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jueves, 25 de abril de 2019

“El 68 de los pedófilos”


(Este artículo de la redacción de Aciprensa, no rebaja la maldad de los abusos, pero sí la explica. Así nos podemos defender)
Experto da la razón a Benedicto XVI sobre abusos en la Iglesia
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El autor y analista italiano Giulio Meotti escribió el ensayo “El 68 de los pedófilos”, en el que explica cómo los intelectuales de izquierda de la década de los 60’s y 70’s defendieron y promovieron la pedofilia como parte de la revolución sexual, identificada por Benedicto XVI como el origen de los abusos sexuales en la Iglesia Católica.
En un comentario enviado a ACI Prensa para la publicación de su texto completo este 24 de abril, Meotti afirma que “en el año 2013 decidí escribir este largo ensayo sobre la década de los 60 y la pedofilia, luego de que la Iglesia Católica sufriera un gran ataque por parte de las mismas élites culturales que promovieron” el sexo con niños.
“Me pareció intolerable la hipocresía de estos intelectuales que en 1968 pontificaron sobre la liberación sexual también para los niños y adolescentes. Comencé a investigar y a reconstruir la atmósfera ideológica de aquellos años en Francia y Alemania; y descubrí que muchos pensadores y escritores, así como importantes diarios de izquierda, justificaron la pedofilia como una herramienta para destruir y desmantelar la familia natural”, explica el experto.
Ahora, concluye Meotti, “el Papa Benedicto XVI en un nuevo ensayo se refiere a esos años como lo que son: las raíces culturales de los escándalos sexuales también dentro de la Iglesia Católica. Las fuertes respuestas de estas élites ante este poderoso ensayo prueban que Benedicto tiene razón”.
El ensayo de Meotti fue publicado originalmente en el diario italiano Il Foglio el 13 de septiembre de 2013. Entre otras cosas, el experto recuerda que el 26 de enero de 1977 el diario francés Le Monde lanzó una petición para rebajar la mayoría de edad a 12 años para lograr la “liberación sexual de los niños”.
Conocidos intelectuales firmaron la petición, como los psiconanalistas Gilles Deleuze y Felix Guattari; el fundador de Médicos sin Fronteras, Bernard Kouchner; el filósofo Jean-Paul Sartre y la conocida feminista Simone de Beauvoir.
En su escrito, Meotti toma como base a Alemania, inspirado por la investigación que hizo el semanario Der Spiegel en ese país, donde revistas como Rosa Flieder o Pflasterstrand justificaron la pedofilia y pidieron su despenalización. Las teorías que se defendieron entonces fueron puestas en práctica por algunos institutos educativos para niños y adolescentes.
El título del ensayo de Meotti guarda relación con el Mayo francés o Mayo de 1968, como se conoce a las protestas que se realizaron en Francia durante mayo y junio de ese año, iniciadas por estudiantes de izquierda, a quienes se unieron luego obreros, sindicatos y el Partido Comunista Francés.
Como resultado de las protestas tuvo lugar la mayor revuelta estudiantil y huelga general de la historia de Francia, y posiblemente de Europa occidental (Alemania y Suiza, entre otros países) secundada por más de nueve millones de trabajadores.
Uno de los aspectos que influyó en esta época fue también la revolución sexual, descrita por el Papa Benedicto XVI como el origen de los abusos sexuales en la Iglesia Católica.
A continuación, el texto completo de “El 68 de los pedófilos” de Giulio Meotti:
El 68 de los pedófilos
Una sombra vergonzosa cayó sobre la izquierda alemana, como señala un informe publicado en los últimos días en el semanario Der Spiegel, ya que en los años 80’s numerosas asociaciones de izquierda y de intelectuales que luchaban por los derechos de los homosexuales formaron una especie de alianza con los militantes de la pedofilia.
En julio de 1981, la revista gay Rosa Flieder entrevistó a Olaf Stüben, que en ese entonces se destacaba por su declarado apoyo a la pedofilia. En la entrevista, Stüben reivindicaba abiertamente el derecho a reconocer la pedofilia como “algo sano y moralmente aceptable”. Siendo políticamente de izquierda, afirmaba que la inocencia adolescente que debía defender a los muchachos ante el sexo era solo “una invención de los burgueses del primer capitalismo”.
El artículo de Der Spiegel explica cómo esa entrevista no fue un caso aislado. En los años setenta e incluso en los ochenta, muchas revistas de izquierda sostenían y promovían el sexo con niños. La revista Don, por ejemplo, publicó cinco informes favorables con el título “No somos estupradores de niños”.
De otro lado, en marzo de 1985 el partido político de los verdes aprobó un documento que pedía la legalización del “sexo no violento” entre adultos y menores; e insertaron en un programa para la liberalización de las relaciones sexuales con niños, cláusula que estuvo vigente hasta 1993.
El diario progresista Pflasterstrand, entonces editado por Daniel Cohn-Bendit, más conocido como “Dani el rojo”, también justificaba el sexo con niños.
Volker Beck, que hoy representa a la ciudad de Colonia en el Parlamento, contribuyó en los años ochenta con un ensayo al libro “El complejo pedosexual”, en el que defendía la despenalización del sexo con niños. Se necesitaría entonces a la “madre de todas las feministas alemanas”, Alice Schwarzer, para recordarle a él, desde las columnas de la publicación Frankfurter Allgemeine Zeitung que fue él mismo en 1988 quien promovió “en un texto la despenalización de la pedosexualidad”.
Como ha revelado Franz Walter en Faz, también Dagmar Döring, hasta el 10 de agosto candidata en Wiesbaden por los liberales, escribió en 1980 un ensayo titulado “Peodofilia hoy”, para apoyar el pedido de legalización de las “relaciones entre adultos y menores”.
Esto también se plasmó en un escándalo que se dio en los institutos educativos de izquierda como el “Rote Freiheit”, cuyo objetivo era plasmar “personalidades socialistas”. Su programa educativo preveía, además de las sesiones críticas contra el imperialismo, “sesiones sexuales” desvistiéndose en grupo y la lectura de revistas porno. Muchos fueron los abusos cometidos contra menores allí.
