poner en conocimiento tanto la fama de santidad que estaba adquiriendo su hija, como la existencia de favores atribuidos a su intercesión. El 14 de abril de 1993, ocho años después de su muerte, se inicia en Madrid la Causa de canonización. El 8 de mayo de 2000, el padre de Alexia entregó en Roma el resultado de la investigación: 11 tomos con más de 4.600 páginas.

En estos años, la devoción a Alexia se ha extendido en todo el mundo, se han editado 9 biografías, traducidas a 11 idiomas y se han recibido más de 100.000 cartas agradeciendo diversos favores.

Acerca de la película “Camino”, de Javier Fesser La base real de la película: ¿Camino es Alexia?

En la rueda de prensa de presentación de la película, Javier Fesser afirmó que su película era una ficción donde no había nada inventado.  Como el propio director manifestó al diario El País el 31 de julio de 2008, tras leer la biografía de Alexia decidió que “allí había una película”.  Un 80% de la historia que cuenta Camino está extraída de tres biografías publicadas en castellano (Alexia, experiencia de amor y dolor vivida por una adolescente, de Mª Victoria Molins, Alexia: alegría y heroísmo en la enfermedad, de Miguel Angel Monge, Un regalo del cielo, de Pedro Antonio Urbina). En ese sentido, en la película hay escenas literalmente copiadas y diálogos trasladados, pero incluidos en contextos y significados diferentes.. Además, al final de la película, hay una mención explícita a la memoria de Alexia González-Barros.  Sobre esta base real, hay numerosas invenciones que deforman la realidad de la historia y le dan un carácter caricaturesco e insultante para la familia de Alexia González-Barros, que vivió en su momento una experiencia muy dolorosa ante la enfermedad y muerte de una hija, o una hermana, adolescente.

Ciertamente, el mayor problema de la película es su significado global, y no se limita a detalles concretos. Sin embargo, respondiendo a preguntas que se repiten acerca de cuestiones puntuales, se incluyen a continuación algunas aclaraciones:  

1. El padre de Alexia: Francisco González-Barros

En la película el padre de Camino-Alexia es un hombre pusilánime,  sin  firmeza en su fe que muere en un trágico accidente antes que su hija. 

La realidad:

El padre de Alexia era un hombre de sólidas convicciones cristianas, que acompañó a su hija en su lecho de muerte, más tarde se hizo supernumerario del Opus Dei, y falleció veinte años después que su hija.

“Tanto mi esposa como yo teníamos una meta muy clara: lograr un hogar luminoso y alegre, recogiendo una frase del Fundador del Opus Dei, donde nuestros futuros hijos pudieran crecer felices para un fin muy determinado: alcanzar el cielo, entendiendo como felicidad vivir la paz y la alegría de un hogar cristiano a pesar de las dificultades, preocupaciones y problemas que la propia vida conlleva”. (Testimonio de  Francisco González-Barros, recogido en www.alexiagb.org)

alexia22. La vida cristiana de Alexia

En la película se presenta a Camino-Alexia como una niña manipulada por su madre, especialmente en el terreno religioso y, al final, sin fe.

La realidad:

“Por sus actitudes, comprendía que Alexia estaba muy cerca de Dios, que hablaba al Señor como a un amigo: con confianza. Ella lo ofreció todo, absolutamente todo, sabía que el tesoro que tenía en las manos, tenía que administrarlo bien, con mucho amor, con renuncia total.

¡Cuántas veces habrá repetido ante el sagrario la frase que el Señor suscitó en su alma cuando era muy pequeña: "Jesús que yo haga siempre lo que Tú quieras"!

Nunca se rebeló y mantuvo su alegría y su paz cada día. Fue ella y no la familia quien hizo que todas aquellas cosas tan difíciles se transformasen en normales. Fue ella quien "tiró" de nosotros y nos llevó a su paso, en tanto que ella andaba al paso de Dios”. (Testimonio de  Francisco González-Barros, recogido en www.alexiagb.org).

La misma Alexia, pocos días antes de morir, contaba de este modo su experiencia a sus compañeras de colegio:

“Todos los días el capellán me traía la Comunión que tanto me conforta.  (…) aunque no lo creáis, Dios da las fuerzas necesarias y todavía te dan ganas de reír un poquito.  (…) Os vuelvo a repetir que noto lo mucho que rezáis por mí y que me tenéis presente. Decidles a las niñas nuevas que, aunque no las conozco, también las tengo presentes y que tengo muchas ganas de conocerlas. (Carta de Alexia a sus compañeras de colegio antes de morir, recogida en www.alexiagb.org)

3. La madre de Alexia: Ramona (Moncha) González

En la película aparece como una fanática religiosa, manipuladora, sin otros intereses, fácil de convencer con planteamientos pueriles, y obsesionada por controlar a sus hijas.  La realidad:

Era una mujer culta, sumamente amable y educada, cariñosa, decidida a que sus hijos conociesen mundo, aprendiesen idiomas y tomasen decisiones por sí mismos después de estar bien informados. El sentido religioso, la fe, y la aceptación serena de los acontecimientos, formaban parte de los valores que vivía con naturalidad en su ambiente familiar.

“Tanto a mi esposa como a mí, nos importaba mucho su formación humana e intelectual, para que sin uniformidad y según el carácter de cada uno, pudieran ejercer la libertad personal y ejercitarla con plena responsabilidad.

