Por Alfonso Aguiló
La vida de un hombre sin cultura es como una llanura desértica. La cultura nos facilita interpretar en clave de verdad la realidad del mundo que nos rodea. Con la cultura podemos despejar un poco de ese misterio que somos cada hombre. La cultura enriquece al hombre, le lleva a profundizar en sus raíces y en su historia. La cultura nos pone sobre la pista de nuestro pasado, nos hace valorar lo que ha sido nuestra andadura sobre la tierra –la nuestra personal y la de toda la historia del hombre– y nos empuja –si es verdadera cultura– hacia la verdad y, por ella, hacia la libertad.
Pero la cultura de un hombre no se improvisa. Para llegar a tener un pensamiento profundo, unas valoraciones acertadas, unos principios claros, unas referencias ricas, es preciso dedicar a ello mucho tiempo y esfuerzo.
Ser culto, además, no es simplemente saber muchas cosas, sino, más bien, tener una explicación coherente, y en clave de verdad, de lo que es el hombre y el mundo que le rodea. Lo importante no es tener muchos conocimientos, sino que esos conocimientos den una respuesta acertada a los problemas nuestros y de quienes nos rodean. Porque, de lo contrario, ¿de qué nos sirve tener muchos conocimientos, si luego resultan fragmentarios y contradictorios, si desconozco por completo la verdad que pueda haber en ellos? No puede olvidarse que, sin un criterio de verdad, la multiplicidad de conocimientos adquiridos desembocará en una erudición simple y ramplona, pero no en una verdadera cultura.
Para ser culto, para ir avanzando en esa lucha por cultivarse cada día un poco más, el hombre ha de tener un proyecto personal mínimamente definido. Cada uno ha de buscar una síntesis personal de sus intereses y necesidades en este sentido, y contribuirá así a forjar conscientemente su propia personalidad y su actitud ante la vida, y a esforzarse por superar la seductora mediocridad de esas subculturas –superficiales, anónimas, masificadas– que a veces parece que se nos quieren imponer, con una sutil y terca persistencia, y contra las que es preciso oponer una auténtica búsqueda de la cultura, de una cultura que realmente nos sirva para aprehender la realidad, vivir en ella y saber a qué atenernos.
La verdadera cultura ha de servir para interpretar correctamente la vida, para hacerla más humana, para descubrir sus posibilidades más genuinas y apuntar a sus más auténticas aspiraciones. El hombre no se agota en su biología, sino que tiene un mundo interior: puede ser sabio o ignorante, cultivado o tosco, lleno de luces o cubierto de sombras, ordenado o caótico, coherente o ilógico, puede buscar la verdad o sobrevivir como puede en el sórdido mundo del error, la ignorancia o la mentira.
Se trata de cultivar el propio mundo interior, sabiendo además que ese mundo siempre tiene luego su consiguiente reflejo en el exterior de cada persona. Y no sólo el carácter, sino hasta lo más aparentemente inmotivado del porte externo, como la mirada, los gestos, el rostro, el mismo tono de la voz, todo eso, es matizado, vivificado y mediatizado por el propio talante personal, por la propia forma de ser, que nace de lo más profundo del hombre y donde al hombre se le presenta la apasionante oportunidad de cultivarse, de proyectarse, de hacerse a sí mismo.
Un buen camino para mejorar el propio carácter es enriquecer el propio mundo interior. Así, lo que de ese mundo interior salga luego al exterior se parecerá lo más posible a lo que uno anda buscando.
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domingo, 17 de abril de 2011
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CRÍTICA AL PROFETISMO JUDÍO DEL ANTIGUO TESTAMENTO: La relación entre la fe y la razón expuesta parabolicamente por Cristo al ciego de nacimiento (Juan IX, 39), nos enseña la utilidad del raciocinio para hacer juicio justo de nuestras creencias, a fin de disolver las falsas certezas de la fe que nos hacen ciegos a la verdad mediante el discernimiento de los textos bíblicos. Nos exige criticar el profetismo judío o revelación. Enmarcado la crítica de los textos bíblicos en el fenómeno de la trasformación humana, abordado por la doctrina y la teoría de la trascendencia humana conceptualizada por la sabiduría védica, instruida por Buda e ilustrada por Cristo; la cual concuerda con los planteamientos de la filosofía clásica y moderna, y las respuestas que la ciencia ha dado a los planteamientos trascendentales: (psicología, psicoterapia, logoterápia, desarrollo humano, etc.), y utilizando los principios universales del saber filosófico y espiritual como tabla rasa a fin de deslindar y hacer objetivo que “es o no” es del mundo del espíritu. Método o criterio que nos ayuda a discernir objetivamente la verdad o el error en los textos bíblicos analizando los diferentes aspectos y características que integran la triada preteológica: (la fenomenología, la explicación y la aplicación, del encuentro cercano escritos en los textos bíblicos). Vg: la conducta de los profetas mayores (Abraham y Moisés), no es la conducta de los místicos; la directriz del pensamiento de Abraham, es el deseo intenso de llegar a tener: una descendencia numerosísima y un país rico como el de Ur, deseo intenso y obsesivo que es opuesto al despego por las cosas materiales que orienta a los místicos; la respuestas del dios de Abraham a los deseos del patriarca, no tienen nada que ver con el mundo del espíritu. La directriz del pensamiento de Moisés es la existencia de Israel entre la naciones a fin de llegar a ser la principal de las naciones, es opuesta a la directriz de vida eterna o existencia después de la vida que orienta el pensamiento místico (Vg: la moradas celestiales abordadas por Cristo); el encuentro cercano descrito por Moisés en la zarza ardiente describe el fuego fatuo, el pie del rayo que pasa por el altar erigido por Moisés en el Monte Orbe, describe un fenómeno meteorológico, el pacto del Sinaí o mito fundacional de Israel como nación entre las naciones a fin de gobernar y unir los doce tribus en una sola nación y hacer de Israel la principal de las naciones por voluntad divina, descripciones que no corresponden al encuentro cercano expresado por Cristo al experimentar la común unión, la cual coincide con descrita por los místicos iluminados: “El Padre y Yo, somos una misma cosa”. Las leyes de la guerra dictadas por Moisés en el Deuteronomio y el despojo y exterminio de las doce tribus cananeas, hace objetivo que el profetismo judío esconde una ideología racista, criminal y genocida serial. Discernimiento que nos aporta las pruebas o elementos de juicio que nos dan la certeza que el profetismo judío o revelación bíblica es un mito perverso que nada tienen que ver con el mundo del espíritu. http://www.scribd.com/doc/33094675/BREVE-JUICIO-SUMARIO-AL-JUDEO-CRISTIANISMO-EN-DEFENSA-DEL-ESTADO-LA-IGLESIA-Y-LA-SOCIEDAD
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