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miércoles, 13 de agosto de 2014

El milagro de D. Álvaro del Portillo


La Santa Sede atribuye a la intercesión de don Álvaro la recuperación del niño José Ignacio Ureta Wilson tras un paro cardíaco de más de media hora, acaecido el 2 de agosto de 2003


        Relato médico de la curación de José Ignacio Ureta Entrevista a Susana Wilson, madre de José Ignacio Ureta Wilson


-¿Qué edad tiene actualmente José Ignacio?

-El día 10 de julio va a cumplir diez años. Nació el 10 de julio de 2003.

-Nació con problemas, ¿no es cierto?

-Bueno, en realidad los problemas se manifestaron bastante antes del nacimiento. Ya en enero de 2003, cuando yo estaba esperando a José Ignacio, se nos señaló que su nacimiento no sería fácil ya que era muy probable que naciera con onfalocele (hernia intestinal). Desde ese momento nos encomendamos a don Álvaro y rezamos su estampita. Cuando me hicieron la ecografía, en marzo, el diagnóstico se confirmó.

A principios del mes de junio me debieron internar en la clínica para que el embarazo pudiera concluirse felizmente. La espera se nos hizo eterna, fueron momentos difíciles pues nuestro hijo mayor se quedaba en la casa y sentía el nerviosismo de sus padres.

Cuando por fin José Ignacio nació, pesaba 1 kilo y 750 gramos: eso para los doctores era un éxito, ya que de él se esperaba nada más que 1 kilo y medio.

-¿No se había detectado ningún fallo en el corazón?

-Antes del nacimiento, no. Pero después los doctores, para poder operar lo antes posible el onfalocele, hicieron varios exámenes, y enseguida detectaron que José Ignacio tenía una malformación cardiaca con consecuencias graves para la circulación de la sangre.

Las crisis del corazón fueron constantes desde el primer momento. El día sábado 12 de julio operaron a José Ignacio de onfalocele, pero todo se complicó, porque le bajó la temperatura, tuvo un paro cardiaco y hubo que terminar la operación de urgencia. En los días siguientes hubo nuevas crisis, y sufrió un daño en el cerebro: tenemos una ecografía del 28 de julio que muestra cambios en la masa cerebral, con lesiones en los dos hemisferios debidas a falta de irrigación.

Un día comencé a rezar en silencio, y me pareció que los índices de saturación de oxígeno reflejados en la pantalla de José Ignacio se estabilizaban poco a poco. Recuerdo que se lo dije a mi marido. En cierto momento, la enfermera de turno pasó a ver cómo estaba, y al ver que la saturación parecía mejor disminuyó el respirador para que José Ignacio fuera de a poco respirando por sí solo. Ese fue el momento clave para reafirmarnos en la convicción de que don Álvaro estaba ayudándonos y volví a insistir a más personas a que, por favor, siguieran rezando a don Álvaro por José Ignacio.

En un principio la idea era lograr estabilizar a José Ignacio, darlo de alta y al cabo de un año operarlo, pero en vista de la situación los doctores decidieron hacerle una operación paliativa, para poder después hacer su operación definitiva.

José Ignacio fue operado del corazón el 30 de julio, a 20 días de su nacimiento, y durante las primeras 48 horas de postoperatorio todo fue muy bien. Se veía contentos a los doctores.

Después, la situación cambió de golpe.

-¿Qué sucedió?

-El día 2 de agosto, cerca de las 14:30, nos pidieron que fuéramos de inmediato a la UCI pediátrica de la Universidad Católica, porque José Ignacio estaba muy mal. Nos imaginamos que la gravedad debía ser extrema. Rezamos a lo largo de todo el camino. Al llegar pedí ver a mi hijo y me dijeron que no era posible porque lo estaban reanimando. Salí casi sin poder caminar de los nervios, abracé a mi suegro que se encontraba ahí en ese minuto y comencé a rezar la estampita de don Álvaro sin parar. Terminaba y empezaba nuevamente, no hacíamos otra cosa.

Llamamos a varias personas y pedimos que le avisaran a todo el mundo que se rezara a don Álvaro del Portillo pidiendo por José Ignacio.

Una enfermera me contó luego que ese día ella vio a José Ignacio y le sorprendió lo raro que se veía, aunque sus índices eran normales. Decidieron hacerle un ecocardiograma, y fue entonces cuando se dieron cuenta del derrame en el pericardio y comenzaron de inmediato las maniobras para reducirlo. Luego sobrevino el paro.

-¿Otro paro cardiaco, como los de antes de la operación?

-No: este paro duró más de media hora. Los médicos ya lo daban por muerto, porque no reaccionaba ni al masaje cardiaco ni a nada. Pero cuando estaban empezando a desistir, el corazón de José Ignacio volvió a latir.

Aun así, la hemorragia había sido masiva. Recuerdo que fue el doctor Felipe Heusser, cardiólogo de la Universidad Católica, quien nos comunicó que José Ignacio había recobrado la frecuencia cardiaca, pero había sufrido un derrame en el sector del pericardio y también alrededor del riñón.

Entramos a verle y su color era fantasmal, nos dio mucha pena. Sus uñas se veían moradas: según me habían explicado, era una consecuencia de la falta de oxigenación.

Durante todo ese día los rezos fueron intensos.

-¿Cuándo comenzó la recuperación?

