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domingo, 8 de mayo de 2016

Por qué es tan difícil entenderse con otros

  1. El miedo. Si el otro puede ser un enemigo, lo que tengo que hacer es agredirle, si soy más fuerte, o alejarme de él, si me parece que no ganaré. Hoy hay muchos miedos, causados unos por el entorno físico, pero la mayoría tienen causas humanas. En todo caso, “al enemigo, ni agua”: no hay diálogo. Una variante de esto es que el otro es “diferente”: de otro credo político, de otra raza, inmigrante, pobre (o rico)… Recuerdo que un amigo mío iba por la calle, hace años, con un paraguas en la mano, y oyó unos pasos detrás; era de noche, y pensó que el que le seguía quería atacarle, de modo que, sin mediar palabra, se volvió y empezó a golpearle. El otro, claro, huyó. No hubo diálogo, claro: ¿cómo podía haberlo con un enemigo potencial? Esto lo superamos cuando el otro deja de ser un peligro, porque lo conocemos, hablamos con él, tenemos algunos puntos de contacto… 
  2. La venganza. El otro me ha hecho daño y, por tanto, yo he de castigarle, de exigirle el “ojo por ojo y diente por diente”, o quizás más, el “me las pagarás” hasta el límite. El daño del otro puede ser real o imaginario, próximo o lejano, quizás muy lejano. Pero mientras no haya saldado la deuda y haya compensado la brecha, no estaré tranquilo. Y lo peor es que el otro, seguramente, pensará que ahora la brecha exige otra venganza por su parte. La ley del Talión que he enunciado antes se presentó en su día como una moderación de la venganza: has de pagar exactamente por lo que has hecho. A menudo, las cosas van más lejos.
  3. La justicia. ESto es más peliagudo: el otro ha cometido una injusticia, real o imaginada, y tiene que repararla. Exigirlo es un deber. No hay solución: el que la hace, la paga. El otro puede ser una persona pacífica, que reconoce su culpa y está dispuesto a enmendarla, o no. En todo caso, mientras la deuda esté pendiente, no hay diálogo posible. Y, claro, hoy en día tenemos tantas deudas unos con otros…
¿Qué podemos hacer? Se nos ocurren soluciones, como mejorar el conocimiento del otro y de lo que hizo; tratar de entender sus actitudes e intenciones, buscar personas que hagan de intermediarios y nos ayuden a cerrar la brecha… Al final, sobre todo en el segundo caso, perdonar. Y en el tercero, cumplir lo que sea de justicia y perdonar. Cuando en un accidente de tráfico otro ha dejado mi coche mal parado, exigiré la compensación, claro, pero al final debo darle la mano, ¿no? Y no es fácil, claro. Al final, el que está dispuesto a perdonar, incluso al que le causa miedo, es porque es más fuerte: quizás no físicamente, pero sí moralmente. “Puedes hacerme el daño que quieras, pero no me quitarás la paz de conciencia, la actitud de tenderte una mano, la disposición a no pasar una mala noche por lo que me has hecho…” ¿Lo hacemos así? ¿Lo enseñamos a nuestros hijos?

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