Por Fernando Hurtado, Biólogo molecular, Doctor en Teología
De cara a la especie de debate que hay en la sociedad española sobre el aborto, quiero hacer una aportación sobre este tema. Las consideraciones que hago, es para entender mejor lo que está en juego, QUE ES LA HUMANIDAD DE LA MUJER Y DEL VARÓN.
Cuerpo y alma de madre.
La
mujer advierte su llamada a la maternidad cada vez que mira y reflexiona sobre
su cuerpo. Es bueno que lo haga, para enriquecerse existencialmente y
amorosamente. Acoge con su cuerpo y en su cuerpo, al esposo y al hijo, a la
persona. Por medio de ella, el esposo participa en la fecunda tarea de
transmitir la vida; después la alumbra, y la deja fuera de sí. Desde que sabe
que está embarazada tiene un conocimiento realista de que el hijo no es su
cuerpo, sino que toma de su misma vida. El hijo es una vida que vive en ella.
Esto conlleva un plus existencial que la perfecciona mucho y esencialmente.
Qué
bien sabe la mujer qué es la vida, qué es un hijo, quién es su hijo. Enseña a valorar al marido el
nervio de la creación divina, el valor y dignidad del hombre. La mujer no debe
impresionarse al escuchar que es “la responsable” principal, y la custodiadora del ser humano. Al
contrario, se encuentra preparada para esa tarea tan importante; Dios la ha
preparado particularmente.
Cuando
nazca, alimentará con sus pechos al hijo. Conocía la finalidad material de
estas glándulas, pero con la maternidad se hace actual el sentido físico
primigenio. Son para el hijo, pensadas para el hijo. No son órganos
primordialmente para lucir, o seducir, o para mostrarse sexy, o para mejorar con la cirugía estética. Son indicadores de su ser mujer-madre.
Toda
esa riqueza de significados y relaciones, hacen de la mujer “el centro de la familia”, y de la vida. Va
haciendo donación de sus valores y pertenencias, hasta del cuerpo. Todo lo va
entregando.
Aprender la paternidad.
El
varón entiende su paternidad en la maternidad. El hijo que se desarrolla en la
mujer es igualmente suyo. Ciertamente ese tiempo entraña una gran conciencia de
paternidad por parte del varón, pero los
sentimientos hacia la vida del hijo podrían sean más bajos, incluso “no
entrañar complicaciones”.
Por
esto, la valoración tan realista de la maternidad por parte de la mujer no
conduciría al aborto prácticamente nunca. En caso del varón hay más posibilidades
de que sí lo considere desde una “pobre y escasa relación” con la nueva vida,
la vida del que es también e igualmente su
hijo. De aquí que toda insistencia sea poca para que la mujer no olvide que
ella enseña a ser padre al varón.
Si
intencionalmente la relación sexual con
la mujer fuera sólo física; más aún, si no tuviera lazos matrimoniales, le
podría resultar difícil de aceptar una realidad con tantas responsabilidades
como la paternidad. Por eso no debe plantearse nunca la unión sexual sólo como
un momento de placer, sino sobre todo como una relación amorosa, y también en
su carácter generativo o procreativo.
Para que la actitud sea también
de respeto y valoración de la grandeza y alcance del acto sexual. Por eso, sólo
debería tener lugar en el matrimonio, entre esposos.
Quizá
la mayor parte de culpa en los abortos sea la soledad en que se deja a la mujer
que ha concebido, quizá sin esperarlo, influida por leyes infames y unos medios
de comunicación tantas veces no razonables.
Sola, física y humanamente, suele quedar la mujer: sin apoyos. Y así,
rodeada de la frivolidad de tantos, puede experimentar la tentación del aborto.