-Al día siguiente a primera hora nos informaron que José Ignacio había pasado bien la noche. Cuando lo fuimos a ver me sorprendió su color saludable como el de un niño recién nacido y que sus uñas ya no tenían aquel color morado.

Recuerdo que el doctor de turno nos comentó que el doctor Heusser había llegado preguntando a qué hora de la noche había muerto José Ignacio. Es un detalle que siempre me ha parecido sorprendente, porque es lo mismo que preguntó el doctor al padre de san Josemaría cuando tuvo una enfermedad grave, de niño.

El doctor Heusser me ha confirmado que jamás pensó que viviría. Constantemente me recalca lo sorprendente de la salvación de José Ignacio. Una vez nos preguntó a quién le habíamos rezado. Los demás doctores también estaban sorprendidos.

-¿Ahora José Ignacio hace vida normal?

-Hace la vida normal de un niño de su edad, aunque ha tenido que ir superando unas dificultades de partida con las que otros niños no se han encontrado. Después de todo lo que le sucedió, pensábamos que no le quedaba más alternativa que morir o, si sobrevivía, permanecer postrado en una cama. Por eso, para nosotros todo lo que José Ignacio hace solo tiene explicación a la luz de Dios y de la intercesión de don Álvaro.

Es un fanático futbolista. En cuanto tiene ocasión, se pone su polera de Alexis Sánchez, o de Messi, o la de su equipo, el Colo-Colo, y juega fútbol con sus amigos. También le gusta el tenis, y un profesor con el que ha jugado en nuestras estadías en el campo dice que es muy coordinado y entusiasta. Bailando es incansable: le gusta mucho la música, y se le puede ver en la casa cantando canciones inventadas por él y bailando todo tipo de ritmos. En el matrimonio de su tía bailó sin cesar hasta que terminó la fiesta.

-¿No ha tenido secuelas de tipo neurológico?

-José Ignacio toma remedio para la concentración y, como algunos de sus compañeros, tiene una psicopedagoga que lo ayuda a avanzar. O sea, se puede decir que las dificultades que ha tenido entran dentro de lo normal. En el colegio, la lectura y la escritura le han costado, pero ahora se las arregla bastante bien.

A juicio de la psicopedagoga, José Ignacio puede dar mucho de sí y es muy astuto. A veces cuando hace una tarea y no le resulta se enoja, pero luego recapacita y vuelve a trabajar. Tiene la perspicacia de captar todo rápidamente, y luego es capaz de utilizarlo como broma para reírse o como argumento para justificar algo. En las comidas nos hace reír mucho, pues siempre tiene el humor a flor de piel.

-¿Cómo describiría el temperamento y la personalidad de su hijo?

-Soy su madre, y reconozco que a veces puedo perder la objetividad. Pero intentaré apegarme lo más posible a la realidad, sin dejarme guiar por los sentimientos o por el orgullo de tener un hijo como él.

José Ignacio es un niño alegre, entusiasta, muy motivado. También destacan en él la perseverancia, la poca tolerancia a la frustración, una gran autoestima y la sociabilidad.

En el colegio tiene muchos amigos con los que se junta para hacer tareas, o para jugar wii o play station o fútbol. Lo invitan mucho a otras casas de compañeros, es un líder dentro del curso. También es amigo de muchos profesores, auxiliares y alumnos más grandes que él. En la fiesta del colegio participó en un concurso de baile, y no tuvo problema en pedirle el micrófono a los más grandes para cantar una canción.

Una anécdota que recordamos, de cuando tenía ocho años, es la de un profesor de religión que lo ve llegar al colegio con una rica colación en la mano. Con mucho entusiasmo le dice a José Ignacio que esa colación está muy rica para tomársela acompañada de un café, y él le responde: “mejor acompañada de una cervecita”. Ese humor rápido es permanente en él.

Pese a que el colegio no le ha salido fácil, ha sabido ser perseverante y jamás ha disminuido su autoestima por ello. Si algo le cuesta, pide ayuda y no se hace problema.

En familia es también un niño alegre, luchador y gozador de la vida. El nacimiento de su hermano pequeño, hace algo más de un año, lo llenó de felicidad: le canta, le conversa, lo toma en brazos, se preocupa si llora y está pendiente de quienes se acercan a él, para protegerlo.

-¿Puedo preguntarle qué ha supuesto para usted y para su marido esta historia?

-Ha supuesto mucho espiritualmente. También ha dejado huella en otros aspectos, pero sobre todo ha sido importante en el aspecto espiritual. Cuando analizamos nuestra vida de matrimonio, nos damos cuenta de que para nosotros la “aventura” de José Ignacio ha sido un proceso de conversión y de acercamiento muy profundo a Dios.

Fue en ese entonces cuando descubrimos nuestra vocación al Opus Dei. Yo mientras hacía reposo en la clínica, antes de que José Ignacio naciera, y mi marido al tiempo después. Esperamos que don Álvaro siga intercediendo por nosotros en el futuro, como hasta ahora.

-¿Cree que el caso de José Ignacio encierra algún mensaje que pueda interesar a todos?

-Es una llamada a la esperanza para todos los que viven en dificultades. José Ignacio es un recuerdo vivo del regalo que Dios nos ha hecho trayéndonos a este mundo, y su perseverancia nos muestra lo que significa luchar día a día y dar lo mejor de nosotros mismos en las circunstancias de la vida en que nos encontremos. En momentos en que las circunstancias son adversas, estar cerca de Dios es lo que da la fuerza para salir adelante.


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