Ni con Alexia ni con sus hermanos los padres hemos tomado determinación alguna que pudiera afectarles sin que les fuese previamente razonada, con ello tratábamos de que fueran adquiriendo criterio. Así Alexia lo adquirió con cierta rapidez y sabía ponerlo de manifiesto cuando llegaba el momento de tomar alguna decisión sobre cualquier tema familiar”. (Testimonio de  Francisco González-Barros, recogido en www.alexiagb.org)

4. El “novio” de Alexia

En la película, a Camino-Alexia le gusta un niño que se llama Jesús. Su madre no lo sabe porque ella lo guarda como un secreto. El poner ese nombre al personaje de ficción provoca una buscada confusión entre ese adolescente y la figura de Jesús, Jesucristo, hijo de Dios, a quien la niña se refería en sus conversaciones y oraciones.

La realidad:

A Alexia le gustó un niño que se llamaba Alfonso y que conoció en verano de 1984 en Vall-Llobrega. Fue un amor platónico, de adolescencia, porque nunca llegaron a hablar. Ella se lo contó a su madre que, en este tema, como en tantos otros, era su confidente y cómplice. En una ocasión, su madre le regaló una pegatina que ponía “I love Alfonso”. Al dársela, Alexia comentó sonrojándose: “ ¡Qué cosas tienes, mamá!”.

5. La hermana numeraria

En la película, Camino-Alexia tiene una hermana numeraria que se hizo del Opus Dei por un desengaño amoroso propiciado maliciosamente por su madre, que intercepta su correspondencia. Vive en un centro del Opus Dei en Pamplona.

La realidad:

La hermana de Alexia, Mª José, era considerada por sus compañeras de colegio como una persona muy inteligente, independiente, algo rebelde en su pensamiento, con fuerte personalidad. Pidió la admisión como numeraria a los 22 años y, al enfermar su hermana, vivía en Madrid (donde sigue residiendo). En aquel momento daba sus primeros pasos en el mundo laboral después de terminar dos licenciaturas -Farmacia y Antropología americana- que estudió en la Universidad Complutense.

6. La devoción al ángel custodio

En la película, Camino-Alexia tiene horror a los ángeles de los que le habla su madre porque tiene pesadillas con un espantoso ángel siniestro que la acosa.

La realidad:

Alexia tuvo desde pequeña mucha devoción al ángel custodio al que “bautizó” con el nombre de Hugo y al que acudía con fe. La anécdota de la infancia conocida por su familia y amigos fue así: “-Un día, poco antes de hacer su Primera Comunión le dijo a su madre: - Yo quiero que mi ángel custodio tenga un nombre. Eso de llamarle “custodio” como todo el mundo, no me gusta. - Me parece bien. Y ¿cómo quieres llamarle? - Hugo-,  respondió sin titubear. - ¿Hugo? –se extrañó su madre- es un nombre muy poco corriente. ¿Por qué Hugo? - Porque es un nombre perfecto para un custodio” (Mª Victoria Molins, Alexia: experiencia de amor y dolor vivida por una adolescente).

7. El traslado a la Clínica Universitaria de Navarra

En la película, un sacerdote del Opus Dei convence a su padre, en medio de un forcejeo, de que lleve a su hija a la Clínica de la Universidad de Navarra. 

La realidad:

Fue el propio padre de Alexia el que, preocupado por la evolución de la enfermedad, viajó a Pamplona para contrastar el tratamiento y convenció a su familia, después de que un médico de la clínica Puerta de Hierro le dijera: “Si fuera mi hija, la llevaría a Navarra”.  

8. La muerte de Alexia

En la película, cuando muere Camino-Alexia, los médicos, enfermeras, sacerdotes y amigos presentes empiezan a aplaudir. En la rueda de prensa de la presentación de la película en San Sebastián, respondiendo a un periodista que le preguntó si había sido exactamente así, Javier Fesser afirmó que sí.

La realidad:

El propio hermano de Alexia lo aclara tras conocer esa afirmación: “Mi hermana Alexia no murió rodeada de aplausos. Murió rodeada de cariño. Cariño de sus seres queridos: padres y hermanos y con el silencio respetuoso de las enfermeras, doctores y enfermos que motu propio se acercaron a la habitación de Alexia.  Murió mientras intentábamos tragar nuestras lágrimas, porque –no lo olvides- para nosotros era un verdadero drama el pensar en tener que soportar su pérdida. (Carta abierta a Javier Fesser de Alfredo González Barros, recogida en www.alexiagb.org)

9. El proceso de canonización

En la película -mientras la niña está muy enferma, hospitalizada-, un sacerdote del Opus Dei convence a la madre de que sería conveniente que “ayudara” al proceso de canonización de su hija, que sería así la primera santa de la Obra. Sugiere que se provoque una devoción que parezca espontánea.

La realidad:

Durante la enfermedad, muchas personas del entorno de Alexia admiraban la entereza, la fortaleza, la madurez y hasta la alegría serena con la que sobrellevaba una situación tan inesperada como dolorosa. Su ejemplo de fe y esperanza ayudó a no pocos. Y, tras su muerte, los primeros escritos que narraban el proceso vivido empezaron a difundirse con una rapidez y extensión inusitadas.  “En muy poco tiempo, a partir de su fallecimiento, su fama de santidad se extendió de manera espontánea y generalizada, y es mucha la gente que se siente removida por su ejemplo.

Desde lugares tan diferentes y lejanos, como pueden ser Canadá o Filipinas, de todas partes del mundo, fueron llegando testimonios de almas que se han acercado a Dios.

