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domingo, 25 de febrero de 2018

La apoteosis de la intolerancia

Por Alfonso Aguiló

         Lo peor de todo esto es que esos alarmismos demográficos han solido traer consigo políticas inhumanas, de intolerancia flagrante, de tremenda coerción y de graves violaciones de los derechos humanos. Y, desgraciadamente, no han sido casos aislados.

        Por ejemplo, el gobierno indio ha llevado a cabo durante décadas extensos programas de esterilizaciones masivas de ciudadanos, en muchos casos mediante engaño o violencia. En China, esas campañas han sido aún más masivas e intimidatorias, ejerciendo sobre los matrimonios una presión enorme y a menudo brutal para limitar la descendencia familiar a un solo hijo por familia.

        Esos programas son ejemplos extremos de violaciones de derechos humanos que, en nombre del control de la población, se cometen y se han cometido en tantos países. Pero lo más doloroso -se lamentaba Karl Zinsmeister-, es que las autoridades internacionales hagan apologías públicas de esa clase de políticas inhumanas: es triste que cuando la ONU entregó por primera vez el premio de planificación familiar, los ganadores fueran precisamente los directores de los programas indio y chino.

        Resulta seriamente preocupante la grave intolerancia que demuestran quienes violentan las raíces culturales milenarias de esos pueblos promoviendo semejantes campañas antinatalistas. Como decía Chesterton, con este tipo de políticas se acaba desdibujando la diferencia entre animales y seres humanos, y se acaba tratando a seres humanos pobres como si no fueran más que estorbos económicos, sociales o ecológicos. Como si fueran una nueva especie de contaminación que es preciso eliminar.

        Y tiene también razón Julián Marías al advertir que quienes piensan así reducen lo humano casi a la zoología. Ven a la mujer embarazada como una simple hembra preñada, y parecen empeñados en coartar la libertad de toda una parte de la humanidad a la que consideran carente de responsabilidad.

Todo el dinero del mundo


Contenidos: Imágenes (algunas V, S-), más información: AQUÍ
Reseña: 
Roma, 1973. Unos hombres enmascarados secuestran a un adolescente llamado Paul (Charlie Plummer). Su abuelo, J. Paul Getty (Christopher Plummer), es el hombre más rico del mundo, un magnate petrolero tan multimillonario como avaro. El secuestro de su nieto favorito no es razón suficiente para renunciar a parte de su fortuna.
“Todo el dinero del mundo” cuenta la historia de Gail (Michelle Williams), la persistente y tenaz madre de Paul para quien, al contrario que Getty, sus hijos son lo más importante. La vida de su hijo depende de un tiempo que se acaba, y los secuestradores se muestran cada vez más determinados, inestables y violentos. Cuando Getty envía a su enigmático hombre de seguridad, Fletcher Chace (Mark Wahlberg), a velar por los intereses de su nieto, él y Gail se alían en una carrera contrarreloj que revelará el valor del amor frente al dinero.
Ridley Scott recrea este episodio aportando un sesgo muy realista en la puesta en escena setentera  y en la consecución de los hechos, servidos sin ninguna espectacularidad, incluso con escaso gancho. Aquí tenemos sobre todo los hechos desnudos: la angustiosa espera de una madre que no puede recuperar a su hijo y la vida de éste en su reclusión en Calabria. Y entre medias un abuelo multimillonario encastillado en su avaricia. El contexto humano se logra con oficio, gracias a algunos iniciales flash-backs que recogen la vida de los componentes de la familia, sus relaciones y problemas.
Revolotea continuamente en Todo el dinero del mundo una clara referencia cinematográfica que lo impregna todo: Ciudadano Kane. John Paul Getty (1892-1976) vendría a ser una suerte de Charles Foster Kane del mundo del petróleo, un hombre ambicioso que al parecer fue capaz de acumular más dinero que nadie en la historia. Recuerda al famoso magnate de la prensa también en su insaciable afán por poseer objetos de arte –“los únicos que siempre dicen la verdad”–, mientras que se va convirtiendo en un hombre solo, sin familia, sin amor.  Las interpretaciones son muy buenas.

sábado, 24 de febrero de 2018

Garabandal, solo Dios lo sabe



Contenidos: ---
Reseña: 
18 de junio de 1961. En una pequeña aldea del norte de España, San Sebastián de Garabandal, cuatro niñas —Conchita, Jacinta, Mari Loli y Mari Cruz— afirman haber tenido una aparición de san Miguel Arcángel. Días después —el 2 de julio de 1961—, reciben la visita de la Virgen del Carmen. Tras esta primera vez, se siguen más de dos mil encuentros con la celestial Señora. El párroco del pueblo, don Valentín, y el brigada de la Guardia Civil, don Juan Álvarez Seco, se encontrarán súbitamente implicados como protagonistas en un acontecimiento que les desborda, tratando de comprender dónde está la verdad, frente a una jerarquía perpleja, y ante una multitud cada vez más creciente de personas que acuden al pueblo en busca de respuestas.
Respaldada por una productora católica, y acometida con medios escasos y sin actores profesionales por el desconocido cineasta Brian Alexander Jackson, llama la atención el esfuerzo para sacar adelante el proyecto, y la solidez del resultado final, aunque diste de ser perfecto.
De modo que básicamente somos testigos de distintos momentos de apariciones y éxtasis, de las reacciones de algunos fieles y de las investigaciones de una comisión diocesana nombrada al efecto para dictaminar qué hay de verdadero, pero cuyos pasos están dictados por un racionalismo e incredulidad que dejan poco margen a la posibilidad de que aquello sea auténtico. En este sentido el esquema que vemos recuerda a otros filmes de apariciones marianas, de la Virgen de Lourdes y de Fátima, y sirve para ilustrar cómo este tipo de casos no son contemplados a la ligera por las autoridades eclesiásticas.
Como en otros filmes de estas características, se acude a veces al ralentí y a una música “celestial”, lo que funciona aunque puedan sonar a recursos manidos. Son emotivos algunos momentos que recogen los frutos espirituales entre algunos de los que acuden a Garabandal. (Almudí JD). Decine21:

jueves, 22 de febrero de 2018

Denuncia la falsedad del feminismo y el nuevo paradigma pornográfico.

