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jueves, 20 de enero de 2022

Biden Nombra a una Jurista Pro Aborto para un Puesto Jurídico en el Departamento de Estado By Alexis I. Fragosa, Esq. | January 13, 2022




WASHINGTON, D.C. 13 de enero (C-Fam) El presidente Biden ha nominado a Sarah Cleveland como asesora legal principal del Departamento de Estado. Cleveland es muy conocida por promover el aborto como derecho humano internacional mientras servía en el Comité de Derechos Humanos de la ONU.

En 2018, Cleveland se unió a otros miembros del Comité de Derechos Humanos para adoptar la Observación General 36, que afirmaba por primera vez que la cláusula del “derecho a la vida” del tratado incluía el derecho al aborto.

La Observación General 36 también afirmaba que los gobiernos deben “eliminar las barreras existentes que niegan el acceso efectivo de las mujeres y las niñas al aborto seguro y legal”, incluidas las leyes que protegen a los proveedores médicos que se oponen a realizar abortos por motivos de conciencia.

Los críticos expresaron su preocupación por el nombramiento de Cleveland teniendo en cuenta su participación en la redacción de la Observación General 36.

“La Sra. Cleveland cree que un experto internacional debe tener la última palabra en la determinación de las políticas de Estados Unidos que regulan los abortos, y no los tribunales estadounidenses”, declaró un veterano experto de la ONU al Friday Fax. “Si alguna vez la llamaran para asesorar sobre el sistema de la ONU y le preguntaran si Estados Unidos tiene derecho a legislar sobre el aborto, diría que no porque el Comité de Derechos Humanos de la ONU dijo que el aborto es un derecho internacional”.

La clara predisposición de Cleveland a favor de la autoridad de los organismos internacionales de derechos humanos sobre el gobierno y los tribunales estadounidenses se ejemplifica en una carta de 2019 enviada por ella al Secretario de Estado, Michael Pompeo, en la que le reprochaba duramente la creación de la Comisión de Derechos Inalienables convocada para promover auténticos derechos humanos como el voto, la religión y la prensa.

“El gobierno de Estados Unidos está vinculado a ciertas obligaciones codificadas en tratados ampliamente ratificados”, afirmaba la carta. “El movimiento internacional de los derechos humanos se basa en el minucioso trabajo de los movimientos sociales, académicos y diplomáticos, a través de acuerdos y leyes internacionales”.

Cleveland también afirmó que el propósito de la Comisión, proporcionar asesoramiento “sobre derechos humanos al Secretario de Estado, basado en los principios fundadores de nuestra nación y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948”, era “perjudicial para el esfuerzo global de proteger los derechos de todas las personas y un desperdicio de recursos”.

Comparando a Estados Unidos con una dictadura, la carta afirmaba que el mandato de la Comisión -distinguir la diferencia entre derechos “inalienables” y nuevos derechos positivos concedidos por los gobiernos- sólo servía para justificar el descarte de derechos inconvenientes reconocidos por los mecanismos internacionales de derechos humanos.

Según la Observación General 36, el aborto a petición es uno de esos derechos inconvenientes reconocidos por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, pero no por el gobierno de Estados Unidos. Si se permitiera que los mecanismos internacionales de derechos humanos dictaran la política de EE.UU., entonces no solo estaría obligado a permitir el aborto solicitado hasta el momento del parto, sino que estaría obligado a financiar estos abortos porque ha ratificado el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.

Cleveland también se quejó de que muchos miembros individuales de la Comisión, entre los que se encontraban clérigos y académicos, eran conocidos por su enfoque en la libertad religiosa y sus “posiciones extremas” sobre el aborto y la agenda homosexual/transgénero.

Dado que el Departamento de Estado ejecuta la ayuda exterior en todo el mundo, incluidos los programas de asistencia sanitaria a los que se aplica la Enmienda Helms, los críticos también han expresado su preocupación por el sesgo pro aborto de Cleveland, unido a la reciente manifestación de la Administración Biden de su intención de reinterpretar la Enmienda Helms.