Obviamente, nosotros, su familia, jamás hubiéramos pensado en nada parecido, aunque sentíamos que Alexia estaba muy cerca de Dios.  Sin embargo, un religioso claretiano nos hizo ver la obligación moral que temamos, como padres, de llevar a cabo la tarea de someter el ejemplo de la vida de Alexia al juicio oportuno de la autoridad eclesiástica. (Testimonio de  Francisco González-Barros, recogido en www.alexiagb.org) Por otra parte, Alexia nunca perteneció al Opus Dei. Ninfa Watt

Ninfa Watt. Periodista y filóloga, profesora de Ética y deontología profesional en la Facultad de Comunicación de la Universidad Pontificia de Salamanca. Teresiana, ex alumna del colegio en el que estudiaron las hermanas González-Barros y amiga de la familia. Ex directora de las revistas Vida Nueva y  Pantalla 90, crítica de cine y colaboradora en  El espejo de la cultura (COPE),  y miembro de SIGNIS.

"Camino", de Javier Fesser

(Recojo el artículo escrito en www.peliculastv.com, al mismo tiempo que animo a ver esta página con asiduidad para tener un criterio muy objetivo sobre las películas en cartelera)

Javier Fesser asegura que se ha inspirado, para rodar Camino, en la vida de Alexia González-Barros, una muchacha que falleció con fama de santidad en 1985 tras una dolorosa enfermedad causada por un tumor maligno. El heroísmo, entereza y serenidad de la muchacha ante el dolor, y el gran número de devotos que suscitó (y sigue suscitando) su vida y su muerte, dieron lugar a que se iniciara el proceso canónico para su beatificación y canonización.

Un cóctel indigesto
La historia de Alexia es una epopeya de fe, amor y sacrificio (recomendamos visitar su webhttp://www.alexiagb.org/) no así la película de Javier Fesser, que afirma no creer en la verdad (todo es relativo para el realizador madrileño), no comprende la visión cristiana de la enfermedad y el sufrimiento, y me queda la curiosidad, después de ver la película, de qué entiende Fesser por amor. Y mi perplejidad aumenta cuando le oigo declarar que no entiende el significado de ofrecer el dolor por amor (¿en qué planeta vive usted, señor Fesser? ¿Desde cuándo el amor y el sacrificio no tienen nada que ver entre sí?)

También sorprende el cambio de registro que esta película supone en la filmografía del autor, pues salvo su último cortometraje (Binta y la gran idea), todo su trabajo se mueve en el ámbito de la comedia y la parodia (El milagro de P. TintoLa gran aventura de Mortadelo y Filemón). Tal vez por eso, cuando aborda un drama como Camino el resultado sea una película desmesurada, con un metraje de 143 insoportables minutos (miré el reloj varias veces durante la proyección), de los cuales sólo merecen la pena unos 10 ó 15.

Parece que cuando le sacan del gag ingenioso, irreverente o sarcástico, Fesser no se encuentra a sus anchas contando una historia que, como sucede en este caso, le viene muy grande. Tal vez por eso tiene que recurrir cada dos por tres a pegotes (escenas demasiado largas, morbo en las escenas de quirófano, insertos de películas de animación como la Cenicienta, etc.) para disimular la falta de ritmo de su historia.


CaminoGrandes maestros y pequeños burlones


Nuestro director carece del talante y la cultura humanística de realizadores cinematográficos de la talla de Wim Wenders (no hace falta más que comparar la grotesca y rancia visión de los ángeles que nos ofrece el español, con la audaz y genial del alemán en Cielo sobre Berlín) o Richard Attenborough en su genial retrato del sentido del dolor en Tierras de penumbra, un biopic sobre el escritor inglés C.S. Lewis. También se encuentra Fesser a años luz de ese canto a la vida y a la dignidad de la persona (incluso gravemente enferma) que es Despertares. El director de Camino, por el contrario, se encuentra más cerca de directores que exhiben una antropología precaria, de andar por casa, como les sucede a Amenábar (Mar adentro) o Jeunet (Amelie).


Otra actitud ausente en Fesser es la de los grandes directores clásicos (Zinneman, Pasolini, Rossellini, Bergman, etc.) caracterizados por su respeto y comprensión (no identificación) hacia los personajes retratados por sus filmes, sobre todo si eran históricos (santos, o incluso el mismo Jesucristo) y el director no compartía sus creencias o incluso era ateo. Con citar unos pocos títulos, entre cientos, será suficiente: Francesco, juglar de Dios, El Mesías, El evangelio según san Mateo, El séptimo sello, El manantial de la doncella o Un hombre para la eternidad.

La óptica de Fesser se asemeja más a la de Ray Loriga en la fallida Teresa, el cuerpo de Cristo. Una visión que no intenta comprender el fenómeno relatado sino adaptarlo y comprimirlo a su particular visión beligerante. Tales posturas reflejan lo que el director de cine ruso Andrei Tarkovski denunciaba en su ensayo Esculpir en el tiempo, cuando advertía que el “arte moderno ha entrado por un camino errado, porque en nombre de la mera autoafirmación ha abjurado de la búsqueda del sentido de la vida. Así, la llamada tarea creadora se convierte en una rara actividad de excéntricos, que buscan tan sólo la justificación del valor singular de su egocéntrica actividad”.
(¡Lástima de talento visual desperdiciado (el de Fesser y el de Loriga) por culpa de una actitud tan poco comprensiva con el otro! Podrían haber sido dos grandes películas, pero...).

Machismo progre


Camino2Además de su perspectiva chata y escéptica, toda la película destila un machismo que repugna. Los dardos de Fesser apuntan innegablemente a las mujeres del Opus Dei. Casi todas las ironías y críticas se vierten sobre ellas. Da la impresión de que Fesser ha bebido en aguas demasiado turbias y no se ha preocupado por examinar la vida real de tantas mujeres que representan la normalidad dentro de esa institución de la Iglesia Católica. Incluso se atreve a decir que realiza una radiografía del Opus Dei, pero una radiografía, habría que matizar, hecha a despojos o esqueletos, no a un ser real, vivo y de carne y hueso.