Thérèse Hargot, sexóloga: «Mi cuerpo me pertenece» se ha transformado en «mi cuerpo está disponible»

Thérèse Hargot, sexóloga: «Mi cuerpo me pertenece» se ha transformado en «mi cuerpo está disponible»
Thérèse Hargot defiende los métodos naturales frente a los anticonceptivos porque, a diferencia de éstos, implican de igual forma a hombre y mujer.
Thérèse Hargot es diplomada en Filosofía y Sociedad por la Sorbona de París, máster en Ciencias de la Familia y de la Sexualidad y sexóloga, y acaba de publicar Une jeunesse sexuellement libérée (ou presque) [Una juventud sexualmente liberada (o casi)], un ensayo sobre la realidad de la sexualidad en el mundo moderno frente a las ideas preconcebidas por la ideología feminista dominante.



Eugénie Bastié ha entrevistado a Thérèse para Le Figaro, donde denuncia que, aunque creemos haber sido liberados por la revolución sexual, entre el culto a la prestación impuesta por la industria pornográfica y la ansiedad difundida por una moral higienista, nunca hasta ahora la sexualidad ha estado tan reglamentada.

-En su libro Une jeunesse sexuellement libérée [Una juventud sexualmente liberada], usted se interroga sobre el impacto de la liberación sexual en nuestra relación con el sexo. ¿Qué ha cambiado fundamentalmente?
-Fundamentalmente, nada. Si la norma ha cambiado, nuestra relación con la norma es la misma: permanecemos en una relación de deber. Hemos pasado simplemente del deber de procrear al de alcanzar el orgasmo. Del «no hay que tener relaciones sexuales antes del matrimonio» al «hay que tener relaciones sexuales lo antes posible». Antes, la norma la daba una institución, principalmente religiosa; hoy la da la industria pornográfica. La pornografía es el nuevo vector normativo en materia de vida sexual.

»Por último, mientras antes las normas eran externas y explícitas, hoy se han interiorizado y son implícitas. Ya no tenemos necesidad de una institución que nos diga lo que tenemos que hacer, pues lo hemos integrado muy bien nosotros mismos. Ya no nos dicen explícitamente cuándo tenemos que tener un hijo, pero todas hemos integrado muy bien el «momento justo» para ser madres: sobre todo que no sea muy pronto y cuando las condiciones económicas sean buenas. Es casi peor: como nos creemos liberados, no tenemos conciencia de estar sometidos a normas.


La obra de Thérèse Hargot ha suscitado desde su aparición  un importante interés mediático.


-¿Cuáles son los nuevos criterios de esta normativa sexual?
-La novedad son las nociones de prestación y de éxito introducidas en el centro de la sexualidad, tanto en relación con el goce como con la maternidad: hay que ser una buena madre, tener éxito con el propio bebé, con la pareja. Y quien dice prestación, eficacia, dice también angustia por no conseguirlas. Esta angustia crea disfunciones sexuales (pérdida de erección, etc.). Tenemos una relación muy angustiosa con la sexualidad, porque se nos ordena tener éxito en este campo.

-¿Esto afecta tanto a los hombres como a las mujeres?
-A ambos, pero de manera distinta. Permanecemos en los estereotipos: el hombre debe rendir bien para tener éxito sexual; la prestación de la mujer está en relación con los cánones estéticos.

-La norma parece pasar también a través de un discurso higienista, que ha reemplazado la moral de antaño…
-El SIDA, las ETS [Enfermedades de Transmisión Sexual], los embarazos no deseados: nosotros, hijos de la revolución sexual, hemos crecido con la idea de que la sexualidad es un peligro. Nos dicen que somos libres y, al mismo tiempo, que estamos en peligro. Hablamos de safe sex [sexo seguro], de sexo limpio, hemos reemplazado la moral por la higiene. Cultura del riesgo e ilusión de libertad, este es el cocktail liberal que, desgraciadamente, reina también en la libertad. Este discurso higienista es muy ansiogénico e ineficaz: numerosas ETS se transmiten cada día.

-Usted es sexóloga en colegios. ¿Qué es lo que más la asombra de los adolescentes con los que usted trata?
-Lo más destacado es el impacto de la pornografía en su manera de concebir la sexualidad. Con el desarrollo de las tecnologías y de internet, la pornografía se ha convertido en algo excesivamente accesible e individualizado. Desde una edad muy joven condiciona su curiosidad sexual: hay niñas que con 13 años me preguntan qué pienso de los tríos. Pero, más allá de las páginas web pornográficas, podemos hablar de una «cultura porno» presente en los videoclips, en los reality shows, en la música, en la publicidad, etc.

