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jueves, 26 de mayo de 2011

El Colegio Monteagudo, con el Papa, en Colonia 2005



Ocurrió hace seis años. En las fotos, quizá en algunos casos, nos confundamos de persona, pero somos nosotros. Bueno, al menos yo, sí. Los más pequeños hacen ahora segundo de bachiller (uno, primero). Y bastantes han comenzado la carrera en este curso: Juan Angel, Jose María, Ignacio, Javier, Nacho, etc, etc (el equipo, ¿os acordáis?). Pequique era entonces bajito. Josemaría casi un bebé.
Una madre, llamada Encarna, mientras seguía la Jornada del sábado por la noche, desde Campoamor (Murcia, Spain), me decía por teléfono:
-Qué orgullosa estoy de que mi hijo esté allí.
Es verdad: nos sentiamos orgullosos todos.
Un sacerdote italiano, de un grupo vecino a nuestra "parcela" en Marienfeld, quiso hablar conmigo el domingo.
-Sabes lo que te digo: que ayer, pensaba que eráis una panda de locos, porque veniáis a a la Jornada Mundial de la Juventud con bastantes chavales muy jóvenes. Ahora pienso que -yo que he venido con gente de 25 años- los que más se enteran son estos chicos; y los que más aprovechan son estos chicos.
Y ahora me pregunto: ¿qué haremos en Monteagudo para la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid? En 2005 fuimos 55 a Alemania.
¡¡¡Ánimo chicos, que somos de la misma pasta!!! Saludos a todos de D. Fernando Hurtado

Las tres epidemias modernas

Buen artículo del Dr. Rojas sobre tres grandes epidemias modernas

«El mundo se ha psicologizado. Yo recuerdo cuando era estudiante de Medicina, la Psicología y también la Psiquiatría sonaban a raro. Y en aquellos tiempos ser psiquiatra era una cosa extraña, curiosa»

      Vivimos tiempos de extravío. Hoy conviven al mismo tiempo tres epidemias majestuosas: la depresión, el estrés y la ruptura conyugal. No sabría decir el orden de llegada. Habría mucha tela que cortar para situar su cronología. Pero lo que sí me parece evidente es que hoy están las tres en primer plano de la realidad social. El mundo se ha vuelto un formidable contraste. Veo a mucha gente desorientada en lo principal. Epidemia significa enfermedad que durante un cierto tiempo afecta a un gran número de personas. Se trata de un fenómeno colectivo, que tiende a expandirse y cuyas raíces pueden ser analizadas y puestas al descubierto con el fin de ver qué se puede hacer para corregirlo.

      Como decía McLuhan, vivimos en un mundo global. Los tres idiomas actuales son el inglés (que es el latín moderno), el español (ha escalado el segundo puesto en el mundo) y la informática (es el último lenguaje que se ha ido colando en los nuevos sistemas de comunicación). La psicología se ha vuelto el nuevo sistema común de referencia y de interpretación de la realidad. El mundo se ha psicologizado. Yo recuerdo cuando era estudiante de Medicina, la Psicología y también la Psiquiatría sonaban a raro. Y en aquellos tiempos ser psiquiatra era una cosa extraña, curiosa. Hoy los psiquiatras nos hemos convertido en los médicos de cabecera.

      Vamos a ir pasando revista a estas tres vertientes y adentrarnos en el análisis de los hechos que ahí se sumergen. El psiquiatra es perforador de superficies. Se cuela, bucea, se mete en los entresijos de esos hechos y busca las razones por las que esto se ha ido dando, intentando poner orden y concierto en una realidad social evidente, notarial, que está ahí y que es menester explicar.

      La depresión es la enfermedad de la melancolía. La palabra ha pasado al lenguaje coloquial y su uso y abuso está a la orden del día. Hay dos tipos, dos modalidades: las endógenas, que vienen de dentro y que son debidas a un desorden bioquímico cerebral complejo, que tienen un fondo hereditario y que son estacionales (especialmente en primavera); tienen buen pronóstico, se curan en torno al 90 por ciento de ellas y hoy contamos con medicamentos que frenan la recaída. Éstas siguen dándose de forma más o menos estable; hoy las conocemos mejor y se las diagnostica más fácilmente con los instrumentos modernos con los que contamos. Pensemos en las depresiones infantiles, que hacen tan solo unos años pasaban desapercibidas.

      Las otras son las exógenas, que pueden ser llamadas reactivas y que son debidas a acontecimientos negativos de la vida. Hay dos modalidades: los macrotraumas, que son impactos de gran fuerza que dejan al ser humano tendido al borde de lo peor y que podríamos decir lo siguiente: la mujer es especialmente sensible a las frustraciones sentimentales y familiares, mientras que el hombre lo es a las frustraciones económicas y profesionales. Hoy esto está cambiando y habría muchos matices que exponer aquí. Luego volveré sobre este tema. La otra, son los microtraumas, que son hechos negativos pequeños o de mediana intensidad, pero que forman un sumatorio, una constelación de factores nocivos que dan lugar a un estado de ánimo de tristeza, apatía, decaimiento, falta de ganas de vivir, desilusión y un largo etcétera en esa misma línea. Estas depresiones se han multiplicado hoy por el tipo de vida que vivimos, y muchas de ellas arrancan, brotan, emergen, saltan en la falda de la crisis económica tan grave que estamos viviendo y de la rotura de la familia, con todo lo que eso trae consigo. Las depresiones exógenas tienen un pronóstico incierto y su evolución depende de los hechos que los han desencadenado.
 
      La segunda epidemia es el estrés, que consiste en un ritmo trepidante de vida sin tiempo nada más que para trabajar. Hay también dos modalidades: el estrés real, que se debe a estar siempre desbordado y sobrepasado de cosas y actividades, y que se da con especial frecuencia en los ejecutivos, los hombres de negocios, los periodistas y en todos aquellos que no saben poner cota a su actividad profesional y que antes o después entran en el bucle de la profesionalitis sin freno. La otra es el estrés psicológico, que no es tan objetivo como el anterior y que se da en personas que se agobian, que se aceleran sin necesidad y que son auténticas fabricadoras de ansiedad. A veces, ambas se dan a la vez. Evitar el estrés es saber trabajar con orden e ilusión. Sabiendo planificar las cosas que uno tiene que llevar a cabo y aprendiendo a decir que no a demandas y peticiones y tirones excesivos de trabajo. Dice el Eclesiatés: "Ama tu oficio y envejece en él". El amor por el trabajo bien hecho es una forma de excelencia. Que uno sea capaz de dominar su actividad laboral y encauzarla y dirigirla de la mejor manera y que no sea al revés. No hay trabajo pequeño si se hace con amor y profesionalidad. Las buenas maneras nos abren las puertas que no pueden abrir el mejor libro de instrucciones.

