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sábado, 11 de junio de 2011

Este gran penal llamado España


 por José-Fernando Rey Ballesteros
jfernandorey@jfernandorey.es


Soy fumador. Dos palabras que deberían hacerme sentir la hez de la sociedad, asesino en potencia, repugnante insecto, excremento ciudadano, dictador repulsivo y pútrido molestador del prójimo. Es tal la presión social que se ha creado en torno a personas como yo, que están logrando que los fumadores nos veamos acosados por un terrible complejo de culpabilidad. El mismo Estado que obtiene una buena parte de su recaudación vendiéndonos tabaco, nos lo paga tratándonos como a delincuentes consentidos a quienes hay que tener vigilados y a raya. Perdonen la expresión, pero viene a cuento: “además de puta, poner la cama”.

“Hace más daño la tele que la checa”. Se nos escapaba la frase a un amigo y a mí, hace pocos días. La checa, al fin y al cabo, te convertía en mártir, y, al hacerlo, dignificaba tus principios. Pero el lavado de cerebro al que se está sometiendo a la sociedad desde la televisión, los colegios y los poderes públicos está logrando inyectar en los ciudadanos las ideas que al “establishment” le parezcan oportunas, por muy estúpidas que sean. Por de pronto, se ha logrado que cualquier fumador que confiese serlo en público añada, acto seguido, que sabe que el tabaco es pernicioso y que, en el fondo quisiera dejar de fumar. Anoche mismo, tras conocerse los detalles de la nueva ley anti-tabaco que entrará en vigor el próximo dos de enero, un periodista, tras confesarse fumador, añadía que la nueva normativa le parecía magnífica, porque le ayudaría a fumar menos. Ahí tienen, amigos lectores, al fumador acomplejado, humillado y avergonzado que nuestros poderes públicos necesitan para darles la razón. Supongo que ese mismo periodista podría añadir: “me encanta que me frían a impuestos, porque lo merezco; estoy matando a los demás con mi pútrido vicio. Debería estar agradecido por la benevolencia que demuestran nuestras autoridades al no encarcelarme”.

Lo volveré a escribir: soy fumador. No me avergüenzo de ello. Procuro, eso sí, fumar con templanza, porque creo que los placeres, cuando se abusa de ellos, se vuelven cadenas que esclavizan y dejan de reportar satisfacción. Procuro, también, que mi afición al tabaco no perjudique a mis semejantes; no fumo nunca en casa ni coche ajenos si no se me invita a hacerlo, y tampoco fumo en el lugar donde estoy trabajando. Ni siquiera fumo en mi dormitorio, porque el olor a tabaco me molesta cuando duermo. Fumo en la calle, en el salón o en el despacho de mi casa, y, por ahora, en los restaurantes que cuentan con zonas habilitadas para delincuentes y asesinos como yo. A partir del dos de enero, dejaré de visitar los restaurantes, salvo en caso de comidas de trabajo. Pero nunca más acudiré a un restaurante en busca de esparcimiento. Cualquier fumador sabe lo que supone privarse del tabaco después de una buena comida. Y, francamente, estoy dispuesto a sufrir, pero no a pagar por ello.
Lo único que me consuela y me alumbra un rescoldo de esperanza es esa cláusula de la nueva ley según la cual se podrá fumar en centros penitenciarios. Ahí he descubierto la trampa que convierte en inútil toda ley, porque, nos guste o no, España se está convirtiendo en un enorme centro penitenciario poblado por delincuentes y custodiado por guardias de la porra. El cúmulo de prohibiciones con que este Gobierno nos ha asediado ha convertido a la población española en población reclusa sin necesidad de juicio ni condena. ¿Fuma usted? ¡A la cárcel! ¿Conduce usted a 121 kms/h? ¡A la cárcel! ¿Descarga usted música o películas de Internet? ¡A la cárcel! ¿Se le ha ocurrido adornar su centro de enseñanza público con un Belén? ¡A la cárcel! ¿Piensa usted que la homosexualidad es una enfermedad, y su práctica una aberración? ¡A la cárcel! ¿Rotula usted su comercio en español y lo tiene ubicado en Cataluña? ¡A la cárcel! ¿Se le ha ocurrido colgar un crucifijo en las paredes del hospital? ¡A la cárcel! ¡Todos a la cárcel! Y cuidadito, que de guardias están Leyre y Rubalcaba, con SITEL, si descuelgas, te lo graba.
La población reclusa de este enorme penal llamado España debemos estar muy agradecidos, porque estos guardias de la porra son muy benevolentes con nosotros. No nos dejan fumar ni pensar, pero, en cuanto a fornicar… ¡Barra libre! Incluso nos dejan matar, porque, comparado con fumar, matar a un niño en el vientre de su madre es una nadería. Y, ya saben, un preso que puede fornicar y matar siempre es un preso contento.

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