-¿Qué impacto tiene la pornografía sobre los niños?
-¿Cómo recibe un niño estas imágenes? ¿Es capaz de distinguir entre realidad y las imágenes? La pornografia toma como rehén el imaginario del niño sin dejarle tiempo para que desarrolle sus propias imágenes, sus propios fantasmas. Crea en él una gran culpabilidad porque estas imágenes le excitan sexualmente, pero también una dependencia, puesto que el imaginario no ha tenido tiempo de formarse.


Thérèse, durante una de sus clases de orientación en la escuela.

-«Ser libre sexualmente en el siglo XXI significa tener el derecho de hacer felaciones con 12 años». La revolución sexual, ¿se ha vuelto contra la mujer?
-Desde luego. La promesa «mi cuerpo me pertenece» se ha transformado en «mi cuerpo está disponible»: disponible para la pulsión sexual masculina, que no tiene ninguna restricción. La anticoncepción, el aborto, el «dominio» de la procreación pesan sólo sobre la mujer. La liberación sexual ha modificado sólo el cuerpo de la mujer, no el del hombre. Se dice que para liberarlo. El feminismo igualitario, que acosa a los machistas, quiere imponer un respeto descarnado de las mujeres en el espacio público. Pero es en la intimidad, y sobre todo en la intimidad sexual, donde se repiten las relaciones de violencia.En la esfera pública mostramos respeto a las mujeres; en la privada, vemos películas porno en las que las mujeres son tratadas como objetos. Al instaurar la guerra de los sexos, en la que las mujeres compiten directamente con los hombres, el feminismo ha desestabilizado a los hombres, que vuelven a la dominación en la intimidad sexual. El éxito de la pornografia, que representa a menudo actos de violencia contra las mujeres, del porno vengativo y de Cincuenta sombras de Grey, novela sadomasoquista, son una buena demostración de esto.

-Usted critica una «moral del consentimiento» que hace de todo acto sexual un acto libre siempre que sea «deseado»…
-A veces, con nuestros ojos adultos tenemos tendencia a mirar de manera conmovedora la liberación sexual de los más jóvenes, maravillados por su ausencia de tabúes. En realidad ellos sufren presiones enormes, no son libres en absoluto. En principio, la moral del consentimiento es algo muy justo: se trata de decir que somos libres porque estamos de acuerdo. Pero hemos extendido este principio a los niños, exigiéndoles que se comporten como adultos, capaces de decir sí o no. Ahora bien, los niños no son capaces de decir que no. Nuestra sociedad tiene tendencia a olvidar la noción de mayoría de edad sexual.  Ésta es muy importante. Estimamos que por debajo de una cierta edad hay una inmadurez afectiva que no nos hace capaz de decir «no». No hay consentimiento. Es realmente necesario proteger a la infancia.



-Yendo contracorriente, usted recomienda la anticoncepción natural y critica la píldora. ¿Por qué?
-Critico menos la píldora de lo que critico el discurso feminista y médico que rodea la anticoncepción. Hemos hecho de ella un emblema del feminismo, un emblema de la causa de las mujeres. Pero cuando vemos sus efectos en su salud, en su sexualidad, ¡es para dudar de ello! Son ellas las que modifican su cuerpo, no los hombres. Es totalmente desigual. Los métodos naturales me interesan desde esta perspectiva, pues son los únicos que implican de manera igualitaria al hombre y a la mujer. Se basan sobre el conocimiento que las mujeres tiene de su cuerpo, sobre la confianza que el hombre debe tener en la mujer, sobre el respeto del ritmo y de la realidad femeninas. ¡Creo que esto es mucho más femenino, realmente, que distribuir un medicamento a mujeres con salud perfecta! Haciendo de la anticoncepción una cuestión que atañe sólo a la mujer, hemos quitado responsabilidad al hombre.

-Usted habla sobre la cuestión de la homosexualidad, que atormenta a los adolescentes….
-«Ser homosexual» es, ante todo, un combate político. En nombre de la defensa de los derechos hemos reunido bajo una misma bandera arco iris realidades distintas que no tienen nada que ver entre ellas. Cada persona que dice «ser homosexual» tiene una experiencia de vida diferente, inscrita en una historia distinta. Es una cuestión de deseos, de fantasmas, pero para nada una «identidad» de pleno derecho. No hay que plantear la cuestión en término de ser, sino de tener. Esta cuestión obsesiona a los adolescentes, que se sienten obligados a elegir su sexualidad. La visualización del coming out [salir del armario] plantea muchos interrogantes a los adolescentes, que se preguntan «¿cómo sabe si es homosexual, cómo sé si yo lo soy?» La homosexualidad da miedo, porque los jóvenes se dicen «si lo soy, jamás podré volver atrás». Definir a las personas como «homosexuales» es crear homofobia. La sexualidad no es una identidad. Mi vida sexual no determina lo que yo soy.

-En su opinión, ¿que hay que hacer para ayudar a los jóvenes a realizarse sexualmente? La sexualidad, ¿es un fin en sí misma? ¿Son realmente indispensables los cursos de educación sexual?
-No hay que enseñar a los adolescentes a realizarse sexualmente. Hay que enseñar a los jóvenes a convertirse en hombres y mujeres, hay que ayudarles a desarrollar su personalidad. La sexualidad es secundaria respecto a la personalidad. Antes de hablar de preservativos, de anticoncepción y de aborto a los niños hay que ayudarles a formarse, a desarrollar una estima de sí mismos. Hay que crear hombres y mujeres que puedan ser capaces de estar en relación los unos con las otras. No son necesarios cursos de educación sexual, ¡sino de filosofía!