En la audiencia de confirmación de esta semana, ningún senador cuestionó la posición radical de Cleveland sobre el aborto, incluidos los senadores ostensiblemente provida James Risch (R-ID), Marco Rubio (R-FL), Ron Johnson (R-WI), Mitt Romney (R-UT), Rob Portman (R-OR), Rand Paul (R-KY), Todd Young (R-IN), John Barrasso (R-WY), Ted Cruz (R-TX), Mike Rounds (R-SD) y Bill Hagerty (R-TN).

jueves, 13 de enero de 2022

La estrategia China para lograr un mundo armonioso.

 


China dice anhelar un siglo XXI nuevo, cooperativo, pacífico, democrático y armonioso. Para ello está dispuesta a implicarse más en los asuntos mundiales, de conformidad con su estrategia de desarrollo pacífico, ejerciendo como país responsable, aunque sus compromisos difícilmente podrán ir más allá del conocido pragmatismo. Oficialmente declara también que no aspira a la hegemonía ni a convertirse en una superpotencia, sin ambicionar tampoco disponer de esferas de influencia. ¿Es creíble todo ello?

Un orden multipolar

La principal ambición de China se concreta en la configuración de  un orden multipolar capaz de atar en corto a EE.UU. y donde sea reconocida como uno de los grandes países del sistema mundial, de forma que su creciente poder no sea causa de conflicto sino que se conforme como un activo más para favorecer la institucionalización de marcos de cooperación en pie de igualdad. Ello no obsta a que reivindique más poder efectivo en los foros internacionales, asegurando así una implicación mayor en los mecanismos multilaterales, pero exigiendo también la cuota de poder que proporcionalmente le corresponde.

En este contexto, muy selectiva a la hora de aceptar formar parte de las estructuras directoras habilitadas por el mundo rico, China apuesta por el fomento de la cooperación Sur-Sur como expresión de continuidad con su tradicional tercermundismo y como vía efectiva no solo para implicarse de forma activa en el desarrollo de alianzas con sus potenciales socios, sino para configurar con ellos una agenda internacional capaz de incidir en las actuaciones y decisiones de los países más desarrollados, como primer paso para cristalizar una nueva correlación de fuerzas. Lo hemos visto durante la cumbre de Copenhague. En ella, China, India y otros países del Sur han secundado propuestas abiertamente críticas con la actitud del primer mundo, exigiendo capitales y tecnología para compensar los esfuerzos que los países en vías de desarrollo deben asumir para corregir el rumbo del planeta. La potenciación de esta política le asegura un relativo liderazgo en el Tercer Mundo, en el que ya no se conduce conforme a patrones de corte ideológico como antaño, sino que enmarca sus relaciones en un pragmatismo compartido que, por su impacto, puede tener efectos transformadores nada desdeñables tanto en ciertos países concretos como en el conjunto de las relaciones internacionales.

Para dar al traste con la hegemonía occidental, otras estrategias chinas se orientan a quebrar el eje más sólido y desafiante (el formado por la UE, Japón y EE.UU.) tratando de impulsar políticas que permitan abrir grietas en la principal alianza que ha vertebrado buena parte del siglo XX. La apuesta por el fomento de la democratización de las relaciones internacionales, así como la estimulación de la autonomía de cada uno  de los actores (especialmente los más relevantes), llenando de contenido las alianzas estratégicas que ha dibujado con cada uno de ellos, son medidas que aspiran a configurar marcos de relación bilateral que le proporcionen mayores oportunidades para también debilitar la cohesión de unos frentes que, unidos, podrían estar en condiciones de imponerle reglas más estrictas. Asegurando en todos los actores importantes una mayor libertad de acción respecto a Washington, China podría conseguir de todos ellos un nivel de cooperación mucho más intenso y favorable. En este marco, los foros ASEM o las cumbres China-UE, así como la Comunidad del Este Asiático son pilares de gran calado estratégico por los que China seguirá apostando en el futuro, con independencia de los altibajos ocasionales que pudieran producirse. El desarrollo del comercio y la inversión, por otra parte, serán los factores clave para dinamizar dichos procesos, acompañados del natural incremento de su influencia política.