Como resultado de una investigación parlamentaria se supo que el Psychology Institute de la Free University de Berlín había apoyado al centro Libertad Roja e incluso la actual ministra de justicia alemana, la liberal Sabine Leutheusser-Schnarrenberger –una de las más agudas críticas de la Iglesia Católica en el tema de los abusos– hizo parte de la directiva de la Humanistische Union cuando esta organización progresista se batía para liberalizar todos los actos sexuales “consensuados” incluso con menores.
Una periodista del diario de izquierda Tageszeitung ha documentado todo esto en el libro “Activistas pedófilos en los ambientes de izquierda”.
Por otra parte, el 13 de diciembre de 1979, la revista Zitty ilustró un artículo con la imagen de dos cuerpos abrazados, un adulto y un niño, bajo el título: “Amor con los niños. ¿Se puede?”. Además, uno de los best sellers de la época “La revolución de la educación” de 1971, defendía la siguiente teoría: “La deserotización de la vida de familia, desde la prohibición de la vida sexual entre niños y el tabú del incesto, es funcional en relación a la actitud hostil del placer sexual en las escuelas y a la sucesiva sumisión y deshumanización de la vida laboral”.
Asimismo, se abrió asilos en los que se sostenía que los niños tendrían derecho a vivir la sexualidad.
El número 17 de la revista Kursbuch, publicado en 1969 bajo la dirección del niño terrible de la cultura alemana, Hans Magnus Enzensberger, contenía un artículo titulado “Educar a los niños en la común”, en referencia a la casa “común” socialista de Giesebrechtstrasse en Berlín, a la que fueron a vivir tres mujeres, cuatro hombres y dos niños. Además de tener el dinero en cuentas comunes y de no tener puertas en los baños para favorecer la “comunión”, la casa preveía experiencias sexuales con los menores.
Una foto de la revista dirigida por Enzensberger, bajo el título “Amor en el cuarto de los niños” muestra a Nessim y a la niña Grischa desnudos sobre una cama.
Andreas Baader, el jefe histórico del terrorismo rojo alemán, dejó a la hija en una de estas casas comunes. En la novela “Das bleiche Herz der Revolution”, Sophie Dannenberg, que de niña fue enviada a uno de estos institutos no autoritarios, relata las experiencias pedófilas en estos centros símbolo de la izquierda.
También en una prestigiosa escuela ligada a la Unesco hubo abusos sexuales entre los años setenta y ochenta. Se trata de la Odenwald de Heppenheim, conocida por su método pedagógico basado en el “libre desarrollo de cada alumno”. El instituto tenía entre sus alumnos al mismo Daniel Cohn-Bendit, que asistió allí entre 1958 y 1965, a uno de los hijos del expresidente de la República Federal Alemana, Richard von Weizsäcker, Andreas, al hijo de Thomas Mann, Klaus, y a Wolfgang Porsche, hoy a la cabeza de la cabeza de la famosa casa automovilística de la familia del mismo nombre.
Cohn-Bendit publicaría luego “Gran Bazar”, ensayo dedicado a su experiencia en la escuela. En línea con algunas ideas promovidas en el ámbito de los movimientos de contestación de los años sesenta y setenta, algunos pasajes del libro se refieren al “despertar de la sexualidad de los niños” entre uno y seis años: y asume además la posibilidad de relaciones físicas ambiguas.
Cohn-Bendit siempre se ha defendido diciendo que sus afirmaciones eran una “provocación intolerable”, pero que deben considerarse en el contexto de los años setenta cuando apuntaban a “chocar con los burgueses”. Se trataba del liceo de las élites del 68 donde se teorizaba que “enseñar es equivocado” y que “no hay diferencia entre adultos y niños”. Un instituto en el que se verificaron, “al menos desde 1971”, abusos “que superan nuestra capacidad de imaginación” (palabra de la actual directora, Margarita Kaufmann).
Incluso el fundador Paul Geheeb decidió abolir el concepto mismo de educación. “Prefiero no usar las palabras ‘educación’ y ‘educar’ –decía– prefiero hablar de desarrollo humano”. En su opinión los profesores no debían ser educadores sino “amigos” de los niños. Así, el internado de Odenwald se convirtió en la cuna de las ideas radicales de esta época, causando sensación por la promiscuidad entre los alumnos hombres y mujeres (se trataba de una revolución para la época) y por la educación física juntos y desnudos de niños y niñas.
El caso alemán no es aislado en la historia de la izquierda europea. El 26 de enero de 1977, en nombre de la “liberación sexual de los niños”, el diario francés Le Monde, faro de la izquierda, publicó una petición para bajar la mayoría de edad sexual a doce años, una suerte de legitimización ideológica de la pedofilia adolescente.
Entre los firmantes estaba el poeta Louis Aragon, el ilustre semiólogo Roland Barthes, el filósofo marxista más en boga entonces Louis Althusser, los psicoanalistas profetas de lo autónomo Gilles Deleuze y Félix Guattari, la pionera de la psicología infantil Françoise Dolto (“la Montessori de los alpes”), el fundador de Médicos Sin Fronteras, Bernard Kouchner, el futuro ministro de cultura e ícono socialista Jack Lang, el vate del existencialismo Jean-Paul Sartre y su compañera feminista Simone de Beauvoir, además del niño terrible de la literatura francesa, Philippe Sollers. En la práctica, se reunió al entero panteón de la cultura parisina de la segunda mitad del siglo XX.
Como escribió Jean-Claude Guillebaud, periodista del Nouvel Observateur, sobre los años sesenta y la pedofilia: “Estos idiotas exaltaban el permisivismo y la aventura pedófila”. Dos años después, otro diario símbolo de la izquierda, Libération, definía la pedofilia como “una cultura que busca romper la tiranía burguesa que hace del amante de los niños un monstruo de leyenda”.
Siempre en las páginas de Libération y también en 1979 se alabó a Jacques Dugué, pedófilo condenado “por su franqueza en mérito a la sodomía”. Esto lo explica el mismo Dugué en Libération: “Un niño que ama a un adulto sabe muy bien que no puede solo dar y entiende y acepta recibir. Es un acto de amor. Es uno de sus modos de amar y de probarlo”.
Una vez más, el 20 de junio de 1981, Libération publicó un artículo titulado “Abrazos infantiles” en el que se presenta de manera complaciente el testimonio de un pedófilo sobre sus relaciones sexuales con un niño de cinco años.
