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domingo, 14 de abril de 2013

Ana, «chica dura» y sin Dios


quería «dar algo a la Humanidad y suicidarme»... hoy es religiosa

A sus 25 años, la Hermana Ana María de la Peña ha vivido ya todo un itinerario espiritual complejo: una infancia con fe pero poca práctica, una adolescencia de ateísmo y amargura y una juventud adulta en la alegría del amor de Dios.


Familia de católicos ocasionales
        Ana creció en una familia en Cuenca, de católicos de "bodas, comuniones y funerales", de los que "llevan a sus hijos a la catequesis para que reciban los Sacramentos y ya está".
        En la catequesis de Primera Comunión le preparó un sacerdote que era "muy pero que muy bueno, nos tenía a todos los niños en el bolsillo. Y el buen recuerdo que tengo de las cosas de Dios de cuando era pequeña es gracias a él. Siempre me llamó la atención como este sacerdote miraba a Jesús en el Sagrario y yo empecé a desear querer a ese Jesús que él quería tanto".
        También tuvo una profesora en su colegio público "que era una enamorada de la Virgen. Tenía una imagen de la Virgen en clase, le teníamos que rezar todos los días y en el mes de mayo llevarle flores, cantar la Salve en latín ... A mí esas cosas me encantaban y fue una experiencia bonita de Dios en mi infancia".
Exigencia adolescnte y una mala parroquia
        Llegó la adolescencia, con sus exigencias de radicalidad. Como en tantas familias españolas, Ana, que no iba a misa dominical, se apuntó a catequesis de confirmación "porque toca".
        "La parroquia a la que fui digamos que era muy incoherente. Yo siempre he sido una persona muy radical para todo, me gusta que lo blanco sea blanco y lo negro sea negro, y cuando no hay coherencia, me repele. Así que me enfadé con la Iglesia. Yo veía que lo que me decían y lo que ellos vivían en ese sitio no coincidía".
        "Aparte de eso, como era una adolescente, empecé a vivir una serie de cosas que ya no son tan inocentes, y la conciencia me remordía. Hay cosas que da mucha vergüenza confesar, y se unió la incoherencia que yo veía, con mi conciencia que me decía que estaba viviendo mal. Algunas de mis amigas empezaron a escuchar grupos de música claramente anti-católicos cuyas letras eran contra la Iglesia y todo lo religioso así que yo me empecé a convencerme de eso, que yo escuchaba a través de la música. Me venía bien pensar mal de la Iglesia para justificar mi conciencia. Y como siempre he sido radical para todo me metí de cabeza . Comencé un camino de rebeldía fuerte".
Ser duro en un mundo amargo
        La nueva Ana anti-Iglesia no era en absoluto especialmente feliz y realizada. Más bien lo contrario: era una adolescente que tenía que mostrarse dura y asumía que la vida debía ser, necesariamente, amarga.
        "Yo era muy dura con mis compañeros. Tampoco es que diese palizas, ni cosas de esas, pero digamos que no dejaba que nadie se pusiese en mi camino. Me encargaba de que si alguien me hacía algo lo pagase caro. A la gente le daba una especie de miedo mi forma de ser".
        "Además en esa época, había muchos problemas en mi familia. Todo lo que me rodeaba era un poco amargo. También la música que escuchaba transmitía amargura. Pronto mi visión del mundo fue esa, un sitio amargo y oscuro donde todos eran malos y yo tenía que serlo más, para que nadie me pisase. Eso era un poco lo que tenía dentro: rabia, desesperación".
Leer y estudiar pero ¿para qué?
        Otros adolescentes buscaban olvido o distracción en las discotecas, el alcohol, salir... pero a ella eso no le atraía: "me parecía como hacer lo que hace todo el mundo. No me atraía. No había nada que me atrajese, nada que me hiciese ilusión".
        Lo único que le interesaba, curiosamente, era leer y estudiar. "Era como un alivio, lo único con lo que yo disfrutaba".
        Pero, estudiar ¿para qué? No quería formar una familia, no soñaba con nada.
        Y Ana recuerda que se dijo a sí misma: “bueno, pues estudiaré, haré algún descubrimiento científico para hacer algún aporte a la humanidad, y después me suicido, y ya está”. Tenía 13 o 14 años, era una estudiante inteligente y lectora ávida... y esa era su visión de la vida.
        Esa era su situación cuando un día en clase el profesor comenzó a explicar las distintas teorías sobre el origen de universo.
"No digas eso, Dios existe"... y recordó
