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jueves, 13 de julio de 2017

¿Qué hacemos con lo que nos sobra?: La cara oculta del consumo.

Por Rafael Serrano, Aceprensa, 5 de julio 2017

Después de comprar y usar o consumir, dejamos a nuestras espaldas una extensa huella. Bolsas de plástico, sobras de comida, ropa usada, aparatos que funcionan pero no son del último modelo… Y no solo ocurre en los países ricos: la basura es un problema mayor en los pobres. Pero en unos y en otros se multiplican las iniciativas para reciclar, reutilizar, prolongar la duración de los artículos, reducir vertidos. Gran parte de lo que desechamos tiene una segunda vida.




La Gran Isla de Basura en el Pacífico, formada por un inmenso cúmulo de desechos aglomerados por las corrientes, es un mito. Pero unos 8 millones de toneladas de plástico al año acaban en los océanos, según una estimación del World Economic Forum.

Una cantidad mayor aún se arroja en tierra firme. Los estadounidenses desechan unos cien millones de bolsas de plástico anuales. Ellas constituyen gran parte de la producción de plástico, que de 2010 a 2014 creció allí un 33%. En parte se debe al aumento de la extracción de petróleo, merced al fracking, que ha abaratado la materia prima.

No es cosa solo de ricos. Se suele decir que la demanda de plástico sube de 1,5 a 2 veces más deprisa que el PIB. A medida que los países en desarrollo mejoran el nivel de vida y se urbanizan, recurren más a ese material. Kenia se acerca ya a los 300 millones de bolsas nuevas por año, aunque en unidades por habitante, esa cantidad es ocho veces menor que la de la UE.

Ahora bien, aunque su nivel de consumo sea inferior, en los países en desarrollo hay enormes ciudades y poco reciclado, y por eso tienen los mayores vertederos del mundo. Lagos (Nigeria) produce unas 10.000 toneladas de desechos diarios, de los que quinientos trabajadores criban a mano menos de un tercio. Ghazipur, gigantesco basurero de Delhi, recibe 3.500 toneladas al día y acumula ya casi 10 millones de toneladas.

 

Chatarra tecnológica

 

Buena parte de los vertidos es materia orgánica, pues en el mundo se desperdicia de un cuarto a un tercio de los alimentos, calcula el Banco Mundial (ver Aceprensa, 7-03-2014). En los países en desarrollo, las pérdidas son casi todas en la producción, el almacenamiento y el transporte. En cambio, en los países desarrollados la mayor parte (61%) es arrojada por los consumidores (particulares, restaurantes…).

Hay también mucha chatarra tecnológica. Según un estudio de la Universidad de las Naciones Unidas, en 2014 se desecharon casi 42 millones de toneladas de equipos eléctricos y electrónicos, un 23% más que en 2010. Naturalmente, hay enormes diferencias entre lugares: la media mundial, 6 kg por habitante, está entre los 1,7 kg de África y los 22 kg de Estados Unidos. Pero algunos países en desarrollo tienen más basura electrónica que la que generan, pues los países ricos les exportan parte de la suya (ver Aceprensa, 24-06-2014), no siempre de modo legal.

En el mundo desarrollado, parte de los desechos electrónicos (el 15% o poco más) es tratado por los sistemas formales de recogida. Esto requiere trabajo manual para desmontar los aparatos; luego se recuperan los metales, plásticos y baterías, y al final queda un residuo inservible que se quema o vierte. Pero en los países pobres es común un reciclado de peor calidad, más peligroso para los operarios, y también para la población, porque se acaba vertiendo materiales tóxicos, como metales pesados o dioxinas emitidas por la incineración de PVC a temperatura relativamente baja. Los países de África meridional y oriental, que han sufrido eso durante años, han empezado a tomar medidas contra el vertido y la importación ilegal. El problema, por eso, se ha desplazado a la parte occidental del continente, donde aún hay menos rigor. Así, se cree que a Nigeria llegan 100.000 kg al año.

 

Prendas efímeras

 

Las compras mundiales de ropa han aumentado de 8 a 13 kg por persona desde 2000. Eso no necesariamente significa que vistamos mejor. Sin entrar a valorar la estética, la fast fashion (moda rápida), que permite renovar el vestuario varias veces por temporada sin necesidad de ser una estrella de cine, crea un problema ecológico. Llena los vertederos de prendas efímeras, que lo son no solo porque al poco tiempo resultan démodées, sino además por su peor calidad, con abundante fibra sintética; de hecho, esta representa ya dos tercios de las ventas mundiales de la industria textil. La producción de tales tejidos se ha multiplicado por casi veinte desde los años ochenta, mucho más que la población. Como los desechos de ropa usada: en Estados Unidos se han duplicado en veinte años, hasta 14 millones de toneladas anuales.

