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viernes, 31 de enero de 2020

Riqueza y desigualdad


Por Alejandro Llano, abril, 2015
Asistimos hoy día de nuevo a un discurso político y económico que subraya el aumento de la desigualdad económica y denuncia la concentración de la riqueza. Para atajarla, en su célebre El capital en el siglo XXI el economista Thomas Piketty propone un impuesto global sobre el capital. Alejandro Llano analiza las aportaciones principales de este polémico ensayo y hace referencia al trasfondo social y ético del problema de la desigualdad.
Hay quienes piensan y defienden que la enorme riqueza de unos pocos contribuye a elevar el nivel económico de la mayoría de los individuos. Alguna verosimilitud tendrá esta tesis para que acreditados expertos y buena parte de la ciudadanía la admita como verdadera. Entre quienes la sostienen se encuentran, como resulta lógico, los dueños de fortunas que se nos antojan increíbles a quienes vivimos de un sueldo que la austeridad reinante acerca progresivamente al límite mínimo de una subsistencia digna. Estiman, al parecer, que la desigualdad provoca unas tensiones que dinamizarían la producción y el mercado, mientras que la semejanza de ingresos adormecería la creatividad y el intercambio.
La propia historia (interpretada por algunos) nos dice que hay en presencia poderosas fuerzas económicas que hacen presión hacia una progresiva eliminación de la igualdad. El caso de los Estados Unidos es el más notorio, porque actualmente se trata del país con mayores diferencias entre sueldos altísimos a los principales ejecutivos y, para los empleados, salarios que son frecuentemente más bajos que en Europa. Qué sorpresa —y qué desilusión— me llevé la primera vez que, contratado por una prestigiosa universidad estadounidense, recibí la misma retribución que sus profesores ordinarios, y comprobé que era inferior a la que yo cobraba como catedrático en mi española universidad de provincias.
En el siglo XIX, Alexis de Tocqueville vio a Estados Unidos como el lugar donde la tierra era tan abundante que estaba al alcance de todo el mundo: era el espacio ideal para que allí floreciera una democracia de ciudadanos iguales. Y, efectivamente, hasta la Primera Guerra Mundial la concentración de la riqueza en manos de los adinerados era menos extrema en los Estados Unidos que en Europa. Sin embargo, en el siglo xxla situación se invirtió. Entre 1914 y 1945, la desigualdad de la riqueza europea fue azotada por las dos guerras mundiales y sus consecuencias: la inflación, las nacionalizaciones y la fiscalidad. A raíz de esta situación se crearon en Europa instituciones más igualitarias e inclusivas que las de Estados Unidos. Algunas de ellas, por cierto, sin inspiraron en Norteamérica, como por ejemplo el impuesto a los ingresos altos en Gran Bretaña, lo cual —por cierto— no afectó negativamente al crecimiento económico general de las Islas.
Por otro lado, la desigualdad de los ingresos en las empresas de Estados Unidos se ha agudizado hasta extremos sorprendentes a partir de 1980. Y por lo que estamos observando, puede todavía ir a más en el siglo XXI. En su libro Political order and political decay (2014), Francis Fukujama sostiene que una de las causas del declive político y social estadounidense es la cada vez mayor desigualdad económica y la concentración de la riqueza, que ha permitido a las élites adquirir un inmenso poder político y manipular el sistema para favorecer sus propios intereses.
La solución general que propone el economista francés Thomas Piketty (El capital en el siglo XXI, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 2014), para moderar la creciente desigualdad económica en la mayor parte de los países desarrollados, es un impuesto progresivo sobre el capital neto individual. De este modo, quienes comiencen a invertir en iniciativas autónomas —incluso a crearlas— pagarían pocos impuestos, y quienes tienen ya miles de millones de dólares o euros (que no son tan contados como solemos creer) pagarían mucho, sin que dejaran por ello de ser multimillonarios. Naturalmente, la implantación de estos gravámenes encontraría una dura respuesta ideológica adversa por parte de los planteamientos neoliberales, dominantes en la mayor parte de los medios de comunicación más influyentes a lo largo y ancho del mundo. Ahora bien, estas reacciones no siempre se basan en datos ciertos, porque la falta de transparencia financiera y de estadísticas confiables sobre la riqueza de las naciones es uno de los principales retos de las democracias modernas (y, a la larga, su mayor peligro).
Según los datos que Piketty aporta en su best-seller internacional, la tasa del rendimiento del capital supera de modo constante la tasa de crecimiento de la producción y del ingreso (r mayor que g). Acontece entonces que el capitalismo produce mecánicamente desigualdades insostenibles, extremas, que cuestionan de modo radical los valores del trabajo y del mérito, además de los principios de las sociedades democráticas. No tenemos ninguna razón para creer en el carácter equilibrado del crecimiento. Es hora de resituar el problema de la desigualdad en el centro del análisis económico. Desde la década de 1970, la desigualdad creció significativamente en los países ricos, especialmente en Estados Unidos, donde en la década 2000-2010 la concentración de los ingresos alcanzó y superó el récord de toda su historia.
Estoy de acuerdo con Piketty cuando advierte que hay que desconfiar de todo determinismo económico en este tipo de problemas, cuyos componentes éticos y sociales no se deben ignorar. El relato de la distribución de la riqueza es siempre profundamente cultural y político, de manera que no puede resumirse en mecanismos exclusivamente económicos. La dinámica del reparto de la riqueza pone en juego poderosos mecanismos que empujan alternativamente en el sentido de la convergencia y de la divergencia. Y no existe ningún proceso natural y espontáneo que evite que las tendencias desestabilizadoras y no igualitarias tiendan a prevalecer. Se trata fundamentalmente de un proceso de difusión del conocimiento y de una posibilidad real de compartir el saber —el bien público por excelencia—, y no de un supuesto mecanismo del mercado. Lamentablemente no suele prevalecer la valoración del «capital humano», sino el ensanchamiento y amplificación de las desigualdades: las fuerzas de divergencia. (Un mecanismo elemental y, en cierto modo, trivial apunta a que los directivos tienen capacidades para fijar su propia retribución, con escasa moderación a veces y sin ninguna relación clara con su productividad individual.)
La tasa de rendimiento del capital supera casi siempre la tasa de crecimiento. La riqueza originada en el pasado se recapitaliza más rápido que el ritmo de crecimiento de la producción y de los ingresos: el pasado devora al porvenir. La tasa de ahorro aumenta con el nivel de riqueza.
Los países ricos poseen una buena parte de los países pobres, lo cual no siempre es negativo: puede tener efectos virtuosos en términos de convergencia. De esta forma, los países ricos —o por lo menos, sus habitantes que poseen capital— obtendrán una mejor tasa de rendimiento por sus inversiones; y los países pobres podrán reducir su retraso en la producción. Sin embargo, este proceso de convergencia entre países ricos y pobres no garantiza la convergencia de los ingresos por habitante en un nivel mundial. Puede suceder que los países ricos sigan poseyendo permanentemente a los países pobres, de manera que estos continuarán pagando una proporción importante de lo que producen a los que siguen siendo sus posesores. Aunque atreverse a decirlo parezca una exageración, es lo que sucede en buena parte de África desde hace decenios, y no presenta indicios de evolución o cambio. Por el contrario, los países asiáticos que se han acercado a naciones más desarrolladas —como es el caso de Japón, Corea, Taiwán o, más recientemente, China— financiaron por sí mismos la inversión en el capital físico que requerían y, sobre todo, la inversión en capital humano.
Cuando Marx publicó, en 1867, el primer volumen de El capital, había acontecido una profunda evolución de la realidad económica y social: ya no se trataba de saber si la agricultura podría alimentar a una población creciente o si el precio de la tierra subiría hasta las nubes, sino más bien de comprender la dinámica de un capitalismo en pleno desarrollo. El aspecto más destacado de la época era la miseria del proletariado industrial. A pesar del desarrollo —o tal vez debido a él— y del enorme éxodo rural que había comenzado a provocar el incremento de la productividad agrícola, los obreros se apiñaban en cuchitriles. Trabajaban durante jornadas muy largas, con sueldos bajísimos. Hasta finales del siglo XIX  no aconteció un incremento significativo de los salarios, estancados hasta entonces en valores cercanos al XVIII. El único logro social importante conseguido hasta entonces era la prohibición del trabajo de los niños en las fábricas. Parecía evidente el fracaso del sistema económico y político imperante. En tal contexto se desarrollan los primeros movimientos comunistas y socialistas.
A partir de finales del XIX  los sueldos comenzaron a subir lentamente y se generalizó la mejora del poder adquisitivo. La revolución comunista tuvo lugar en el país más atrasado de Europa, mientras en otros rumbos exploraban las vías socialdemócratas. Al igual que autores anteriores, Marx pasó por alto la posibilidad de un progreso técnico duradero o de un crecimiento continuo de la productividad que permitiría equilibrar —en cierta medida— el proceso de acumulación y de creciente concentración del capital privado.
