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martes, 28 de agosto de 2018

Muchos años ya por un camino equivocado.

           Según algunos científicos de los años sesenta y de los inicios de los setenta -estamos celebrando el 50 aniversario de la revolución del 68-, para que veamos que no es cosa de hoy,  la pertenencia a una especie como la humana no tiene ningún significado moral por cuanto respecta a ser persona[1]. Ser humano no basta para ser una persona. Se requiere mucho más,  para que una entidad sea considerada persona y, por tanto, un ser de valor moral. Bastantes autores definieron variados criterios, pero en general todos concuerdan en que, para ser persona, un individuo debería tener conciencia de sí en cuanto sujeto capaz de deseos y con "una desarrollada capacidad de razonar, querer,  y relacionarse con los demás"[2].
            Está claro que no todos los seres humanos tienen una capacidad desarrollada en este grado. No todos tienen conciencia de sí mismos como individuos, ni son capaces de relacionarse con los demás: entre éstos, los niños no nacidos.  Tampoco los recién nacidos tienen conciencia de sí mismos como individuos, ni un niño posee la capacidad desarrollada de razonar, querer, desear y relacionarse con los demás durante un cierto periodo de su vida. Por tanto, según estos influyentes escritores, los niños -y los adultos que pudieran comportarse como ellos, quizá por malformaciones cerebrales- no podían considerarse personas en sentido estricto. No eran, por tanto, sujeto de derechos que debieran ser reconocidos y protegidos por la sociedad.
            Basándose en la idea del no ser personas de los fetos, en aquel momento muchos justificaron el aborto e, incluso, el infanticidio. Es interesante, en este sentido, advertir como una autora que justificaba el aborto porque no considera al feto como persona, rechazaba sin embargo el infanticidio, pero por razones puramente pragmáticas. Pensaba, en efecto, que sería equivocado matar un niño, "al menos en este país (los Estados Unidos) y en este momento histórico..., porque aunque los padres no lo quisieran y no sufrirían por su destrucción, existen otras personas que lo desearían tener y serían… de este modo privadas de una gran alegría. Por esto -continúa- el infanticidio está equivocado por las mismas razones por las que es erróneo destruir riquezas naturales o grandes obras de arte”[3] 
      Y Mary Ann siguió igual hasta que falleció a los 63 años, en 2010.
 



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[1] Así piensa, por ejemplo, MICHAEL TOOLEY, "Abortion and Infanticide", Philosophy and Public Affairs2, 1972, 44, 48, 55. Del mismo autor es "Abortion and Infanticide", New York and Oxford, Oxford University Press, 1983, pp. 50-86; en él explica más extensamente esta idea.
[2]  Uno entre muchos DANIEL CALLAHAN, "Abortion: Law, Choice, and Morality", New York, Macmillan, 1970, pp. 497-498.
[3] MARY ANN WARREN, "On the Moral and Legal Status of Abortion", in Contemporary Issues in Bioethics, ed. Tom L. Beauchamp and LeRoy Walters (2nd ed.: Belmont, CA: Wadsworth, 1982), p. 259. El ensayo original de Warren aparece en The Monist, 57, 1973.

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