Traducción de Helena Faccia Serrano

viernes, 16 de febrero de 2018

Peterson: "Hay una crisis de la masculinidad porque se culpa a los hombres por el mero hecho de serlo"




UNA ENTREVISTA DE CAYETANA ÁLVAREZ DE TOLEDO A 

JORDAN B. PETERSON, 13.II. 2018, "El Mundo"
Lo llaman "el intelectual más odiado por la izquierda", pero es mucho más que eso. Este psicólogo clínico canadiense se ha convertido en una figura de culto entre los 'millennials', sobre todo masculinos. Su reciente libro, 'Doce reglas para la vida', es un tratado de la responsabilidad frente a la cultura del victimismo. Y Jordan B. Peterson arrasa en ventas.

Dalí dijo que "los crustáceos son duros por fuera y blandos por dentro; o sea, lo contrario de los hombres". Usted también compara a los hombres con las langostas.
La izquierda posmoderna y sus guerreras feministas han logrado imponer la idea de que la jerarquía es una construcción social del malvado y corrupto patriarcadooccidental. Sepultan la biología bajo su ideología. Niegan la naturaleza para culpar al varón. Es absurdo. Sus ideas no tienen base fáctica alguna. La Biología evolutiva y la Neurociencia demuestran que las jerarquías son increíblemente antiguas. Más que los árboles.

Tanto como las langostas.
Para una langosta, un dinosaurio es un nuevo rico que llegó y, puf, desapareció. Ya hace 350 millones de años las langostas vivían en jerarquías. Su sistema nervioso hace que aspiren a un estatus elevado. Los machos tratan de controlar el territorio y las hembras de seducir a los machos más fuertes y exitosos. Es una estrategia inteligente, que utilizan las hembras de distintas especies, incluida la humana.

Somos blandas por fuera y duras por dentro...
¿Son machistas las langostas? Existe un hilo de continuidad entre las estructuras sociales de los animales y los humanos. Nuestro cerebro tiene un mecanismo que opera a base de serotonina: cuanto más elevada nuestra posición en el grupo, emociones más positivas. Las langostas tienen el mismo mecanismo. Pruebe a darle un Prozac a una langosta deprimida por una derrota: se pondrá como Clint Eastwood y volverá a la pelea.

¿De dónde viene la idea de la jerarquía como pura construcción social?
En parte, del pensamiento de la Ilustración. A muchos intelectuales y filósofos les cuesta asumir las lecciones de la Biología evolutiva: descubrir lo mucho que tenemos en común con los animales, que no todo es cultura o razón... Les escandaliza profundamente. Y se entiende. La revelación de que un antidepresivo funciona a lo largo de la cadena evolutiva sacude nuestra visión del hombre.

 Usted señala sobre todo a la izquierda.
La izquierda en general considera que las jerarquías son malas. Es normal: las jerarquías producen ganadores y perdedores. Y ser un perdedor o convivir con perdedores -gente que lucha pero malvive- es existencialmente doloroso. Además está demostrado que el exceso de desigualdad genera sociedades inestables. La izquierda tiene derecho a preocuparse. A lo que no tiene derecho -porque es científicamente falso- es a culpar de la desigualdad al capitalismo, a Occidente o al presunto patriarcado. Ocurre también con la riqueza. Dicen: es injusto que la riqueza se distribuya de forma desproporcionada y que pocas personas acumulen la mayor parte.

Lo cual es verdad.
Pero no es culpa de nadie. Es un fenómeno enraizado en la naturaleza: los que más tienen, más acumulan. Se ve en el tamaño de las ciudades. En las masas de estrellas. En la altura de árboles. Ahora hay unos señores que se hacen llamar "econofísicos". Estudian la Economía a partir de las leyes de la Física. Y han descubierto cosas fascinantes: las mismas leyes que rigen la distribución del gas en el vacío rigen la distribución del dinero en la economía. El problema de la desigualdad no tiene una explicación simple. Las cosas son complejas. Y la izquierda debe asumir esa complejidad y, a partir de ahí, iniciar una profunda renovación intelectual. La izquierda de hoy es tan previsible. Está tan obsesionada con la identidad, la raza, el género, la victimización... Lleva más de 30 años de retraso intelectual...

Desde que Derrida dijo: la verdad no existe, todo es interpretación.
La constatación del fracaso del comunismo, de su criminalidad estructural, fue un shock para la izquierda.

Archipiélago Gulag es su libro de cabecera.
Sí, después de Solzhenitsyn ni los más dogmáticos, ¡ni los intelectuales franceses!, pudieron seguir justificando el comunismo. ¿Qué hicieron entonces Derrida y los posmodernos? Una maniobra tramposa y brillante. Sustituyeron el foco del debate: de la lucha de clases a la lucha de identidades.

En la que seguimos enredados.
La premisa de los posmodernos era correcta: el mundo está sujeto a un número infinito de interpretaciones. Pero variedad no denota viabilidad. Lo corroboran a diario la Psicología del desarrollo, la Biología evolutiva, la teoría del juego, el estudio comparado de humanos y animales... hay infinitas interpretaciones potenciales, pero muy pocas interpretaciones viables.