El principal mecanismo que permite la convergencia entre países es la difusión del conocimiento tanto tecnológico como educativo. Entre 1700 y 2012, la población mundial creció apenas un 0,8% anual; pero este crecimiento acumulado permitió que la población se multiplicara por diez (de 600 a 7.000 millones de habitantes). La salud y la educación representan mejoras reales y notorias de las condiciones de vida a lo largo de los últimos siglos. Las sociedades cuya esperanza media de vida apenas alcanzaba los 40 años, y en las que casi toda la población era analfabeta, fueron gradualmente sustituidas por sociedades en las que puede vivirse más de 80 años y donde casi todos disponen de un acceso mínimo a la cultura.
Tras la Primera Guerra Mundial se produce un fenómeno importante y curioso en el cambio del valor del dinero. El dinero tenía un sentido fijo, que los novelistas comenzaron a explotar en sus narraciones costumbristas. Después está sometido a fenómenos de inflación y devaluación, aunque en Estados Unidos es más estable que en Europa. Se produce una auténtica «metamorfosis del capital». A finales del siglo XX y primeros decenios del XXI, resulta sorprendente la continuidad y el aumento de las diferencias de capital. En la década de 2010, la participación del 10% de los patrimonios más elevados se sitúa en torno al 60% de la riqueza nacional, en los países europeos más avanzados (Francia, Alemania, Reino Unido e Italia). Lo más sorprendente es que, en estas sociedades, la mitad más pobre de la población no posee casi nada. El 50% de los más carentes de capital, según Piketty, poseen siempre menos del 10% de la riqueza nacional y, en general, menos del 5%. En Francia, con datos referidos a los años 2010-2011, la participación del 10% de los más ricos alcanzaba el 62% del patrimonio total, y la del 50 más pobre era solo del 4%. En Estados Unidos, la investigación más reciente, organizada por la Reserva Federal, para estos mismos años, indicaba que el 10% superior poseía el 72% de patrimonio estadounidense, y la mitad inferior apenas el 2%.
Hasta donde sabemos, no existe ninguna sociedad, en épocas recientes, en la que se observe una distribución del capital que no sea desigualitaria (aunque lo fuera «débilmente»): una distribución en que la mitad más pobre de la sociedad poseyera una parte significativa —por ejemplo, un quinto o un cuarto— del patrimonio total. En realidad, la mitad más débil de la población suele constar de un gran número de patrimonios nulos o casi nulos: unos miles de euros en el mejor de los casos. Pero un gran número de personas tiene un cero patrimonial absoluto. Para este sector, la noción misma de patrimonio es relativamente abstracta. En el caso de millones de personas, su riqueza se reduce a unas semanas de sueldo adelantado en una cartilla de ahorro, un viejo coche y algunos muebles.
El desarrollo de una verdadera «clase media patrimonial» constituiría la principal transformación estructural de la riqueza en los países desarrollados del siglo XXI. Pero, aunque se apunta un cierto avance en esta línea, las diferencias siguen siendo extremas. Y el aspecto más hiriente atañe a la justificación de la desigualdad, mucho más que a su magnitud como tal. Frente a esta mayoría que no tiene casi nada, se encuentra la sociedad hiperpatrimonial, la sociedad de rentistas, con patrimonios muy importantes, en los que la concentración de riquezas alcanza niveles extremos.
Se habla ahora de una sociedad «hipermeritocrática»: una sociedad de «superestrellas» o «superejecutivos». Algunos piensan que la cumbre comenzaría a venir dada sobre todo por altos ingresos de trabajo y no tanto por los bienes heredados. Pero este contraste entre una sociedad de rentistas y una sociedad de superejecutivos es excesivo e ingenuo. Nada impide que alguien sea, al mismo tiempo un rentista y un superejecutivo, entre otras cosas porque los hijos de rentistas se convierten en hiperejecutivos. Tal combinación —que comienza a darse— puede conducir a una sociedad ultradesigualitaria, por la combinación de dos «lógicas» que mutuamente se potencian. En esta articulación entre lo tecnológico y lo financiero, parece que se intenta lograr una especie de justificación de la desigualdad, lo cual resulta no poco hiriente. Estamos ante la perspectiva de patrimonios muy importantes, en los que la riqueza se concentra progresivamente —hasta alcanzar niveles extremos— por recurso a los vínculos de parentesco.
Una versión significativa de la acumulación de capitales es el rendimiento de los fondos patrimoniales universitarios en Estados Unidos. Actualmente existen más de 800 universidades en Estados Unidos que tienen fondos patrimoniales. Las primeras universidades en la clasificación son Harvard (30.000 millones de dólares) y Yale (casi 20.000), y detrás Princeton y Stanford con más de 15.000. Después vienen M.I.T y Columbia con 10.000, y Chicago y Pensilvania con 7.000. Las 800 universidades estadounidenses, a principios de la década iniciada en 2010, poseían activos por casi 400.000 millones de dólares (500 de promedio). Esto representa menos del 1% de las fortunas privadas en los hogares norteamericanos. El promedio de los intereses obtenidos fue el 8,2% anual neto en el periodo 1980-2010: resultado parecido al de los multimillonarios que aparecen en la revista Forbes (deducidos los impuestos y los altísimos gastos de gestión). El rendimiento obtenido crece a medida que aumenta la cuantía de la dotación. Se manejan carteras muy bien dosificadas, por parte de especialistas competentes: acciones no cotizadas, fondos especulativos, productos derivados, inversiones inmobiliarias, materias primas. Se trata de estrategias de inversión harto sofisticadas, semejantes a las de las familias más ricas, que inventan incesantemente fórmulas jurídicas, cada vez más afinadas, para restringir el acceso a su patrimonio. Por ejemplo, Harvard gasta 100 millones de dólares anuales en management costs. Hay una enorme desigualdad en el rendimiento del capital en función del depósito inicial. (Las universidades de ese país no se enriquecen preferentemente, como se suele suponer, por los donativos de antiguos alumnos, que suponen solo entre una quinta y una décima parte del ingreso anual conseguido.)
En Estados Unidos, las decisiones de admisión de nuevos alumnos dependen de forma significativa de la capacidad financiera de los padres para hacer aportaciones a las universidades. El ingreso anual de los padres de los estudiantes de Harvard es hoy en día del orden de 450.000 dólares, aproximadamente el ingreso promedio del 2% de los hogares estadounidenses más ricos, lo que parece poco compatible con una selección basada en el mérito. Todo ello en contraste con el discurso meritocrático oficial, y la realidad de la completa falta de transparencia en los procesos de selección.
Es cierto que el problema de la igualdad en el acceso a la enseñanza superior no ha sido satisfactoriamente resuelto por casi ningún país. Pero las diferencias de las matrículas (con pocas excepciones) son tremendas entre Europa y los Estados Unidos de América.
En la Europa actual, el problema de la desigualdad económica se ha visto potenciado en los últimos años por la introducción de medidas de austeridad que han afectado especialmente a los más pobres. El director de BBVA  Research para España, Rafael Doménech, considera que la desigualdad en nuestro país está agudizada por dos factores: el desempleo y el capital humano. Actualmente, el desempleo es considerablemente más alto que en los países del entorno europeo con los que España aspira a compararse; y desde luego, no se encuentra en mejor situación que Portugal o Italia. Por otra parte, el bajo nivel del capital humano —sobre todo en educación— provoca que la desigualdad sea un problema crónico. Se ha creado una masa de pobreza que previsiblemente tardará años en reducirse.
El economista de Cáritas Guillermo Fernández Maíllo insiste en que «la desigualdad no se va a reducir solamente con la recuperación del empleo en España. El problema es más grave y la fractura social viene aumentando desde hace años: antes de que llegara esta última crisis económica». Se puede considerar que el índice de exclusión social ha alcanzado el 25%. Lamentablemente, la desigualdad y la exclusión han estado presentes en la sociedad española durante toda la etapa democrática (y, por supuesto, también anteriormente). La última crisis económica que estalló en 2008 ha disparado todos los índices de desigualdad, pobreza y exclusión social, agravados por los recortes sociales en sanidad y educación. La pobreza lleva camino de hacerse endémica. Porque, como dice Fernández Maíllo, «entrar en la exclusión social es muy fácil y salir muy difícil, casi imposible». Estamos ante un presente que puede devorar al porvenir.
Afortunadamente, son cada vez más quienes se dan cuenta de que el presunto automatismo de la economía no conduce a superar estas desigualdades injustas. Entre otros condicionamientos, porque la carencia simultánea de ingresos y de desarrollo social deja a las personas y a los grupos sociales en una situación que no puede ser resuelta únicamente con el propio esfuerzo.
Este panorama, detectable a primera vista en no pocos países, se proyecta al ámbito mundial, donde las desigualdades se acrecientan y conducen a choques que implican no pocas veces enfrentamientos difícilmente controlables. No se trata exclusivamente de problemas económicos y técnicos, sino que aparece cada vez más claro su trasfondo ético. Los pobres y marginados no suelen ser, precisamente, los causantes de las desgracias que a ellos mismos les afectan. No es extraño que se sientan injustamente tratados. La situación parece improseguible

