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miércoles, 29 de junio de 2011

Capacidad de resolución

Alfonso Aguiló


       Las personalidades tímidas, vacilantes, inseguras, suspiran siempre por tener a su lado dictadores, aunque a veces se revistan de la modesta apariencia de consejeros. ¿Qué debo hacer?, preguntan siempre, con la esperanza de que una receta les libre de cualquier decisión personal. No quieren decidir, no quieren arriesgar, se les hace insoportable la responsabilidad.
        Otros son excesivamente razonadores y se ahogan en la perplejidad. Tienen miedo a la realidad. Son individuos que retrasan siempre sus decisiones, porque les paraliza su ansia de seguridad y su terror a asumir riesgos. Siempre les parece que aún no han reflexionado suficientemente.
        Quizá son personas que fueron educadas con excesiva dureza, o con excesiva blandura, que sufrirán mucho en su vida a consecuencia de ese apocamiento de carácter. Es como si hubieran quedado heridas en el núcleo de su personalidad, con unas heridas que sangrarán por mucho tiempo, y que harán difícil asumir el riesgo de sus decisiones personales y superar el desánimo de posibles frustraciones.
        Una buena formación del carácter ha de fomentar tanto las decisiones rápidas como la reflexión, la libertad como la responsabilidad, la pasión como el juicio.
        El verdadero consejero, el verdadero educador, jamás debe dejarse seducir por esa especie de compasión que le llevaría a limitarse a prescribir acciones, recetar criterios e imponer conductas. Educar exige ayudar al perplejo a reconocer su verdadero problema, dejándole luego la responsabilidad de tomar él mismo sus decisiones.
        Para no quedarse habitualmente paralizados ante la duda, para no tirar la toalla a la primera dificultad, para no cambiar inmediatamente de objetivo en cuanto este se presenta costoso, para todo eso, es preciso educar y educarse en un ambiente de cierta resolución ante los habituales problemas de la vida.
        Para lograrlo, es preciso fortalecer la voluntad, imponerse el cumplimiento de actos que a uno le cuestan, obligarse a decidir a un plazo determinado, no sustraerse a la realidad, por dura que sea. Así, poco a poco, la voluntad indecisa se irá consolidando.
        Se trata de una cuestión importante, porque la vida de cualquier persona requiere ordinariamente una considerable capacidad de decisión. No hay que olvidar que –como dice J. R. Ayllón–, el gobierno más difícil es el gobierno de uno mismo, que supone colocar y mantener la razón en el vértice de una pirámide donde se amontonan libertades, deberes, responsabilidades, sentimientos, afinidades, deseos, aficiones, e incluso manías y rarezas. Una especie de circo nada fácil de gobernar, sobre todo para las personas indecisas.

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