Tampoco le parece relevante a Javier Fesser respetar la libertad de la mujer para elegir el tipo de vida que quiera y renunciar, si es el caso, a un marido. Tras el visionado de la película podría deducirse que sin el hombre la mujer no es nada. Y resulta cuanto menos curioso que el director de Camino no se atreva a señalar lo que Santa Teresa de Jesús decía con orgullo acerca de su condición y libertad de mujer célibe, una elección personal que le otorgó una independencia superior a la de muchas otras mujeres de su tiempo. Y aunque Fesser cite a la santa en la película, una vez más demuestra no comprenderla (¡y es que Santa Teresa no es ni Mortadelo ni P. Tinto, señor Fesser, a ver si se entera de una vez!).

En definitiva, como Fesser es intolerante con este tipo de conducta la parodia y ridiculiza hasta la saciedad –ensañándose con las mujeres del Opus Dei– para trazar una figura esperpéntica fruto de su mirada aviesa.

¿Todo es relativo?


Sí, todo es relativo, sentencia Fesser, y se queda tan ancho. Ha descubierto América, ha formulado el dogma incuestionable de lo políticamente correcto. Es cierto que no es fácil hablar de la verdad en nuestros días. En periódicos, debates televisivos, chats o tertulias radiofónicas cualquiera puede defender su opinión con la condición de no que pretenda poseer la verdad. Se defiende la tolerancia, no como respeto a la persona independientemente de sus opiniones, sino como velada aceptación del relativismo: “todo vale y todo es verdad”. Lo contrario podría tomarse como un acto de violencia, pues enfrentarse al relativismo se considera fundamentalismo o conservadurismo.


Pero decir que ‘algo es verdad para ti’, o ‘que todos tenemos la verdad’, viola una norma básica de nuestro pensamiento y de la realidad: el principio de no-contradicción. Si todas las opiniones son válidas resulta que una misma realidad sería verdadera y falsa a la vez, buena y mala, bella y fea. El hombre sería libre y no-libre; el asesino, culpable y no-culpable; el embrión, humano y no-humano, etc. Quizá por eso Javier Fesser se ha permitido engañar a la familia de Alexia, y al público, como puso de manifiesto la carta publicada en el diario La Razón por Alfredo González-Barros el 27 de septiembre pasado.


Parece mucho más sensato, y honesto, superar las opiniones subjetivas, como dice Antonio Machado:


¿Tu verdad? No, la Verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.

Si todo es relativo, como pretende el director de Camino, también el relativismo lo es. De igual modo que si todo es mentira, es verdad que todo es mentira. El escepticismo y el relativismo no tienen salida, son una jaula para locos. Si no se pudiera conocer la verdad, no tendríamos experiencia del error. Está claro que las circunstancias históricas y sociales o la educación recibida pueden influirnos en nuestras opiniones y juicios. Pero esa cárcel de los prejuicios tiene una salida, como también la tienen la caverna platónica y el mundo virtual de Matrix.

El subjetivismo, en la práctica, lleva a transformar las normas morales según el propio gusto, provocando la desaparición de todo punto de referencia y creando una situación de desconcierto moral y hasta psicológico. Actualmente, para salvar su ‘autenticidad’, muchos afirman no estar arrepentidos de nada. Pero algunos psiquiatras advierten que esta es la causa de muchas de las neurosis actuales.


Quizás por eso, nuestra sociedad necesita, para su buena salud psíquica, de los grandes sinvergüenzas: unos personajes ‘inauténticos’ que no cambiaban la realidad ni justificaban su conducta modificando a su gusto las normas éticas, más bien –nos recuerda Jacinto Choza– asumían el error de sus debilidades. Como prototipo de estos personajes encontramos a Lope de Vega, Carlos V o Felipe II, quienes arreglaban sus problemas de conciencia con sus confesores. Frente a ellos el ‘auténtico’ (y colérico) Enrique VIII, hizo pasar la conciencia de sus súbditos por las sábanas de su cama. Modificó la moral para tranquilizar su conciencia, pero no tuvo reparo en eliminar, no sólo a varias de sus esposas, sino a muchos de sus más cualificados amigos, Tomás Moro entre ellos.

CaminoMr. Peebles y la verdad


Para Fesser da lo mismo hablar de Mr. Peebles (el enano mágico deCamino), que de un gnomo, un hada o Dios. En el fondo, todo sería producto de nuestra imaginación, o de nuestros deseos de placer o de poder sublimados. Pero más bien habría que decir que nuestra psicología profunda es mucho más rica que todo lo que las escenas oníricas de Camino pretenden: porque está abierta a la infinitud de lo real. No sólo nos interesa dominar o disfrutar. También la verdad, el amor y la belleza mueven al hombre.

Que la persona sea un misterio conlleva que el sentido de sus deseos e impulsos esté en la realidad y no en la subjetividad. Sería absurdo decir que la sed, por ejemplo, crea o se inventa el agua. Si existe la sed es porque hay agua (o algo similar que la calme). Lo mismo ocurre con el deseo de felicidad: tiene que haber una realidad que lo colme, pues en caso contrario no existiría la experiencia de la desesperación y el hombre sería un ser absurdo, una pasión inútil. Tal postura resulta casi imposible de sostener en la práctica (Sartre no pudo), pues en tal situación la vida no merecería la pena ser vivida. Pero desde el instante en que decidimos vivir, reconocemos implícitamente un sentido en nuestra existencia.