Un ejemplo.
Vaya al Smithsonian Museum en Washington. Verá expuestos cientos de esqueletos de mamíferos. Son todos increíblemente parecidos. Las extremidades varían de longitud, pero el plan básico del cuerpo no ha variado. Lleva así decenas de millones de años porque no hay tantas configuraciones que funcionen. Y cuando una funciona, se conserva. Lo mismo ocurre con la jerarquía: es la solución evolutiva al problema de que muchos elementos del mismo tipo de una cosa convivan en un mismo lugar. Y hasta ahora no hemos dado con una alternativa. Si los posmodernos tuvieran razón, habría cientos de formas distintas de organizarse socialmente. Y no las hay.

¿Y qué sentido tiene negar la naturaleza?
Los posmodernos son tercamente ideológicos: fijan un axioma, que puede ser válido, y luego lo aplican indiscriminadamente hasta invalidarlo. Foucault, por ejemplo: todo lo explica en función del poder. No acepta la multicausalidad. El sexo, el hambre, el calor, estatus, el juego, la exploración, la esperanza, el dolor... También influyen.

Pero insisto: ¿por qué negar la biología?
Por política. En el fondo, la obsesión de los posmodernos con el poder y las relaciones de dominio refleja sus ansias de poder y su afán de dominio. Niegan la biología porque la biología desmiente su idea de que las personas son de plastilina. Y ellos las quieren de plastilina para poder moldearlas. La existencia de la naturaleza imposibilita la ingeniería social.

Se intentó en el Siglo XX.
Auschwitz. El Gulag. No podemos percibir el mundo sin una jerarquía ética. Lo demuestran la Psicología y la Biología, y lo saben hasta los ateos. Necesitamos un orden. Sin orden se impone el vacío ético y moral. El relativismo absoluto. El caos.

Hablemos del caos. Sus vídeos y conferencias arrasan entre adolescentes y millenials, sobre todo varones. ¿Por qué?
Hay una crisis de la masculinidad. La "tóxica masculinidad", dicen las feministas. Los chicos reciben de la sociedad moderna un mensaje devastador y paralizante. Primero, se les recrimina su agresividad, cuando es innata y esencial a su deseo de competir, de ganar, de ser activamente virtuosos. Luego se les dice que la sociedad es una tiranía falocéntrica corrupta de la que ellos, por supuesto, son culpables de origen por el mero hecho de ser hombres. Y finalmente se les advierte: «No se os ocurra intentar prosperar o avanzar, porque entonces además de culpables seréis cómplices activos de la tiranía feminicida». El resultado es que muchos varones, sobre todo jóvenes, tienen la moral por los suelos. Están empantanados, perdidos. No tienen rumbo ni objetivos.

Usted insiste en la diferencia entre poder y competencia.
Es esencial. Lo peor que han hecho los posmodernos es propagar la confusión entre poder y competencia, aptitud, habilidad. Las jerarquías no son de dominación sino de competencia. Lea la luminosa obra de Frans de Waal. Los chimpancés tiránicos acaban muy mal: destrozados a pedazos. Los chimpancés más exitosos -también sexualmente- son los que interactúan mejor. Los que hacen amigos y tratan bien a las hembras. La competencia es más eficaz que el poder puro y duro.

El periodista Andrew Sullivan asegura que las relaciones gays son tan "agresivas" como las relaciones heterosexuales. Niega que exista una voluntad de dominio específica del hombre sobre la mujer y advierte contra la idea de guerra de sexos por falsa y peligrosa.
Sólo los hombres débiles intentan dominar a las mujeres. Otra lectura imprescindible: Machos demoníacos, de Richard Wrangham. Hay tres géneros de orangutanes: las hembras; los machos dominantes, que cautivan a todas las hembras; y los machos débiles, que morfológicamente parecen adolescentes y que, como no logran aparearse, recurren a la violación. ¡Violan! La lección es evidente: sólo los perdedores recurren al poder para obtener más sexo del que, necesitándolo, pueden alcanzar.

¿Y qué pasa con los perdedores que aun así fracasan en sus propósitos?
Para eso existe la monogamia, que está enraizada en la biología y reafirmada culturalmente. Para evitar que los hombres rechazados acaben desarrollando conductas antisociales. En las relaciones humanas también funciona el patrón de distribución de Pareto: pocos hombres acaparan buena parte de las oportunidades sexuales. Esto es malo para los chicos que no ligan, claro. Pero tampoco es bueno para las chicas. Se ve en los campus universitarios americanos más progres, donde en los últimos años se ha producido una caída notable en el número de estudiantes varones precisamente por la presión ideológica. Las probabilidades que tiene una chica de trabar algo parecido a una relación estable son ínfimas. Alguno pensará: "¡Qué suerte para los chicos, el sueño de todo adolescente!" Falso. Porque las relaciones de pareja se convierten en una secuencia infinita de ligues de una noche sin continuidad ni perspectiva ni utilidad en el medio o largo plazo. Es un juego degenerativo, que devalúa a los participantes de ambos lados.

Usted denuncia el "intento de feminizar a los hombres".
Hemos pasado de intentar convertir a las mujeres en hombres a intentar convertir a los hombres en mujeres. Y eso no conviene a ninguno de los dos sexos. Tampoco a las mujeres. Las mujeres tienen tanto interés como los hombres en acabar con la crisis de la masculinidad.

Explíquelo.
Una mujer sensata no quiere un párvulo como pareja. Quiere un hombre. Y si es lista y competente, quiere un hombre incluso más listo y más competente que ella.