Luego está el caso del maestro del pensamiento del antihumanismo, Michel Foucault, que sostenía que el niño es “un seductor” que busca el contacto sexual con el adulto. En una entrevista aparecida en Change en 1977 y republicada en “Dits et écrits” (Gallimard), J. P. Faye y otros le hacen algunas preguntas al célebre filósofo: “Una niña de ocho años –dice Faye– es estuprada por un joven agricultor en un granero. Luego vuelve a casa y su padre hace de médico y cardiólogo que se interesa también en Wilhelm Reich: de aquí la contradicción. Ve volver a casa a la hija que no abre más la boca. Se queda completamente muda varios días, tiene fiebre… En pocos días sin embargo, verifica que está herida físicamente. El padre cura la laceración, sutura la herida. Médico y reichiano, ¿hace la denuncia? No. Se limita a hablar con el agricultor, antes de que se vaya. No toma ninguna acción judicial pero el relato prosigue con la descripción de una enorme dificultad física a nivel de la sexualidad más adelante en el tiempo. Algo que es verificable solo casi diez años después. Es muy difícil pensar en algo a nivel jurídico en este caso. No es fácil a nivel de la psique aunque parece más sencillo a nivel del cuerpo”.
La réplica de Foucault: “Todo el problema en el caso de las niñas y también de los niños –porque, legalmente el estupro en el caso de los niños no existe– es el problema del niño que es seducido o que comienza a seducirte. ¿Se puede hacer de legislador ante la siguiente propuesta? ¿Con un niño que consiente, con un niño que no rechaza, se puede tener algún tipo de relación sin que la cosa ingrese en el ámbito legal? El problema tiene que ver con los niños. Hay niños que a los diez años se lanzan sobre un adulto ¿y entonces? Hay niños que consienten”.
Responde Faye: “También los niños entre ellos, pero en esto se cierra los ojos. Sin embargo, cuando un adulto entra en el juego ya no hay más igualdad ni equilibrio entre los descubrimientos y las responsabilidades. Hay una desigualdad… difícil de definir”. Cierra Foucault: “Estaría tentado a decir que, si el niño no rechaza entonces no hay razón alguna para sancionar el hecho, cualquiera que sea. Además, existe también el caso de un adulto que está en relación de autoridad respecto al niño ya sea como padre, como tutor o como profesor o médico. También aquí estaría tentado a decir: no es cierto que de un niño se puede obtener aquello que no quiere realmente a través del efecto de autoridad”.
Como ha explicado la historiadora Anne-Claude Ambroise-Rendu, el discurso según el cual “los niños tienen derecho a la sexualidad” encontró un nicho “a la sombra de los movimientos alternativos de la antipsiquiatría y de la militancia homosexual”. Ese fue el caso de Tony Duvert, escritor francés autor del “Buen sexo ilustrado”, una especie de “manifiesto pedófilo” que reclamaba el derecho de los niños a su propia liberación sexual.
Al final, entre muchos, está el nombre de Alfred Kinsey, el “padre de la revolución sexual occidental”, cuyas investigaciones contribuyeron a cambiar las costumbres y la institución familiar de la sociedad moderna, el moralista que enseñó a los estadounidenses a hablar de sexo y a practicarlo abiertamente, abriendo las puertas al movimiento gay.
Entomólogo pionero, el doctor Kinsey no dudó en legitimar la pedofilia. En su segundo “Informe” hay un párrafo titulado “Contactos en la edad prepúber con adultos masculinos”, en el que se describen relaciones sexuales entre niñas y hombres adultos: “Si la niña no estuviese condicionada por la educación, no es cierto que las aproximaciones sexuales de ese tipo, de los aquellos determinados en estos episodios la turbarían”, escribe Kinsey.
Kinsey también afirma que “es difícil entender por qué razón una niña, a menos que no esté condicionada por la educación, debería turbarse cuando le tocan los genitales o cuando ve los genitales de otras personas o al tener contactos sexuales todavía más específicos. Cuando los niños son puestos en guardia continuamente por los padres y sus maestros ante el contacto con los adultos, y cuando no reciben una explicación sobre la naturaleza exacta de los contactos prohibidos, están listos para manifestarse histéricamente apenas una persona adulta se les acerca o los busca para hablar en la calle, o los acaricia, o les propone hacer algo por ellos, incluso si esa persona no tuviese una intención sexual. Algunos de los expertos más estudiosos de los problemas juveniles han llegado a la convicción de que las reacciones emotivas de los padres, los policías u otros adultos que descubren que el niño ha tenido contactos, pueden turbar al niño más seriamente que los mismos contactos sexuales. La histeria en boga ante las transgresiones sexuales puede influir muy bien en grave medida en la capacidad de los niños de adaptarse sexualmente algunos años después, en el matrimonio”.
Más tarde se sabría que el “Informe Kinsey”, el más famoso estudio sobre el comportamiento sexual humano, estaba basado en las memorias de un pedófilo. Quien lo admitió fue John Bancroft, director del Instituto Kinsey en la Universidad de Indiana (Estados Unidos), quien explicó que los datos del informe estaban basados en las experiencias personales de un maniaco sexual que había abusado de 300 niños y que mantenía un diario preciso sobre sus actividades pedófilas.
Estamos entonces ante los orígenes de la hipocresía de una cultura y de su clase dirigente que ha puesto bajo la inquisición a la Iglesia Católica por los abusos sexuales (reales o presuntos), cuando es esa misma clase la que está en el origen de lo que Roger Scruton definiría como la “pedofilia vicaria” en vigor en las democracias occidentales.
Una experiencia simbolizada por la revista Konkret, la más influyente entre los ambientes intelectuales de izquierda en Alemania, que en diversas ocasiones ha publicado en los años setenta y ochenta imágenes de niñas desnudas con referencias explícitas a la posibilidad del sexo. El director de la revista era Klaus Rainer Röhl, un nombre ilustre de la publicación, además de pareja de Ulrike Meinhof, la célebre valquiria de la sangrienta escalada terrorista realizada contra la Alemania de la postguerra.
Sería la misma hija de ambos, Anja Röhl, quien escribiría en una autobiografía que “uno de los nombres más ilustres que abiertamente difundió la pedofilia fue Klaus Rainer Röhl, mi padre”.
Ulrike fue una despiadada terrorista, el marido un triste ideólogo de la pedofilia y la hija víctima de los abusos realizados por los padres y, también aquí, de la cultura del idealismo fanático y la crueldad originadas en el 68.

