“Gendercide”: la portada del último número de The Economist es de las que hacen época. El semanario inglés, que como se sabe no es una hoja parroquial, pone en primer plano la denuncia de una obviedad que muchos aparentaban no ver: el aborto selectivo que ha llevado a la desaparición de cien millones de niñas (por el hecho de ser niñas). The Economist subraya que ellos están a favor del aborto “safe, legal and rare” (en frase clintoniana), pero añade que aquí estamos ante una catástrofe cuyas consecuencias se están empezando a ver.
En realidad, la cifra de cien millones fue calculada hace veinte años por el economista indio Amartya Sen: hoy las cosas están mucho peor. Se mencionan concretamente las mentalidades y las políticas de China, de algunas regiones de India y de otros países asiáticos. En la parte del texto de libre acceso se pueden leer también juicios de valor (poco habituales) “sobre políticas que pervierten profundamente la vida familiar”. Aunque se refieran a China, es interesante que se califique una política como perversa: no todo es lo mismo ni aséptico.
Produce cierto confort, en efecto, que The Economist se haga eco de este problema. En mi opinión, se trata de una brecha significativa en el conformismo de la mentalidad abortista. A la enorme injusticia que supone la eliminación de millones de niñas se une la enorme injusticia de la eliminación de otros millones de seres humanos también pequeñitos e inocentes: a unos se les elimina por ser niñas, a otros por otras razones igualmente insostenibles.
A la mafia se le empieza a vencer cuando cae el muro de la “omertà”, del silencio que acaba siendo cómplice. También aquí es preciso que la prensa libre empiece a llamar a las cosas por su nombre.
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