El test regional

En el orden regional, la preocupación más inmediata de los dirigentes chinos consiste en frenar las posibilidades de una mayor presencia militar de EE.UU. en dicho entorno y lograr que éste acepte su emergencia, convenciendo a Washington de que una China próspera conviene a sus intereses. China aspira a convertirse en el garante del nuevo orden en la zona, reduciendo y suplantando el peso y la influencia de la alianza entre Japón y EE.UU. Para ello, además de fomentar la autonomía relativa de Tokio y neutralizar a Washington desplegando iniciativas de gran calado en relación a Seúl o Taipéi, viene promoviendo desde los años noventa una política de buena vecindad, con el claro propósito de vencer las desconfianzas y temores de sus vecinos.

La principal sombra de esta estrategia y el principal desafío a su seguridad se llama Taiwán. Todas las políticas adoptadas en la zona tienen como principal referente asegurar un orden regional que favorezca la reunificación con Taiwán, un objetivo indispensable para culminar el proyecto modernizador. Obviamente, se trata de lograr la reunificación de modo pacífico, pero ¿podría recurrir a la fuerza? La ley antisecesión aprobada en 2005 no deja dudas al respecto y la posición en este extremo ha sido reiterada hasta la saciedad por sus máximos dirigentes. La estrategia china en este sentido tiene tres pilares básicos. En primer lugar, consolidar un compromiso de no intervención de EE.UU. en este contencioso (también en Tíbet), asegurando a cambio no afectar los objetivos generales de EE.UU. en Asia-Pacífico. En segundo lugar, el fomento de la cooperación económica, social y cultural entre los gobiernos y las sociedades a ambos lados del Estrecho. Por último, la construcción de unas fuerzas armadas que le aporten credibilidad a su política.

La reciente firma de un Acuerdo Marco de Cooperación Económica y el pacto alcanzado para poner fin a la guerra diplomática que enfrentaba a Beijing y Taipéi han generado un nuevo clima. Desde el anuncio de la «tercera cooperación» (las dos anteriores se llevaron a cabo en los años veinte y treinta del siglo pasado) entre el Kuomintang (KMT) y el PCCh a partir de 2005, la inestabilidad y el conflicto que presidieron la etapa del presidente Chen Shui-bian (2000-2008) han quedado atrás. No obstante, pese a lo acelerado del acercamiento cabe resaltar su fragilidad ya que viene a depender de la capacidad del KMT para revalidar su liderazgo en una isla entre cuya población (23 millones de habitantes) reina la más absoluta división respecto a la actitud a mantener en relación al continente. Por otra parte, cabe señalar que pese a los avances registrados en las relaciones bilaterales en numerosos órdenes, el diálogo político o en materia de defensa no será fácil y su inicio formal deberá esperar, como poco, al segundo mandato del actual presidente Ma Ying-jeou, de repetir en el cargo en las reñidas elecciones que celebrará Taiwán en 2012.

Asimismo, los diferendos en el mar de China meridional suponen una prueba de fuego para Beijing, que debe lidiar con la emergencia del liderazgo de Vietnam, país que junto con Filipinas, Malasia, Indonesia…, cuestiona la soberanía reclamada por el poderoso vecino del norte sobre estas aguas, ricas en recursos pesqueros, además de gas y petróleo según revelaron algunos estudios (1). Si China actúa ahora con más energía a la hora de hacer valer sus reclamaciones y afirmar sus hipotéticos derechos, EE.UU. enfatiza su interés en asegurar la libertad de navegación en la zona instando, a la vez, un realineamiento de posiciones de los países de la ASEAN y la internacionalización de las reclamaciones.