En definitiva, el psicologismo (y Fesser con él) parece no advertir que los deseos remiten más allá de ellos mismos. No podemos reducir el misterio del hombre a lo que se encuentra en su inconsciente (expresado por las escenas surrealistas de Camino, que pretenden descubrir un mundo imaginario en el que la protagonista es feliz). Es necesario salir de ese reducido ámbito de nuestra psicología y advertir que la fuente que sacia nuestros anhelos está fuera de nosotros, tal y como lo descubrió Alexia en su vida real. De ahí que muchos psicólogos humanistas actuales (Viktor Frankl, Daniel Goleman, Oliver Sacks, Lou Marinoff o Enrique Rojas) hayan superado las deficiencias del psicoanálisis al reconocer que la madurez humana no se basa en el equilibrio obtenido por la satisfacción de los impulsos primarios (el célebre y triste tópico: ¡comamos y bebamos que mañana moriremos!), sino en el esfuerzo por trascenderse, ir más allá de sí mismo y buscar un sentido a la vida.

Este sentido no es creado por la persona, más bien es algo o alguien que encuentra en su vida. A Fesser se le escapa que el amor, el trabajo creativo, la religión e incluso el sacrificio constituyen aspectos de la realidad que otorgan significado y sentido a la vida humana.

El supuesto ateísmo de Fesser


Javier Fesser es muy libre para alegar que no existe la verdad, o que no cree en ningún ser trascendente a este mundo. Lo que sí se le puede exigir es que sea consecuente con esas afirmaciones y no las esgrima como si fueran algo inocente e inocuo como cualquier otra opinión.

La verdad es que muchos ateos son muy hábiles en el juego de tirar la piedra y esconder la mano. Por fortuna, algunos pensadores de nuestra historia más o menos reciente reconocen las consecuencias que acarrea para la vida humana la negación de Dios. “Si Dios no existiera, todo estaría permitido”, se afirma en la novela de Dostoievski Los hermanos Karamazov. La negación del Absoluto hace que todo se vuelva relativo.

A la misma conclusión llegan Nietzsche y Sartre.

Estos autores irrumpen en el escenario de la historia de nuestra cultura como lúcidos delatores de las incongruencias de una ética basada en la negación de la existencia de Dios. Sirva de ejemplo el caso de Sartre: “El existencialismo se opone decididamente a cierto tipo de moral laica que quisiera suprimir a Dios con el menor gasto posible.(...) El existencialista, por el contrario, piensa que es muy incómodo que Dios no exista, porque con él desaparece toda posibilidad de encontrar valores en un cielo inteligible; ya no se puede tener el bien a priori, porque no hay más conciencia infinita y perfecta para pensarlo; no está escrito en ninguna parte que el bien exista, que haya que ser honrado, que no haya que mentir” (El existencialismo es un humanismo).

La única norma que regiría las conductas sería la voluntad del más fuerte: llámese ciencia, opinión pública o política. Por eso la muerte de Dios anunciada por Nietzsche, dio lugar a la muerte del hombre anunciada por los filósofos estructuralistas y llevada a cabo en los genocidios nazis y soviéticos. El siglo XX tal vez pase a la historia como uno de los más crueles que haya habido nunca. Y los inicios del XXI no están siendo muy halagadores al respecto.

El nihilismo ateo (a veces disfrazado de verborrea religiosa o nacionalista) y el subjetivismo producen conductas como la del terrorista que disimula su horrenda masacre con la sofística afirmación de que actúa en nombre de Dios o de la nación. El miembro suicida de una secta cree que está haciendo un acto meritorio para llegar al más allá, cuando nadie es dueño absoluto de su propia realidad. También el defensor de la eutanasia cae en el subjetivismo cuando opina que el enfermo terminal ya no puede encontrar un sentido para su vida.

Si Dios no existiera –algo de lo que Fesser pretende convencernos con su filme– nuestros derechos serían muy precarios, por no decir inexistentes. El ser humano más débil (no nacido, anciano o enfermo terminal) dependería siempre de la decisión de los demás para conquistar su derecho a existir. Es algo que empieza a ser habitual en la coyuntura presente, en la que cierta parte de la sociedad, y algunos parlamentos, han asumido el papel de la divinidad. Pero nuestro mundo no tendrá la suficiente fuerza moral para salir del infierno iniciado en el siglo pasado –y llegar a respetar el valor incondicional de toda vida humana– mientras no se reconozca que el fundamento último de esa vida es un ser personal absoluto y trascendente: Dios. J.J.M.G.

 

Dirección: Javier Fesser. Intérpretes: Nerea Camacho, Carmen Elías, Mariano Venancio, Manuela Vellés, Pepe Ocio, Ana Gracia, Lola Casamayor, Jordi Dauder. Guión: Javier Fesser. Música: Rafael Arnau, Mario Gosálvez.Fotografía: Alex Catalán. País: España. Distribuye en Cine: Altafilms. Duración: 143 min. Género: Drama.Publico apropiado: Adultos. Estreno: 17-10-2008.

miércoles, 8 de octubre de 2008

El principio de Eva

La autora del libro


El principio de Eva (Das Eva Prinzip)
Autor: Eva Herman
Ediciones B. Barcelona (2008). 255 págs. 18 €. Traducción: Irene Saslavsky Niedermann.


Cristina Abad Cadenas, Aceprensa, Fecha: 4 Junio 2008


¿Dónde reside el núcleo de la felicidad de la mujer y qué le ocurre a esta Europa envejecida llena de féminas agotadas de perseguir su autorrealización personal? Plantearse esta cuestión y responderla al margen de la ortodoxia feminista de izquierdas le valió a Eva Herman una persecución que acabó con su despido como locutora del informativo más popular de la radiotelevisión pública alemana tras 18 años de veteranía.