      La tercera epidemia, la de las rupturas conyugales, sí podemos decir que es más reciente en el mundo occidental. Hoy asistimos al espectáculo de una pareja rota y otra y otra más. Aquí y allí. ¿Quién nos iba a decir hace tan solo un par de décadas que éste iba a ser uno de los peores males de nuestro tiempo? ¿Qué significa esto, qué está pasando, cuáles son las causas y motivos que han desencadenado este feroz tsunami de proporciones gigantescas? Son muchas las cosas que han ido sucediendo para que esto se dé. No es fácil dar una respuesta única porque son numerosos los ingredientes que se hospedan aquí y que han originado que tantas parejas salten por los aires y aparezcan los llamados niños pinpong, que van de aquí para allá cada semana, con todo lo que significa ese trasiego para la personalidad del que aún está en formación.

      Veo la palabra amor falsificada. Hay un uso, un abuso y una manipulación de la palabra amor. ¡A cualquier cosa se le llama amor! Hay que devolverle a este término su fuerza, su calidad y su exigencia. Amar a una persona es decirle: voy a intentar que tú nunca mueras para mí, que seas mi primer argumento; voy a poner de mi parte para darte lo mejor que yo tengo… voy a intentar sacar lo mejor de mi persona y de la tuya. El amor de la pareja es una tarea laboriosa que tiene un alto porcentaje de artesanía psicológica.
 
      Y en medio de este ideal de vida, realista y exigente a la vez, nos encontramos con una sociedad en la que han ido residiendo de forma gradual y progresiva una serie de contenidos, unas veces claros y otros desdibujados: el hedonismo, el consumismo, la permisividad y el relativismo, y todos ellos hilvanados por el materialismo y la falta de espiritualidad. Y el drama está servido en bandeja. Ya que con ese paisaje a la vista hay que saber ir contracorriente y no dejarse llevar por las modas del momento. La epidemia de parejas rotas es contagiosa. Es decir, se copian muchas de esas vidas, unas veces de famosos (sin prestigio) y otras, de personas cercanas con las que nos tropezamos a diario, con lo que se produce una espiral encadenada de rupturas, en donde todo se desdramatiza y se ve como normal.

      Un ejemplo de esto que vengo diciendo es lo que he llamado el síndrome de amaro: el amaro es una planta labiada que nace en superficies secas, que huele muy mal pero que en forma de gel cura ciertas afecciones de la piel. Y extrapolo esto al campo de las revistas del corazón en la televisión. El síndrome de amaro es el deseo de conocer la vida de los famosos siempre que esté rota. No interesa la vida de los que tienen prestigio (que eso es otra cosa bien distinta), sino de los que tienen fama porque salen y aparecen en muchos medios de comunicación… pero es necesario que esté fragmentada, partida, quebrada, herida… si no, no interesa. ¿Por qué? Por la atracción que tiene el morbo. Y, además, muchos se distraen viendo eso; es un verdadero pasatiempo y, a la vez, se siente bien al comparar esa vida con la suya. Es como una terapia curiosa y malvada que pone de relieve que esta sociedad que nos ha tocado vivir tiene un fondo enfermizo. El escándalo de este principio de siglo XXI es la perfección de los medios y la confusión de los fines. El ser humano de nuestros días necesita maestros y testigos. Los primeros enseñan lecciones que no vienen en los libros. Los segundos son modelos de identidad reales que encarnan valores vividos en primera persona.

Enrique Rojas es Catedrático de Psiquiatría
 ABC / Almudí

martes, 24 de mayo de 2011

“El enigma de la tolerancia intolerante. De qué modo el Estado neutral acaba imponiendo valores”

entrevista de michael cook al sociólogo michael case, profesor de la universidad de notre dame de australia/ editado en aceprensa.com 

En nombre de la tolerancia, algunos gobiernos occidentales actúan de modo intolerante contra grupos que mantienen posiciones distintas a lo “políticamente correcto” del momento. La creencia en la verdad se considera peligrosa, mientras que la imposición del relativismo se presenta como un bien. El sociólogo Michael Casey, profesor de la Universidad de Notre Dame Australia, explica cómo se ha llegado a esta situación.

¿Cuál es el sentido genuino de la tolerancia y a qué se refiere usted cuando habla de la “tolerancia intolerante”?
Originalmente, la tolerancia era una práctica al servicio de la convivencia en las sociedades pluralistas; una forma de convivir y de respetar la libertad de los demás. Pero ahora se ha convertido en un valor absoluto; quizá el valor por excelencia en Occidente.

El problema surge cuando, para crear una sociedad tolerante, las democracias recurren cada vez más a la intolerancia. Una buena sociedad debe protegerse a sí misma y a las minorías más vulnerables frente a los grupos que se niegan a respetar los derechos de otras personas. Pero la “tolerancia intolerante” de la que hablo está dirigida precisamente contra grupos que sí respetan los derechos y las libertades de los demás.

Esto ocurre, por ejemplo, cuando se tacha de “intolerantes” a los cristianos porque mantienen distinciones legítimas entre parejas que pueden considerarse matrimonio y las que no; o cuando quieren dar preferencia para determinados puestos de trabajo a quienes comparten su fe; o cuando defienden los derechos de los no nacidos y de los discapacitados.

En su sentido genuino, la intolerancia sería negarse a respetar los derechos de otras personas, pero ahora se ha extendido a algo que de ninguna forma es intolerancia: el derecho a negarse a dar por buenas elecciones con las que no estamos de acuerdo. La “tolerancia intolerante” pretende obligar, en nombre de la tolerancia, a admitir como buenos valores y prácticas con los que se discrepa.

Respetar la libertad de todos
¿Cuándo se forjó el concepto de tolerancia? ¿A quién considera usted como el punto de referencia de la tolerancia en la historia de Occidente?
La fuente más antigua e importante es el escritor latino Lactancio (240-320 d.C.), miembro del séquito de Constantino. Influyó decisivamente en su concepción de la tolerancia cuando éste llegó a ser emperador.

Su obra fundamental, las Institutiones divinae, contiene lo que posiblemente sea la primera teoría articulada de la tolerancia religiosa. Para Lactancio, la devoción religiosa sólo es auténtica si se practica con libertad. La coerción en cuestiones de fe contradice la naturaleza misma de la creencia religiosa. Si hay un castigo por seguir una religión falsa, solamente Dios puede imponerlo. En definitiva, el respeto a la religión exige respeto a la libertad.

El tratado contemporáneo más importante sobre la tolerancia es de John Rawls (1921-2002), de la Universidad de Harvard. Según Rawls, el Estado debe ser “neutral” ante las diversas concepciones del bien que defienden los ciudadanos; ha de limitarse a crear un marco político orientado a garantizar una igualdad de libertad y de justicia en el que todos puedan vivir sus propias creencias.

Aunque la idea suena bien, alcanzar esta meta –sobre todo, para los grupos que parten con desventaja– hace inevitable que el Estado vigile la sociedad cada vez más de cerca. Su lógica es que las creencias que “discriminan” son intolerantes, porque, cuando se llevan a la práctica, violan los derechos de los demás. De modo que para salvaguardar la sociedad tolerante, es preciso restringir la libertad de quienes tienen creencias “discriminatorias”.

Lo curioso del asunto es que el llamado Estado “neutral” termina aprobando unos valores y prohibiendo otros, según estén de acuerdo o no con los requisitos de moda de la tolerancia. Hoy día, estos requisitos conducen con demasiada frecuencia a concluir que los cristianos coherentes son unos intolerantes.