Por
este motivo, ciertamente si alguien no debe banalizar el acto sexual es la
mujer. Debe dejar claro al varón –ya que ella lo percibe mejor- que el acto
sexual hace relación al amor y a la vida. Jamás debería unirse a él sin la
aceptación de su posible paternidad porque, aunque resulte obvio, no se da
nunca exclusivamente la maternidad. Si no existe respeto a la maternidad, por
falta de consideración de la propia paternidad, ese varón es inmaduro, y no
tiene derecho a unirse sexualmente con una mujer, ni siquiera con su propia
esposa.
Los variados efectos del aborto.
Un
modelo de astucia –uno entre muchos, aunque todos tienen el mismo patrón- fue
el modo cómo presentar la licitud (la bondad civil) del aborto. Sólo en casos
extremos; y en un primer momento, sólo en uno: en caso de grave peligro para la
vida de la madre. Sabemos la transformación que ha sufrido con el tiempo: las
causas se han multiplicado, aunque se
reducen casi siempre, de hecho, al daño “psicológico” en la madre, que suele
ser el “producido por una indeterminada carencia de medios económicos”.
Pero
no olvidemos una cuestión igualmente importante. Es cierto que con el aborto,
físicamente, muere un niño. Pero quizá no se ha considerado suficientemente las
otras muchas “víctimas” que produce: la mujer, la madre, la maternidad, la
paternidad, el sentido de filiación en la persona, el principio primero de la
dignidad humana, el derecho individual y social a la existencia, la confianza y
seguridad dentro de la familia con los padres, etc.
Por
eso, repitiéndome, para que repasemos,
no podemos eludir estas preguntas a la razón y a la conciencia:
-¿Qué efectos
psicológicos produce el aborto en la mujer?
-¿Qué concepto de
maternidad puede sobrevivir en ella?
-¿Qué efecto produce en
las chicas de hoy la naturalidad con que se habla de la posibilidad de abortar?
-¿Qué efectos
psicológicos se dan en el varón, en el padre, en el esposo, sobre todo si no
acepta el aborto, porque es tomado fundamentalmente como un derecho de la
mujer?
-¿Qué concepto de
paternidad sobrevive en él después del aborto?
-¿Qué piensan los hijos,
cuando desde muy corta edad están al tanto de este –y de los demás- medio de
regulación de los nacimientos?
-¿Qué concepto de padre,
de madre, de filiación cristaliza en los hijos?
-¿Qué concepto de
paternidad, maternidad, filiación y familia,
se piensa transmitir a las futuras generaciones?
-¿Qué reacciones pueden
darse en los hijos cuando conocen que en el ámbito de sus padres estuvo la
posibilidad de la no aceptación, incluso de la destrucción, de sus vidas?
Ya
sé que da miedo responder a estas preguntas, pero van dirigidas para evitar el
golpe devastador para las futuras relaciones humanas esenciales que supone el
aborto.
Con
un lenguaje forzado y ridículo se defiende como conquista de la mujer. Sobre el
aborto se han acuñado fundamentalmente dos acepciones:
-bien
es un derecho de la mujer, dentro del derecho a disponer como desee de su
cuerpo;
-
o es sencillamente la interrupción del embarazo.
¡Cuántos
discursos en el mundo político y en el ideológico lo plantean de modo
positivo! ¿Por qué tanto interés en su
instauración en todo el mundo?
Si
se acepta o no se le combate, el oído y la conciencia parece que se acostumbran
a su existencia, y pesa menos su gravedad.
Por
esta causa, sin darse cuenta, se está generalizando en muchas mujeres la pérdida
del sentido de su maternidad como elemento fundamental y distintivo de su
personalidad. Como opinión válida, se genera el pensamiento de que no es para
tanto, de que al fin y al cabo la maternidad no es más que un proceso biológico
y material; la realización de la personalidad femenina estaría ligada a otros
ámbitos mas personales y libres y menos fisiológicos.
Y
sería verdad en cierto modo. Para quien la vida humana -que en su origen se
desarrolla en el cuerpo de la madre- resulta tan poco trascendente, igualmente
de intrascendente le resulta la maternidad. Pero habríamos eliminado uno de los
componentes esenciales de la sexualidad femenina, es decir de los elementos
diferenciadores de la personalidad.