Veo ya a las feministas radicales rasgándose las túnicas.
Las feministas radicales se equivocan ¡radicalmente! No distinguen entre un hombre competente y un déspota. Su pánico cerval a cualquier exhibición de habilidad masculina es revelador de una pésima experiencia personal. Dicen: "¡Arranquemos a los hombres sus garras y sus colmillos! ¡Socialicémoslos! ¡Hagámoslos blandos, flácidos y femeninos, porque así no podrán hacernos más daño!" Es una manera patológica de contemplar el mundo y las relaciones humanas. Y es también un grave error estratégico. Porque cuando anulas a un hombre, aumentas su amargura y su resentimiento. Lo conviertes en un ser inepto, atormentado, carente de sentido. Y las vidas sin sentido son desdichadas. Y el hombre anulado se enfada. Y entonces sí se vuelve agresivo. El despotismo de los débiles es mucho más peligroso que el despotismo de los fuertes.

Usted vincula la crisis de la masculinidad con el auge de la extrema derecha.
Cuando las únicas virtudes sociales son lo fofo e inofensivo, la dureza y la dominación se vuelven fascinantes. Mire el fenómeno de Cincuenta sombras de Grey. Seis meses estuve riéndome cuando se publicó. Pensé: ¡Qué apropiado! La cultura entera arde en exigencias de que el hombre envaine las armas y el libro más vendido de la historia es una fantasía sadomasoquista. Es extraordinario. Freud estaría a la vez horrorizado y exultante.

¿Y las consecuencias políticas?
Son evidentes. No sé si se enteró del escándalo que provocó mi oposición a la ley C-16.

Sí.
La ley impone el uso de pronombres neutros para transexuales. En lugar de élella o ellos, palabras como zehir o zir. Yo dije, y repito, que no voy a usar esos términos. Primero, porque la imposición de palabras por ley es inaceptable y no tiene precedentes. Y, segundo, porque son neologismos creados por los neomarxistas para controlar el terreno semántico. Y no hay que ceder nunca el terreno semántico porque si lo haces, has perdido. Ahora, imagine que ya hubiésemos cedido. Que hubiésemos aceptado que una persona se define por su identidad colectiva, por cualquiera de sus fragmentos: género, raza, etnia, el que sea. ¿Qué pasaría? La narrativa opresor-oprimido se habría impuesto. Y los radicales de derechas dirían: "Vale, vamos a jugar el juego de la izquierda. Eso sí, nosotros no vamos a ser los culpables perdedores. Nosotros vamos a ser híperagresivos y vamos a ganar". Y entonces sí entraríamos en una lucha identitaria. En una guerra de sexos. En la polarización total.

Está ocurriendo.
La izquierda cree que puede ganar arrojando toneladas de culpa sobre los presuntos opresores. Quizá lo consiga, pero yo no apostaría mi dinero.

Hablemos ahora de las mujeres. Me da la impresión de que existe una brecha entre el discurso de las élites feministas -actrices, políticas ¡y políticos!- y las mujeres de verdad.
Claro que hay una brecha. Abismal.

¿Qué quieren de verdad las mujeres de verdad?
Lo mismo que querrían los hombres si los hombres fuesen los que paren: desplegar todo su potencial y competencia, pero también tener bebés.

¿En qué proporción?
A los 19 años, las mujeres anteponen su carrera a la familia. A los 28, ya no tanto. Es una realidad de la que nadie habla. Salvo algunas mujeres de 37 a 40 años que han desaprovechado la ventana de oportunidad reproductiva y se sienten infelices.

Bastaría con que los hombres ayudasen más con los niños.
Los hombres están peor configurados que las mujeres para el cuidado de niños de menos de dos años. Esto es así. Podemos aleccionarlos. Pero, ojo: también hay mujeres -inteligentes, fuertes, formadas- que libremente deciden ser ellas las que cuidan de los niños. Lo hacen porque quieren, no porque nadie se lo imponga. Y esa decisión les lleva a tomar otra, previa. Cada hijo exige unos tres años de intensa dedicación. Es mucho tiempo. Y para una madre, causa objetiva de vulnerabilidad. ¿Qué hacen entonces las mujeres? Practican la hipergamia: buscan pareja en el mismo o superior nivel competencial que ellas. Hablemos claro: de igual o más capacidad socioeconómica que ellas. Esto ocurre en todas las culturas. Es una de las revelaciones más notables de la Biología y la Psicología evolutivas. Y en el caso de las mujeres hípercompetentes, es un problema. Cuanto más alto el coeficiente intelectual de una mujer, más baja la probabilidad de que encuentre una pareja estable.

Los hombres no se atreven...
... Ni a invitarlas a salir. He trabajado durante décadas con abogadas altamente cualificadas. Me contrataban para mejorar su productividad laboral y sus relaciones afectivas. Sus vidas. Lo tenían durísimo para encontrar pareja. Fíjese en este dato del Pew Research Centre. En los últimos 15 años, el interés de las mujeres por el matrimonio ha subido muchísimo. En cambio el de los hombres se ha desplomado. Una pésima combinación.

Quiero preguntarle por la brecha salarial entre hombres y mujeres.
Para empezar, es menor de lo que dicen. Los que hacen las estadísticas suelen confundir la media y la mediana. Y la media se desfigura por la existencia de un segmento ínfimo de billonarios, que en su mayoría son hombres.