Si comparamos la concepción de la tolerancia de Lactancio con la de Rawls, observamos una diferencia importante: mientras que la visión de Lactancio tiene su principio y su fin en el respeto a la libertad, la de Rawls funciona como un medio para conseguir una visión concreta de la sociedad buena o justa. Pero la intolerancia aparece precisamente cuando se pone al servicio de un proyecto particular.

El mito del Estado neutral
La filosofía característica de nuestra época es relativismo. ¿Cómo afecta al concepto de tolerancia?
El relativismo parece considerar que la tolerancia es fundamental. Si no hay valores mejores ni peores que otros, y si la verdad (y, por tanto, el juicio entre valores) es inalcanzable, la tolerancia se convierte en la única base para la vida social y política.

Pero estos son mimbres muy débiles para armar una vida en comunidad. La sospecha que parece estar detrás es que si cada cual insiste en la verdad de sus propias convicciones, terminaremos atacándonos unos a otros para tratar de imponer nuestros valores sobre los de los demás.

Ante este panorama, la tolerancia se convierte en un dogma de fe que está por encima de todos los otros valores. Para garantizar la armonía social –se argumenta– todos debemos creer en esto y, si es preciso, hay que imponerlo, tarea que corresponde al Estado.
El relativismo refuerza así el mito de que en una sociedad tolerante el Estado es neutral ante diferentes valores. Pero la realidad es que nadie vive de manera neutral.

Cuando el relativismo es lo que da forma a la vida moral de la sociedad, cualquier actividad consentida entre adultos que no viola la ley se convierte en un “derecho” al que nadie puede oponerse. Y eso con independencia de los efectos nocivos que pueda tener en los individuos y la comunidad.

No hay verdadera neutralidad cuando el bien no puede ser preferido sobre el mal. Si quieres una sociedad realmente tolerante necesitas que su base sea la verdad, no el relativismo.

Una pasión compartida
Pero creer en la verdad, ¿no lleva necesariamente a discriminar a quienes no aceptan “tu verdad”?
Este planteamiento explica por qué el relativismo está considerado a veces como la única forma de filosofía moral segura para una democracia. Dada la pluralidad de visiones del mundo, de un lado, y la firme insistencia por defender la nuestra, de otro, la verdad parece no sólo inverosímil sino también tiránica.

Vistas así las cosas, se tiende a pensar que cuando la verdad prevalece, las posibilidades de conocimiento, la libertad y la autonomía se reducen. Las ideas sobre lo bueno y malo, lo verdadero y lo falso, causan entonces división e intolerancia.

Pero esta no es la única interpretación posible. Podríamos escoger otro camino: abandonar la insistencia obstinada de que no existe algo tal como la verdad, o de que es peligrosa; admitir que quizá existe la verdad y que es posible acceder a ella; y que de hecho todos la buscamos, con más o menos acierto.

Admitir la posibilidad de la verdad, y que todos nosotros compartimos el deseo de encontrarla y de vivir bajo su luz, cambia la situación por completo. No se renuncia a la diversidad, la discrepancia, el escepticismo y la controversia, pero ahora son integradas dentro un camino común. Esto hace que la confianza, la apertura y el respeto hacia los demás –dentro de nuestros diferentes compromisos morales– sean a la vez más firmes y más fáciles. Esto es lo que realmente significa la tolerancia.

La verdad no es una respuesta dentro de una caja, y tampoco es un garrote. Es el despliegue de la realidad en la cual cada uno de nosotros se encuentra. A donde quiera que nuestra búsqueda de la verdad nos lleve, la aceptación común de que la verdad es lo que todos estamos buscando, cambia las reglas del juego. Nos saca del callejón sin salida de la “tolerancia intolerante”.

Cuando el Estado decide
Un elemento clave de su crítica es el “decisionismo”. ¿A qué se refiere con esta expresión? ¿Cómo degrada la tolerancia?
El “decisionismo” es una palabra fea para expresar una idea empobrecida de la autoridad. En su formulación más sencilla significa que, ante la ausencia de verdad, la autoridad se deriva solamente de la decisión de afirmar un conjunto de valores sobre todos los demás. Coincide con el relativismo en que no hay valores que sean universalmente verdaderos, pero rechaza su conclusión de que entonces todos son equivalentes. El decisionismo es una “solución” al relativismo; supone tomar partido y decidir –sustituyendo así la verdad por un acto de la voluntad– para justificar que unos valores son superiores sobre otros.

En la formulación adoptada por muchos gobiernos occidentales, el “decisionismo” supone que la decisión de optar por unos valores sobre otros se deja en manos de las mayorías parlamentarias. Siempre que se respete el procedimiento correspondiente, la decisión aprobada resulta vinculante.

Después se podrá revestir con un ropaje jurídico e incluso moral. Pero la decisión es lo que cuenta y, hasta cierto punto, lo que determina qué es “justo” y “verdadero” en cada caso particular. A falta de una verdad, es el éxito del procedimiento –y su capacidad para resolver controversias– lo que legitima la decisión.

En consecuencia, si un grupo de ciudadanos –por ejemplo, los cristianos– sigue poniendo pegas a ciertas decisiones alegando que actúan en defensa de la dignidad, la libertad, la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural, el matrimonio y la familia natural, la libertad religiosa, la conciencia... se debe actuar contra ellos para hacer cumplir lo que requiere la “sociedad tolerante”.
La solidaridad, fuente de tolerancia

¿Cómo podemos escapar de la “tolerancia intolerante”?
Cuando la tolerancia acaba tratando como intolerantes a los ciudadanos que sí respetan y defienden los derechos y las libertades de los demás, es preciso preguntarse en qué nos estamos equivocando y volver a poner las bases. En mi opinión, una forma de hacerlo es anclar la tolerancia en la solidaridad.

Tal y como hemos llegado a practicarla, la tolerancia convierte las discrepancias en diferencias irreconciliables. No hay entendimiento moral posible, e incluso la idea de una naturaleza humana común es discutida. La única forma de resolver los conflictos de valores sería a través de la afirmación de la voluntad.

En el fondo, esta tolerancia relativista favorece la sospecha y la desconfianza entre los ciudadanos. También fomenta la dureza y la presunción de querer imponer las propias ideas sobre el resto, incluso con hostilidad. En este contexto, la gente termina por vivir atrincherada con quienes piensan de forma similar, bien para “defenderse” o para “atacar”.

La solidaridad corrige esta situación. Frente al relativismo, propone el ideal de la tolerancia en la verdad; admitir la posibilidad de que la verdad existe, aunque los caminos para llegar hasta ella sean diversos, constituye un fundamento más sólido para la convivencia.

Por otra parte, la solidaridad asume que pertenecemos a una sola familia humana. Y como en una buena familia, no nos limitamos a soportarnos de mala gana o resentidos; procuramos enriquecernos con las diferencias de los demás.

La solidaridad trata a los seres humanos no como átomos independientes, sino como personas que dependen unas de otras para su realización. Somos autónomos, pero nuestra autonomía está modelada por la reciprocidad; por nuestra capacidad para asumir libremente responsabilidades hacia los demás, no solamente hacia nosotros mismos.