El fin de semana, ese solitario túnel...


Aceprensa, Luis Luque, 29.02.2020
Desear que pase pronto el fin de semana para poder regresar al trabajo es un anhelo quizás poco frecuente. Pero si en casa no hay nadie con quien reírse, enfadarse, consultar cosas, comentar una película, etc., el sábado y el domingo pueden ser de todo menos días de esparcimiento.
El diario británico The Guardian ha publicado un artículo sobre lo que denomina la “soledad del fin de semana”, y ha recogido cientos de testimonios de Indonesia a Inglaterra, de adolescentes a ancianos. Hablan por igual quienes se levantan el sábado con una tristeza infinita, por el vacío relacional de 48 horas que ven ante sí, y aquellos que aprecian cierta complicidad del ambiente –las calles silenciosas del domingo, por ejemplo– en hacerles más difícil el paso hacia el lunes.
Unos, como Liz, tienen una semana laboral tan ajetreada que no les permite tomar un café con las amigas. El fin de semana, que sí podría, aquellas son absorbidas por su vida familiar. “Es como si el sábado me cerraran las puertas: los fines de semana son para las parejas. Y no me invitan a una cena porque estoy soltera”. Por eso le cuesta trabajo salirse de entre las sábanas, y espera con ansia el lunes, que “siempre es un alivio”.
También los amigos de Mark, de 32 años, tienen ya sus novias o esposas, y él se siente como en la estacada: “Puede suceder realmente muy rápido. De repente, tu grupo ya no está. Eres una amistad de segunda categoría, relegado a las noches de entre semana. No estás en las cenas de parejas […], y empieza a faltarte confianza en tu capacidad de conectar; dudas de hacer sugerencias; asumes que no eres bienvenido y te retiras… Es un círculo tóxico”.
Otros entrevistados sobrellevan la situación como pueden. Mientras Kate se horroriza pensando en su ya cercana jubilación –“todos los días serán fin de semana”–, Sarah, de 44 años, dice que su estrategia es mantenerse siempre dispuesta para decir “sí” a la primera invitación que le pase cerca, porque así la vuelven a invitar. “He tenido mucha suerte de ser la sustituta en unas pocas situaciones”, afirma, aunque sabe que eso no suena demasiado bien.
Solos entre tantísima gente
Los fines de semana, y quizás más los domingos, pueden causar una sensación de agobio importante a aquellas personas que viven solas porque no les queda más remedio, con lo que su sensación de angustia por la falta de compañía puede aumentar. El tema, según algunos expertos, no ha sido objeto de una investigación específica, sino que ha aparecido de rebote en otras pesquisas sobre la soledad, y más como fría estadística que como motivo de análisis.
Una de ellas, un sondeo de YouGov para la campaña británica Let’s Talk Loneliness (“Hablemos sobre la soledad”), arroja que un 25% de las personas adultas dicen sentirse solas durante el fin de semana, y que las noches de sábado y domingo son el momento más angustioso (16%). Un dato de particular interés es que la mayoría de los que dicen sufrir el aislamiento viven en las ciudades (el 56%), algo que se repite fuera de las fronteras británicas. En España, un estudio sobre la soledad, patrocinado por las fundaciones ONCE y AXA, afirma que “las personas que viven en grandes centros urbanos y metropolitanos tienen más propensión a padecer situaciones de soledad que quienes residen en núcleos pequeños de población”, pues “en las pequeñas comunidades, en caso de necesidad, la gente tiene asegurada la compañía y ayuda de los vecinos, con los que hay relación diaria y generalmente muy intensa”.
Según un sondeo de YouGov, un 25% de los adultos británicos dicen sentirse solos durante el fin de semana
La investigación española examinó una muestra de 1.206 personas. De ellas, viven solas 236, que fueron clasificadas entre quienes lo hacen por decisión propia y por obligación. ¿Quiénes experimentan más la angustia de la soledad en las noches y en los fines de semana? Los del segundo grupo, con un 47% y un 11,5% en ambas situaciones, frente al 26% y el 8% de los solos por elección.
Es llamativo también que, en respuesta a esa soledad, un 20% de los solos voluntarios se pone las pilas y llama o envía mensajes por WhatsApp a sus conocidos, algo que solo hace el 14,6% de los solos obligados. Ponerse a ver la TV o navegar por Internet les resulta más oportuno a estos últimos (62%) que a los solos por elección (48%). Si a unos el riesgo del aislamiento los empuja a abrir las puertas y contactar físicamente a sus conocidos, a otros los invita a enclaustrarse más; el “círculo tóxico”, en definitiva, al que aludía más arriba un joven británico.
Cuando más duele
Otra reciente investigación en el Reino Unido, el Loneliness Experiment de la BBC, acopió información de 55.000 personas. Entre sus hallazgos estuvo que el grupo generacional más proclive a sufrir la soledad (con el 40%) era, contra toda suposición, el de los jóvenes de 16 a 24 años, por tener menos experiencia a la hora de regular sus emociones y porque, en su búsqueda de un lugar en la sociedad, es normal que en ocasiones se aíslen.
También concluyó que las personas que se sienten discriminadas tienen mayor tendencia a angustiarse por su soledad; que a quien se siente aislado le avergüenza sentirse así; que los solos pueden experimentar un alto nivel de empatía hacia otros en situación de desventaja…
Pero nadie hizo un aparte para el asunto de los fines de semana. “No es algo que se haya investigado”, reconoce a The Guardian Pamela Qualter, profesora de Psicología en Manchester y autora del informe. No se detectó, dice, “nada parecido a un momento del día o una temporada en que la gente se sintiera especialmente aislada. Pero no preguntamos acerca del fin de semana”.
Tampoco lo aborda particularmente el estudio español. El sociólogo Juan Díez-Nicolás, coautor del informe, nos comenta que, en efecto, merecería examinarse en futuras investigaciones. Y aunque sin datos verificados, sí entrevé una relación entre el fin de semana y la sensación de aislamiento.
El experto opina que, tanto en esos días como en las vacaciones puede sentirse más la soledad, pues “son momentos que permiten estar en la calle, como ocurre en primavera y verano, e incluso en otoño. [El sociólogo Émile] Durkheim sugirió que los suicidios eran más probables en esos meses y en climas moderados, precisamente porque quienes experimentan la soledad tienen más conciencia de ella cuando ven a la gente en lugares públicos y acompañada, mientras ellos están solos”.
Por su parte, Celia Castro, psicóloga del Teléfono de la Esperanza, en Madrid, nos dice que los motivos por los que más llaman los interesados son, o bien que están atravesando una depresión, o bien su soledad. “Si la persona dispone de una red de apoyo, no acude a un teléfono de ayuda”, asegura.
Quienes experimentan la soledad tienen más conciencia de ella cuando ven a la gente en lugares públicos y acompañada
¿Cuándo llaman más? “Por la experiencia de los orientadores que reciben las llamadas, es en las Navidades, por las noches, momentos en que aumenta la angustia”. No tiene datos concretos sobre una mayor incidencia en fines de semana, pero admite que bien puede ser así, pues “durante la semana, las personas tienen sus trabajos, sus rutinas, y cuando llega el tiempo libre caen en la cuenta de que no tienen con quién compartirlo, y es cuando el sentimiento se acrecienta”.
Que el sábado y el domingo deparen, en definitiva, más ratos de desolación que de solaz, precisa que se ponga el foco en este fenómeno particular. La soledad obligada ya aflige bastante de lunes a viernes como para obviar esa que se cuela el finde en casa de los aislados, llevando consigo un lejano eco de risas.