miércoles, 24 de abril de 2019

Vengadores: Endgame

Vengadores: Endgame
Contenidos: Imágenes (algunas V)
Reseña: 
Los devastadores acontecimientos que puso en marcha Thanos destruyeron la mitad del universo y fracturaron las filas de los Vengadores. Ahora, los Vengadores que quedan deberán tomar una posición definitiva en "Vengadores: Endgame", la grandiosa conclusión de las 22 películas de Marvel Studios.
Tras un arranque en que se nos aclara el destino dudoso de algunos de los Vengadores, y la inestimable nueva ayuda de la Capitana Marvel, pasan cinco años en que cada uno ha sobrellevado el gran drama a su manera. El inesperado regreso de Ant-Man deviene en catalizador de un plan que básicamente consiste en viajar en el tiempo, a distintos momentos en que los Vengadores puedan recuperar las seis gemas y así, cambiado el pasado, cambiará el futuro.
Los hermanos Anthony y Joe Russo vuelven a demostrar que se mueven como peces en el agua en el Universo Marvel. Funciona bien la nostalgia, el sentimiento agridulce por muertes, desapariciones, ausencias, el mantra de “pasar página” que no acaba de funcionar, ni siquiera para el optimista Capitán América; y hay acierto en el modo en que se idea cómo cada uno encara su vida tras la tragedia, y el subrayado de la importancia de trabajar en equipo, no estamos solos.
El mecanismo que se idea para arreglar las cosas, viajar en el tiempo, no es el colmo de la originalidad, pero precisamente hasta se hace chanza con ello, incluso con citas de películas, la punta del iceberg de los momentos humorísticos que recorren el film, y que saben asomar cuando toca drama, heroísmo y sacrificio, sin que suenen absurdos o forzados, están perfectamente calzados. Hay espacio para la épica de una gran batalla, y momentos de homenaje y reconocimiento a quien ha sabido dar la vida por el resto. Funciona bien el clímax de auténtica reunión de todos, o casi, y se dejan bien asentado que determinadas acciones y decisiones, aunque cuesten, son las que hacen que la vida valga verdaderamente la pena.

martes, 23 de abril de 2019

Mentes brillantes

Première année
Contenidos: ---
Reseña: 
Antoine decide prepararse para las pruebas de acceso a Medicina… por tercera vez. En cambio, para Benjamin es su primer intento y pronto se dará cuenta de que esto no es pan comido. En un mundo tan competitivo y caracterizado por noches de estudio intenso, en lugar de fiestas universitarias, los dos amigos tendrán que encontrar un término medio entre la ciega desesperación del presente y la esperanza de un brillante futuro.
No es casualidad que al director y guionista francés Thomas Lilti le interese especialmente el mundo de la medicina, porque él mismo es médico y ejerció esa profesión durante años. Fruto de esa experiencia nacieron Un doctor en la campiña e Hipócrates, sus dos películas anteriores a Mentes brillantes. 
Seguimos continuamente a los dos protagonistas –estudios, planes, asistencia a clases, caminatas, simulacros de examen, etc.– con una mínima inclusión de algún otro personaje –los respectivos padres, la vecina– que sirven para dar perspectiva pero que no influyen demasiado en la trama, al menos aparentemente.
El film retrata con acierto una realidad importante que determina el futuro de muchos jóvenes. Pero el guión aporta además un punto de vista muy cabal acerca de la universidad y de la idoneidad de las carreras que se eligen, el tema de la vocación importa, la frustración puede provocar peligros para la salud, pero también la influencia de agentes externos –padres, por ejemplo– pueden confundir a los alumnos con consecuencias inesperadas. 
Mentes brillantes es un relato con pocos adornos que se atreve con un tema árido, sí, pero también popular y controvertido. Para mi asombro, la vieron un milllón y medio de franceses y fue número uno en taquilla. En el cine, la excepción cultural francesa funciona, vaya si funciona.

jueves, 18 de abril de 2019

"Arde París"

*Andrei es un joven bielorruso de Minsk que estudia en París. Aparece en el video viral de la oración por el incendio en la catedral. De vuelta a casa, ya avanzada la noche, escribió este relato en su perfil de Facebook*

Esto es lo que pasó. Estaba en casa, charlando por teléfono con mis padres, cuando de repente por la ventana empezó a oírse ruido de sirenas. Cerré la ventana pensando: «Espero que no sea nada grave». Terminé de hablar con ellos a las ocho en punto. Entonces abrí Facebook y lo primero que vi fueron las fotos de Notre Dame en llamas.

La última vez que estuve allí fue el 5 de abril, cuando expusieron la Corona de espinas para la adoración. Era el día después de que en mi ciudad, Minsk, se celebraran vigilias espontáneas porque en Kuropat, un lugar de memoria de la represión soviética con grandes cruces, 17 de estas habían sido destruidas. La gente reaccionó yendo a rezar.

Salí de casa. No vivo lejos de la catedral. Desde mi calle veía una enorme columna de humo. Veinte minutos después llegué a la iglesia melquita de Saint-Julien-le-Pauvre, justo enfrente de Notre Dame, en la otra orilla del Sena. Desde ahí se veía todo el incendio. En ese momento me movía la curiosidad, igual que a cualquiera. Aunque algo dentro de mí me decía que debía estar allí. No tenía la más mínima idea de lo que iba a suceder.

Había gente en pie cantando el Ave María en francés, Je vous salue Marie. Me quedé allí con ellos. No dejaba de llegar gente, hasta que la calle acabó bloqueada por cientos de personas cantando. Algunos rezaban de rodillas, otros llevaban en la mano iconos o rosarios.

Nota sociológica: casi todos tenían entre veinte y treinta años. Hombres y mujeres en proporción similar. Había rostros europeos, indios, africanos, marroquíes, chinos. También vi algunos niños. Incluso me encontré con mi compañero de piso y también aparecieron otros tres amigos.

La oración era constante, sin pausa. Vi hombres corpulentos llorando como niños. No eran los únicos. De vez en cuando alguno salía y delante de todos pedía un minuto de silencio. Luego seguían cantando.

Llegando un cierto momento se leyó el evangelio de Juan 2,13-25, donde se habla de la expulsión de los mercaderes y de la profecía de Jesús sobre la destrucción del templo. En el Evangelio de Juan, esa era la primera Pascua de Jesús en Jerusalén. Mientras que en los otros evangelios, este hecho sucede justo después de la entrada en Jerusalén, es decir, antes de la última Pascua. Hay quien piensa que aquel hecho sucedió precisamente en Lunes Santo.

Luego rezamos juntos el Padre Nuestro. Después, la oración a santa Genoveva, patrona de París. Y la oración a la Virgen de san Juan Pablo II, que él mismo rezó en Notre Dame. Luego se leyó la oración de san Francisco y un fragmento de Charles Péguy sobre la Virgen. También rezamos por los bomberos.