Si la “tolerancia intolerante” ha traído la presunción de que el discrepante es un enemigo, la solidaridad favorece la presunción de que el discrepante puede llegar a ser un amigo.

domingo, 8 de mayo de 2011

“Con la beatificación de Juan Pablo II no se trata de hacer un juicio histórico sino de saber si vivió en grado heroico las virtudes”


Sábado 30 de abril de 2011, Entrevista a Joaquín Navarro-Valls, en "El Mundo"

Su rostro con los ojos llorosos, un día antes de la muerte de Juan Pablo II, dio la vuelta al mundo. Y, seis años después, Joaquín Navarro- Valls (Cartagena, 1936) aún se sigue emocionando visiblemente en algunos momentos cuando habla de KarolWojtyla, con quien trabajó codo con codo durante 21 años como su jefe de prensa. Este miembro numerario del Opus Dei, que llegó a ejercer como psiquiatra y como periodista antes de convertirse en el primero –y hasta ahora único– laico al frente de la oficina de prensa de la Santa Sede es sin duda alguna una de las personas que mejor conocieron a Juan Pablo II, quien mañana será elevado a los altares en una ceremonia de beatificación presidida por su sucesor, Benedicto XVI.

Durante las dos décadas que trabajó junto a Juan Pablo II, ¿tuvo en algún momento la sensación de estar ante un santo?
Estos días todo el mundo dice: «La Iglesia hace santo a Juan Pablo II». Y yo no estoy en absoluto de acuerdo. Porque una persona o es santa mientras vive o no lo será nunca... No es que la Iglesia ahora haga santo a Juan Pablo II, sino que certifica que en su vida fue santo. Y eso es algo que se le veía.

¿Y en qué se notaba?
Sería largo de explicar. Quizás sea una cosa muy subjetiva, pero para mí se le notaba sobre todo en su buen humor. Puede parecer una cosa paradójica, pero es así. Cuando se tienen 17 o 18 años tener buen humor es una cosa obligatoria, biológica. A los 40, cuando uno empieza a tener problemas con el trabajo, con la mujer, con los hijos, ya no... Y a los 80, cuando se tiene encima el peso de una vida, enfermedades y toda una serie de cosas, seguir teniendo buen humor resulta excepcional. Para mí el buen humor era uno de los rasgos definitivos de su santidad, ese modo positivo de ver las cosas, ignorando completamente sus propios problemas y viviendo para su misión, para la gente.

Imagino que fue tal vez en los últimos años, cuando Juan Pablo II ya estaba enfermo, cuando se acentuó esa capacidad de ponerle buena cara a la adversidad...
Efectivamente. Me acuerdo por ejemplo de una vez, cuando él ya llevaba bastón, que un cardenal, pensando que le iba levantar el ánimo, le dijo: «Santo Padre, lo veo muy bien». Y él, con cara de guasa, le respondió: «¿Pero es que usted cree que yo no veo en la tele la condición en que estoy?».

Una pregunta personal: ¿usted reza a Juan Pablo II?
Bueno… Yo trato de seguir en contacto con él. Antes, según el trabajo que teníamos,  pasábamos juntos dos o tres horas al día, dependía. En los viajes largos aún eran más horas. Ahora tengo la sensación de que he ganado: son 24 horas al día. Lo que le puedo decir es que la gente se imagina que para un creyente rezar es una obligación o simplemente una convicción. Para Juan Pablo II era una necesidad: no podía dejar de hacerlo.

¿Y sabe usted qué pedía Wojtyla en sus oraciones?
Muy frecuentemente, cuando iba a su apartamento, lo veía rezando durante horas en su pequeña capilla, con unos papelitos en la mano: pasaba uno, luego otro, luego otro... ¿Qué hacía? No me atreví a preguntárselo. Pero se lo pregunté a su secretario personal, Stanislaw Dziwisz. Me contó que a Juan Pablo II le llegaban cartas de todos los rincones del mundo, en todas las lenguas, de gente perfectamente desconocida que le pedía que rezara por esto o por aquello. Eran cartas del tipo: «Rece usted por mí porque soy una madre con cuatro hijos y me han diagnosticado un cáncer muy grave», o «Rece usted por mi hijo que se droga». En fin, todas las miserias imaginables del mundo. ¡Y el Papa se pasaba horas rezando por todo eso que le pedían, con las cartas en la mano! Su oración estaba llena de todas las necesidades de los demás. Estoy seguro que no le quedaba espacio en su oración para plantearle a Dios sus cosas.

¿Cuál cree que era su mayor virtud?
A veces uno tiene la impresión de que las distintas virtudes cristianas están en contraposición unas con otras. Así, la persona que es muy recta de pensamiento a veces peca de intransigente, de fría y distante. Y en el polo opuesto, aquel que por su carácter es comprensivo a veces cae en una especie de indeferencia, confunde el ser misericordioso con importarle todo un bledo. En Juan Pablo II no se producía esa locura de virtudes. Por ejemplo: era un hombre que no perdía un minuto, y al mismo tiempo nunca tenía prisa.

¿Y su punto débil?
¿Su punto débil? Yo me pregunto hasta qué punto no se pueden aprovechar algunos de la gran bondad de una persona que amaba mucho a todos los que tiene a su alrededor, como era su caso…

¿En ese sentido hay quienes consideran que el proceso de beatificación de Juan Pablo II ha sido excesivamente rápido, que no ha habido tiempo de analizar en profundidad su papel ante los graves y numerosos casos de abusos a menores cometidos por sacerdotes durante su Pontificado y su relación con Marcial Maciel, el pederasta en serie y fundador de los Legionarios de Cristo que disfrutó del apoyo personal de Juan Pablo II…
Es un asunto largo, pero que voy a tratar de resumir. Había por aquellos años una carta autógrafa de Maciel dirigida a un periódico americano en la que juraba ante Dios que todas las cosas que se decían de él eran falsas y que no pensaba defenderse, que lo llevaba como una cruz, etcétera. Esa carta está ahí, en internet, yo la tengo en el archivo. Y no obstante todo eso, el procedimiento canónico contra Maciel se empezó en el pontificado de Juan Pablo II. Se terminó en los primeros meses del pontificado de Benedicto XVI, y de hecho fui yo quien informó de aquello. Y todo ello, le repito, a pesar de los juramentos de esa persona. Pero, además, permítame recordarle que en aquella época hubo dos cardenales de la Iglesia –uno era Bernardin, de Chicago, y el otro Pell, de Sydney– que fueron acusados públicamente de abusos sexuales. Pues bien: en menos de un mes se demostró que las dos acusaciones eran falsas. Hay que recordar ese contexto. Pero insisto: en el caso concreto de Maciel el proceso canónico se inició en el pontificado de Juan Pablo II.

Sí, pero Juan Pablo II tardó mucho en abrir el proceso contra Maciel. ¿Cree que ese retraso pudo ser fruto de su excesiva bondad?
No, lo que ocurrió es que no había jurídicamente los datos que se obtuvieron luego.

Pero Maciel gozó de la protección de colaboradores de Juan Pablo II, porque a pesar de que desde hacía tiempo había muchas denuncias contra él pasaron años hasta que se inició el proceso…
Le he citado los casos de Pell y de Bernardin y le podría citar otros… Usted me habla de denuncias. Pero una persona, también en el derecho canónico, es inocente hasta que no se demuestre su culpabilidad..

