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martes, 21 de febrero de 2017

Escrito en ABC de la ex-diputada del partido principal en el Gobierno, Lourdes Méndez Monasterio.


El fin de los principios
La celebración del XVIII Congreso del Partido Popular ha tenido cierto carácter histórico. Para el archivo de las páginas menos brillantes del partido, quedará siempre la burda maniobra con la que se impidió la votación de una de las enmiendas clave del encuentro, la que pretendía saber si estamos a favor del derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural o, por el contrario, del llamado derecho al aborto, o la eutanasia.
Pudiera parecer que se ha buscado cierta ambigüedad al evitar que sobre esto se pronunciasen los compromisarios, pero la verdad es todavía más decepcionante: lo cierto es que la actual dirección del PP ha asumido en bloque el proyecto acogido por gran parte de la izquierda europea.
Aunque a priori pueda parecer una afirmación exagerada, un análisis objetivo de los hechos no puede llevar a otra conclusión, porque las cortinas de humo y los algo torpes malabarismos del congreso ya sólo pueden engañar a los más ingenuos. Allá donde los textos son deliberadamente ambiguos, vacíos o espesos, sólo hay que mirar la trayectoria legislativa del partido. No debemos seguir ocultando la verdad.
No se puede pretender el apoyo de quienes creen en el derecho a la vida y al mismo tiempo consolidar el derecho al aborto o abrir la puerta a la eutanasia. No se puede decir que se está a favor de defender la libertad de expresión y a la vez multar al que discrepa. No se puede pretender la herencia del humanismo cristiano y al mismo tiempo abrazar el laicismo.
No es creíble hablar de libertad de educación y proponer leyes totalitarias de género. No es verdad que se defiende a la familia cuando se la diluye entre cualquier otra forma de convivencia. Y tampoco, por mucho que se empeñen los más fervientes apóstoles del relativismo, se puede construir un proyecto político positivo basado en el desprecio permanente a la principal masa de tu propio electorado, porque muchos ya perciben que no existe ninguna diferencia sustancial entre el programa del PSOE y el del PP.
De hecho, en asuntos como el de los vientres de alquiler, ya somos más «progresistas» que el PSOE o incluso Podemos. Al igual que hemos rebasado la confiscación fiscal que contemplaba Izquierda Unida.
Lo más honrado, en este punto, sería reconocerlo abiertamente, para que el carácter histórico del congreso se haga más evidente. Y para que los españoles sean conscientes de que determinados principios y valores ya no tienen representación parlamentaria en su país. Una verdadera desgracia, sobre todo en un momento en el que esos principios y valores tienen cada vez más respaldo en países de nuestro entorno.
El modelo relativista está en franco retroceso en todo el mundo, porque es un modelo fracasado. Y nosotros nos hemos anclado en ideologías trasnochadas habiendo perdido la oportunidad de un rearme ideológico tan necesario. Esta rendición rompe el equilibrio que ha hecho posible la convivencia durante décadas, y allana el camino hacia un totalitarismosoft al que nadie tiene capacidad de oponerse.
Casi ha sido preferible la “sinceridad” de algún dirigente del partido que aseguraba a este mismo diario [ABC] que “mantener principios inquebrantables te convierte en una opción inútil”. Lo más pernicioso de esta declaración consiste en proclamar como “inútil” la defensa firme de unos principios básicos.
Es una aseveración que partiendo del portavoz del PP en el Congreso, evidencia como único objetivo el conservar el poder, porque, cabe preguntarse cuál es la utilidad que persigue aquel que representa a los ciudadanos desde un partido o un cargo público.
Ya que, si no es la defensa inquebrantable de principios básicos para la convivencia tales y como son la vida, la familia natural como célula básica de la sociedad o la dignidad de la persona, y su libertad, es fácil concluir que serán otros beneficios o intereses los que se persiguen desde la labor política. Pudimos comprobar cómo en el congreso parecía más importante la defensa de compatibilizar dos cargos, que cualquiera de estos asuntos.
En una conclusión ‘churchiliana’ podríamos decir que hemos abandonado los principios para mantenernos en el poder, y puede que pronto no tengamos ni poder ni principios.
La pirueta mediática y la ceremonia de la confusión todavía puede durar un tiempo, de ello se ocupará la estudiada ambigüedad de nuestro discurso, pero sobre todo el miedo a las proclamas radicales de adversarios extremistas, quizá tan estudiadas como lo primero. En cualquier caso, como todas las posturas de conveniencia e indefinición, no se pueden considerar como opciones serias de futuro.
Para los que creemos en la importancia de estos principios “inútiles”, se hace urgente una profunda reflexión. Debemos encontrar la alternativa para defenderlos, ya que lamentablemente, desde ahora, ninguna fuerza parlamentaria lo hará.

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