Las telas artificiales tardan mucho en biodegradarse y resulta difícil y caro reciclarlas. Tienen además menos valor en el mercado de segunda mano, y por eso han bajado el precio y la tasa de recogida de ropa usada. El reciclado de fibras naturales no llega tampoco muy lejos, por los procesos químicos a los que se las somete para hacer prendas con ellas (blanqueado, teñido, estampado, impermeabilización...).

Es más fácil retrasar la llegada al vertedero o a la incineradora convirtiendo la indumentaria desechada en trapos para usos industriales, o triturándola para que sirva de aislante en la construcción. En particular, la que se encuentra en buen estado se revende con descuento. África es el gran mercado de ropa de segunda mano, importada de Occidente, con la que se viste gran parte de la población-

Ese comercio se nutre sobre todo de excedentes, pero también de prendas que los compradores no llegaron a ponerse porque las devolvieron. Esto último ocurre igualmente con muchos otros artículos. En Estados Unidos, las devoluciones equivalen a aproximadamente el 8% de las ventas del comercio minorista. La proporción es mayor en la compra por Internet: hasta el 30% en la campaña de Navidad.

 

Iniciativas

 

El alud de desperdicios no es imparable. Se está aplicando una multitud de iniciativas, públicas o privadas, para contenerlo. Unas atacan el problema en la producción, para limitar excedentes; otras, en el consumo, para reducir los residuos; otras, en el tratamiento de desechos, para favorecer el reciclado y la reutilización.

En el caso de los alimentos, en el primer tiempo actúa Vital Fields, un sistema comercial de control de cultivos, que toma gran cantidad de datos y los procesa, para evitar tanto pérdidas como excedentes. XSense, de la empresa israelí BT9, vigila con sensores las condiciones a que están sometidos los alimentos durante el transporte, otra fase en que se generan desperdicios.
En los puntos de venta, un problema es el de los invendidos cercanos a la fecha límite de consumo preferente. Pero es sabido que el plazo se fija con notable margen de seguridad, y que una vez pasado, los alimentos aún se pueden tomar sin peligro. Por eso, desde el año pasado, Francia prohíbe a los supermercados descartar los comestibles próximos a caducar, así como estropearlos deliberadamente para impedir que se aprovechen y hagan bajar las ventas. Tienen que donarlos a un banco de alimentos o a otra organización benéfica. También en 2016, Italia aprobó una medida con el mismo fin; en su caso, son descuentos fiscales por donar.

En Dinamarca, la cadena de tiendas WeFood vende exclusivamente, con permiso de las autoridades, alimentos caducados o con envases dañados (ver Aceprensa, 11-03-2016).

Otras soluciones recurren a la tecnología para facilitar la colocación de alimentos excedentes. La aplicación Olio, nacida en Estados Unidos, conecta en red a los vecinos y los comercios de un barrio, para vender o intercambiar las sobras. Restaurantes y cafés daneses ofrecen las suyas al público con interesantes descuentos mediante otra aplicación, llamada Too Good To Go. La red FoodCloud comunica supermercados –más de 700 en el Reino Unido– con bancos de alimentos y albergues que pueden aprovechar los invendidos. Análogamente, la web sueca Matsmart es un comercio de excedentes alimentarios a bajo precio. Todo esto muestra que para buena parte de la comida sobrante hay otros destinos posibles distintos del vertedero.

 

Millones de bolsas

 

Contra la proliferación de bolsas de plástico se emplean prohibiciones o tasas, como las que se extienden en Europa (ver Aceprensa, 23-12-2016). Varios países de la UE no permiten a los supermercados y otros establecimientos regalar bolsas a los clientes. En Gran Bretaña, desde que se obligó a cobrarlas a 5 peniques, disminuyeron de modo espectacular en los primeros seis meses: de 7.600 millones de unidades en 2014 en las siete cadenas más grandes a 640 millones. Francia, por su parte, no permite entregar bolsas de menos de 10 litros y exige que las vajillas de un solo uso estén hecha con al menos un 50% de material biodegradable.

Ya vimos que también en África el plástico es un problema; también allí toman medidas. Ruanda es el primer país del continente que prohibió las bolsas de este material, en 2008. Kenia quiso hacer lo mismo antes, en 2007, y volvió a intentarlo cuatro años después; pero hubo de renunciar por la oposición interna y la incapacidad para hacer cumplir la orden. Este año ha vuelto a anunciarla. El precedente ruandés no es un completo éxito: siguen circulando bolsas de plástico por el país, introducidas ilegalmente desde el Congo. Kenia no tiene mejores posibilidades de cerrar las fronteras al contrabando.

Y en Estados Unidos ha comenzado un retroceso en la batalla contra las bolsas de plástico, no solo por el mencionado abaratamiento de la materia prima. Hay docenas de ciudades, como San Francisco, que las han prohibido, y otras –entre ellas, Nueva York y la capital federal– les han impuesto tasas. Pero seis estados han aprobado leyes contra tales prohibiciones. Ha influido la campaña de la industria del plástico, con el argumento de que los vetos municipales a sus productos ponen en peligro miles de empleos.