La preocupación de Vietnam por las diferencias marítimas con China explica el acercamiento de Hanói a EE.UU. o la firma de un importante acuerdo en materia de defensa con Rusia (el acuerdo con Moscú incluye la compra de seis submarinos) con el propósito de contrarrestar sus ambiciones en dicha zona ante el aumento de las disputas por el control de sus riquezas de todo tipo y el temor a que la creciente fortaleza china haga más difícil cualquier entendimiento en el futuro. La alianza ideológica y económica que mantienen los partidos y gobiernos de Vietnam y China, con reiteración de seminarios teóricos y encuentros políticos al máximo nivel, no impide ni rebaja el nivel de las desconfianzas. Se diría incluso que las disputas por las islas Paracel (de hecho administradas por Beijing desde hace 30 años) y las Spratley van en aumento. En 2009, el Libro Blanco sobre la defensa nacional de Vietnam, el tercero publicado desde 1998, insiste en reivindicar la soberanía de esta zona. Por  el contrario, sí ha habido acuerdo en la demarcación final de su frontera terrestre, después de ocho años de denodados esfuerzos.

Habiendo interiorizado que históricamente su declive se forzó desde el mar, para China este espacio es de importancia vital, por lo que podría aceptar la explotación conjunta de los recursos, incluidos los pesqueros, en tanto en cuanto le asegure la capacidad para establecer un diseño propio de la nueva Asia que emerge con la constelación de economías presentes en la zona. No obstante, su rechazo tanto del diálogo multilateral como de los acuerdos definitivos, quizás a la espera de disponer de mejores condiciones en términos de poder para imponerlos con más facilidad a sus vecinos, deja entrever su afán por consolidar la superioridad regional. ¿Volverán los «reinos tributarios» o se establecerán y respetarán nuevas reglas que aseguren los intereses esenciales y respectivos de todos los países asiáticos? A China le corresponde despejar las dudas existentes. Cuanto antes, mejor.

China también ha mostrado su oposición al intento de Japón de ampliar la plataforma continental en el Pacífico Sur, descalificando la solicitud tramitada por Tokio ante la Comisión de Límites de la Plataforma Continental de la ONU. Por otra parte, también exigió de Japón el cese en toda acción relacionada con las islas Diaoyu. Por su parte, Tokio reprochó a China la explotación de un yacimiento de gas (Tianwaitian) en una zona contestada del mar de China oriental, en lo que definió como una violación del acuerdo suscrito entre las dos partes en junio de 2008 sobre la base del mantenimiento del statu quo.

Es en este contexto regional y en su habilidad para gestionar los múltiples litigios que debe enfrentar, donde China visibilizará mejor su disponibilidad y voluntad para transformar el orden existente. A diferencia del ámbito global, donde primará la coexistencia con el aún hegemón, aquí espera traducir en ventaja estratégica el aumento de su poderío, aprovechando las oportunidades que le brinda su nuevo status para resarcirse de las heridas del pasado.

La interdependencia del denguismo frente a la autarquía del maoísmo

China ha aceptado la interdependencia, en buena medida porque ha sabido beneficiarse de ella y la considera un colchón moderador de las tensiones que persisten en la relación con determinados países. A diferencia de Mao (y los emperadores de la China dinástica), que siempre desconfió de cualquier fórmula que implicase dependencia respecto al exterior e insistió hasta la saciedad en apoyarse en las propias fuerzas, sobreviviendo durante tres décadas en condiciones de práctica autarquía, Deng Xiaoping puso rumbo en la dirección totalmente contraria (2).

La mayor dificultad estratégica estriba en cómo encajar el pujante nacionalismo chino en las dinámicas de globalización en boga. La respuesta a dicho interrogante va a depender de la evolución del debate interno entre nacionalistas y prooccidentales, cuyo saldo final resultará, en buena medida, de la consideración o no de Occidente como una amenaza  a las tradiciones y singularidades chinas y a su afirmación como actor soberano en el orden global. Si la influencia que Occidente busca en la transición china se manifiesta primordialmente a través de la hostilidad, lo más probable es que ello acentúe el enrocamiento y la beligerancia china. Si por el contrario, se acepta esa singularidad, lo que equivale     a respetar su identidad política y cultural confiando en una evolución cuyos ritmos se van a decidir a nivel interno, es más probable que nos encontremos con una China prioritariamente cooperativa.