sábado, 25 de enero de 2020

Trump asiste a "la marcha por la vida"


La Vanguardia, BEATRIZ NAVARRO | WASHINGTON, ESTADOS UNIDOS. CORRESPONSAL 25/01/2020 00:09 | Actualizado a 25/01/2020 12:18

 Ni Ronald Reagan, ni George W. Bush. Hasta ayer, ningún presidente de Estados Unidos, por muy fuertes que fueran sus convicciones religiosas, había participado en la marcha por la vida que cada año recorre Washington desde la decisión del Tribunal Supremo de 1973 de reconocer el derecho al aborto. Pero este año Donald Trump no ha querido limitarse a apoyarlos moralmente, ni a enviarles a su vicepresidente –Mike Pence, un cristiano evangélico– o a intervenir por videoconferencia como hizo en el 2018.

“Es un profundo honor ser el primer presidente en asistir a la marcha por la vida ”, proclamó Trump en la explanada del Mall nacional de Washington ante miles de activistas llegados desde todos los rincones del país. “Los niños no nacidos nunca han tenido un defensor mayor en la Casa Blanca”, insistió el presidente, calificando las posiciones de los demócratas respecto al aborto de “extremistas”. Trump ha abrazado la causa antiabortista con la fe del converso.

En la campaña electoral del 2016, un rival republicano divulgó un vídeo con una vieja entrevista al político neoyorkino en la que se le preguntaba sobre sus puntos de vista sobre el aborto. “Estoy a favor de la elección en todos los sentidos”, decía en 1999, incluso “muy a favor”.

 Giro ideológico

En 1999, preguntado por la cuestión, el empresario neoyorkino estaba a favor de la libre elección La vida personal del candidato ya había encendido las alertas en algunos círculos conservadores (va por su tercer matrimonio) y el movimiento cristiano le recibió inicialmente con escepticismo. Durante las primarias de Iowa, el influyente grupo antiaborto Susan B. Anthony List pidió votar a cualquiera menos a Trump, “porque no se puede confiar en él” en este tema. Trump alegó que sus puntos de vista habían cambiado y ahora era contrario al aborto con algunas excepciones. Sus torpes explicaciones dieron fe de su falta de familiaridad con el tema y las diferentes sensibilidades dentro del movimiento. Pero su promesa de que sería un presidente provida surtió efecto. Los votantes cristianos, tanto evangélicos protestantes como católicos, son hoy una parte clave de su plataforma electoral.

Trump necesita mantenerla de su lado y movilizada de cara a noviembre. Ayer animó en especial a las mujeres a apoyarle y usar su voto “para luchar por el derecho a la vida”. “Los votantes provida caminarían sobre cristales si fuera necesario para que sea reelegido”, ha declarado a AP Ralph Reed, presidente de Faith and Freedom Coalition. Participar en la marcha “es una decisión brillante”. Su aparición “les da fuerzas y les recuerda qué grandes amigos han sido este presidente y esta Administración”, afirma Reed, un firme partidario del republicano.

Activistas agradecidos “Los votantes provida caminarían sobre cristales si fuera necesario”, dice Reed Además de colocar a dos jueces ultraconservadores en el Supremo, Trump también ha nombrado a una cifra récord de nuevos magistrados en los banquillos federales y adoptado diferentes medidas para acabar con cualquier financiación federal indirecta a los organismos que apoyan el aborto. También ha retirado los fondos a las investigaciones médicas que utilicen tejidos fetales, una vieja demanda del movimiento.

Ayer se lo recordó durante su discurso. “¡EE.UU., EE.UU.!”, “¡Cuatro años más!”, gritaba la multitud, un grupo con alta presencia de jóvenes, además de religiosos de diferentes denominaciones cristianas, sobre todo católicas. Algunos acudieron en familia, otros con escuelas. Robin llegó sola desde Indiana para contar porqué se arrepiente del aborto que, sostiene, se vio “coaccionada” cuando tenía 20 años; se ha sumado al movimiento hace sólo un año. “Soy religiosa pero la base de mi creencia es la ciencia. La ciencia dice que cuando un espermatozoide fecunda un óvulo se crea nuevo ADN. No puedes matar seres humanos”. Linda, residente en Virginia, contaba que casi abortó hace 30 años pero finalmente tuvo al niño y lo dio inmediatamente en adopción. “No me arrepiento. Se llama no ser egoísta.

