Por Antonio R. Rubio
El mandato de un presidente americano suele estar unido a una determinada orientación de la política exterior. De ahí que históricamente se haya hablado de “doctrina” para explicar un conjunto de ideas que fijan dicha política. Ejemplos bien conocidos, entre otros muchos, son la Doctrina Monroe, la Doctrina Truman o la Doctrina Carter. Dados estos antecedentes, ¿puede hablarse de una Doctrina Obama?
Para afirmar la existencia de una doctrina se toma como punto de referencia el contenido de un discurso, un artículo o una declaración de principios. En el caso de Obama no faltarían discursos para elaborar las bases de una doctrina, pero no sería sencillo extraerlas del texto, dada la fama de pragmático del inquilino de la Casa Blanca.
Grandes expectativas, grandes decepciones
Entre los ejemplos más conocidos está la intervención del presidente en El Cairo (4 de junio de 2009), toda una declaración de principios sobre las relaciones de Washington con el mundo árabe y musulmán, y que ha sido recientemente actualizado, con referencias a las revueltas árabes, en el discurso sobre Oriente Medio de 19 de mayo de 2011. Son discursos que han despertado grandes expectativas, aunque al mismo tiempo grandes decepciones.
Por ejemplo, el presidente ha llamado a una negociación entre israelíes y palestinos para crear un Estado palestino, con el pragmático argumento de que es beneficioso para la seguridad de Israel. Pero no ha puesto en marcha iniciativas concretas que impliquen a las partes con el argumento de que la paz no puede imponerse, aunque haya reconocido que la reconciliación entre Hamás y Fatah, que quizás acabe siendo otra tregua más, no es una buena noticia para el proceso de paz, dada la persistencia de los islamistas de Hamás en no reconocer la existencia del Estado de Israel.
Tampoco ha convencido a las partes el llamamiento del presidente para establecer un acuerdo conforme a las fronteras anteriores a la guerra de 1967, aunque quepan rectificaciones. Para unos es excesivo, y para otros es demasiado poco. Este es el riesgo de querer contentar a todos al mismo tiempo, con el añadido de que se está difundiendo la imagen de un Obama hostil o crítico con los israelíes, algo nada recomendable en vísperas de una reelección, lo que explicaría el discurso del 22 de mayo del presidente ante el influyente lobby judío americano de la AIPAC. Allí se recordaron las realizaciones de la alianza americano-israelí, manifestadas en el refuerzo de las sanciones contra Irán o en la transferencia de sofisticados sistemas defensivos. Un discurso que pretendía ser tranquilizador, aunque añadía poco a la alocución sobre Oriente Medio de tres días antes.
El efecto Zelig
Obama es pródigo en discursos, pero eso no implica una mayor claridad en la exposición de su doctrina. Es un hombre más de estilo que de contenidos. Sabe presentar con claridad unos principios, no pocas veces ilustrados con ejemplos históricos o simples detalles tomados de la actualidad que atraigan el interés o la emoción de los oyentes, pero a veces flaquea en el ámbito de las propuestas concretas. Quizás no sea un defecto sino la propia esencia del pragmatismo presidencial.
Ese pragmatismo, adaptable como un guante a las circunstancias, puede llevar a predecir que Obama no dejará una gran influencia ideológica en el partido demócrata, a diferencia de la impronta que dejó Reagan durante décadas entre los republicanos. Se entiende que algunos analistas políticos no hayan dejado de subrayar que Obama padece el efecto Zelig, en referencia a un film de Woody Allen que presentaba a un “hombre camaleón” capaz de mimetizarse con el medio. Las cuidadas referencias en sus discursos a Lincoln, Roosevelt o Kennedy, apoyadas por unos medios que las han amplificado a través de imágenes o comentarios, han contribuido también a alimentar la idea de que no es fácil definir el pensamiento político de Obama. Si hoy no aciertan a definirlo los analistas, menos lo harán los historiadores.
Nunca se presentó como moralista
En Europa los medios, junto con determinados partidos políticos, crearon la imagen, en plena campaña electoral, de Obama, el americano bueno, frente a Bush, el americano malo. Convirtieron al candidato demócrata en la expresión de una recta conciencia moral por oponerse a la guerra en Irak, cuando en realidad Obama nunca se presentó a sí mismo como un moralista o pacifista. En un discurso del 2 de octubre de 2002 en Chicago calificó a la contienda que se avecinaba como una “guerra estúpida”, y en esa misma intervención nombró explícitamente a los líderes saudíes y egipcios como opresores de su propio pueblo.
Sin embargo, en su reciente discurso sobre Oriente Medio no hay la más mínima referencia a la monarquía saudí. Obama no puede renunciar a la alianza estratégica, iniciada por Roosevelt en 1945, entre la América democrática y la monarquía feudal árabe. Hay en el discurso críticas a un aliado como Bahrein, importante base aeronaval en el Golfo Pérsico, porque está reprimiendo a la oposición, pero no se piden reformas para Arabia Saudí. Esto se llama pragmatismo, como también lo es el llamamiento de Obama al presidente Assad de Siria para que encabece la transición en su país por medio del diálogo.
No han faltado las comparaciones sarcásticas sobre si se hubiera hecho una petición en estos términos a Hitler durante la II Guerra Mundial. Y es que el miedo a que se altere elstatu quo geopolítico de Oriente Medio con la caída del régimen sirio, temor que puede compartir el propio Israel, parece prevalecer sobre la defensa de la democracia y de los derechos humanos. En Siria, a diferencia de Libia, está descartada toda intervención humanitaria. Después de todo, Obama opinaba en su campaña electoral que esas intervenciones pueden ser correctas en muchas ocasiones, pero algunas veces no son “una buena idea”.
El hombre que mató a Bin Laden
El pragmatismo de Obama salió ampliamente reforzado con la muerte de Bin Laden Más allá del castigo del autor intelectual del 11-S, cabe también intuir un objetivo relacionado con la carrera presidencial. Obama ha quedado en la Historia como el hombre que mató a Bin Laden, aunque el golpe de efecto no tenga la misma fuerza que si se hubiera producido unos años antes.
Lo principal es que el presidente se haya quitado el estigma de ser “débil” frente al terrorismo y un inexperto en temas de política exterior. La opinión pública americana valora más que se haya vengado a las 3000 víctimas de hace una década. Le tocó el corazón que en el discurso de Obama, comunicando la muerte de Bin Laden, se hablara de los niños que crecieron sin su padre o su madre, y le importan menos todos los análisis estratégicos sobre el mundo árabe.
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