El Papa Francisco tomando un «mate» que un fiel le ofreció durante su recorrido en el papamóvil
JUAN VICENTE BOO / ENVIADO ESPECIAL A RÍO DE JANEIRO, ABC digital, 29.07.2013
El discurso del Papa al comité coordinador del Consejo Episcopal Latino Americano (CELAM) fue como una descarga eléctrica. No era un discurso de circunstancias, sino un análisis crudo de los problemas y una cirugía a corazón abierto para ponerles remedio. (Lea aquí el mensaje completo).
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El Papa Francisco piensa que no estamos “en una época de cambios, sino en un cambio de época”. Y proponer renovar la Iglesia mediante la “revolución de la ternura”, y el refuerzo misionero entendido como servicio, que haga desplomar por sí solas las “estructuras caducas” que han dejado de ser útiles para la evangelización.
Como siempre, el Papa inicia su análisis a partir del Documento Final del encuentro plenario del CELAM en el santuario de Aparecida en el 2007, donde se inició la “Misión Continental” y, sobre todo, la “conversión pastoral” que ahora quiere extender a toda la Iglesia.
Para conseguirlo, es necesario “poner en clave misionera la actividad habitual de las Iglesias particulares. Evidentemente, aquí se da como consecuencia toda una dinámica de reforma de las estructuras eclesiales. El ‘cambio de estructuras’ (de caducas a nuevas) no es fruto de un estudio de organización de la planta funcional eclesiástica, de la cual resultaría una reorganización estática, sino que es consecuencia de la dinámica de la misión. Lo que hace caer las estructuras caducas, lo que lleva a cambiar los corazones de los cristianos, es precisamente la misionariedad”.
«Estamos muy retrasados»
La misión empieza por los pastores, y el Papa propone a los obispos un examen de conciencia en seis puntos como “¿Procuramos que nuestro trabajo y el de nuestros presbíteros sea más pastoral que administrativo? ¿Beneficia principalmente a la Iglesia como organización o al Pueblo de Dios en su totalidad? ¿Hacemos participes de la misión a los laicos? ¿Utilizamos los Consejos Diocesanos?”
En este último punto, el Papa adelanta ya una respuesta: “Creo que estamos muy atrasados en esto”. Por eso les dice que “aquí están en juego actitudes”, y que es necesaria “una reforma de vida”.
El Papa invita a descubrir que “en una misma ciudad existen imaginarios colectivos que conforman ‘diversas ciudades’. Si nos mantenemos solamente en los parámetros de la ‘cultura de siempre’, en el fondo una cultura de base rural, el resultado terminará anulando la fuerza del Espíritu Santo. Dios está en todas partes: hay que saber descubrirlo para anunciarlo en el idioma de esa cultura”.
El Santo padre indicó como peligros o “tentaciones” en primer lugar “la ideologización del mensaje evangélico” de diversas maneras: el reduccionismo a la sociología, la desproporción de la psicología, los “grupos de élite” de mentalidad gnóstica, y el“restauracionismo” que “ante los males de la Iglesia busca la solución solo en la disciplina, en la restauración de conductas y formas superadas. Suele darse en pequeños grupos, en algunas nuevas Congregaciones religiosas, en tendencias a la ‘seguridad’ doctrinal o disciplinaria”.
Pastores pobres, no príncipes
Otros peligros son el funcionalismo y, sobre todo, el clericalismo, que se genera en muchos casos por “una complicidad pecadora: el cura clericalizado y el laico que pide, por favor, que lo clericalice,porque en el fondo le resulta más cómodo”. Frente a eso, como solución, menciona la sana autonomía, la piedad popular, los grupos bíblicos, las comunidades cristianas de base y los Consejos pastorales.
El Papa insiste en que los cristianos tienen que vivir en el “hoy” y en que “toda proyección utópica (hacia el futuro) o restauracionista (hacia el pasado) no es de buen espíritu”. El sucesor de Pedro advierte que “laIglesia es institución, pero cuando se erige en ‘centro’ se funcionaliza”, se vuelve “cada vez más autorreferencial, se debilita su necesidad de ser misionera”. Deja de ser “Esposa” de Jesús para ser “Administradora”, mientras que “de Servidora se convierte en Controladora”.
Al final exhorta a los obispos a ser “pastores cercanos a la gente, padres y hermanos con mucha mansedumbre, pacientes y misericordiosos. Hombres que amen la pobreza, sea la pobreza interior como libertad, sea la pobreza exterior como simplicidad y austeridad de vida”.
Los obispos deben ser “hombres que no tengan ‘psicología de príncipes’. Hombres que no sean ambiciosos y que sean esposos de una iglesia, sin estar a la expectativa de otra”. El Papa les dice que deben ir, como los pastores, delante, en medio y detrás de su pueblo. Detrás, en concreto, “para evitar que alguno se quede rezagado, pero también, y fundamentalmente, porque el rebaño mismo también tiene su olfato para encontrar nuevos caminos”. Era un planteamiento refrescante y revolucionario.
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