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miércoles, 15 de febrero de 2017

Relativismo puro y duro en España.La inmoralidad o amoralidad como norma.


Rafael Hernando, Portavoz del PP en el Congreso dio lo que podría llamarse una lección práctica de relativismo; es decir, dejó en el aire los principios que emanan de la naturaleza humana y que son los que fundamentan la existencia de la autoridad política, como opción necesaria y útil para gobernar. Es decir, el derecho sin derecho es la clave.
Para recuerdo de quién le haga falta, recojo unas palabras de Benedicto XVI al Parlamento Alemán sobre el tema, porque esa afirmación no sólo es una burla sino la más grave de las inmoralidades, porque es la fuente de todas. Las recojo literalmente


"En el primer Libro de los Reyes, se dice que Dios concedió al joven rey Salomón, con ocasión de su entronización, formular una petición. ¿Qué pedirá el joven soberano en este momento tan importante? ¿Éxito, riqueza, una larga vida, la eliminación de los enemigos? No pide nada de todo eso. En cambio, suplica: “Concede a tu siervo un corazón dócil, para que sepa juzgar a tu pueblo y distinguir entre el bien y mal” (1 R 3,9). Con este relato, la Biblia quiere indicarnos lo que en definitiva debe ser importante para un político. Su criterio último, y la motivación para su trabajo como político, no debe ser el éxito y mucho menos el beneficio material. La política debe ser un compromiso por la justicia y crear así las condiciones básicas para la paz. Naturalmente, un político buscará el éxito, sin el cual nunca tendría la posibilidad de una acción política efectiva. Pero el éxito está subordinado al criterio de la justicia, a la voluntad de aplicar el derecho y a la comprensión del derecho. El éxito puede ser también una seducción y, de esta forma, abre la puerta a la desvirtuación del derecho, a la destrucción de la justicia. “Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de bandidos?”, dijo en cierta ocasión San Agustín. Nosotros, los alemanes, sabemos por experiencia que estas palabras no son una mera quimera. Hemos experimentado cómo el poder se separó del derecho, se enfrentó contra él; cómo se pisoteó el derecho, de manera que el Estado se convirtió en el instrumento para la destrucción del derecho; se transformó en una cuadrilla de bandidos muy bien organizada, que podía amenazar el mundo entero y llevarlo hasta el borde del abismo. Servir al derecho y combatir el dominio de la injusticia es y sigue siendo el deber fundamental del político. (Benedicto XVI, 09-2011, Parlamento alemán)

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