El libro –un gran éxito de ventas en Alemania– ha despertado fobias entre las feministas a ultranza y filias entre muchas mujeres deseosas de ejercer sin presiones políticas ni mediáticas su derecho a quedarse en casa o ir a trabajar. En sus páginas la autora desvela las claves que permiten “convertir el desconcierto en energía para actuar y decidir nuestro destino de manera consciente”.

Pero, ¿qué le ocurrió a esta periodista de rutilante carrera profesional para poner patas arriba los postulados feministas de los años sesenta y setenta de los que ella misma se había alimentado? Alcanzar el ecuador de su vida, cosechar tres divorcios y tener un hijo.

Desde su experiencia de maternidad, Eva Herman bucea en los datos científicos, antropológicos y sociológicos según los cuales la capacidad de ser madre es núcleo constitutivo del ser mujer y no una esclavitud superable. Y concluye: “Parece absurdo, pero es innegable: las mujeres hemos olvidado que somos mujeres. Desde muchos puntos de vista, hemos perdido nuestra feminidad, aquello que podía conformarnos”.

Más adelante pone el dedo en la llaga: “La sociedad es incapaz de llamar la atención sobre esta realidad, porque no encaja con el discurso con el que las feministas, en su mayoría solteras, pretendían convencernos hace algunos decenios: todo es planificable, nos decían, y, para realizarnos, debemos superar ese vínculo con un marido y un hijo. Digámoslo con toda tranquilidad: nosotras mismas nos cargamos el peso de esas contradicciones a las espaldas, nosotras mismas nos convertimos en el juguete de los ofrecimientos seductores y las promesas de una carrera profesional. Al emprender la batalla por nosotras mismas, por nuestra independencia… y la batalla contra los hombres, pasamos por el aro que nos pusieron delante de las narices en vez de detenernos y plantearnos las auténticas preguntas vitales”.

La alarmante reducción de la natalidad en Europa y en Alemania, la crianza despersonalizada de los niños y su relación con el incremento de la violencia juvenil, la llamada del reloj biológico, las alteraciones hormonales y sus consecuencias fruto de la adopción de roles masculinos, los efectos en la pareja de la separación entre sexualidad y reproducción, y la relación entre guerra de sexos y fracaso matrimonial son algunas de las cuestiones que Eva Herman pone sobre el tapete de la responsabilidad social de las propias mujeres.

“Se trata de avanzar” –asegura a las desconfiadas desde su óptica esperanzada–. “Si logramos recordar cuál es nuestro auténtico punto fuerte, podremos cambiar el mundo. ¿Grandes palabras? Quizá. Pero resulta que son las mujeres quienes pueden forjar una convivencia más humana gracias a su inteligencia social y emocional”.

Y una llamada de atención a las “peleadoras”, sin acritudes: “Dejad que las mujeres vuelvan a encontrar su propio ca-mino y guardaos de tildarlas de bobas que viven sometidas a los hombres. Dejad que elijan libremente, porque entre las distintas opciones también está la de tener marido e hijos”.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Mil millones de víctimas: un genocidio censurado.

De nuevo tratamos en este blog sobre el aborto. Esta vez con ocasión del libro "Il genocidio censurato. Aborto: un miliardo di vittime innocenti" (Ed. Piemme), del escritor Antonio Socci.

Se ha publicado también en español con el título "El genocidio censurado. Aborto: mil millones de víctimas inocentes" (Ed. Cristiandad, Madrid, 2007).

Antonio Socci (Siena, 1959), periodista y escritor, ha colaborado con Il Sabato, Il Giornale y Panorama. Ha sido director de la revista internacional 30Giorni. Actualmente desempeña el cargo de Director de la Escuela de Periodismo de Radio y Televisión de la RAI. Sigue colaborando con diversos medios (Il Foglio y Libero) y también ha publicado una decena de libros.

El autor hace un buen trabajo de investigación periodística y denuncia de modo neto y sin paliativos el mayor escándalo de nuestra sociedad: El mayor genocidio del siglo XX no ha tenido lugar en una guerra, en los gulags o en los campos de exterminio. Es una matanza, de más de mil millones de víctimas inocentes, de la que nadie habla: el aborto.

Viene a la memoria el eco de las impresionantes palabras del Papa Juan Pablo II, en el año 1982, ante aquel gigantesco auditorio de la madrileña Plaza de Lima, que se desbordaba por los alrededores del Estadio del Real Madrid: Hay otro aspecto, aún más grave y fundamental -decía el Papa-, que se refiere al amor conyugal como fuente de vida: hablo del respeto absoluto a la vida humana, que ninguna persona o institución, privada o pública, puede ignorar. Por ello, quien negara la defensa a la persona humana más inocente y débil, a la persona humana ya concebida aunque todavía no nacida, cometería una gravísima violación del orden moral. Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente. Se minaría el mismo fundamento de la sociedad.

Reproducimos ahora un artículo titulado “El genocidio censurado”, de Juan Manuel de Prada en ABC (28-I-2008), en el que al comentar el libro de Antonio Socci hace ver que el aborto es una vuelta al corazón de las tinieblas, es una negación de la conquista humana más esencial e irrenunciable.