Ahora quieren abortar niños nacidos para vender sus partes, es horrible”, dice convencida sobre las intenciones de los demócratas y grupos como Planned Parenthood. Su amiga Lynn también lleva tres décadas manifestándose contra el aborto. “Quienes no creen en Dios pueden decir lo que quieran que convenga a sus intereses sobre cuándo surge la vida. Pero los creyentes sabemos que el espíritu aparece en el momento de la concepción en el vientre de la madre”, defiende esta madre de seis hijos (“querría haber tenido diez”).

Se niega a hablar de supuestos en los que podría aceptar un aborto: “En el 99,95% de los casos se trata simplemente de pura conveniencia”. Es la posición de gran parte de los activistas: si se es provida, no puede haber excepciones.

“En caso de violación, la mujer ha sufrido una violación de sus derechos humanos y un aborto sólo prolongaría el ciclo de la violencia en otro ser humano. La respuesta debería ser apoyar a esas mujeres y darles recursos, crear una cultura donde la violación no ocurra y no se den esas circunstancias. El amor debe ser la respuesta”, apunta por su parte Joselle, una veinteañera que viajó desde California. Mientras Linda y Lynn están encantadas con que el presidente Trump participara en la marcha, Joselle duda de la sinceridad de sus convicciones. “Es provida porque su base de simpatizantes es provida. No puedo meterme en su cerebro y no se qué piensa realmente, pero ha hecho otras cosas que van contra mis creencias”, explica señalando el póster que ha confeccionado (“No a las inyecciones letales a los enfermos, los acusados o los no nacidos”, recaba el cartel).

Otra chica de Baltimore de 18 años expresaba puntos de vista similares. Entusiasmo y escepticismo “Creo que Trump es provida porque su base es provida”, dice una californiana Tras los discursos, la marcha avanzó como cada año hasta las escaleras del Supremo, un lugar altamente simbólico para el movimiento pues fue la institución que legalizó el derecho al aborto con la sentencia Roe contra Wade . Confían en que, con la llegada de nuevos jueces, pronto sea anulada. “Las cosas están cambiando, gracias al presidente Trump y a mucha gente que llevamos años trabajando”, afirma esperanzada Sheyla, una madre llegada con su hija adolescente desde Misuri, donde la ofensiva antiabortista –especialmente fuerte en los estados del sur y el Medio Oeste– ha llevado a que actualmente sólo quede un centro médico que realiza abortos en todo el estado. Su supervivencia pende de un hilo como consecuencia de la presión administrativa.

 La participación de Trump en la marcha es “un acto descarado de desesperación”, sostiene Ilyse Hogue, presidenta del grupo a favor del derecho al aborto NARAL Pro-Choice America, que cree que pretende desviar la atención del juicio del Senado sobre su impeachment yle acusa de “difundir falsedades”. Las encuestas señalan consistentemente que el 61% de los estadounidenses cree que el aborto debe ser legal en todos o casi todos los casos, mientras el 38% opina lo contrario. También que siete de cada diez cree que no conviene revisar la histórica sentencia y reabrir el divisivo debate.

viernes, 24 de enero de 2020

Marian Rojas: «Si nos pasamos la vida buscando ser perfectos, enfermamos»

Revista Nuestro Tiempo, Universidad de Navarra

Fotografía: José Juan Rico Barceló
Entre el «imperativo de felicidad» y las altas tasas de depresión navega una sociedad conectada más a las pantallas que a las personas. En medio de esa tensión existencial, la psiquiatra Marian Rojas [Med 07] relativiza los dramas, elogia la tristeza, fustiga  las ansias de perfeccionismo y reivindica el miedo. La discípula más aventajada de Enrique Rojas, su padre, exige el «modo avión» en un universo que gira en «modo supervivencia». Autora de Cómo hacer que te pasen cosas buenas, habla en plata de comerse el mundo en dosis equilibradas de conocimiento propio.

Tiempo de lectura estimado: 19 minutos

Marian Rojas Estapé (Madrid, 1983) descubrió la Psiquiatría en la Bolsa de Madrid, entre el frenesí de los números rojos y las acciones que vuelan. Aquel día D acompañó a su madre al parqué y se encontró de pronto diciéndole a un bróker: «Le veo triste. ¿Le pasa algo?». La hija de Enrique Rojas optó por continuar la saga del diván con resortes propios, tan propios que acaba de escribir la sorpresa del año. Cómo hacer que te pasen cosas buenas ha conquistado el podio de los libros más vendidos.
Hacemos psicoanálisis de sus páginas antes de que empiecen a llamar al timbre los pacientes. La receta para ayudar a sobrevivir con garbo la firmaba en su consulta y en sus conferencias. Ahora la suscribe también en un best seller que ha devuelto el significado de la vida a las estanterías de un mundo sin percha.

Una psiquiatra joven entre los libros tendencia. ¿Cuál es su diagnóstico de este éxito inesperado?
En una época donde la gente no encuentra sentido a las cosas tendemos a sustituir las razones de vivir por sensaciones, que dan placer y son buenas pero no llenan. Hemos reemplazado los porqués por emociones intensas. Somos adictos a experiencias cada vez más vibrantes que nos dejan más solos por dentro cuando no existen. El estudio de nuestro circuito neuronal confirma que funcionamos así. 

¿Su libro triunfa porque queremos desengancharnos de un tren que descarrila hacia algún precipicio?
Una sociedad llena de vacíos se agarra a cualquier cosa: una persona, una idea, un libro… La felicidad depende del sentido que damos a nuestras vidas. Como psiquiatra, me dedico a ayudar a que la gente tenga un equilibrio sano, porque la felicidad es un concepto muy manido. Trato de animar a superar el pasado y mirar con ilusión al futuro conectando con el instante presente. Nuestras biografías tienen un alto grado de drama, de sufrimiento, de dolor, y debemos aprender a ser felices viviendo cómodos en la incomodidad real. 

Terminó Cómo hacer que te pasen cosas buenas con un hijo ingresado en el hospital y su tercer embarazo en marcha. 
Lo escribí en el momento más duro de mi vida. Le propuse a la editorial un libro sobre cómo hacer que nos pasen cosas buenas, y ahí se quedó el título, aunque estas páginas son mucho más profundas. No he llegado a las librerías para dar un sinfín de pautas de comportamiento, sino que propongo una cuestión de fondo que he investigado para entender mejor cómo somos, porque comprender significa aliviar. Cuando uno entiende por qué le pasan las cosas, por qué reacciona así su cerebro ante determinadas situaciones, por qué su organismo enferma en momentos de amenaza, es más fácil hacer frente a todas esas circunstancias reales y universales.

¿Se puede ser feliz sin asumir que somos vulnerables y que el sufrimiento forma parte de la vida?
No. Huir de la realidad nunca nos hace felices, solo incentiva la búsqueda de vías de escape que o son sanas o son destructivas. No hay términos medios. 