Recuerdo
que caminando por una gran ciudad europea al inicio de la década de los 80, me
tropecé con una manifestación de mujeres, más bien jóvenes, que gritaban
–porque iban gritando- el siguiente eslogan: “el útero es mío; y hago con él lo
que quiero”.
Era
una de las expresiones más genuinas y conocidas de los comienzos del feminismo
radical. No sólo no se apreciaba que en la procreación cuenta a partes
iguales la mujer con “su útero” y el
varón, sino que expresaban la maternidad, sin nombrarla siquiera, como algo con
sólo validez orgánica. El embrión, el hijo, sería sólo suyo, una pertenencia; no sólo no tiene nada que ver el varón, sino
que la existencia del ser del hijo está de modo absoluto bajo su dominio (como
parte de su cuerpo).
Si
una mayoría de personas, hombres y mujeres pensaran de ese modo; si ese
concepto u opinión fuese tomado como verdadero, entonces ciertamente habría
cambiado todo en la humanidad, y por supuesto en la relación varón-mujer. La
vida humana se la podría considerar en todos los casos como algo de valor
accidental e intrascendente, donde reinaría una tremenda confusión y ceguera de
todos los valores humanos, entre ellos el amor.
La
terminología ha sido servida, y se ha generalizado: Interrupción voluntaria del embarazo; fecundación “in vitro”
como alternativa; pruebas eugenésicas
sobre la salud del embrión para determinar si se permite que su desarrollo siga
o no su curso; experimentos con embriones…
Hago
notar el enorme cuidado para no designar a los embriones como personas, ni
siquiera como seres humanos. ¡Y en estos sectores, está terminantemente
prohibido hasta mencionar el término “derechos del embrión”, que son los mismos
que los de las personas nacidas! En Estados Unidos –lo siento si hiero
sensibilidades-, en la era Clinton, a pesar de la oposición del Congreso de los
Estados Unidos, el presidente vetó más de una vez que los embriones no fueran
abortados hasta el mismo momento del nacimiento. No debían ser considerados personas hasta tener más de la mitad del
cuerpo fuera de la madre (¡¡¡eso sí que es positivismo jurídico!!!). Hasta ese
momento se les podía eliminar. No quiero describir el procedimiento.
Hemos de hablar necesariamente de esto, porque hace
especialmente referencia a la armonía de la persona femenina, que es la madre
de cada hombre, de cada mujer.
Los efectos del aborto, admitido socialmente, en la
afectividad de las mujeres.
Con
esos presupuestos, la afectividad de la
mujer hacia el varón-padre, que se encuentra tan ligada con la tendencia a la maternidad, se deforma
inevitablemente, o incluso se pierde. Puede suceder intencionalmente en mujeres
que el concepto personal de maternidad sea sustituido por el concepto biológico
de reproducción. Para que se produzca ese cambio de valoración no es preciso
que se tenga la experiencia personal del aborto, sino basta con que el oído se
acostumbre a escuchar sobre el poco valor de la vida humana.
Las
tendencias y sentimientos del espíritu femenino sobrevivirán y pueden
regenerarse siempre, a pesar de que parezcan estar sumergidas en un olvido
psicológico y antropológico. Pero a
nivel general, por el bien y la concordia entre los hombres, se debe de dejar
de atacar a la vida y a la maternidad. Aunque no se favoreciera positivamente,
es preciso y urgente que se deje de denigrar en la sociedad y en los medios de
comunicación. En caso contrario, como he
insinuado antes, habría que temer con razón por la psicología de las
generaciones que vienen.
Idea
clave: Si se pierde o empobrece el
sentido de la maternidad, sucede lo mismo con la afectividad hacia
los futuros hijos y hacia el varón, padre o esposo.
Y
entonces…
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