Traían agua y biscotes para repartir. No había sacerdotes, no había nadie que dirigiera de alguna manera, todo se organizó espontáneamente. Aparecieron una pareja de jóvenes con violines y acompañaron con música los cantos. Al oscurecer, se encendieron las farolas. Desde las dos columnas de la catedral se veían las luces de las linternas de los bomberos. Encima del incendio, luces rojas, hasta las estrellas parecían rojas, eran drones tomando fotografías. Sonaban las campanas por todas partes.

A las 23.10h una persona anunció a todos que habían conseguido salvar la estructura de la catedral. Algunos empezaron a cantar el himno Nous Te saluons, couronnée d'étoiles y todos se unieron al coro. Luego hubo otros cantos dedicados a la Virgen. Dijeron que la Corona de espinas y la túnica de san Luis se han salvado del fuego, y entonamos el Salve Regina en latín, para repetir después varias veces Je vous salue Marie.

El fuego todavía ardía, pero ya más débil. Poco a poco, la gente empezó a marcharse. Después de medianoche, mis amigos y yo también nos levantamos para dirigirnos al metro. Se me acercó una periodista preguntándome por la oración de Je vous salue Marie, y le respondí.

Fuimos a ver la situación desde otra calle, había muchísima gente también allí cantando. Era como si hubiera sucedido lo mismo en todas las calles, puentes y plazas. Miles de personas cantando por las calles durante horas. Era algo parecido a la revolución.

Ahora pienso que la gente con la que estuve rezando no rezaba por el mero disgusto de la destrucción de una pieza esencial de nuestro patrimonio cultural, no lloraban solo porque ardía un símbolo de la nación francesa. La gente estaba allí rezando a Notre Dame, Nuestra Señora. Nadie había convocado a todos esos jóvenes, ni los curas ni los obispos. Fue un movimiento espontáneo pero al mismo tiempo ordenado y respetuoso. Eran piedras de la Iglesia real, una Iglesia joven y viva que se mostraba a sí misma. Yo también, con aquella periodista, en cierto modo estaba dando un pequeño testimonio. Nadie se esperaba el incendio. Pero tampoco nadie se esperaba una reacción de este tipo. Fue un acontecimiento, diferente a cualquier otra cosa que pudiéramos imaginar. Algo que rompía una continuidad.

Ahora veremos qué nos pedirá Dios en los próximos días que nos esperan para la Pascua.

Dónde estamos


Esta serie nació para escribir los resultados de una asignatura. Como la serie se ha expandido, se han tratado más teólogos, ideas y libros, y alcanzado una idea más rica. Es preciso hacer balances periódicos y este quiere ser de tipo general
Realmente hay un patrimonio teológico importante. De manera que, dentro de las enormes limitaciones de cualquier esquema histórico general, puede hablarse de tres grandes épocas de la teología: la patrística, la escolástica y la teología del siglo XX o quizá “teología moderna”, si se quiere incluir también algunos teólogos significativos del XIX (Newman, Rosmini, Scheeben, Möhler).

El papel de la teología 

La teología es la fe aceptada plenamente y, por eso mismo, pensada. En cada momento y cada época, se hace teología al intentar entender la fe. Además, se sistematiza y ordena para exponerla y transmitirla. Y se resuelven las dificultades internas y externas que surgen en la vida de la Iglesia (función apologética). La cuarta tarea de la teología es mantener viva la interpretación de la Escritura.
Es un servicio imprescindible en la vida de la Iglesia, pero ésta tiene otros dos soportes. El segundo es compartir la vivencia cristiana, especialmente en la celebración de los sacramentos y también en las costumbres sociales, fiestas y piedad popular. Y el tercer soporte son las instituciones cristianas, empezando por el régimen general de la Iglesia: las instituciones son espacios para vivir la vida cristiana y transmiten la fe: así estabilizan el cristianismo en la historia. Con la acción misteriosa del Espíritu Santo, estos tres soportes mantienen la identidad cristiana a través de los siglos. Ayer y hoy.

Juicio sobre la situación

En esta serie, hemos recordado aspectos simpáticos e incluso anecdóticos de la historia de la teología, porque así se observa cómo se encarna en la vida de las personas. Pero también nos interesa un juicio de conjunto sobre lo que hemos vivido y una ideas sobre lo que tenemos que hacer. Ya planteamos una gran pregunta que es preciso resolver poco a poco: ¿por qué habiendo habido una teología y un Vaticano II con tantas riquezas, se ha desatado después una crisis tan grande?
Al final del primer milenio, una parte considerable del Oriente cristiano quedó sumergido bajo el manto musulmán, y sobrevive hoy en condiciones precarias. Al comenzar el tercer milenio, parece haber triunfado en Occidente el programa secularizador de la Modernidad, y el cristianismo ha pasado, en casi todas las naciones europeas (y en Canadá), a una situación de minoría sociológica. Polonia y, en menor medida, Italia, son excepciones.

El inicio del siglo XX

El siglo se inició con la crisis modernista. En realidad el modernismo no designa un movimiento coherente, sino más bien el conjunto de dificultades surgidas en la Iglesia por el impacto de la Modernidad. Cabe distinguir una parte cultural, que es la crítica a las formas culturales y políticas del Antiguo Régimen, la unión del Trono y el Altar, a la que muchos cristianos permanecían nostálgicamente vinculados. Por otra parte, está la crítica académica a las bases históricas del cristianismo, que afectan principalmente a todo lo que parezca “sobrenatural”, y a sus orígenes históricos, incluyendo la figura de Cristo, la fundación de la Iglesia y el valor de la Escritura. El cristianismo mantiene tradicionalmente unas tesis “sobrenaturales” inaceptables para nuestros contemporáneos “ilustrados” que, sin embargo, han creído sin ningún sentido crítico en el progreso necesario, en el valor científico del comunismo y en otras muchas cosas.
Ante esta dificultad cabían dos soluciones extremas. Una era asumir la crítica y prescindir de las afirmaciones sobrenaturales e históricas del cristianismo (empezando por la resurrección de Cristo, pero también por el valor sagrado de la Escritura); considerarlas lenguaje puramente simbólico y quedarse con los aspectos morales. El cristianismo sería un mensaje de fraternidad y buena voluntad en la historia. Es el programa de “desmitologización” que, con distintos matices, se propuso el liberalismo protestante (y después el católico): eliminar todo lo que pudiera parecer “raro” a una mente ilustrada.
La otra posibilidad extrema es convertirse en un fundamentalismo y creer en todo. Pero todo no es fe. No están en el mismo plano la resurrección de Cristo, que es el centro del cristianismo, que la leyenda de san Cristóbal, que es una tradición simpática y pintoresca, aunque esté pintado como un gigante a la entrada de las catedrales españolas para amedrentar a los ladrones. Hace falta discernimiento y por tanto ciencia. El cristianismo necesita tratar “académicamente” sus fundamentos, precisamente porque no es un fundamentalismo. Esa labor se hizo y se hizo bien. Pero no es posible prescindir del elemento sobrenatural, porque creemos en un Dios que actúa en la historia. Esto puede llegar a tener una plausibilidad muy grande, pero trasciende las demostraciones físicas. Por eso es objeto de fe, como la resurrección de Cristo.
Junto a la crisis modernista y también como terapia intelectual se extendió en las instituciones católicas el tomismo que había impulsado Aeterni Patris, desde el siglo anterior. Proporcionó una síntesis ordenada con una visión cristiana de Dios, del universo, de la persona y de la sociedad, con el análisis tan fino que santo Tomás logra sobre el acto libre y la vida de la conciencia humana, con los delicados juegos de la conciencia, las pasiones, la voluntad y los hábitos. Lógica, cosmología y psicología, además de toda la doctrina teológica. Aquel tomismo tenía un problema en la cosmología (y en esa misma medida, en la metafísica), que llega hasta el día de hoy: planteaba bien las relaciones del mundo con Dios, pero, como es lógico, no integraba la física moderna. No se podía hacer en el siglo XIII, pero hay que hacerlo en el XXI.