Sea como fuere, para China, la clave del siglo XXI seguirá asociada a la vigencia del binomio paz y desarrollo, formulado en 1980 por Deng Xiaoping, y la armonía, como expresión y aportación del pensamiento social chino, será su valor esencial. En la recámara de una formulación tan simple y formalmente atractiva, se esconde un profundo cuestionamiento de la hegemonía de Occidente y el implícito convencimiento de que a todos ha llegado la hora de aprender de Oriente. La interdependencia será, ciertamente, reciproca.

    Conclusiones y escenarios

Discernir el papel a desempeñar por China entre las principales naciones del mundo y en un futuro inmediato constituye una de las mayores incógnitas del presente. Para resolverla, aunque solo sea parcialmente, pueden resultar de interés los modelos de conducta que nos ofrecen sus fuentes históricas y culturales, en especial de la China dinástica, de los que se pueden deducir actitudes y variables que, a buen seguro, influirán en su análisis de la realidad internacional contemporánea y en sus comportamientos.

Los próximos años serán decisivos, pues en ellos China se juega el éxito o el fracaso de su estrategia de modernización, circunstancia que acentuará los temores respecto a los intentos de terceros por influir en su proceso para condicionarlo o impedirlo (3). Esa percepción, muy extendida en China (como hemos podido constatar de nuevo a resultas de la concesión del premio Nobel de la Paz 2010 al disidente Liu Xiaobo), explica el redoblamiento de las cautelas respecto de aquellos actores que pueden estar en condiciones de operar en dicho contexto. La existencia de numerosas fragilidades internas, tanto en el orden económico-social como político-territorial, ofrece un poderoso caldo de cultivo para que  las convulsiones eclosionen si cabe con mayor ímpetu.

Su acción exterior tendrá por primer objetivo ganarse la confianza  de terceros países, para que no vean en la febril búsqueda por labrarse una hipotética posición de potencia global una amenaza a sus propios intereses (4). Pero su principal debilidad, a fin de cuentas, radica en el autoritarismo y la rigidez interna de un sistema político que, si bien le ha sido de gran utilidad para asegurar la emergencia, podría no obstante, de no actualizarse, convertirse en causa directa de una inevitable crisis y fracaso.

Nos hallamos, por otra parte, en los albores de una modificación del sistema regional que podría tener implicaciones globales sustantivas en una o dos décadas más. Hoy día, China ya es un actor decisivo en Asia oriental. La aproximación con Taiwán supone para EE.UU., Japón y los países de la ASEAN una preocupación esencial, ya que le proporcionaría el control de las rutas de navegación de los mares de China meridional y de Japón. Es por ello previsible que EE.UU. no facilite un acuerdo definitivo con Taiwán ni acepte retirar su presencia militar en Japón o Corea del Sur, además de aumentarla en el Sudeste asiático.

La evolución de las relaciones con EE.UU. será un factor clave en el inmediato futuro y pese a las buenas palabras, la acumulación de contenciosos bilaterales, especialmente en el orden económico, así como la divergencia de intereses y métodos a aplicar en cuestiones de alcance global, además de la competición estratégica desatada en entornos geopolíticos (América Latina, África) que para China representan hoy una necesidad inapelable para garantizar su ritmo de crecimiento, parece abocar a ambos socios y contendientes a un conflicto tibio y prolongado cuyos resultados no pueden prejuzgarse.

En tal tesitura, el recurso al nacionalismo brindará al PCCh el argumento y la coartada precisa para persistir contra viento y marea en su proyecto modernizador. Hoy, cuando se celebran los natalicios de Confucio, se promueven las ceremonias y ritos a la antigua usanza, etc., se advierte con claridad que la ideología nacionalista a la que se adhiere el PCCh se apoya en la actualización de su tradición, alejando cualquier repunte de espíritu antitradicionalista como mecanismo de bloqueo de las tendencias occidentalizadoras, rechazadas formalmente desde el inicio mismo de la política de apertura.      