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«No conozco vidas sin errores, sin dolor y sin batallas. El perfeccionista es el eterno insatisfecho que nunca está a la altura de lo que quiere»  
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¿Las redes sociales se consideran una herramienta de evasión?
El 95 por ciento de los jóvenes del siglo XXI utiliza las redes sociales como huida en falso frente a los problemas porque estimulan la atención —la corteza prefrontal— y la dopamina —la hormona del placer propia de las sustancias adictivas—. Fuera del ámbito profesional, casi todos utilizamos las pantallas cuando nos aburrimos o cuando estamos estresados, y enseñamos a nuestro cerebro que ante ambos escenarios siempre hay una forma rápida de huida. Es un reflejo de la nula tolerancia a la frustración que nos caracteriza como sociedad. 

El CIS suele destacar que las preocupaciones de los españoles son, prioritariamente, el paro, los problemas económicos y la política. ¿Si incluyera «ser feliz» en sus encuestas nos llevaríamos una sorpresa?
La gente, en España, es feliz. Hay sol, se come bien y la seguridad por las calles es manifiesta. Podemos estar mejor o peor económicamente, pero contamos con una comunidad de apoyo que todavía pervive. Crecen los índices de soledad, y, sin embargo, aún destaca el peso de la familia y existen organizaciones muy volcadas ante las necesidades sociales. En nuestro país nos gusta disfrutar de las cosas, aunque tendemos a sufrir y a dramatizar mucho en determinados temas, y la crítica nos hace daño, porque las palabras tienen un impacto directo en la salud. Somos muy duros con los demás y con nosotros mismos.

¿Y cómo nos curamos de esa lengua viperina que nos divide? 
El neurocientífico Richard Davidson, fundador y presidente del Centro para Mentes Saludables, se encontró una vez con el dalái lama, que le preguntó por qué todos los investigadores de la psique se dedicaban a estudiar el estrés, la ansiedad, la depresión, y nadie prestaba atención a la amabilidad, la bondad, la compasión, la empatía… Desde entonces, Davidson se centra en destacar que la base de un cerebro sano es la bondad. Mi padre tiene una frase que utilizo mucho en terapia: saber mirar —cómo veo, cómo observo, cómo juzgo— y saber amar. Trabajar el corazón nos ayuda a mirar con ojos que sanan. 

¿Nadar en la superficie de las personas nos hace injustos?
Nunca hemos tenido acceso a tanta información y nunca hemos sido tan vulnerables al engaño. Estamos enamorados de lo superfluo, y cada vez somos más incapaces de profundizar y llegar al trasfondo de las personas y las cuestiones. Nos quedamos en titulares, en rumores, en comentarios superficiales sobre los demás que condicionan nuestros juicios. La corteza prefrontal es la parte del cerebro que pilota la concentración y es la zona del autodominio. Gran parte de la felicidad consiste en autogestionar lo que me conviene para evitar la frustración. Las capacidades del cerebro o las usas o las pierdes. Si sustituimos la memoria por Wikipedia, el sentido de la orientación por Google Maps, y la atención por la pantalla, tendremos menos capacidad para conducir la realidad desde dentro.

¿Pretender una vida sin errores es saludable?
No conozco vidas sin errores, sin dolor y sin batallas. Si nos pasamos la vida buscando ser perfectos y no fallar, enfermamos. El empeño por mostrarnos perfectos en las redes sociales ya nos está enfermando. El perfeccionista es el eterno insatisfecho que nunca está a la altura de lo que quiere, por eso vive siempre alerta para controlarlo todo. Rema con esfuerzo en un mar imposible. 

Un don convertido en oficio

Marian Rojas trabaja en el Instituto Español de Investigaciones Psiquiátricas. Ha vendido más de 140.000 ejemplares de su libro Cómo hacer que te pasen cosas buenas en España | JUAN JOSÉ RICO BARCELÓ
 
Marian Rojas Estapé (Madrid, 1983) empezó Medicina en la Complutense de Madrid y se graduó en la Universidad de Navarra. «En Madrid me enseñaron Medicina. En Pamplona aprendí a ser médico», dice. Con una sensibilidad particular ante el dolor y el sufrimiento decidió especializarse en Psiquiatría tras los pasos de su padre. 
Sus dotes de observación y memoria son su talento. Cree en la humanidad sin filtros, con sus alegrías, sus dramas, sus ilusiones y sus callejones sin salida. Buscando el grial de los ojos brillantes que a veces se pierden entre lágrimas, se aplicó en el empeño de estudiar las relaciones entre cuerpo y mente, entre física y química interior, entre piel y alma.
Con 36 años, tres hijos y una consulta concurrida, en el peor momento de su vida publicó Cómo hacer que te pasen cosas buenas (Espasa, 2019). Desde un triple punto de vista —científico, psicológico y humano—, este best seller esperanzador ofrece una reflexión profunda y didáctica, donde se espigan consejos, sobre la aplicación de nuestras capacidades a la tarea de procurarnos una existencia plena y feliz.
En las ferias del libro se codea con Arturo Pérez-Reverte, María Dueñas o Fernando Aramburu. Sus lectores acuden a sus firmas con páginas subrayadas, preguntas y emotivos agradecimientos. La palabra soledad es la más repetida en los correos que recibe y ella ha emprendido una cruzada pública contra los fantasmas de la desconexión social. 
Entre la consulta, la neurociencia, las librerías y la Cadena SER, con la bata blanca salpicada de dolores, Rojas es un antinflamatorio y un broncodilatador, una ráfaga de aire fresco para quienes no pueden ver el bosque y se están perdiendo —sin querer, sin poder evitarlo, sin ayuda— lo mejor de la vida.


Dice el psicólogo canadiense Steven Pinker que nunca hemos estado mejor. Entonces, ¿por qué hay tanta depresión en la sociedad actual?
Muchas provienen de vivir alerta durante mucho tiempo. Si una persona se mantiene en un estado de estrés y tensión, su cerebro genera cortisol, una hormona que, de primeras, ayuda a hacer frente a un desafío, pero a la larga provoca una sensación permanente de amenaza que deriva en irritabilidad, fallos de memoria, de atención, problemas de sueño, y en una tristeza crónica que acaba en depresión

¿Cómo frenamos esa tendencia?
Después de diez años escuchando vidas de pacientes he llegado a la conclusión de que el 90 por ciento de lo que nos preocupa jamás sucede, pero nuestro cuerpo y nuestra mente lo viven como si fuera real, porque no distinguen la realidad de la ficción. En una sociedad hiperestresada, incapaz de desconectar de los niveles de alerta del entorno para disfrutar con las cosas buenas que nos hacen crecer, cuando queremos frenar ya estamos enfermos. El cortisol elevado durante demasiado tiempo nos lleva a estados somáticos: enfermedades inflamatorias, reumatológicas y algún tipo de cáncer. Podemos programar el futuro, pero no controlarlo, porque ese afán nos conduce directamente a la patología. 

Nos gusta tenerlo todo atado, y al final nos controla la ansiedad. ¿Cómo ser audaces y, a la vez, vivir en paz?
Sueña en grande, actúa en lo pequeño. Ese es mi lema. Construye castillos en el aire cuando seas capaz de levantarlos. Plantearse objetivos y poder celebrarlos en la meta es importante, porque disfrutar con la pelea por esos objetivos ya nos está conectando con lo bueno de la vida. Si nos obsesionamos con conseguir por conseguir, nos pasaremos la vida sin gozar cada momento. El acierto es que cuadre la ecuación entre las expectativas y lo que vamos logrando. Reinventarse y no perder la ilusión son dos buenos timones que merecen la pena.

