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domingo, 13 de mayo de 2018

Clave de la enseñanza: el maestro motivado ACEPRENSA 11.MAY.2018


En las últimas semanas, miles de profesores de escuelas públicas norteamericanas han salido a las calles a reclamar mejores sueldos. Lo económico solivianta al sector a tal punto que solo en 2017 hubo que “importar” a más de 2.800 profesores extranjeros, para quienes 40.000 dólares al año son miel sobre hojuelas. Los nacionales, que llevan tiempo bregando con los problemas del aula, saben que es muy poco para recompensar su dedicación.

Que sí, que la vocación docente es impagable, pero no está de más recordar que los maestros también comen, pagan alquiler, gasolina, envían a sus hijos a la escuela… Por eso, un reciente informe de la OCDE sobre el tema: “Enseñar para el futuro: prácticas efectivas en el aula para transformar la educación”, hace un alto en ese aspecto para las condiciones en que ha de desenvolverse el profesor que pretenda forjar a los jóvenes de estos tiempos de omnipresencia de la tecnología y de cambio en los modos de relación, que también llegan a la escuela.
El maestro –lo tiene claro el informe, redactado a partir de varias ponencias de docentes en un congreso en Dubái– debe estar motivado, y uno de los resortes para ello es la gratificación. “La enseñanza –afirma el texto– es una tarea compleja y difícil (…). Los profesores necesitan que sus esfuerzos sean reconocidos y retribuidos adecuadamente. La infrarremuneración de los maestros es un problema persistente en los sistemas educativos, pero en la medida en que sus tareas se vuelven más y más exigentes, se les debe pagar de una manera que reconozca esos retos”.
Sin embargo, la sorpresa del director de Educación de la OCDE, Andreas Schleicher, al asistir a las ponencias, es que los docentes no ponían el mayor énfasis en lo económico. “No escuché a ninguno, en el Fórum, decir que necesitaba más dinero para empezar, lo cual es notable, pues suele ser el argumento fatal con el que pasamos la responsabilidad a otros”.
En vez de ello, se enteró de algunas propuestas acerca de cómo los profesores pueden asumir su papel transformador en estos tiempos.
Para enseñar y aprender, compartir

Y esta es una: los maestros ya no quieren recibir el guion “desde arriba”. Desean libertad creativa para desarrollar su programa de materias y clases, ajustado a las características de sus estudiantes y a la actualidad. En tal sentido, los ponentes plantearon que los directores de los centros educativos deben darles el espacio y el tiempo que necesitan para innovar y para hacer los ajustes metodológicos pertinentes a cada caso.
Como ejemplo, el de Mareike Hacherner, una profesora alemana que imparte la lengua de Shakespeare y la de Goethe. Hacherner se “salió” del currículo para conectar con problemas contemporáneos de relevancia social, como los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Así, repartió carteles para que los estudiantes se enteraran, les proyectó documentales, los invitó a hacer sus propuestas sobre cómo resolver algunos de los más acuciantes problemas del mundo en desarrollo y, entre col y col, les coló cuestiones propias de la asignatura, a saber, temas de gramática, ortografía, redacción, interpretación de contenidos, etc. Además, les pidió conectar en las redes sociales con investigadores y estudiantes de otras partes del globo para compartir ideas.
Y precisamente por ahí va otra de las sugerencias: la de compartir, en este caso, experiencias. Las de otros maestros y las de otras escuelas. La británica Emma Russo, profesora de física, ha atestiguado la pertinencia de ello con una iniciativa para potenciar el interés de las chicas por las ciencias. Se denomina “Girls in Physics”, y pone a las muchachas de varias escuelas en contacto con renombradas científicas, que acuden a exponer sus historias. El buen resultado obtenido por Russo en su centro motivó que sus colegas la reclamaran desde otros colegios, adonde acude ahora a explicar y replicar su idea. El interés está asegurado porque, como afirma en The Economist Sir Kevan Collins, jefe de un fondo británico de investigación en la educación, “los profesores realmente confían en otros profesores”.
La colaboración interdocente, además, eleva los niveles de eficacia del profesor, entendida a partir de factores como su control del aula, la calidad de su instrucción y la implicación de sus estudiantes. Los informes PISA (2016) y Talis (2014) constatan que la percepción que tienen los maestros de su propia eficacia se dispara entre aquellos que se coordinan con otros para dar clases conjuntas una vez a la semana, y es bastante menor en los que, si acaso, se juntan apenas una vez al año.
Un balance entre habilidades y contenidos

Y está, qué duda cabe, la tecnología. Según Schleicher, los nuevos medios pueden ayudar en varias direcciones. Una, la más conocida, es valerse de ellos en el aula como vehículos del conocimiento y potenciadores de habilidades, y otra, la posibilidad de crear inmensas comunidades de profesores a través de Internet, que accederían digitalmente a los recursos desarrollados por otros y los ensayarían en su contexto, a la par que darían a conocer sus propias innovaciones.
Por supuesto que, al mencionar la palabra tecnología, puede asomar el ya concomitante tema de que lo crucial, a día de hoy, es poner el acento en enseñar habilidades informáticas más que en atiborrar el cerebro de contenidos –que a fin de cuentas, piensan algunos, “para esto último está Google”–. Para evitar que al final del curso salga por la puerta del aula una tropa de muchachos diestros en programación pero culturalmente analfabetos, la sugerencia, a ese profesor que ya ha logrado tener voto en el diseño del currículo, es que equilibre la enseñanza de destrezas y la de contenidos. “Después de todo –recuerda el informe–, incluso teniendo habilidades informáticas se necesitan algunos signos y un conocimiento base para encontrar tu propio camino”.
Por último, y para que el maestro no vaya dando palos de ciego, los ponentes subrayan un elemento esencial: la evaluación, tan denostada en ciertos ambientes. Para los expertos, el profesor que hace de sus alumnos sujetos activos, al enseñarles a trabajar en grupo, a resumir contenidos, a cuestionarse planteamientos y a predecir, a través del análisis, determinados fenómenos, puede incentivar en ellos una adecuada capacidad de autoevaluación, y personalmente, a la luz de los resultados, valorar qué tan efectivo ha sido su propio desempeño como guía del proceso.
Porque lo de enseñar, aun en tiempo de pantallas, sigue siendo un asunto muy humano, y como afirmó el pensador, “instruir puede cualquiera –incluido Google, podría añadirse–; pero educar, solo quien sea un evangelio vivo”.

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