Bien. Pero existe.
Sí. Lo que no existe es lo que llaman la brecha salarial "de género". Es decir, una brecha fruto de un prejuicio machista. Para que el argumento feminista funcione habría que asumir que el empresariado mundial es masoquista, tonto, suicida: "¡Ajá! Les pagamos menos y también las contratamos menos". Es absurdo. La realidad es que la diferencia salarial tiene unas 20 causas, de las que apenas una sería atribuible al prejuicio.

¿Cuáles son esas causas?
La edad es una. La personalidad es otra, muy importante. Y la más importante son los intereses. Un dato contracorriente: las mujeres solteras de menos de 30 años cobran más que los hombres en esa misma franja de edad. La personalidad: las personas agradables cobran menos que las personas desagradables. Les cuesta más pedir un aumento de sueldo. Triste pero cierto. Y resulta que, de media, las mujeres son más agradables que los hombres. Dato científico, eh. Esto produce un ligero sesgo a favor de los hombres, que no es fruto de ningún prejuicio machista; si acaso es una injusticia con las personas amables del sexo que sean. Finalmente, los intereses: a los hombres les interesan más las cosas y a las mujeres, las personas. Y las profesiones relacionadas con las cosas están mejor pagadas que las profesiones relacionadas con las personas. Ingeniero y enfermera. Banquero y maestra.

Las mujeres holandesas son las que más trabajan a tiempo parcial. Y eso a pesar de una intensa política de incentivos para que lo hagan a tiempo completo. Parece que les gusta.
Es su elección. Incluso para mujeres que no tienen hijos ni quieren tenerlos. Pero nadie lo dice. Unos por ideología. Otros por miedo.

¿Miedo? Se refiere a los sectores liberales y conservadores.
Claro. No se atreven a decir nada que contravenga el relato feminista por pánico a ser linchados por la turba.

En España, el presidente del Gobierno se opuso a la intervención en las empresas para imponer la igualdad salarial. Lo llamaron machista y se retractó.
Lo explicó hace años Thomas Sowell: "Si le das al Gobierno el suficiente poder como para imponer la igualdad efectiva de resultados le habrás dado el suficiente poder como para convertirse en una tiranía".

¿Pero podría hacerse?
 Habría que crear una estructura burocrática monstruosa. El libre mercado existe precisamente porque es imposible llevar a la práctica la fórmula "a igual trabajo, igual salario". ¿Quién y cómo determina que dos trabajos son idénticos? Ya se intentó bajo la Unión Soviética. Y así acabó.

¿Por qué hay tan pocas mujeres al frente de grandes empresas?
Tengo un amigo que dirigía una de las principales empresas tecnológicas de Canadá. No cogió vacaciones en 20 años. Ni un sólo día. Y no eran jornadas de ocho horas, la mitad en el yate. Eran de 18 horas. Todo el día en un avión. Ya, en primera clase. Pero lejos de casa. De su familia. En hoteles anónimos. Nada de juerga y tequila. Para vivir así hay que estar configurado de una manera muy particular. Hay gente así, claro. Y la mayoría son hombres. ¿Son mejores? No. Son distintos. Incluso podríamos decir que sus prioridades son peores que las de las mujeres que optan por una vida más equilibrada, trabajando media jornada y cuidando de sus hijos. En todo caso, es su elección. ¿Usted qué haría?

Humm...
Ya.

Bajas de paternidad: hay oferta pero no hay demanda. ¿Por qué?
Cuando tienes un negocio del que depende tu familia no te coges cuatro meses de baja. Lo mismo pasa en las profesiones muy competitivas. Los despachos de abogados, por ejemplo. La mayoría de los socios son hombres. ¿Machismo? No. Hacen lo posible por fichar y mantener a los mejores. Del sexo que sea. El problema es que, a partir de cierta edad, las mujeres se marchan o reducen su nivel de compromiso. De nuevo, es una elección legítima. ¿Vamos a criticarlas por ello? ¿Vamos a llamarlas falocéntricas?

Susan Pinker cuenta que en la Unión Soviética muchas mujeres estudiaban carreras relacionadas con las Ciencias y en cuanto llegó la democracia, y pudieron escoger libremente, se produjo un trasvase hacia las Humanidades.
Y fíjese en la última gran sorpresa.

¿Cuál?
Los países escandinavos han hecho lo imposible por imponer una igualdad formal entre hombres y mujeres. De la cuna hasta la tumba, han eliminado todos los elementos culturales que pudieran condicionar o acentuar las diferencias de género. Hasta los juguetes son neutros. ¿Y qué ha pasado? Exactamente lo contrario de lo previsto: ¡las diferencias de personalidad entre hombres y mujeres se han acentuado! Es un descubrimiento científico impresionante: si erradicas las diferencias culturales, maximizas las diferencias biológicas.

¿Es todo hombre un agresor sexual en potencia?
¡Tanto como la mujer una manipuladora caza-ricos en potencia! En todo individuo existe una capacidad muy elevada de hacer el mal. La pregunta es: ¿por qué se difunden estas ideas sobre los hombres?

¿Por qué?
El 95% de los delitos son cometidos por el 5% de la población. La mayoría de esos criminales actúa una o dos veces. Pero existe un pequeño segmento que actúa de forma serial. Depredadores sexuales. Pederastas. Psicópatas que dejan un reguero de víctimas. A partir de ahí, cualquiera puede convertir a todos los hombres en depredadores al manipular la definición de "violencia sexual". Porque no hay un hombre en el planeta que no haya hecho alguna vez un avance sexual no correspondido. En parte por torpeza o falta de sofisticación. En parte porque no sabía cuál iba a ser la respuesta.