¿Somos víctimas de un imperativo de felicidad?
Sí. La obsesión por ser felices va unida a la obsesión por sentirnos culpables si no lo logramos. Un pensamiento positivo sin conocimiento propio puede hacernos daño. Es sano buscar lo mejor que llevamos dentro, pero también es sano frenar la tendencia constante por ser felices a toda costa, porque la vida tiene un componente de sufrimiento que debemos afrontar de la mejor manera posible. 

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«Aprender a ponernos en el lugar del otro es una necesidad urgente para la convivencia social»
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«Somos una sociedad que ha perdido el sentido de la vida», ha dicho usted. ¿Y de la muerte?
La muerte como final de una vida de lucha y de amor da sentido a todo. Nos hace pensar. Reflexionar sobre cómo quiero llegar a la muerte —cómo me despediré de mis seres queridos o cómo quiero que me recuerden— nos ayuda a replantearnos la vida con visión de conjunto.

En este siglo XXI frenético usted receta contemplación, mindfulness, desconectar el móvil… 
El ser humano no está diseñado para ir constantemente en «modo supervivencia», sino para conectar y disfrutar de lo que tiene: la naturaleza, las personas… ¡Ojo, que vivimos en una sociedad que conecta mejor con las pantallas que con los seres humanos y la relación directa con las personas es lo único que nos llena de felicidad en la vida! 
La serenidad es encontrar la paz y la calma en medio de la adversidad. Desde el punto de vista neurológico, el sistema nervioso simpático se activa ante la alerta produciendo dilatación de las pupilas, taquicardias y sudoración. Cuando recuperamos la calma, se activa el sistema nervioso parasimpático, que refuerza el sistema inmunológico, recupera conexiones celulares e incluso genera nuevas neuronas. Con la paz interior ponemos a punto el organismo y el cerebro para volver a hacer frente a la siguiente batalla. Debemos enseñar a nuestro cerebro a buscar momentos de calma. No digo que nos bajemos de la rueda y nos vayamos a vivir al campo, porque es utópico, sino que, a pesar de los días bulliciosos, sepamos frenar y buscar instantes de serenidad.

¿Existe una tendencia a patologizar y a medicalizar estados de frustración o duelo?
El 20 por ciento de la población está medicada por ansiedad, depresión, insomnio... ¡Las cifras son terribles! Cualquiera que lea el nuevo manual de trastornos mentales se verá reflejado en diferentes patologías de algún modo, y en el caso de los niños es particularmente llamativo. El mundo se ha psicologizado. Yo tiendo a quitarles hierro a los diagnósticos, incluso, a veces, ni los doy, porque los nombres técnicos generan perturbaciónLas etiquetas nos producen vértigo, sobre todo cuando después buscamos en Google… Hay una psiquiatría dura —enfermedades mentales agudas e incapacitantes— y otra psiquiatría, en auge, que aborda desórdenes que no son graves pero que afectan a muchísima gente, como la ansiedad, los cuadros semidepresivos o el insomnio, que son piedras en el zapato durante todo el día y provocan roces en la familia, en el trabajo, etcétera. 

Fingimos que empatizamos. Fingimos que sufrimos. Fingimos que fingimos. ¿Cómo reconectar con la autenticidad?
Lo que más motiva al ser humano es ser amado y ser reconocido, por eso hacemos todo lo que sea para aparentar que vivimos bien. Si no estamos sanos por dentro, buscaremos ese aplauso o ese afecto como compensación a nuestros vacíos. Y germinará la envidia, que demuestra superficialidad, no profundidades. Fingiendo pensamos que los demás nos ven como queremos, porque las ganas de querer que todo el mundo piense que nuestra vida es casi perfecta son universales. Me encanta desmitificar a la gente que parece perfecta

Ser optimista, alargar los telómeros y tener menos posibilidades de enfermar. Explique esta trilogía del emoticono sonriente.
Los telómeros son los capuchones de las puntas de los cromosomas, que se van acortando cuando nos vamos haciendo mayores. Son el reloj biológico natural. Sabemos que la manera en la que nos enfrentamos a los problemas de la vida puede acortar o alargar nuestros telómeros. La actitud proactiva —me levanto, leo, hago deporte, quedo con alguien, me venzo a mí mismo y voy hacia adelante— mejora los telómeros, la salud física y la psicológica. El optimismo es ver la vida como una gran posibilidad para mejorar. La gente que tiende a ver la vida en positivo, a pesar de las circunstancias, tiene menos riesgo de minar su salud. El pesimista, el que convierte las emociones en una soga, se acerca al diván


Fotografía: Juan José Rico Barceló

Cuando todo el mundo tiene una fórmula para el optimismo, ¿corremos el riesgo de convertir en tabú cualquier sentimiento discrepante?
El optimismo es una herramienta que no puede ser un fin, ni una obsesión, ni comprarse a cualquier precio. Una herramienta sin contexto se convierte en un problema en sí misma. La psicología positiva solo funciona cuando nos conocemos bien en situaciones de calma y de estrés. 

Usted receta optimismo y observa enfermedades sociales. ¿Dónde encuentra el equilibrio una psiquiatra?
Es una profesión de riesgo mental. Pasar el día escuchando fantasmastraumas y problemas puede conducir a no creer en el ser humano. Uno también acaba teniendo sus miedos y sus fobias, porque tú ayudas al paciente pero el paciente te provoca sentimientos con cada una de sus palabras. Cada especialista debe tener sus mecanismos para recuperarse. Yo tengo momentos diarios para encontrar calma mental. Me sirve conectar con mi marido y mis hijos, con la lectura, darme un paseo y echar el freno por completo en vacaciones para reponerme de cara al siguiente curso.

Drogodependientes emocionales, chutes de sensaciones fuertes, mendigar likes a cualquier precio. ¿Cuál es la metadona contra esta adolescencia crónica?
La mejor manera de conectar con el mundo online es estar de lleno en el mundo offline. Uno de los grandes abonos para el cerebro es azuzar nuestra capacidad de asombro y volver a mirar las cosas con interés. Estamos en una sociedad en la que damos todo por hecho y en la que todo sucede de manera instantánea, y eso nos lleva a no saber esperar. Debemos volver a educar en la espera en las diferentes facetas de la vida, porque el cerebro, cuando no tiene lo que quiere, se frustra, se pone triste y se irrita. Las dos esferas que nos hacen más felices están relacionadas con el amor y con el trabajo, dos ámbitos que nunca ofrecen resultados inmediatos y requieren la paciencia y la perseverancia de saber esperar. Hay que aprender a vivir en la rutina encontrando la belleza en lo cotidiano, porque si solo dependemos de las grandes emociones, de los cambios, las experiencias intensas y los sentimientos a corto plazo, nos convertimos en personas demasiado vulnerables. 