La “nouvelle théologie” y otras novedades

Casi en paralelo, surgió una nueva teología. La parte principal procedía de la renovación de los estudios históricos escolásticos, de las investigaciones patrísticas y de las litúrgicas, con una apreciable influencia de inspiraciones cristianas orientales y ecuménicas. En gran parte, hoy lo vemos claro, fue redescubrir la teología patrística, con sus interesantes relaciones entre la teología trinitaria, la interpretación alegórica de la Biblia y la vida sacramental. Mucho se debe a la labor de Henri de Lubac y de Jean Daniélou; y, por otro lado, de Casel, como ya hemos visto.
Hay que reconocer que una parte del tomismo establecido miró sin ninguna simpatía esta competencia y la tachó de “nueva teología”, asimilándola al Modernismo y causando muchas incomodidades. Hoy nos damos cuenta de que fue un error de discernimiento y que enfrentó lo que había que haber sumado.
Además, se renovaron los estudios bíblicos en varios sentidos. El primero, en relación con los problemas suscitados por el Modernismo, se tomó más en serio la historicidad y el tratamiento científico de los textos, llegando por ejemplo a la cuestión de los géneros literarios. Esta es la vertiente que podríamos llamar “exegética”. En paralelo, se desarrolló una brillante “Teología bíblica”, que explotaba la riqueza de la Biblia desde su propia manera de hablar. La hemos recordado y hemos lamentado que esté tan olvidada.
Hubo también muchos enriquecimientos filosóficos. Con el tiempo se ha apreciado la importante influencia de Blondel, a través de De Lubac, al plantear la relación de la revelación cristiana con el fin último del ser humano (clave de la cuestión del sobrenatural). Esto sitúa al cristianismo como mensaje universal y es una respuesta profunda a las pretensiones de la Modernidad sobre la autonomía del ser humano ante Dios (y ante lo cristiano). Basta recordar el título de De Lubac, El drama del humanismo ateo. También lo vio claramente Guardini.
De autores muy variados (Ebner, Buber, Maritain, Marcel, Mounier…) se recibieron inspiraciones personalistas, que han acabado constituyendo un elemento muy importante del pensamiento cristiano, porque tiene hondas raíces teológicas e inspira campos teológicos como la Trinidad, la antropología, la moral y la vida matrimonial y social.
Y no se puede olvidar el impacto intelectual de los “conversos”, empezando por G.K. Chesterton y C. S. Lewis, pero llegando hasta nuestros días. Retornando a la fe cristiana desde posiciones poscristianas, introdujeron una corriente de aire fresco. También habría que mencionar las distintas aportaciones de pensamiento social cristiano.

El Concilio Vaticano II

Toda esta riqueza de pensamiento teológico y filosófico confluyó realmente en el Concilio, que fue una obra magna y un trabajo portentoso como se ve cuando se conoce por dentro, como lo cuentan en sus memorias Congar o De Lubac o Moeller. Dio lugar a documentos miliares en casi todos los aspectos de la vida de la Iglesia. Según la intención de Juan XXIII, se quería no solo superar la vieja oposición entre cristianismo y Modernidad, sino también evangelizar el mundo moderno. Ese es el reto.
El Concilio se desarrolló en un clima de posguerra superada, mientras el mundo pasaba por una etapa optimista y la Iglesia por un momento de paz. Con todo, operaban, como vimos, dos presiones muy fuertes que acabarían determinando el posconcilio. Una era la crítica general de la Modernidad al cristianismo, considerándolo retrógrado y oscurantista. El otro era la crítica y tentación que provenía del comunismo, entonces tan extendido y prestigiado intelectualmente. La Iglesia era tachada de aliada de la burguesía y se le invitaba a sumarse al futuro representado por las fuerzas marxistas que tenían la clave científica del progreso social.
Era muy distinto plantearse una renovación de la fe para evangelizar el mundo moderno (como explícitamente quería Juan XXIII) que adaptar la vida de la Iglesia a las exigencias del mundo liberal o de la opción comunista. Para salvar al mundo, la fe tiene que resultarle incómoda, porque en gran parte lo tiene que salvar de sí mismo. Basta pensar en el problema de la “píldora” por ejemplo, que se suscitaría poco más tarde con la encíclica Humanae vitae, de Pablo VI.

El posconcilio

Todo esto provocó, casi inmediatamente, un “conflicto de interpretaciones”. Era el conflicto entre la letra del Concilio, conseguida con mucho esfuerzo de fe y de consenso, y un “espíritu del Concilio” que en gran parte representaba la presión osmótica que la cultura moderna ejercía sobre los aspectos incómodos del cristianismo. La revista Concilium quiso constituirse en la encarnación del espíritu conciliar, y se le opondría después la revista Communio, promovida por Von Balthasar, De Lubac y Ratzinger. La legitimidad de preferir el espíritu a la letra sería defendida por la historia de Alberigo, con un inevitable sesgo, claro está. La Providencia dispuso que los Papas que siguieron al Concilio, Juan Pablo II y Benedicto XVI, fueran testigos y hasta protagonistas de ese acontecimiento, con lo que quedó garantizada una interpretación auténtica.
El posconcilio tuvo un momento teológico grave en la crisis de la Iglesia en Holanda, con el sínodo y el Catecismo holandés. Pero es un capítulo muy particular de la historia eclesiástica, que merece un estudio aparte. Ya se han publicado interesantes visiones de conjunto, por ejemplo en el Anuario de Historia de la Iglesia (volumen 20, de 2011, y volumen 27 de 2018, donde también se repasa mayo del 68). En el resto del mundo occidental, la crisis no fue tan teológica, ni mucho menos.