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Citábamos el otro día de pasada un libro que nos gustaría recomendar encarecidamente. Se titula El genocidio censurado, y lo acaba de publicar Ediciones Cristiandad; su autor, Antonio Socci, es un polemista brioso, capaz de resucitar en el lector ese fondo de humanidad sepultada sobre el que se ha erigido el crimen más multitudinario y silenciado de nuestro tiempo. Nos estamos refiriendo, claro está, al aborto, de tan triste actualidad en nuestro país, convertido -como escribió en alguna ocasión Ruiz Quintano con su característico sarcasmo- en «reserva abortista de Occidente». El mayor genocidio del siglo XX -nos recuerda Socci- no ha sido perpetrado en ninguna guerra, tampoco en los gulags ni en los campos de exterminio que florecieron al socaire de los regímenes totalitarios; el mayor genocidio del siglo XX -y de los que llevamos de siglo XXI- se ha perpetrado en las aseadas democracias occidentales, ante la mirada impávida o indiferente de sociedades que presumen de compasivas y defensoras a ultranza de los derechos humanos. Mil millones de víctimas inocentes es la cifra que propone Socci como saldo de ese genocidio; y probablemente se haya quedado corto. Pero lo más escalofriante de este crimen innumerable no es la cantidad, sino el silencio aquiescente o cómplice con que las sociedades denominadas democráticas lo aceptan. Porque el aborto, esa barbarie industrial por la que algún día seremos juzgados, es también el último tabú del que nadie se atreve a hablar. Resulta inquietante y perturbador que una época como la nuestra, que se jacta de exponerlo todo a la luz, que no tiene empacho en penetrar en las más recónditas intimidades, que no hace ascos a la exhibición gratuita de violencias, que con obscenidad casi pornográfica nos bombardea visualmente con los más variopintos horrores, sin embargo haya decidido encubrir este genocidio, prohibiéndonos mirar a los ojos a esos pequeños que son expeditivamente tachados del libro de la vida.


En algún pasaje de su ensayo, Socci recoge las palabras de Norberto Bobbio, el gran jurista y filósofo turinés, a quien nadie podrá acusar de complacencia con las tesis católicas, sobre el aborto: «Hay tres derechos. El primero, el del concebido, es fundamental. Los demás, el de la mujer y el de la sociedad, son derivados. Además, y para mí esto es el punto central, el derecho de la mujer y el de la sociedad, que son de ordinario adoptados para justificar el aborto, pueden ser satisfechos sin recurrir al aborto, es decir, evitando la concepción. Una vez ocurrida la concepción, el derecho del concebido solamente puede ser satisfecho dejándolo nacer. (...) Me sorprende que los laicos dejen a los creyentes el privilegio y el honor de afirmar que no se debe matar». Y Pier Paolo Pasolini escribió: «Soy contrario a la legalización del aborto porque la considero una legalización del homicidio. Que la vida humana sea sagrada es obvio: es un principio más fuerte que cualquier principio de la democracia». Glosando a Pasolini, podríamos preguntarnos si una sociedad que no considera sagrada la vida humana puede calificarse de democrática.


¿Se puede seguir esgrimiendo seriamente que una vida gestante es un «amasijo de células», como le dijeron en el abortorio a la joven María de la Cuesta, cuyo testimonio recogía ayer ABC en un hermosísimo reportaje de Domingo Pérez? ¿Se puede decir sin rebozo que esa vida gestante vale lo mismo que un pelo o un diente o una uña? ¿Es una mera cosa de la que podemos disponer a nuestro antojo o es uno de nosotros? Esta es la pregunta que nuestra época no se atreve a responder, porque ha dejado de ser humana. Hubo un tiempo, allá en el corazón de las tinieblas, en que los niños eran entregados a Moloch en sacrificio; pero, de repente, ocurrió algo, un cambio absolutamente revolucionario que Socci resume así: «Por primera vez en la historia se difundió el sentimiento y la certeza de que todo ser humano es sagrado e intocable, que ningún poder puede disponer de su vida o de su dignidad. Este es el fundamento ético de la libertad y de la democracia tal como la conocemos». Y el aborto es una vuelta al corazón de las tinieblas, es una negación de la conquista humana más esencial e irrenunciable. No dejen de leer este vibrante ensayo de Antonio Socci.

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Nota: Quien desee volver a escuchar las palabras de Juan Pablo II en la Plaza de Lima de Madrid (2-XI-1982), puede ver este video.

viernes, 11 de julio de 2008

EL CABALLO DE TROYA DEL LAICISMO



[La verdadera laicidad no excluye la religión; por el contrario, el laicismo, es una ideología fundamentalista que intenta borrar de la sociedad la dimensión trascendente del hombre.


A no pocos socialistas españoles estas distinciones les ponen de los nervios, pero qué le vamos a hacer. Un amigo mío suele repetir con frecuencia: “a mí me gustan las cositas claras”. Como es fácil de suponer, este amigo sufre bastante con el confusionismo terminológico actual: la crisis es desaceleración, la eutanasia es muerte digna, el aborto es pro choice, el trasvase es simplemente aportación puntual de agua, etc., etc.


A Marcello Pera, pensador laico, catedrático de Filosofía de la Ciencia y expresidente del Senado italiano le gusta pensar de modo claro y preciso. Dice: "Distinguiría entre Estado 'laico' y 'laicista'. Por 'laico' entiendo que el Estado está separado de cualquier Iglesia y actúa de modo autónomo. (…) El laicismo, por el contrario, es una ideología que se propone eliminar la dimensión religiosa del hombre".


Carlos Soler expone de otro modo, pero también muy claro, la misma idea de Marcello Pera: “La diferencia entre laicidad y laicismo consiste en que el laicismo toma partido en la cuestión religiosa. (…) el laicismo es, sorprendentemente, un tipo de confesionalidad.”