Como jefe de prensa de Juan Pablo II, ¿hubo momentos difíciles de comunicación entre usted y el Papa?
No. Una de las cosas que siempre me ha ayudado profesionalmente, y que también me ha impresionado humanamente, es que él contaba todo: audiencias con personajes del mundo, jefes de Estado, lo que fuera… O cosas personales, como por ejemplo sus enfermedades. Nunca, ni una sola vez en más de 20 años, le he oído decir: «Pero esta información que le doy es sólo para usted, no la haga pública». Él se fiaba de la profesionalidad de los demás. Era un hombre que desde ese punto de vista tenía una mentalidad muy laica, muy profesional. Yo era el jefe de prensa y él dejaba en mis manos la responsabilidad de decidir lo que hacía público y lo que no.

¿Pero podía levantar el teléfono y llamarle en cualquier momento?
Siempre.

¿Y alguna vez lo hizo?
Naturalmente. Los últimos días de su vida, por ejemplo, mi jornada cotidiana se dividía en dos períodos muy distintos: estar en la habitación donde él estaba muriendo, algo que me resultaba muy difícil, y luego estar con vosotros, los periodistas, en la sala de prensa. Pero eso no fue una cosa excepcional del final, sino que fue así desde el principio. Juan Pablo II valoraba mucho el legítimo interés de la gente, no sólo por su enfermedad sino por todas las cosas.

La de Juan Pablo II va a ser la beatificación más rápida de la historia moderna de la Iglesia. ¿Cree que está justifica esta velocidad?
No sé si va a ser el personaje que más rápidamente ha sido beatificado… Durante muchos siglos los santos eran canonizados por clamor popular. Es decir, era el pueblo que conocía la vida de aquella persona y decía: «Este hombre es santo». Desde este punto de vista lo que ocurrió el día de su funeral, cuando la gente comenzó a gritar «santo súbito», ya resulta en algún modo indicativo. No obstante, Benedicto XVI decidió que se hiciera el proceso de beatificación. Yo considero, aunque entiendo las razones contrarias, que sería una cosa magnífica poner a disposición de la gente los seis volúmenes del proceso de beatificación, que son una maravilla. Ver la vida de Juan Pablo II contada no ya por documentos históricos sino por testigos oculares es magnífico. Incluso, y es muy interesante, allí dentro están los testimonios de algunas personas seriamente contrarias a su beatificación.

Pero cree que, tan solo seis años después de la muerte de Juan Pablo II, ¿hay la suficiente perspectiva histórica sobre su persona como para elevarle a los altares?
Yo a eso le respondería que no se trata de hacer un juicio histórico, sino de saber si Juan Pablo II tenía virtudes en grado heroico. Eso es lo que significa un proceso de beatificación. Los historiadores luego escribirán volúmenes y contarán además con el material histórico de los archivos vaticanos, que ahora están cerrados y que no han sido tenidos en cuenta para el proceso de beatificación porque no tienen valor desde el punto de vista de evaluación de la santidad de la persona. La pregunta que se hace en el proceso de beatificación es: ¿vivió esta persona las famosas siete virtudes cristianas –tres teologales y cuatro morales– y las vivió en grado heroico? Y eso es algo a lo que se puede responder ahora, recurriendo sobre todo a los testimonios directos.

¿Recuerda la última vez que habló con Juan Pablo II?
No recuerdo cuándo fue la última vez, pero desde luego fue en el último período, probablemente días antes de su muerte. Si se refiere a mi despedida de él, fue sin palabras, ya no había necesidad. Él estaba perfectamente consciente, nos miramos a los ojos sufriendo, porque el final fue doloroso, y le besé la mano. Recuerdo que era una mano muy fría, porque en esos últimos días tenía la tensión arterial bajísima. Pero no tuve ningún deseo de decirle nada... ¿Qué le iba a decir? ¿Qué esperaba yo que él me dijese? Eran veintitantos años trabajando juntos día y noche, viajando juntos, descansando juntos en la montaña... Cualquier palabra hubiera resultado insuficiente.

ALEXIA: LA PELÍCULA.

La película sobre Alexia ya tiene fecha de estreno en España: será el 13 de mayo. Aquí tenéis una primera información.
Año de producción: 2011
País: España
Dirección: Pedro Delgado
Guión: Pedro Delgado, Jerónimo José Martín
Música: Íñigo Guerrero
Fotografía: Moncho Rebón
Distribuye en Cine: European Dreams Factory
Duración: 75 min.
Género: Documental, Biográfico
El director:
Hace relativamente poco tiempo, por motivos de trabajo, tuve que ver una película que se decía inspirada en la vida de Alexia. La verdad es que no tenía ni idea de quién era esa niña, pero suscitó mi interés una dedicatoria al final del film a Alexia González-Barros. Pienso que con este documental he aportado mi granito de arena para mostrar el verdadero rostro de Alexia y el cariño de su familia.

Sinopsis:
A Paco, el padre de Alexia, le encantaba rodar imágenes de su familia. Llegó a tomar algunas de Moncha embarazada de Alexia. Mantuvo su afición durante muchos años y eso nos ha permitido disponer de un auténtico tesoro documental: la verdadera vida de Alexia en película, desde sus primeros días hasta que se hizo adolescente, antes de enfermar.

Alexia con muy pocos años imitando a Charlot, Alexia en bici o correteando con sus perros; de vacaciones con sus hermanos, abriendo los regalos de Navidad … ¡O subiéndose por los muebles!
Todo eso, además de entrevistas a los hermanos y a quienes la conocieron, profesoras, sacerdotes, médicos y amigas.

Claro que para acabar de acercarnos a ella era inevitable rodar sus juguetes, su ropa, sus cuadernos de clase (en uno de los cuales escribió una redacción inédita, premonitoria de su muerte). ¿Y qué decir de sus gustos? Descubriremos, por ejemplo, a la Alexia cinéfila que en su diario de la clínica dejó constancia de las películas que veía… Una vida normal, pero con una particularidad: vivió intensamente la presencia de Dios.

lunes, 2 de mayo de 2011

Colegio Monteagudo, en la Beatificación de Juan Pablo II en Roma

  A las 8 de la mañana del viernes 29, un grupo de padres del Colegio Monteagudo y uno de los capellanes, D. Fernando Hurtado,  salíamos hacia el aeropuerto de Valencia. Antes –cosas de la vida, que no nos habían sucedido hasta ahora- nos entrevistaron para una cadena murciana de televisión. Luego nos entrevistarían, en directo, en Roma. Ha sido, nos decía una persona con buena voluntad, una peregrinación “mediática”. Pero no,  ha sido sencillamente una peregrinación, auténtica, muy gozosa.