 

Reparar en vez de desechar

 

También hay una especie de fast fashion en electrónica: se fabrican aparatos de corta vida, o no se reparan, o los usuarios se pasan en seguida al último modelo. De ahí los intentos de que los artilugios que usamos duren más.

Desde 2014, Francia combate la obsolescencia programada. Los fabricantes de electrodomésticos deben declarar cuánto durarán sus productos y hasta qué fecha facilitarán piezas de recambio.
Suecia tiene en proyecto una bajada del IVA, del 25% al 12%, para los trabajos de reparación. Pretende aliviar la dificultad de que, fuera del caso de máquinas de precio elevado –un automóvil, una caldera…–, a menudo sale más caro arreglar un aparato que sustituirlo por uno nuevo.

Contra eso también han surgido iniciativas ciudadanas como Restart Project (Londres), una red de voluntarios que reparan y enseñan a reparar aparatos, y promueven el reciclado de los que no tienen arreglo. Para eso organizan reuniones a las que la gente lleva sus chismes estropeados: planchas, teléfonos, radios, ventiladores… con cualquier fallo que esté al alcance de un aficionado mañoso.

 

“Long fashion”

 

Frente a la fast fashion, ciertas marcas ofrecen prendas de alta calidad y larga duración, pero muy caras: un lujo al alcance de pocos que contribuye escasamente a reducir desechos (ver Aceprensa, 15-04-2016). Hay modos más asequibles de hacer durar la ropa, como cuenta The Wall Street Journal (16-02-2017).

Se toman unos modestos vaqueros para chica comprados a 10 dólares y, tras disfrutarlos por un tiempo, se les corta las perneras dejando los bordes deshilachados, se los decolora con lejía, se los adorna con unos broches y se los vende por 75 dólares a través de Poshmark, una aplicación para la reventa de ropa usada muy popular entre adolescentes norteamericanos. Ese y demás comercios semejantes, como Vinted o ThredUp, han alcanzado un volumen de ventas de unos 2.000 millones de dólares.

Se puede discutir de este reciclado casero si frena el consumismo o lo sublima, pero al menos retrasa la llegada al vertedero de muchas prendas dándoles una segunda vida en otros armarios. De hecho, en Estados Unidos ha bajado el gasto total en ropa juvenil, mientras ha subido en las demás categorías.
Pero el gran reto para reducir la basura indumentaria es reciclar. A ello se han lanzado empresas del sector como H&M, Levi’s o Patagonia, que han empezado a ofrecer prendas hechas en parte con algodón reciclado. H&M lo saca de las prendas usadas que los clientes depositan en contendedores de las tiendas, y a cambio son premiados con vales. Pero no logra, en su Conscious Collection, más de un 20% de fibra recuperada; Levi’s no ha querido hacer público a cuánto llega; Patagonia pierde dinero, conscientemente, con su proyecto.

 

Ética del consumo

 

De todas esas iniciativas, unas son leyes y regulaciones públicas; pero también las hay del sector privado, incluso de simples particulares que han tenido una idea y la han puesto en práctica. Esto sugiere bajar el problema de los desechos del plano general al de la responsabilidad personal. ¿Qué puede hacer uno para contribuir a que haya menos basura?

Podríamos empezar por plantearnos si no podríamos consumir menos. En el caso de los teléfonos móviles, cabe resistir la llamada del “último grito” y hacer durar más el que uno tiene antes de cambiarlo por otro con nuevas prestaciones que quizá no sean tan necesarias.

Las abundantes devoluciones en el comercio por Internet revelan, en parte, una actitud de los consumidores que podría cambiar. Muchos aprovechan la facilidad de encargar y la garantía de recuperar el dinero si el artículo no les satisface para comprar con ligereza: hasta encargando varias tallas de una prenda para devolver las que no sirvan. Esa comodidad tiene consecuencias, pues la previsión de devoluciones lleva a poner más unidades en el mercado, y en algunos casos, los artículos devueltos se retiran o destruyen para no dañar la marca.

Desechar aparatos sin intentar repararlos es otra práctica que sería bueno abandonar. También convendría renovar el vestuario con moderación, aunque la fast fashion permita y estimule otra cosa.
En fin, consumir es una acción de relevancia ética, que delata los principios y valores de la persona. Como dice el Papa Francisco en la encíclica Laudato si’ (n. 211): “Comportamientos que tienen una incidencia directa e importante en el cuidado del ambiente, como evitar el uso de material plástico y de papel, reducir el consumo de agua, separar los residuos, cocinar sólo lo que razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos, utilizar transporte público o compartir un mismo vehículo entre varias personas, plantar árboles, apagar las luces innecesarias (…) El hecho de reutilizar algo en lugar de desecharlo rápidamente, a partir de profundas motivaciones, puede ser un acto de amor que exprese nuestra propia dignidad”.


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