Tras dos horas de vuelo, el aeropuerto de Roma; y, desde allí en taxi, a la Plaza de San Pedro, para contemplar en unas horas lo que necesita semanas: la Basílica de San Pedro. Pensamos que quizá ya el día 29 no se podría entrar por los trabajos para disponer el sepulcro en el templo, donde se colocaría el féretro de Juan Pablo II. Pero todo iba a salir en esta peregrinación mejor de lo que habíamos pensado y proyectado. Rezamos ante la conmovedora Pietà de Miguel Angel; y nos quedamos impresionados ante el silencio lleno de oración de la Capilla del Santísimo, también diseño y obra del gran arquitecto Buonarrotti. Como todos los peregrinos, experimentamos la grandeza, y la magnanimidad del templo más importante de la tierra, el centro de la Iglesia Católica, edificado sobre la tumba de San Pedro y junto a la casa del Papa. Rezamos conmovidos el Credo, la profesión de fe, como es tradición ante la tumba del Príncipe de los Apóstoles.
D. Fernando, José Ramón y Juan |
Llenos de alegría, desde el Vaticano tomamos el tranvía hacia Villa Tevere, Sede Central de la Prelatura del Opus Dei, donde reposan los restos de San Josemaría Escrivá, Fundador de la Obra e inspirador y promotor de nuestro colegio y de tantos colegios como el nuestro. Lentamente nos dirigimos al este de la ciudad y pronto cruzamos el Tíber. Pasamos por la puerta de la Basílica de San Eugenio, y descendimos a la altura de Via de Villa Sacchetti. Entrada emocionada en la casa, y de primeras nos atendió un chico ¡de Murcia! Teníamos concertado celebrar Misa a las 6 de la tarde. Todo estaba saliendo perfecto. ¡Qué bien nos trataron! ¡Qué amablemente se pusieron a nuestro servicio! Hasta nos ofrecieron unos botellines de agua, que agradecimos de veras. Juanito vio que todo se desarrollaba con tanta naturalidad y cordialidad que preguntó cuál era su habitación, porque había llegado a pensar que estábamos ya en hotel…
Misa en el oratorio de San Miguel, con homilía acorde a las circunstancias por parte de D. Fernando. Y a rezar ante los restos de San Josemaría, para pedir por tantas personas y cosas… Luego descendimos hasta donde se encuentran los restos de D. Álvaro. Nos hubiéramos quedado tanto tiempo… Pero iba aumentando el número de personas en la casa; personas que, como nosotros, estaban recién llegadas a Roma.
Un ratito después, en taxi, llegamos al hotel, ubicado junto a la Universidad de Roma, en un sitio urbano pero tranquilo, acogedor y sin ruido…
Con lo andado, lo experimentado, las emociones, los madrugones, etc., hemos perdido al final -eso decimos algunos- un poco de peso. Pero aquella noche teníamos "mucha cuerda". Buscamos una pizzeria. Y aquí, de nuevo, una mano "desde arriba" y el maravilloso saber hacer romano. Pregunta D. Fernando a un señor, elegante y bien peinado, por una pizzeria; y él, ni corto ni perezoso, saca el móvil y llama a su tía para preguntarlo. Estaba cerca. Buenas pizzas, de las que dimos buena cuenta. Y a dormir.
Plaza de San Pedro a las 6.40 a.m. |
Misa en la Basílica de San Pedro, muy de mañana |
En la Basílica de la Santa Cruz pudimos venerar las valiosas reliquias de la Pasión, sobre todo los tres grandes trozos del leño de la cruz (lignum crucis), las espinas de la corona, uno de los clavos, y el rotulo con la leyenda INRI.
Coliseo. Va a comenzar el combate. |
Nos hubiéramos quedado -tanto nos prendó- en la Joya-Basílica de Santa María la Mayor, o Santa María de las Nieves, por haber sido construida donde la Virgen anunció a un patricio romano que nevaría el 5 de agosto (en el siglo IV). Allí, bajo el altar central, se veneran restos de la cuna del Niño Jesús. Se agradecía a los primeros cristianos de Jerusalén y a Santa Elena que se hubieran puesto en nuestro lugar, tantos siglos después.
Fontana di Trevi para seguir la leyenda italiana de echar unas monedas para asegurar la vuelta a la Ciudad Eterna. ¡Qué ambientazo de gentes diversas! ¡Qué alegría por las calles ahora inundadas de peregrinos que estaban llegando ya a miles en aquellas horas!
Bella, como siempre, la Plaza de España y Trinitá dei Monti.
Y al metro, hasta el hotel. Habíamos caminado según ojeadores expertos entre 10 y 15 kilómetros. Había tanto que hablar... Pero, al final se impuso, que al día siguente, 1 de mayo, beatificación de Juan Pablo II, nos íbamos a levantar a las 3.30 de la mañana.
Fue una hora prudente con la que tuvimos la suerte de llegar a ocupar un lugar en mitad de Via della Conziliazione. Luego avanzamos más de 500 metros, y acabamos con la vista que se recoge en una de las fotos. Una pantalla gigante para ver los detalles, y una mirada no muy lejana, presenciandoal natural lo que ocurría en il sacrato donde tenía lugar la celebración de la Santa Misa.
Bien prietos, como todos habéis visto en la televisión, transcurrió la Beatificación y la Misa. Pero sin ánimo de despertar "envidias", aunque sean de las buenas -como suele decirse-, sino porque nos sale del alma, hemos de decir que estas cosas, si se puede y tantas veces se puede con espíritu de sacrificio, hay que vivirlas en directo. Nosotros dejamos el alma allá, junto a nuestro queridísimo Papa Juan Pablo II, y llegamos a sentirnos fundidos con la Iglesia Universal al compartir -codo con codo- esos momentos con centenares de miles de peregrinos de todo el mundo.
Entrevista en la televisión, que recogemos. Viajar con Marí Angeles Bernal supone ciertos "riesgos", porque hay un término que no está en su diccionario: la timidez. Así que abordó al personal de una cadena de televisión española, Intereconomía TV, que encontramos al final de Via de la Conziliazione. Al poco tiempo querían hacernos la entrevista en directo. Se ve que nos ha visto mucha gente, por la cantidad de sms y llamadas que se "nos vinieron encima" ya en Roma... y aquí.
Y unos bocadillos sobre el césped que rodea Catell Sant'Angelo, la mar de ricos, con mucha agua, pues estábamos casi deshidratados.
Para supurar las nostalgias -o aumentarlas-, Piazza Navona. Un tartuffo también inolvidable. Y para tener en la cabeza siempre lo que es "el todo es poco para el Señor" la última visita romana, esta vez a la Chiesa dell'Iesú.
Al cabo de un rato sobrevolábamos de nuevo el Mediterráneo llenos de alegria por lo que habíamos vivido.
Esto es un esquema, necesariamente muy breve, porque la ceremonia de Beatificación de Juan Pablo II, la estancia en Roma de algo más de 48 horas, la unión entre los que hemos viajado, ha dejado en nosotros una marca que no se borrará nunca. Son acontecimientos, son sentimientos tan fuertes, que necesitaremos mucho tiempo para asimilar, incluso para valorar…
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