Tras dos horas de vuelo, el aeropuerto de Roma; y, desde allí en taxi, a la Plaza de San Pedro, para contemplar en unas horas lo que necesita semanas: la Basílica de San Pedro. Pensamos que quizá ya el día 29 no se podría entrar por los trabajos para disponer el sepulcro en el templo, donde se colocaría el féretro de Juan Pablo II. Pero todo iba a salir en esta peregrinación mejor de lo que habíamos pensado y proyectado. Rezamos ante la conmovedora Pietà de Miguel Angel; y nos quedamos impresionados ante el silencio lleno de oración de la Capilla del Santísimo, también diseño  y obra del gran arquitecto Buonarrotti. Como todos los peregrinos, experimentamos la grandeza, y la magnanimidad del templo más importante de la tierra, el centro de la Iglesia Católica, edificado sobre la tumba de San Pedro y junto a la casa del Papa. Rezamos conmovidos el Credo, la profesión de fe, como es tradición ante la tumba del Príncipe de los Apóstoles.

D. Fernando, José Ramón y Juan
Hicimos la última gestión (ya se habían hecho varias por teléfono, unas positivas y otras negativas) en la Sacristía Vaticana. Pues sí: aunque no acabábamos de creerlo,  permitían a D. Fernando Hurtado celebrar la Santa Misa en la Basílica, a las 7.30 de la mañana del día siguiente.


Llenos de alegría, desde el Vaticano tomamos el tranvía hacia Villa Tevere,  Sede Central de la Prelatura del Opus Dei, donde reposan los restos de San Josemaría Escrivá, Fundador de la Obra e inspirador y promotor de nuestro colegio y de tantos colegios como el nuestro. Lentamente nos dirigimos al este de la ciudad y pronto cruzamos el Tíber. Pasamos por la puerta de la Basílica de San Eugenio, y descendimos a la altura de Via de Villa Sacchetti. Entrada emocionada en la casa, y de primeras nos atendió un chico ¡de Murcia! Teníamos   concertado celebrar Misa a las 6 de la tarde. Todo estaba saliendo perfecto. ¡Qué bien nos trataron! ¡Qué amablemente se pusieron a nuestro servicio! Hasta nos ofrecieron unos botellines de agua, que agradecimos de veras. Juanito vio que todo se desarrollaba con tanta naturalidad y cordialidad que preguntó cuál era su habitación, porque había llegado a pensar que estábamos ya en hotel…

Misa en el oratorio de San Miguel, con homilía acorde a las circunstancias por parte de D. Fernando. Y a rezar ante los restos de San Josemaría, para pedir por tantas personas y cosas… Luego descendimos hasta donde se encuentran los restos de D. Álvaro. Nos hubiéramos quedado tanto tiempo… Pero iba aumentando el número de personas en la casa; personas que, como nosotros,  estaban recién llegadas a Roma.

Un ratito después, en taxi, llegamos al hotel, ubicado junto a la Universidad de Roma, en un sitio urbano pero tranquilo, acogedor y sin ruido…

Con lo andado, lo experimentado, las emociones, los madrugones, etc., hemos perdido al final -eso decimos algunos- un poco de peso. Pero aquella noche teníamos "mucha cuerda". Buscamos una pizzeria. Y aquí, de nuevo, una mano "desde arriba" y el maravilloso saber hacer romano. Pregunta D. Fernando a un señor, elegante y bien peinado, por una pizzeria; y él, ni corto ni perezoso, saca el móvil y llama a su tía para preguntarlo. Estaba cerca. Buenas pizzas, de las que dimos buena cuenta. Y a dormir. 

Plaza de San Pedro a las 6.40 a.m.
No acabamos de creer lo que D. Fernando anunciaba para el día 30. Merece la pena hacer un esquema de dónde estuvimos y  qué vimos. Nos dirigimos en primer lugar  en taxi al Vaticano. Después, en metro a San Juan de Letrán. Y desde allí, caminando: Santa Cruz en Jerusalen-San Juan de Letrán-Coliseo-restaurante-Foros-Ayuntamiento de Roma-Plaza Venecia-Santa María la Mayor-Santa Práxedes-Santa María de los Ángeles y Mártires-Santa María de las Victorias-Fontana di Trevi-Piazza di Spagna. Y en metro de nuevo al hotel.

Misa en la Basílica de San Pedro, muy de mañana
Y ahora con más detalle. A las 6.45 estábamos ante las cerradas puertas de la Basílica de San Pedro, junto a un pequeño grupo de sacerdotes y laicos. Misa en el Vaticano. D. Fernando concelebró con el Obispo de Córdoba, don Demetrio, y  otros dos sacerdotes. El Obispo nos dirigió unas palabras entrañables sobre "la gran cantidad de santos enterrados en la basílica de San Pedro", la presencia tan fuerte de la santidad, que se había dado tambien fuertemente en Juan Pablo II. Hicimos de nuevo la profesión de fe. La basílica, vacía, parecía aún más grande y majestuosa, como obra casi sobrehumana.

En la Basílica de la Santa Cruz pudimos venerar las valiosas reliquias de la Pasión, sobre todo  los tres grandes trozos del leño de la cruz (lignum crucis), las espinas de la corona, uno de los clavos, y el rotulo con la leyenda INRI. 

Coliseo. Va a comenzar el combate.
Nos dejaron admirados la variedad de cosmatescos en la Basílica de San Juan de Letrán y su monumentalidad y su antigua y milenaria historia.Qué impresión produce dirigirse desde allí en línea recta al Coliseo. Parece que nos acercábamos "a otro Santiago  Bernabeu". Los foros nos hacían imaginar estar pisando sobre las huellas de  nuestros primeros hermanos en la fe: la compra y venta de ganado, granos, licores, aceite, y por desgracia, hasta que se extendió el Cristianismo, de esclavos, etc. Piazza Venecia, siempre elegante y señorial, como lo es todo el centro de Roma.

Nos hubiéramos quedado -tanto nos prendó- en la Joya-Basílica de Santa María la Mayor, o Santa María de las Nieves, por haber sido construida donde la Virgen anunció a un patricio romano que nevaría el 5 de agosto (en el siglo IV). Allí, bajo el altar central, se veneran restos de la cuna del Niño Jesús. Se agradecía a los primeros cristianos de Jerusalén y a Santa Elena que se hubieran puesto en nuestro lugar, tantos siglos después.



Santa Práxedes. Había Misa para un grupo de polacos. Nos emocionamos al contemplar  tan de cerca la columna de la flagelación del Señor que se conserva allá desde tiempo inmemorial. En Santa María de los Ángeles y los Mártires, obra de Miguel Angel sobre las Termas de Diocleciano, nos acordamos del Rey Juan Carlos I, pues allí fue bautizado, y vimos el reloj ideado por el afamado genio para conocer la fecha de las Pascuas. Y de nuevo Miguel Angel en Santa María de las Victorias, contemplando la que muchos dicen que es su mejor escultura "El extasis de Santa Teresa".


Fontana di Trevi para seguir la leyenda italiana de echar unas monedas para asegurar la vuelta a la Ciudad Eterna. ¡Qué ambientazo de gentes diversas! ¡Qué alegría por las calles ahora inundadas de peregrinos que estaban llegando ya a miles en aquellas horas!

Bella, como siempre, la Plaza de España y Trinitá dei Monti.

Y al metro, hasta el hotel. Habíamos caminado según ojeadores expertos entre 10 y 15 kilómetros. Había tanto que hablar... Pero, al final se impuso, que al día siguente, 1 de mayo, beatificación de Juan Pablo II, nos íbamos a levantar a las 3.30 de la mañana. 