Y explica aún mejor el verdadero sentido del laicismo: “…gobernar ‘como si Dios no existiese’ es tomar partido; es gobernar ‘en ateo’; gobernar ‘como si Dios no existiese’ significa confesionalidad atea, igual que gobernar ‘como si la religión católica, o la musulmana, o la anglicana, fuese la verdadera’, significa confesionalidad católica, musulmana, anglicana; del mismo modo, gobernar ‘como si no pudiésemos conocer si Dios existe o no existe’ es confesionalidad agnóstica. Todas estas versiones de la confesionalidad están excluidas por la laicidad, puesto que son modos de tomar partido; lo que la laicidad exige es precisamente gobernar reconociendo la propia incompetencia para tomar partido en cuestiones religiosas.


Y Andrés Ollero, catedrático de Filosofía del Derecho y director de la revista internacional Persona y Derecho, desarrolla las exigencias de la laicidad:

“…la laicidad implica un triple ingrediente:


1. Los poderes públicos no sólo han de respetar las convicciones de los ciudadanos sino que han de posibilitar que éstas sean adecuadamente ilustradas por las confesiones a que pertenecen.


2. Los creyentes, formada con toda libertad su conciencia personal, han de renunciar en el ámbito público a todo argumento de autoridad, razonando en términos compartibles por cualquier ciudadano y sintiéndose ellos, antes que su jerarquía eclesial, personalmente responsables de la solución de todos los problemas suscitados por la convivencia social.


3. Los agnósticos o ateos no pueden tampoco ahorrarse esta necesaria argumentación sino que también han de aportarla. Ello implica renunciar a esgrimir un descalificador argumento de no-autoridad, que les llevaría a una inquisitorial caza de brujas sobre los fundamentos últimos de las propuestas de sus conciudadanos.”


Publicamos ahora un jugoso artículo de Juan Manuel de Prada en ABC titulado “El caballo de Troya del laicismo”.]



Se ha interpretado la ofensiva laicista anunciada por la vicepresidenta De la Vega como una especie de «liebre» -en afortunada expresión de Ignacio Camacho- que se lanza para desviar la atención de otros asuntos más conflictivos o perentorios. Pero pecaríamos de ingenuidad si nos negásemos a avizorar el propósito de ingeniería social que subyace en la ofensiva. La sociedad está compuesta por individuos; y los individuos son, en su inmensa mayoría, religiosos por naturaleza. El Estado, como construcción estructural de la sociedad, tiene la obligación de atender la religiosidad de los individuos que la componen y de hallar soluciones que permitan que las distintas sensibilidades religiosas puedan coexistir en pacífica convivencia. La Constitución española, al consagrar el principio de aconfesionalidad del Estado, dio solución a este problema: a la vez que ninguna religión tiene carácter estatal, los poderes públicos se comprometen a mantener relaciones de cooperación con las diversas confesiones, atendiendo a las creencias de la sociedad; de donde se desprende que dicha cooperación tiene que ser especial con la Iglesia Católica, por encarnar -históricamente, pero también hic et nunc- la fe mayoritaria de los españoles. Esta solución constitucional coincide con el ideal del Estado pluralista moderno; y supera por igual fórmulas coactivas de otras épocas (en donde una mayoría aspiraba a imponer su religión a los demás) y también la fórmula liberal, que propone que el Estado se mantenga ajeno o indiferente a las creencias religiosas de los ciudadanos.

El ideal laicista es una conjunción nefasta de la fórmula liberal y de las fórmulas coactivas de otras épocas. Propone que la religión sea un asunto privado; pero su íntimo, inconfesable anhelo, consiste simplemente en eliminar la religión como realidad, tanto en lo público como en lo privado, empezando por lo primero. Y es que el laicismo sabe que una religión confinada en el ámbito privado no es religión propiamente dicha: la religión tiene que ser forzosamente social, puesto que el hombre lo es («zoon politikón», lo definió Aristóteles); y, en consecuencia, tendrá que irrumpir en la vida pública. Tratar de reprimir las manifestaciones sociales del sentimiento religioso, que es el más complejo de todos los afectos intelectuales, pero también el más tenaz y violento, sólo trae dolor al cuerpo social. Así ocurrió, por ejemplo, cuando a Azaña se le ocurrió decretar la desaparición repentina de la religión en España.

A nadie se le escapa que la nueva ofensiva laicista anunciada por el Gobierno tiene como único propósito extirpar el ascendiente de la religión católica sobre la sociedad española. Y ya se sabe que el hombre, extirpado de religión, empieza a supurar superstición. El Gobierno entiende -y entiende bien- que la religión es la última defensa que protege al hombre frente a las supersticiones laicas. Entiende también que, confinada en el ámbito privado, la religiosidad del hombre se agosta y termina por fenecer. Y entiende, en fin, que, con su religiosidad fenecida, el hombre deviene más frágil y manipulable, más dúctil a cualquier ejercicio de ingeniería social. Resulta muy dilucidador que la vicepresidenta De la Vega, a la vez que anunciaba la ofensiva laicista gubernamental, adelantase un rimbombante «Plan de Derechos Humanos». El hombre religioso sabe, como Benedicto XVI afirmó en su reciente discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, que los derechos humanos se basan en una ley natural inscrita en su corazón, presente en las diferentes culturas y civilizaciones; y que, por lo tanto, son universales y anteriores a cualquier forma de organización política. El hombre al que le ha sido extirpada la religión no le queda sino abrazarse a la superstición laica, según la cual el sentido y la interpretación de esos derechos humanos pueden variar, dependiendo del contexto político de cada momento; de este modo, los derechos humanos dejan de ser una propiedad humana universal e inalienable, previa a cualquier forma de organización política, para convertirse en concesión graciosa del gobierno de turno, que podrá configurarlos a su libre antojo y hasta enajenarlos.

Creo, sinceramente, que la ofensiva laicista del Gobierno es mucho más que una liebre, querido Ignacio: es el caballo de Troya del Régimen.

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