¿Está proscrita la tristeza en nuestra sociedad?
La tristeza tiene muy mala fama, y eso es un problema. Decía Darwin que el ser humano que sobrevive es el que mejor se adapta a las circunstancias, y esa capacidad de adaptación depende en buena medida de cómo gestionamos todas las emociones: la tristeza, la alegría, la ira, el asco… Si nos pasamos el día renegando de la tristeza, acabamos en una huida sin fin. Aunque no tenga buena prensa, es fundamental, porque es la emoción que mejor nos conecta con nuestro interior. La tristeza nos sirve para reflexionar y decidir cambiar las cosas que no funcionan. También existen personas que profesan amor a la tristeza —la melancolía— porque encuentran un deleite en esa amargura que les confiere cierto placer. Muchos autores y artistas se inspiran en la melancolía, aunque deben estar al quite: cuando permites que la tristeza se convierta en un estado de ánimo habitual, entras en un pasadizo deslizante peligroso

¿Estamos en pie de guerra contra emociones como la ira, el miedo, el asco o la envidia, además de la tristeza?
Todas las emociones son necesarias porque constituyen las respuestas lógicas ante las diferentes circunstancias, y todas vienen precedidas de un razonamiento, aunque no seamos conscientes. Las emociones —buenas o malas— son básicas para la supervivencia. El asco, por ejemplo, evita que comamos cosas que nos enfermen. La ira nace cuando vemos que falta armonía en nuestro entorno e impide que caigamos en la sumisión, propia de quien acepta todo sin medidas. El miedo es la emoción que nos ha traído hasta este punto de la historia. Hay una obsesión por evitar el miedo, y no se trata de eliminarlo, sino de saber que existe para digerirlo de forma correcta. La gente valiente no es la que no tiene miedo, sino la que lo acepta y avanza. 

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«Podemos prever y programar el futuro, pero no controlarlo, porque ese afán nos conduce directamente a la patología»
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¿Por qué tenemos dificultad para encontrar palabras que expresen las emociones?
En la generación de nuestros padres y abuelos expresar los sentimientos era lo propio de personas débiles. A ellos les enseñaron que había que tragárselo todo. Luego descubrimos que quien se traga las emociones se ahoga. Hay estudios que relacionan el silencio emocional con problemas dermatológicos, cardiológicos, digestivos… Las siguientes generaciones han ido aprendiendo a gestionar las emociones y estamos en una etapa interesante. 

¿Cuáles deben ser las pasiones dominantes de una sociedad que quiere romper el cascarón y madurar?
Urge educar en valores como la empatía, de tal manera que se evite juzgar a los demás. Todos ponemos etiquetas y tenemos nuestros prejuicios sobre personas, razas, orientaciones sexuales... Aprender a ponernos en el lugar del otro es una pasión urgente para la convivencia social. Además, recomendaría especialmente participar en alguna actividad de voluntariado. Pocas acciones llenan más al ser humano que dedicar tiempo, cabeza y corazón a los demás desinteresadamente. Impulsar la cultura es otra prioridad para sostenernos sobre pilares sólidos. Aprender las raíces, los orígenes, formarse para no cometer los mismos errores y para valorar lo que han aportado quienes nos precedieron, nos contextualiza mejor y nos da argumentos que ofrecen sentido a nuestra biografía. 

Las páginas de su libro mezclan cuerpo (cerebro, hipotálamo, hormonas) y mente (valores, ilusiones, corazón). ¿Los médicos que solo ven huesos, cartílagos y venas pueden ser perjudiciales para nuestra salud?
Hipócrates decía que el médico no tiene que estudiar la enfermedad que tiene el enfermo, sino al enfermo que tiene la enfermedad, y su sabiduría sienta cátedra más de dos mil años después. No todas las migrañas son iguales, no todos los cuadros digestivos son idénticos… El paciente es quien se merece el foco de atención. Esto requiere tiempo, empatía y paciencia. Es más fácil prescribir una pastilla que preguntar qué te ha pasado, cuál es tu situación personal… El problema es que la gran mayoría de los médicos no tienen tiempo en consulta para un abordaje integral. Convertir al paciente en el eje de la atención médica es un reto para el sistema sanitario público, donde las agendas suelen estar saturadas y el profesional solo cuenta con diez minutos por cita. 

Dice que la medicina occidental «no estudia el interior de las personas» cuando se dirige solo al síntoma. ¿Qué enfoque alternativo necesita la Medicina ante la sociedad que se encuentra en sus salas de espera?
Conozco el mundo oriental y me encanta aquella cultura tan enfocada a la persona. La medicina china no reniega de ningún tipo de sabiduría tradicional, porque todas son complementarias. Aunque la occidental ha avanzado muchísimo, vamos dando pasos muy lentamente en aceptar algunas terapias supletorias en un mar de propuestas milagro que no curan y hacen daño a la salud pública. Los pacientes mejoran aunando tratamientos.

La familia se rompe cada vez más. Lo dicen las estadísticas y se palpa en su consulta. ¿Corremos el riesgo de envejecer teniendo como compañera de fatigas a la triste soledad?”?
La salud física y psicológica predice nuestro modo de envejecer, y la manera de envejecer depende de cómo nos sintamos queridos. Mi gran preocupación del siglo XXI es la soledad. En el momento más globalizado, más conectado, con el internet de las cosas incorporado a nuestras casas, la gente está cada vez más sola. Urge hacer un esfuerzo para unir lo que se ha desconectado. El siglo pasado fue el de la diversidad, este es el de la igualdad, y el que viene debe ser el de la conexión con personas que nos ilusionen la vida. Recomponer las relaciones de familia no es solo una medida importante, sino una urgencia sanitaria

Fotografía: José Juan Rico Barceló

¿Es viable comerse el mundo sin atragantarse?
Cuidado con comerse el mundo muy rápido y obsesionarse por alcanzar pronto el éxito. No pasa nada por ir avanzando poco a poco. Querer generar impacto está haciendo mucho daño a personas que han puesto en eso el sentido de sus vidas. El trabajo bien elaborado con ilusión es más sano. No hace falta ser un influencer, porque cada vez vemos más gente con miles de seguidores en las redes sociales con problemas de autoestima, de inseguridad y de trastornos depresivos

¿Cómo se cura el odio?
Perdonando, que es un acto de amor. Sin el perdón, se instala en nosotros el odio y el rencor, dos reacciones incompatibles con la felicidad. Si no somos capaces de perdonar, el problema es nuestro, porque nos quedamos intoxicados.

¿Seremos capaces de incorporar a nuestras rutinas el deporte de reírnos de nosotros mismos y de nuestras imperfecciones?
Reírnos de nuestros fracasos y problemas y priorizar el sentido del humor es básico. No podemos tomarnos tan en serio lo que nos pasa. Para superarse es necesario asumir el error y la imperfección, y reírse de uno mismo. Sabemos que la persona que ríe activa el músculo orbicular del párpado, que tiene una relación con el sistema límbico. Eso genera endorfinas y sustancias positivas para el organismo. Está comprobado que cuando uno se ríe a carcajadas hay una explosión luminosa en el cerebro, como se ha visto en alguna resonancia magnética. El sentido del humor es una vitamina para el cerebro muy buena para la salud. 

¿El optimismo realista y sanador de Rojas Estapé será un tsunami crónico?
A raíz de esta publicación he descubierto otra forma de ayudar más allá de conferencias o terapias. Mi única finalidad es  ofrecer un apoyo basado en la evidencia científica y en mis reflexiones personales para alegrar la vida de muchas personas, para alcanzar la paz y el equilibrio en un mundo hiperestresado e hipercomunicado. Por mi parte, seguiré estudiando y pensando ideas para actualizar el discurso y poder así tender la mano a miles de lectores que necesitan que alguien les encienda la luz.  

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«La mejor manera de conectar con el mundo online es estar de lleno en el mundo offline»
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Nivel récord de infelicidad

 P or MARK GILMAN, The Epoch Times en español Según Gallup, el aislamiento es uno de los principales problemas que afectan la felicidad de l...