Fue una hora prudente con la que tuvimos la suerte de llegar a ocupar un lugar en mitad de Via della Conziliazione. Luego avanzamos más de 500 metros, y acabamos con la vista que se recoge en una de las fotos. Una pantalla gigante para ver los detalles, y una mirada no muy lejana, presenciandoal natural lo que ocurría en il sacrato donde tenía lugar la celebración de la Santa Misa.

Bien prietos, como todos habéis visto en la televisión, transcurrió la Beatificación y la Misa.  Pero sin ánimo de despertar "envidias", aunque sean de las buenas -como suele decirse-, sino porque nos sale del alma, hemos de decir que estas cosas, si se puede y tantas veces se puede con espíritu de sacrificio, hay que vivirlas en directo. Nosotros dejamos el alma allá, junto a nuestro queridísimo Papa Juan Pablo II, y llegamos a sentirnos fundidos con la Iglesia Universal al compartir -codo con codo- esos momentos con centenares de miles de peregrinos de todo el mundo.

Entrevista en la televisión, que recogemos. Viajar con Marí Angeles Bernal supone ciertos  "riesgos", porque hay un término que no está en su diccionario: la timidez. Así que abordó al personal de una cadena de televisión española, Intereconomía TV, que  encontramos al final de Via de la Conziliazione. Al poco tiempo querían hacernos la entrevista en directo.  Se ve que nos ha visto mucha gente, por la cantidad de sms y llamadas que  se "nos vinieron encima" ya en Roma... y aquí. 

Y unos bocadillos sobre el césped que rodea Catell Sant'Angelo, la mar de ricos, con mucha agua, pues estábamos casi deshidratados.

Para supurar las nostalgias -o aumentarlas-, Piazza Navona. Un tartuffo también inolvidable. Y para tener en la cabeza siempre lo que es "el todo es poco para el Señor" la última visita romana, esta vez a la Chiesa dell'Iesú.

Al cabo de un rato sobrevolábamos de nuevo el Mediterráneo llenos de alegria por lo que habíamos vivido. 

Esto es un esquema, necesariamente muy breve, porque la ceremonia de Beatificación de Juan Pablo II, la estancia en Roma  de algo más de 48 horas, la unión entre los que hemos viajado, ha dejado en nosotros una marca que no se borrará nunca. Son acontecimientos, son sentimientos tan fuertes, que necesitaremos mucho tiempo para asimilar, incluso para valorar…