        "No sé a cuento de qué, pues el profesor no había dicho nada de eso, saqué el tema del Creador , y poniéndome de pie comencé a criticar muy duro a la Iglesia. Entonces una chica que había en clase que era creyente y muy convencida se levantó y me dijo: ´no digas eso; no digas eso, porque Dios sí existe´."
        Y eso bastó para hacer pensar a Ana.
        "No dijo nada más. No dio más argumentos. Pero estuve tres días sin poder parar de pensar en ello. Y empecé a acordarme de cuando era pequeña, y de la experiencia de Dios que yo había tenido entonces. Y de pronto empecé a echar de menos aquella paz, y aquella limpieza que yo tenía cuando era pequeña. Pero no sabía como encontrar el camino de vuelta. Me había lanzado de cabeza, y no sabía cómo volverme a levantar".
        Y Ana hizo algo que muchos no logran hacer: pedir ayuda.
        "Decidí pedirle ayuda, a esa compañera. Me acerqué a ella y le dije, “Oye, yo quiero creer en Dios, ¿me ayudas?” En ese momento ella no sabía si era una broma, si me estaba riendo de ella, si había cámaras ocultas, o algo así".
Monjas, ¿gente rara que canta en latín?
        Ella admitió que no tenía mucha formación y le animó a acudir a unas reuniones con religiosas. Ana no conocía ninguna monja. "Solo las conocía de películas, pero me las imaginaba como un círculo de gente vestida de negro, y cantando en latín. Pero estaba desesperada por tener luz y decidí ir a esas reuniones".
        "Y allí estaban las Siervas del Hogar de la Madre. Desde el principio me trataron como si me conociesen de toda la vida, con mucho cariño. Y todo lo que yo les preguntaba ellas me lo iban explicando".
Conociendo jóvenes cristianos alegres
        Ese verano participó en un campamento de jóvenes del Hogar de la Madre. "Me impresionó muchísimo, porque yo nunca había conocido jóvenes así, con esa ilusión, con esas ganas de vivir, con esa alegría, que estaban pendientes de todo el mundo. Yo me había auto convencido de que ya no existía gente buena. Y allí ví que sí, que existía gente buena. Fue como recuperar otra vez la esperanza".
        "Un día, que estábamos en la capilla, Jesús me habló en mi corazón y me dijo, ´Ahora decídete. O sigues por aquí, o te vuelves a ir donde estabas, pero doble vida, no´. Entonces viendo que la vida que llevaba antes no merecía la pena, me dije ¡me quedo con ésta que he encontrado!"
        Si nuestra hija va a misa, ¿está en una secta?
Sus padres, que como hemos explicado ni siquiera iban a misa los domingos, se asustaron al ver que ¡su hija iba a misa diaria! Ana ya casi no veía la televisión, ya no iba con su anterior grupo de amigos y -siendo gran lectora-, ahora se pasaba el día leyendo libros religiosos.
        "Mis padres pensaron que me había metido en una secta. Intentaron alejarme de todo lo que oliese a religioso y a partir de aquí empezó una película, que fue intentar esconderme de mis padres para ir a la Misa y todas esas cosas. Yo, ahora los entiendo, porque claro, fue un cambio muy radical. La verdad es que ahora lo recuerdo y me río", admite.
Responder por quienes no lo hacen
        Muy pronto, con 15 años, descubrió su vocación a la vida religiosa. "Iba andando por la calle tan feliz para ir a Misa, y no iba pensado en nada de la vocación, pero de repente me acordé de una cosa que yo hice en ese famoso campamento. Un día en la capilla, rezando, le dije al Señor que si él quería, que yo me ofrecía para responder por todas las almas que no lo hacen. Entonces, no me dijo nada. Y ya después de un tiempo, casi un año, yo iba por la calle, y como que me vino ese recuerdo a la cabeza, de cuando yo estaba en la capilla diciéndole eso al Señor. Y experimenté que me decían por dentro, “Pues acepto tu ofrecimiento”. Desde ese momento supe que tenía vocación. Estuve esperando hasta los 18 para poder entrar porque evidentemente mis padres no me iban a dar un permiso antes. Y cuando cumplí 18 años entré de candidata en las Siervas del Hogar de la Madre".
        Desde entonces ya han pasado unos años. Cumplidos los 25, Ana lo tiene claro: "Estoy muy agradecida al Señor por haberme sacado de esa oscuridad en la que vivía y ahora intento ser un testimonio de amor apasionado por el Señor y transmitir esa ilusión y esa esperanza que pienso que solo Él puede dar de una forma permanente".

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