El mayo del 68 eclesiástico

En la mayor parte de las diócesis europeas el posconcilio tuvo un aire de mayo del 68 eclesiástico. La celebración de los cincuenta años de aquellos días lo ha puesto de manifiesto. En general fueron los sacerdotes jóvenes (los que ya llevaban entre cinco y diez años ordenados) los que llevaron la iniciativa. Inspirados lejanamente en algunos principios conciliares y mucho más cercanamente por las revistas eclesiásticas de tipo pastoral que surgieron entonces, y se hacían eco del “espíritu conciliar” y no tanto de la letra.
Pero no fue un planteamiento muy profundo ni muy teológico. Tenían bastante claro lo que no querían: todo lo viejo, inauténtico y rutinario, y todo lo que hacía al cristianismo antipático al mundo moderno. Muchos aceptaron la crítica marxista a la Iglesia burguesa y experimentaron la tentación marxista de lograr una verdadera eficacia social. Lo que no llegaron a tener claro es qué podían querer de aquella vieja Iglesia con tantos errores históricos encima. La tentación era creer que lo único valioso que quedaba en la Iglesia eran ellos mismos. Esto provocó una fuerte crisis de identidad en el clero y en las instituciones eclesiásticas, y trastornó las costumbres y tradiciones cristianas.

Lo que queda por hacer

Por debajo, sin tanto ruido, y con los ritmos propios del mundo eclesial, el Concilio dio sus frutos. Cuando se lee en su contexto, que precisamente es la gran teología del siglo XX, se ve cuánto queda por hacer.
La primera tarea teológica es mostrar qué valioso y salvador es el mensaje cristiano para nuestro mundo. Además, en otra escala que antes, es preciso alentar los espacios donde se comparte con alegría la fe, y, por otro lado, buscar los modos de renovar las instituciones eclesiásticas. Puede parecer imposible, pero es una tarea que está en marcha. Por otra parte, parece oportuno recordar el lema que figuraba en una camiseta italiana: “No te preocupes, Dios existe y no eres tú”.
Juan Luis Lorda

El agujero más importante

martes, 16 de abril de 2019

Meditación sobre el Viernes Santo



Predicación del Padre Raimondo Cantalamessa en la Basílica de San Pedro, Viernes Santo de marzo de 2018

Traducción de Pablo Cervera Barranco

Al llegar donde estaba Jesús, viendo que ya estaba muerto, no le rompieron las piernas, sino que uno de los soldados con una lanza le atravesó el costado, e inmediatamente salió sangre y agua. Quien lo ha visto da testimonio de ello y su testimonio es verdadero; él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis (Jn 19, 33-35).

Nadie podrá nunca convencernos de que esta solemne declaración no corresponda a la verdad histórica, que quien dice que estaba allí y vio, en realidad no existía y no vio. En este caso se juega en ello la honestidad del autor. En el Calvario, a los pies de la cruz, estaba la Madre de Jesús y, junto a ella, «el discípulo que Jesús amaba». ¡Tenemos un testigo ocular!

Él «vio» no sólo lo que ocurría bajo la mirada de todos. A la luz del Espíritu Santo, después de la Pascua, vio también el sentido de lo que había sucedido: que en ese momento era inmolado el verdadero Cordero de Dios y se realizaba el sentido de la Pascua antigua; que Cristo en la cruz era el nuevo templo de Dios, de cuyo costado, como había predicho el profeta Ezequiel (47,1ss.), brota el agua de la vida; que el espíritu que Él entrega en el momento de la muerte da comienzo a la nueva creación, como «el Espíritu de Dios», aleteando sobre las aguas, había transformado al principio, el caos en el cosmos. Juan, entendió el sentido de las últimas palabras de Jesús: «Todo está cumplido» (Jn 19,30).

Pero, ¿por qué —nos preguntamos—, esta ilimitada concentración de significado en la cruz de Cristo? ¿Por qué esta omnipresencia del Crucificado en nuestras iglesias, en los altares y en cualquier lugar frecuentado por cristianos?

Alguien ha sugerido una clave de lectura del misterio cristiano, diciendo que Dios se revela «sub contraria specie», bajo lo contrario de lo que él es en realidad: revela su potencia en la debilidad, su sabiduría en la necedad, su riqueza en la pobreza…

Esta clave de lectura no se aplica a la cruz. En la cruz Dios se revela «sub propia specie», por lo que Él es, en su realidad más íntima y más verdadera. «Dios es amor», escribe Juan (1 Jn 4,10), amor oblativo, y sólo en la cruz se hace manifiesto hasta dónde se abre paso esta capacidad infinita de auto-donación de Dios. «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1); «Tanto amó Dios al mundo que dio (¡a la muerte!) al Hijo unigénito» (Jn 3,16); «Me amó y entregó (¡a la muerte!) a sí mismo por mí» (Gál 2,20).

En el año en que la Iglesia celebra un Sínodo sobre los jóvenes y quiere ponerlos en el centro de la propia preocupación pastoral, la presencia en el Calvario del discípulo que Jesús amaba encierra un mensaje especial. Tenemos todos los motivos para creer que Juan se adhirió a Jesús cuando todavía era bastante joven. Fue un auténtico enamoramiento. Todo el resto pasó de golpe a segunda línea. Fue un encuentro «personal», existencial. Si en el centro del pensamiento de Pablo está lo obrado por Jesús, su misterio pascual de muerte y resurrección, en el centro del pensamiento de Juan está el ser, la persona de Jesús. De ahí todos esos «Yo soy» de resonancias eternas que salpican su Evangelio: «Yo soy el camino, la verdad y la vida», «Yo soy la luz», «Yo soy la puerta», «Yo soy», y basta.

Juan era, casi con certeza, uno de los dos discípulos del Bautista que, al comparecer en la escena de Jesús, fueron detrás de él. A su pregunta: «Rabbì, ¿dónde vives?», Jesús respondió: «Venid y veréis». «Fueron, pues, y ese día se quedaron con él; eran aproximadamente las cuatro de la tarde» (Jn 1,35-39). Esa hora decidió sobre su vida y ya no la olvidó.

