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domingo, 5 de agosto de 2018

De la pornografía a la violencia: los lobos de hoy aprendieron a morder ayer, cuando el cuerpo de otro ser humano se les antojó un simple pedazo de carne.

Por Luis Luque, Aceprensa, 2.VIII.2018

El tema de los cinco individuos que violaron a una joven en Pamplona en 2016, abre y cierra telediarios en España, y esto, mientras los opinólogos televisivos emulan por ver quién dice el adjetivo más grueso. Pero algunos especialistas optan por ir un poco más al fondo, a las posibles raíces de esos comportamientos bestiales.
Y ahí, en las raíces, encuentran la pornografía…
Precisamente un reportaje emitido en La Sexta durante una tertulia sabatina hacía hincapié en el fenómeno y daba voz a varias investigadoras, todas muy poco sospechosas de conservadurismo moral. “Lo que está haciendo el porno es maleducar a la sociedad con prácticas que apuntalan la violencia sexual sobre las mujeres”, afirmó una; otra, criminóloga, aseguró que el consumo de pornografía “puede pervertir el sano desarrollo sexual de un menor”, y una tercera, educadora social, lamentó que el vídeo de la violación de “La Manada” estuviera en el top de lo más buscado en las webs de ese tipo. “Estamos llegando tarde. Lo estamos haciendo mal”, concluyó.
Un detalle interesante es que, al término del reportaje, mientras la mayoría de los tertulianos coincidió en que lo del porno ya pasa de castaño oscuro –ya acceden a él niños de 10 años–, uno de los participantes quiso dejar claras las cosas: que lo de los agresores de Pamplona iba por una parte, y por otra muy distinta, iba la pornografía. “Estamos mezclando debates –dijo–. Se podrá hablar del acceso a la pornografía, de los jóvenes que tienen un comportamiento pornográfico, sí, sí, pero ¡cuidado!, que los de ‘La Manada’ eran mayores de edad”.
La tesis parece sugerir que los violadores salieron del éter como por generación espontánea, o que es factible que cinco ciudadanos ejemplares se metamorfoseen súbitamente en un hato de pervertidos, al más puro estilo Dr. Jekyll & Mr. Hyde. La diferencia es que si en la narración de Stevenson hay al menos una causa para el envilecimiento del protagonista –un endemoniado brebaje–, en el relato de “La Manada” algunos excusan cómodamente el posible catalizador. “Son mayores de edad”, zanjó el periodista, como si acumular años bastara para predisponer a unas personas a agredir a otras.
Como si lo de cosificar a otros seres humanos no fuera también un vicio que se aprende y ejercita.

El “malo” y el “saludable”

Lo de hacer de las personas objetos a merced de otras es la razón de ser de la pornografía, que está viviendo en estos primeros años del siglo su mejor época. En Spiked, Frank Furedi hace un repaso del tema y advierte su evolución: si durante buena parte de los siglos XIX y XX adquirir material porno era un asunto que aconsejaba discreción –“quienes compraban literatura pornográfica se avergonzaban si otros les veían”–, en la actualidad la disyuntiva está entre el porno “malo” y el “bueno” o incluso “saludable”.
“Se ha normalizado tanto, que la gente habla abiertamente de ‘mi porno’. La pornografía ha entrado a ser parte de la moderna conversación diaria”, señala el autor, que repara en que muy pocos intentan disimular actualmente la impudicia bajo los ropajes del arte erótico. En un contexto que, además, presiona para que se difuminen los límites entre el ámbito infantil y juvenil y el ámbito adulto, se hace difícil, dice, “proteger a los niños de la obscenidad”.
Ese cada vez más fácil acceso a contenidos pornográficos tiene, por fuerza, que pasar factura en la mente juvenil. Si la imagen de la mujer –en una pantalla o en una revista impresa– es la de un ser sometido, cuyo “no” es un “sí” disfrazado, ¿por qué entender que las de carne y hueso pueden reaccionar de modo diferente? ¿Por qué, asimismo, comportarse con ellas de una manera que no sea el sometimiento mediante la fuerza?

Los lobeznos de ayer

Un metaestudio de los profesores Jochen Peter y Patti M. Valkenburg, de la Universidad de Ámsterdam, ha examinado 75 investigaciones –realizadas entre 1995 y 2015– sobre la influencia de la pornografía en las actitudes sexuales de los adolescentes. Entre los informes citados, por ejemplo, está el de la italiana Silvia Bonino, de 2006, el cual revela que el uso de revistas pornográficas tiene una incidencia en la perpetración de agresiones sexuales y acoso por parte de chicos a chicas, y que, respecto a estas últimas, aquellas que consumían ese tipo de materiales, tanto impresos como fílmicos, tenían más probabilidades de convertirse en víctimas de la violencia sexual.
Otros estudios van en la misma línea. En EE.UU., la profesora Jane Brown, de la Universidad de Carolina del Norte, determinó en 2009 que el uso de pornografía –tanto la impresa como disponible a través de los modernos soportes digitales–, se relacionaba con episodios de acoso protagonizados por varones jóvenes contra sus compañeras de escuela, a quienes realizaban tocamientos o arrinconaban. También Michele Ybarra, directora del Center for Innovative Public Health Research, en California, publicó en 2010 los resultados de su pesquisa con chicos de 10 a 15 años. Bien podrían adivinarse: la exposición intencional al porno violento incrementaba seis veces la posibilidad de que los chicos se comportaran de modo agresivo.
Cabe destacar que Peter y Valkenburg se cuidan de emitir un veredicto definitivo. Según dejan entrever, se les escapan los mecanismos exactos que, como consecuencia del consumo de pornografía, se ponen en marcha para desatar la violencia. “La pornografía está relacionada con las actitudes y conductas sexuales, pero la causalidad es desconocida”, apuntan.
En todo caso, atando cabos, conectando evidencias aquí y allá, vale dejarlo claro: el avasallamiento sexual contra las mujeres no es únicamente, en tiempo de pantallas y redes, cuestión de “manadas” adultas. Los lobos de hoy aprendieron a morder ayer, cuando el cuerpo de otro ser humano se les antojó un simple pedazo de carne.

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