Hoy eso basta para forzar la dimisión de un ministro o liquidar la carrera de un actor.
La izquierda posmoderna exige a la vez expresión sexual ilimitada, de cualquier gusto o color -ahí está el Orgullo Gay- y seguridad sexual absoluta. A ver cómo cuadran ese círculo. Su última ocurrencia es una maravilla: el consentimiento afirmativo. Cada paso y etapa de un encuentro amoroso o sexual debe quedar debidamente registrado para evitar equívocos. ¡Es tan orwelliano! Sólo un pobre ingenuo de 13 años puede considerar que esto es no ya positivo, sino viable. A veces da la impresión de que nuestra cultura ha sido tomada por gente con graves trastornos de personalidad. Lo digo seriamente. Clínicamente.

¿Cómo definiría el #MeToo?
Actrices vestidas de riguroso negro... Eso sí, de forma sexualmente provocadora... Hollywood, quejándose de manipulación sexual... ¡Hollywood, que se erigió literalmente sobre la manipulación sexual! Parece una broma. Pero vamos a hablar en serio. Existe un fenómeno que he visto en mi consulta... A ver, esto podría causarme un problema... Algunas mujeres no saben decir que no. Son mujeres vulnerables o dañadas, que se exponen una y otra vez. Tienen relaciones anómalas, no sólo con los hombres. Una mujer está en casa. Llega el repartidor. Es amable y simpático. Y acaba teniendo con él una relación sexual que no supo cómo evitar y de la que al minuto se arrepiente gravemente. No es culpa suya. Ni del repartidor. Ni de nadie. Es un fenómeno más frecuente de lo que parece y en las universidades se agrava por el consumo de alcohol.

¿A veces decir que no es decir que ?
¿Cómo?

Un no es casi siempre un no rotundo. Pero alguna vez puede ser un quizás. O incluso un . Depende de muchos factores.
Yo no me atrevería a decir eso.

Lo digo yo.
Si usted dijera eso en el típico campus progre americano sería denunciada ante un comité de discriminación, sometida a una investigación, linchada y despedida.

¿Y de que me acusarían exactamente? ¿De promover la violación?
Probablemente.

La verdad es compleja. Salvo que aceptemos que todas las mujeres, y todos los hombres por cierto, somos débiles, incapaces de expresar nuestra voluntad y sentimientos, o incluso de jugar con las palabras y los tiempos.
Creo que fue Mike Pence el que dijo que no se reuniría a solas con una mujer a puerta cerrada. La gente se escandalizó. A mí me han aconsejado lo mismo cientos de veces. Yo paso, porque me parece ofensivo, para mí y desde luego para las mujeres. Para eso, pongamos una cámara en cada despacho. O mejor aún: impongamos la obligación de que todo encuentro sexual sea grabado y colgado en YouTube, así nadie podrá tener la más mínima duda de que cada fase del acto se desarrolló de forma perfectamente cordial, civilizada y consentida.

¿Qué le pareció el manifiesto de las actrices francesas en respuesta al #MeToo?
No lo conozco.

Se lo enviaré. Distingue entre el acoso sexual y el derecho a importunar.
El derecho a importunar es elemental. Como el derecho a ofender. Se lo dije a la entrevistadora de Channel 4 con la que tuve una discusión, digamos, intensa.

Viral.
No hay derecho a pensar sin derecho a ofender. Porque nada de lo que yo pueda decir será universalmente aceptado y asumido. ¿Y quién decide qué es ofensivo? Tu interlocutor. ¿Y si hablas con mil personas? Como mínimo una de ellas se ofenderá. ¿Y entonces qué haces? Dejas de hablar. Te limitas a decir obviedades: "este suelo parecería ser de color gris". Con un agravante: cuando acaba el debate empieza la bronca.

¿Y qué papel juegan los medios?
Lo que necesitamos en los medios es pocas personas súperinteligentes dispuestas a decir la verdad. Lo que tenemos son hordas de columnistas de segunda poseídos por el miedo y la ideología. Y pronto dejarán de ser leídos y escuchados.

Su libro es un tratado de responsabilidad contra la cultura de la sobreprotección.
Otro legado de la progresía: una generación de mimados y quejicas, cero preparados para encarar la vida. Esos padres edípicos, que hacen un pacto con su niño: "No nos abandonarás jamás y a cambio nosotros haremos todo por ti". Puro egoísmo envuelto en mimos. El resultado es que los niños crecen sin madurar. No tienen sentido de la responsabilidad. Son victimistas. Se vuelven inútiles y acaban resentidos.

¿Y cómo se inculca el sentido de la responsabilidad?
 Mi mensaje a los jóvenes es sencillo. Espabilad. Dejad de pudriros en casa. Dejad de quejaros y de culpar a los demás. Sed honrados, rectos y disciplinados. Haced algo útil. Asumid vuestra responsabilidad. Buscad sentido a la vida. Haced como las langostas: caminad erguidos con los hombros hacia atrás.

Lo que no dicen los políticos.
Lo que deberían decir. Porque al mundo le sobran niños. Lo que necesita son hombres adultos.

¿Qué le pasa a la ONU?

   Por    Stefano Gennarini, J.D       La ONU pierde credibilidad con cada informe que publica. Esta vez, la oficina de derechos humanos de ...