Discurso del Beato Juan Pablo II a los jóvenes, en marzo de 1983


Discurso del Papa Juan Pablo II a los jóvenes, durante su Viaje Apostólico a América Central (2-10 de marzo de 1983), en San José de Costa Rica
Mis queridos jóvenes:
1. En mi visita apostólica a esta área geográfica me encuentro hoy con vosotros, jóvenes de Costa Rica aquí presentes; y a través de los medios de comunicación, también con los de los otros países que visitaré en los próximos días.
    Tanto a los que os halláis en este estadio como a los ausentes, pero unidos afectivamente a nosotros, os expreso mi gran alegría de estar con vosotros y os doy mi saludo más cordial de amigo y hermano.
    Vengo a compartir con vosotros esta fraterna experiencia humana y eclesial, y a deciros una palabra que estoy seguro tendrá un fuerte eco en vuestro corazón generoso: Cristo, el eternamente joven, os necesita y os convoca en la Iglesia“verdadera juventud del mundo” (Mensaje del Concilio Vaticano II a los jóvenes, Nuntius ad iuvenes, 6). 
    Al concluir el Concilio Vaticano II, su último mensaje fue dirigido precisamente a los jóvenes, a vosotros “los que vais a recibir la antorcha de manos de vuestros mayores y a vivir en el mundo en el momento de las más gigantescas transformaciones de su historia” (ib. 1). 
    Con gran confianza dijeron entonces los padres conciliares: “Sobre todo para vosotros los jóvenes, la Iglesia acaba de alumbrar en su Concilio una luz, luz que alumbrará el porvenir” (ib. 2).  
    Como este mensaje es de impresionante actualidad, me parece oportuno entretenerme aquí con vosotros sobre el mismo, para examinar cómo puede iluminar mejor vuestro camino y ayudaros a responder al grave compromiso que tenéis como fermento y esperanza de la comunidad humana y de la Iglesia.
2. Sé que con frecuencia os preguntáis acerca de cómo vivir vuestra vida de manera que valga la pena; cómo comportaros de modo que vuestra existencia esté llena y no caiga en un vacío; cómo hacer algo para mejorar la sociedad en la que vivís, saliendo al paso de los graves males que sufre y que repugnan a vuestra sed de sinceridad, de fraternidad, de justicia, de paz, de solidaridad. Sé que deseáis ideales noblesaunque cuesten, y no queréis vivir una vida gris, hecha de pequeñas o grandes traiciones a vuestra conciencia de jóvenes y de cristianos. Y sé también que para ello estáis dispuestos a adoptar una actitud positiva frente a vuestra propia existencia y a la sociedad de la que sois miembros.
    No basta, efectivamente, contemplar los tantos males que descubrís en derredor vuestro, o lamentarlos pasivamente. No basta tampoco criticarlos. No aportaría solución alguna declararse impotentes o vencidos ante el mal y dejarse llevar por la desesperanza. No, no es ése el camino de solución.
    Cristo os llama a comprometeros en favor del bien, de la destrucción del egoísmo y del pecado en todas sus formas. Quiere que construyáis una sociedad en la que se cultiven los valores morales que Dios desea ver en el corazón y en la vida del hombre. Cristo os invita a ser hijos fieles de Dios, operadores de bien, de justicia, de hermandad, de amor, de honestidad y concordia. Cristo os alienta a llevar siempre en vuestro espíritu y en vuestras acciones la esencia del Evangelio: el amor a Dios y el amor al hombre (Cfr. Mt 22, 40). 
    Porque sólo de esta manera, con esa comprensión de la profundidad del hombre a la luz de Dios, podréis trabajar con eficacia para que «esa sociedad que vais a construir respete la dignidad, la libertad, el derecho de las personas, y esas personas son las vuestras” (Mensaje del Concilio Vaticano II a los jóvenes, Nuntius ad iuvenes, 3). Las vuestras y las de quienes —no lo olvidéis nunca— son hijos de Dios, y llevan asimismo el exigente nombre de hermanos vuestros.
3. Este camino de empeño en favor del hombre no es fácil. Trabajar por elevarlo y ver siempre reconocida y respetada su dignidad, es tarea muy exigente. Para perseverar en ella es necesaria una motivación profunda, una motivación que sea capaz de superar el cansancio y el escepticismo, la duda y aun la sonrisa de quien se asienta en su comodidad o ve como ingenuo a quien es capaz de altruismo.
    Para vosotros, jóvenes cristianos, esa motivación de fondo, capaz de transformar vuestras acciones, es vuestra fe en Cristo. Ella os enseña que vale la pena esforzarse por ser mejor; que vale la pena trabajar por una sociedad más justa; que vale la pena defender al inocente, al oprimido, al pobre; que vale la pena sufrir para atenuar el sufrimiento de los demás; que vale la pena dignificar cada vez más al hombre hermano.
    Vale la pena, porque ese hombre no es el pobre ser que vive, sufre, goza, es explotado y acaba su vida con la muerte; sino que es un ser imagen de Dios, llamado a la amistad eterna con El: un ser que Dios ama y quiere que sea amado.
    Sí, quiere que no sólo sea respetado —que es el primero y básico paso—, sino que sea amado por sus semejantes.
    Esta es la meta altísima a la que nos llama nuestra fe cristiana. Este es el camino que lleva al corazón del hombre y que pasa por la complacencia de Dios en él. Por eso el Concilio se preocupaba de que la sociedad deje expandir su tesoro antiguo y siempre nuevo: la fe (Mensaje del Concilio Vaticano II a los jóvenes, Nuntius ad iuvenes, 4). 
4. La Iglesia confía en que sabréis ser fuertes y valientes, lúcidos y perseverantes en ese camino. Y que con la mirada puesta en el bien y animados por vuestra fe, seréis capaces de resistir a las filosofías del egoísmo, del placer, de la desesperanza, de la nada, del odio, de la violencia (ib.). Conocéis los frutos amargos que produce. ¡Cuántas lágrimas, cuánta sangre derramada por causa de la violencia, fruto del odio y del egoísmo!
    El joven que se deja dominar por el egoísmo, empobrece sus horizontes, rebaja sus energías morales, arruina su juventud e impide el adecuado crecimiento de su personalidad. En cambio, la persona auténtica, lejos de encerrarse en sí misma, está abierta a los demás; crece, madura y se desarrolla en la medida en que sirve y se entrega generosamente.
    Detrás del egoísmo aparece la filosofía del placer. Cuántos jóvenes, por desgracia, son arrastrados por la corriente del hedonismo, presentado como un valor supremo; ello los lleva al desenfreno sexual, al alcoholismo, a la droga y a otros vicios que destruyen su fuerza ardorosa y debilitan su capacidad para afrontar las reformas que son indispensables en la sociedad.
    Natural consecuencia del egoísmo y del placer absolutizado es la desesperanza que lleva a la filosofía de la nada. El joven auténtico cree en la vida y rebosa esperanza. Está convencido de que Dios lo llama en Cristo a realizarse integralmente, hasta la estatura del hombre perfecto y la madurez de la plenitud (Cfr. Ef 4, 13). 
5. Y, ¿qué deciros, amados jóvenes, de los horrores del odio y la violencia? Es una triste realidad que, en este momento, gran parte de América Central está cosechando los amargos frutos de la semilla sembrada por la injusticia, por el odio y la violencia.
    Ante esta dolorosa situación de muerte y enfrentamiento, el Papa siente la imperiosa necesidad de repetir ante vosotros, jóvenes, la palabra de Cristo: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros” (Jn. 13, 34). Y también la palabra solemnemente pronunciada por mi predecesor Pablo VI en Bogotá: “La violencia no es cristiana ni evangélica” (Pablo VI, Santa Misa en la "Jornada del Desarrollo", Bogotá,  23 de agosto de 1968). 
    Si, vosotros, amadísimos jóvenes, tenéis la grave responsabilidad de romper la cadena del odio que produce odio, y de la violencia que engendra violencia. Habéis de crear un mundo mejor que el de vuestros antepasados. Si no lo hacéis, la sangre seguirá corriendo; y mañana, las lágrimas darán testimonio del dolor de vuestros hijos. Os invito pues como hermano y amigo, a luchar con toda la energía de vuestra juventud contra el odio y la violencia, hasta que se restablezca el amor y la paz en vuestras naciones.
    Vosotros estáis llamados a enseñar a los demás la lección del amor, del amor cristiano, que es al mismo tiempo humano y divino. Estáis llamados a sustituir el odio con la civilización del amor.
    Esto lo podréis realizar por el camino espléndido de la amistad auténtica, de la que lleva siempre a lo más alto y noble; de la amistad que aprendéis de Cristo, que ha de ser siempre vuestro modelo y gran amigo. Y rechazando con gallardía a cuantos recurren al odio y sus manifestaciones como instrumentos para forjar una nueva sociedad.
6. El mensaje del Concilio os invita también a no ceder al ateísmo, “fenómeno de cansancio y de vejez” (Mensaje del Concilio Vaticano II a los jóvenes, Nuntius ad iuvenes, 4). Ante él, vosotros jóvenes vigorosos, debéis afirmar la fe “en lo que da sentido a la vida: la certeza de la existencia de un Dios justo y bueno” (ib.). 
    Debéis manifestar en vuestra vida esa fe, enriqueciendo a otros con un testimonio vivido, alegre, esperanzado y esperanzado, que contagie a quien os mira. Vuestro testimonio cristiano, juvenil y valiente, capaz de pisotear el respeto humano, tiene gran fuerza evangelizadora.
    Esta debe ser vuestra actitud de vida. Si sois fieles a este programa, sentiréis el gozo de quien lucha y sufre por el bien; de quien da a los demás la razón de su esperanza; de quien encuentra en cada hombre el rostro de Cristo; de quien renueva constantemente su juventud interior; de quien ante un mundo que lo busca, quizá sin saberlo, grita un mensaje de optimismo: también en nuestros días, Jesús de Nazaret sigue siendo la fuente e inspiración de la verdad, de la dignidad, de la justicia, del amor.
7. Mis queridos amigos: sé, por mi experiencia como profesor universitario, que os gustan las síntesis concretas. Es muy sencilla la síntesis-programa de lo que os he dicho, se encierra en un No y un :
No al egoísmo;
No a la injusticia;
No al placer sin reglas morales;
No a la desesperanza;
No al odio y a la violencia;
No a los caminos sin Dios;
No a la irresponsabilidad y a la mediocridad.
Sí a Dios, a Jesucristo, a la Iglesia;
Si a la fe y al compromiso que ella encierra;
Sí al respeto de la dignidad, de la libertad y de los derechos de las personas;
Sí al esfuerzo por elevar al hombre y llevarlo hasta Dios;
Sí a la justicia, al amor, a la paz;
Si a la solidaridad con todos, especialmente con los más necesitados;
Sí a la esperanza;
Sí a vuestro deber de construir una sociedad mejor.
8. Recordad que para vivir el presente hay que mirar al pasado, superándolo hacia el futuro.
    El futuro de América Central estará en vuestras manos; lo está ya en parte. Procurad ser dignos de tamaña responsabilidad.
    Que Cristo Jesús os inspire con su palabra y ejemplo. Acogedlos con generosidad, con entusiasmo, y ponedlos en práctica. Atender el consejo del Apóstol Santiago: “Poned por obra la palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañados a vosotros mismos. Porque si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra, ése se parece al que contempla su imagen en un espejo: se contempla, pero yéndose se olvida de cómo es” (St. 1, 22-24). 
    La bendición de Dios y mi oración os acompañarán en esta tarea. Que la Virgen María, la Madre de Cristo nuestro Salvador, sea vuestra compañera, vuestra hermana, vuestra amiga, vuestra confidente, vuestra Madre, hoy y siempre. Así sea.

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