Con su éxito, el PCCh ha ido transmutando su ideario original en una decidida apuesta por la reivindicación del legado cultural propio en un sentido amplio, superando las disquisiciones ideológicas de antaño. De esta forma, ha logrado evitar la conformación de una corriente social relevante de hostilidad, fenómeno previsible en función de su erosión ideológica y de la proliferación de manifestaciones sociales y económicas adversas a su ideario tradicional, en virtud de la introducción del mercado o de la pluralización de formas de propiedad, facilitando un mecanismo de identificación social con el régimen que se fundamenta en la supuesta «hostilidad» de un Occidente interesado en impedir su despertar. La cultura tradicional va camino de afirmarse así como un auténtico y eficaz escudo contra la penetración occidental y salvaguarda no solo del hecho cultural en si, sino también del propio sistema político, presentado como expresión y garante de dicha evolución.

Puede que la China emergente y triunfante esté dispuesta a cooperar aceptando las coordenadas principales del orden vigente, mostrando una disposición a aceptar compromisos y abandonando toda aspiración a modificar el statu quo. Ello podría ser así en tanto Occidente extreme el valor de la interdependencia y también en la medida en que la propia evolución del sistema internacional no impida la satisfacción de sus intereses, en especial en cuanto atañe a la culminación de su proceso de desarrollo interno y al reconocimiento de sus potestades en el orden regional.

Por el contrario, podemos hallarnos ante una China partidaria de la ruptura del statu quo si llega a la convicción de que ni su autoridad ni sus ambiciones, ambas en proporción a sus dimensiones naturales, le son reconocidas. Es obvio que si ambiciona un sistema regional que asuma su superioridad, ello exigirá modificar el actual estado de cosas  y enfrentarse a EE.UU. y sus aliados regionales a fin de lograr el reconocimiento de su nuevo perfil. El desempeño de un papel preponderante exigirá moderación de sus vecinos (una neutralidad activa y limitante de la soberanía), sin descartarse en modo alguno el recurso a medidas de presión que permitan hacer valer sus intereses.

Pero puede también que no ocurra ni una cosa ni la otra si China se adentra en una espiral desestabilizadora como consecuencia del agravamiento de las tensiones internas. Sin duda, la próxima década será decisiva para gestionar tan compleja agenda, tarea que será abordada por esa nueva generación de dirigentes que asumirá las riendas del país a partir de 2012. De su habilidad para sortear las múltiples tensiones económicas, sociales y políticas dependerá que Beijing pueda satisfacer sus ambiciones más profundas, sentando, ahora sí, las bases definitivas para cerrar el período de decadencia iniciado en el siglo XIX y pasando a ocupar de nuevo una posición de privilegio en el orden global.

En cualquier caso, cabe señalar que la primera prioridad de China seguirá siendo el asegurar la supervivencia en un entorno no del todo fácil; en segundo lugar, afirmarse como parte integrante y activa del orden internacional; y tercero, culminar su modernización. Sobre la base de estas tres constantes que podemos apreciar a lo largo de su reciente historia, cabría predecir un comportamiento básicamente estable y estabilizador a nivel global en tanto disponga de garantías para salvaguardar su sistema político, asegurar la soberanía y recuperar plenamente su integridad territorial, todos ellos objetivos equiparados a intereses fundamentales e irrenunciables pero que pudieran ser motivo de tensiones con terceros países.

Xulio Ríos Paredes, en ieee.es/

Notas:


(1)      Una visión general de esta problemática puede encontrarse en OVIEDO, óp. cit. 198.

(2)      RIOS, Xulio, Mercado y control político en China, Madrid, La Catarata, 2007, pág. 137.

(3)      MALENA, óp. cit., 109.

(4)   ANGUIANO ROCH, Eugenio, «China como potencia mundial: presente y futuro», en CORNEJO, Romer (coord.), China, radiografía de una potencia en ascenso, México, El Colegio de México, 2008, pág. 97.


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