Justamente nos esforzaremos en este año por descubrir junto con ellos, qué espera Cristo de los jóvenes, qué pueden dar a la Iglesia y a la sociedad. Lo más importante, sin embargo, es otra cosa: es hacer conocer a los jóvenes lo que Jesús tiene que aportarles. Juan lo descubrió estando con Él: «Vida en abundancia», «alegría plena». Participé hace tiempo, en Alemania, en un encuentro de jóvenes en su mayoría (unos ocho mil). El tema era Holy fascination, santamente fascinados. No era un eslogan, sino el aire que se respiraba. Jóvenes de hoy, de una nación en la vanguardia, desde el punto de vista económico y tecnológico, literalmente fascinados por Jesús de Nazaret. Y hay a millones en todo el mundo, en los movimientos, en las asociaciones, en las parroquias. Por lo tanto, es posible pensarlo, no es una utopía. ¿Quién puede dar más respuestas que Jesús a los jóvenes de hoy y de todos los tiempos?

Hagamos que en todos los discursos sobre los jóvenes y a los jóvenes resuene en el trasfondo la apremiante invitación del Santo Padre en la Evangelii gaudium: «Invito a todo cristiano, en cualquier lugar y situación que se encuentre, a renovar hoy mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de buscarlo cada día sin descanso. No hay motivo para que alguien pueda pensar que esta invitación no es para él» (EG 3). Encontrar personalmente a Cristo también es posible hoy porque Él está resucitado; es una persona viva, no un personaje. Todo es posible después de este encuentro personal; nada cambiará realmente en la vida sin Él.

Además del ejemplo de su vida, el evangelista Juan dejó también un mensaje escrito a los jóvenes. En su Primera Carta leemos estas conmovedoras palabras de un anciano a los jóvenes de las Iglesias que fundó: «Os escribo a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes y la Palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al maligno. ¡No améis el mundo, ni las cosas del mundo!» (1 Jn 2,14-15)

El mundo que no debemos amar, y al cual no debemos someternos, no es, lo sabemos, el mundo creado y amado por Dios, no son los hombres del mundo a cuyo encuentro, por el contrario, siempre debemos ir, especialmente a los pobres, a los últimos. El «mezclarse» con este mundo del sufrimiento y de la marginación es, paradójicamente, el mejor modo de «separarse» del mundo, porque es ir allá donde el mundo evita ir con todas sus fuerzas. Es separase del principio mismo que rige el mundo, es decir, el egoísmo.
No, el mundo que no hay que amar es otro; es el mundo tal como ha llegado a ser bajo el dominio de Satanás y del pecado, «el espíritu que está en el aire» lo llama San Pablo (Ef 2,1-2). Un papel decisivo desempeña en él la opinión pública, hoy también literalmente espíritu «que está en el aire» porque se difunde por el aire a través de las infinitas posibilidades de la técnica. «Se determina un espíritu de gran intensidad histórica, al que el individuo difícilmente se puede sustraer. Nos atenemos al espíritu general, lo consideramos evidente. Actuar o pensar o decir algo contra él es considerado cosa absurda o incluso una injusticia o un delito. Entonces no se osa ya situarse frente a las cosas y a la situación, y sobre todo a la vida, de manera diferente a como las presenta»[1].

Es lo que llamamos adaptación al espíritu de los tiempos, conformismo. Un gran poeta creyente del siglo pasado, T.S. Eliot, escribió tres versos que dicen más que libros enteros: «En un mundo de fugitivos, la persona que toma la dirección opuesta parecerá un desertor»[2] Queridos jóvenes cristianos, si se le permite a un anciano como Juan dirigirse directamente a vosotros, os exhorto: ¡Sed de los que toman la dirección opuesta! ¡Tened la valentía de ir contra corriente! La dirección opuesta, para nosotros, no es un lugar, es una persona, es Jesús nuestro amigo y redentor.

Se os confía particularmente una tarea a vosotros: salvar el amor humano de la deriva trágica en la que ha terminado: el amor que ya no es don de sí, sino sólo posesión —a menudo violento y tiránico— del otro. En la cruz Dios se reveló como ágape, amor que se dona. Pero el ágape nunca está separado del eros, del amor de búsqueda, del deseo y de la alegría de ser amado. Dios no nos hace sólo la «caridad» de amarnos: nos desea; en toda la Biblia se revela como esposo enamorado y celoso. También el suyo es un amor «erótico», en el sentido noble de este término. Es lo que explicó Benedicto XVI en la encíclica Deus caritas est: «Eros y agapé —amor ascendente y amor descendente— nunca llegan a separarse completamente […]. La fe bíblica no construye un mundo paralelo o contrapuesto al fenómeno humano originario del amor, sino que asume a todo el hombre, interviniendo en su búsqueda de amor para purificarla, abriéndole al mismo tiempo nuevas dimensiones» (nn. 7-8).

No se trata, pues, de renunciar a las alegrías del amor, a la atracción y al eros, sino de saber unir al eros el ágape, al deseo del otro, la capacidad de darse al otro, recordando lo que san Pablo refiere como un dicho de Jesús: «Hay más alegría en dar que en recibir» (Hch 20,35).

Es una capacidad que no se forja en un día. Es necesario prepararse para donarse totalmente uno mismo a otra criatura en el matrimonio, o a Dios en la vida consagrada, empezando por donar el propio tiempo, la sonrisa y la propia juventud en la familia, en la parroquia, en el voluntariado. Lo que muchos de vosotros silenciosamente hacéis.
Jesús en la cruz no sólo nos ha dado el ejemplo de un amor de donación llevado hasta el extremo; nos ha merecido la gracia de poderlo ejercitar, en pequeña parte, en nuestra vida. El agua y la sangre que brotaron de su costado llegan a nosotros hoy en los sacramentos de la Iglesia, en la Palabra, aunque sólo mirando con fe al Crucificado. Juan vio proféticamente una última cosa bajo la cruz: hombres y mujeres de todo tiempo y de todo lugar que miraban a «quien fue traspasado» y lloraba de arrepentimiento y de consuelo (cf. Jn 19, 37; Zac 12,10). A ellos nos unimos también nosotros en los gestos litúrgicos que seguirán dentro de poco.

[1] H. Schlier, “Demoni e spiriti maligni nel Nuovo Testamento”, in Riflessioni sul Nuovo Testamento (Paideia, Brescia 1976), 194 y ss.
[2] T. S. Eliot, Family Reunion, part II, sc. 2: «In a world of fugitives – The person taking the opposite direction – Will appear to run away».

Nivel récord de infelicidad

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