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domingo, 4 de febrero de 2018

Pensar, amar.

Primeras líneas de la Introducción a

"El arte de la fragilidad" (Spanish Edition)
Alessandro D'Avenia

Pienso que su lectura
puede abrirte horizontes.

“Querido lector:

Cuando cruzo una ciudad en transporte público, me gusta recolectar rostros y miradas de la gente porque es ahí donde me inspiro para crear a los personajes de mis historias y es ahí donde anida la felicidad de un tiempo y de un lugar. A veces sonrío a alguien, aunque no lo conozca, provocando el desconcierto inicial del infeliz o la infeliz; luego, sin embargo, noto que algo se relaja y que los rasgos de su rostro, hasta ese momento contraídos en una expresión adusta, revelan, luminosamente, que se emplean más músculos de la cara en expresar tristeza que en sonreír (lo dicen también los científicos). Me parece que se nos está olvidando el arte de ser felices y que, cuando lo somos, por miedo a que ese estado de gracia sea una mera ilusión, lo dejamos morir, como si un jardinero no se fiase de la semilla de la rosa porque es muy pequeña y muy débil y decidiese no cuidarla.


Cuando miro una rosa, me doy cuenta de que la finalidad de las cosas del universo no es ser bellas y, sin embargo, lo son. ¿Por qué no conseguimos alcanzar la belleza de una rosa u olvidamos cómo se hace? Estamos excesivamente concentrados en obtener resultados, en vez de ocuparnos de las personas, y no cuidamos de nosotros mismos como los seres vivos que somos, llamados a sentir la vida con más intensidad cada día que pasa, a ser capaces de cumplir un destino inédito, y nos conformamos con cruzar, cansinamente, una repetitiva sucesión de días sin alegría. Y esto ocurre, creo, porque, con frecuencia, preferimos el envoltorio de la vida a la vida misma, como si alguien, al recibir un regalo, se conformase con el paquete porque le da miedo que el contenido le desilusione.

La infelicidad generalizada de nuestra época, y de todas las épocas, pasadas y futuras, está causada por la carencia de pasiones «felices», que son la clave de una vida «vivaz». De la pasión —entendida como algo que nos transporta hacia quien o hacia lo que amamos y también como la capacidad para hacernos cargo de quien o de lo que amamos— depende el destino de una persona. La época de las pasiones tristes, como alguien ha definido la nuestra, ebria de emociones superficiales pero sedienta de amores profundos, es exangüe, está apagada por falta de destinos encaminados a convertirse en destinaciones, es decir, en la condición por la que influimos en nuestra vida, la poseemos, así, tal y como es, y la hacemos florecer, transformando el azar en elección; lo que nos ha sido dado, en deseo; lo que tenemos, en pasión; el camino que estamos recorriendo, en inspiración para alcanzar una meta. En vez de eso, entre los rostros de mi colección una de las expresiones más frecuentes es la de estar totalmente perdido. ¿Qué hace que perdamos el rumbo, qué obstaculiza la vida?”

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