La Navidad invita a la tradicional
felicitación por estas fiestas, aunque algunos se limitan a desear un buen
año nuevo y otros unas buenas “fiestas” en general, pero no pueden
ocultar, a pesar de los esfuerzos, su origen cristiano.
La Navidad es el
recordatorio de que Dios vino a vivir con nosotros, en esta tierra, para
siempre. ¿Qué quiero decir cuando digo
“Navidad”? ¿Qué siento cuando digo o escucho “Feliz Navidad”? ¿En qué pienso
cuando pienso en la Navidad?
Lo esencial de la
Navidad es Jesucristo. Sin Jesucristo no hay Navidad y sin Jesucristo no hay
cristianismo. Celebrar la Navidad es poner a Jesucristo en el centro de nuestra
vida, de nuestra historia.
La Navidad no es una
historia antigua. La fiesta de Navidad es la fiesta de la cercanía de Dios. Lo
que algunos medios de comunicación dicen sobre la religión cristiana, no
se parece en nada a lo que un verdadero cristiano cree y vive. El cristianismo
no es, sobre todo, un conjunto de dogmas; ni una moral, como tantas otras;
no es una organización con fines políticos que trata de tener poder y su
influencia. Es cristiano, en primer lugar, el que se ha encontrado con Dios,
hecho hombre en Navidad. Por esto, nuestra vida no es una pasión
inútil, ni un valle de lágrimas, ni una ocasión para pasarlo bien (porque,
total, son cuatro días): Dios está aquí.
Cuentan los Evangelios
que, cuando los ángeles anunciaron a los pastores el nacimiento de Jesús,
cantaban pidiendo la paz para los hombres de buena voluntad. Este es también mi
deseo para todos vosotros en estas fiestas, y para el año que viene.
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