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sábado, 11 de junio de 2011

Autoestima

 Por Alfonso Aguiló
Como ha señalado Miguel Ángel Martí, a veces parece como si sólo existieran dos tipos de personas: unas que se sobrevaloran, cayendo así en actitudes más o menos engreídas o prepotentes; y otras que se infravaloran, que únicamente son capaces de ver en su personalidad los aspectos negativos y las deficiencias, y con eso su relación con ellos mismos es autodestructiva, se sienten culpables de todos sus fracasos, aunque estos se deban a factores externos, y esto les lleva a una cruel inseguridad, a valorar siempre más la opinión de los otros que la suya propia.
        La falta de autoestima, además, suele conducir a un círculo vicioso de actitudes mentales negativas. Esa persona puede comenzar pensando, por ejemplo, que no será capaz de alcanzar una meta que se ha propuesto, porque tiene la impresión de que rara vez logra lo que se propone. Con esa premisa, se encamina hacia esa meta con talante gris y mortecino, tarde y sin entusiasmo, con más miedo al fracaso que afán de lograr el éxito. Si luego las cosas no salen –y no suelen salir cuando se acometen así–, la experiencia, una vez más, vuelve a reforzar el juicio negativo anterior: de nuevo se ha demostrado que no es posible, que no valgo, que he fallado y que las cosas seguirán igual en el futuro.
        En cambio, cuando alguien aprende a respetarse a sí mismo, y a no compararse dañosa e inútilmente con los demás, tiene entonces mayor facilidad para tomar conciencia de su propia singularidad y dignidad. Es decisivo comprender que cada ser humano posee unas virtualidades propias que sólo él mismo –con la ayuda que sea necesaria– puede llegar a hacer rendir, proponiéndose proyectos y metas a las que se siente llamado y que llenarán de contenido su existencia.
        —¿Y piensas que fomentar la autoestima puede llevar, de alguna manera, a promover un modelo de personalidad narcisista?
        Puede suceder si no se hace adecuadamente. Por eso hay que plantear la autoestima como un sensato y equilibrado afecto por uno mismo, que no tiene por qué conducir al egoísmo ni a la vanidad. La autoestima es respeto a la propia persona, convicción de que cada uno es portador de una alta dignidad como hombre, y comprensión profunda de que cada ser humano es irrepetible y está llamado a realizar en el mundo una tarea que dará sentido a su vida y que nadie puede hacer por él.
        Estimarse a sí mismo es necesario para el propio equilibrio interno, y necesita encontrar su justa medida.
        Quien se sobreestima, lo hace habitualmente a costa de minusvalorar a quienes tiene a su alrededor, que suelen interesarle básicamente como meros servidores o espectadores. También para quien se subestima resulta difícil estimar a los demás, y esto provoca con facilidad conflictos personales en el ámbito de la amistad, la familia o el trabajo. Tanto en un caso como en otro, manifiestan un amor propio destructivo y frustrante.
        —¿Piensas entonces que son compatibles autoestima y humildad?
        Entendidas correctamente, no sólo son compatibles sino que se exigen una a otra. Algunas personas consideran que son excluyentes porque imaginan que la autoestima es una tonta y arrogante sobrevaloración propia, o porque piensan que la humildad es algo tan simple como tener una mala opinión acerca de los propios valores y talentos. La verdadera humildad no es una absurda simulación de falta de cualidades: la humildad no puede violentar la verdad, no está en exaltarse ni en infravalorarse, sino que va unida al conocimiento propio, a la sinceridad, a la sencillez y a la naturalidad.
        —Pero las personas de mucho talento tienen más fácil caer en la vanidad o la egolatría...
        No estoy muy seguro de eso. A veces tengo la impresión de que las actitudes vanidosas o ególatras no son cuestión de mucho o poco talento, sino que son más bien un problema de falta de virtud, educación y sentido común. Es más, podría incluso decirse que las actitudes engreídas revelan, en cierta manera, poca cabeza: porque con todo ese tórrido presumir suyo (casi siempre por talentos que han recibido sin ningún mérito propio) hacen el ridículo y sólo logran producir rechazo en los demás, lo que quizá viene más bien a mostrar que todo ese supuesto talento es bastante escaso.

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