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jueves, 9 de abril de 2020

¿POR QUÉ DIOS SE HACE HOMBRE Y MUERE EN LA CRUZ?

Por Fernando Hurtado



            Para profundizar en la Semana Santa todo lo que podamos, se hace necesario preguntarse por cuestiones que por oírlas tanto quizá nos parecen simples, y, sin embargo, son muy profundas e importantes ya que  encierran los contenidos esenciales de nuestra fe. ¿Por qué Dios se hace hombre? ¿Por qué Dios muere en la Cruz?

            San Anselmo (siglo XIII) explicaba en una famosa obra suya que Jesús se hizo hombre para morir por nosotros y librarnos de nuestros pecados. El pecado original y los pecados personales de los hombres, por la dignidad infinita del Dios ofendido –afirmaba San Anselmo- tenían un cierto valor infinito y, por tanto, el hombre no podía hacer nada para librarse de ellos.

             A primera vista, esa afirmación no parece presentar inconvenientes, pero no lo vio así Santo Tomás de Aquino, unos años más tarde. Santo Tomás corrigió a San Anselmo por sus afirmaciones. No era necesario que Dios se hiciera hombre ni que muriera por nosotros –afirmaba, y luego fue recogido como propio por el Magisterio de la Iglesia-  para que se perdonaran nuestros pecados. Lo que sucede es que Dios perdonó el pecado de una manera extremadamente perfecta, y además non consiguió otras muchas cosas de un valor muy superior al mismo perdón de las ofensas.   

            Veamos el asunto por partes. El bien mayor que Dios nos da –dice el Catecismo de la Iglesia- al tomar la naturaleza humana es hacernos hijos de Dios: queridísimos, dice el Apóstol San Juan, que ahora somos hijos de Dios; y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser, pues seremos semejantes a Él ya que le veremos tal cual es.

            Perdonar los pecados no significa convertirse en hijo de Dios. Ser hijo de Dios es un don infinitamente mayor. Significa que Jesucristo nos hace hermanos suyos con el Bautismo, que nace de su muerte en la Cruz. Y como somos hijos, como hemos sido metidos en la misma vida divina, como somos de la familia de Dios, hemos sido hechos herederos del Cielo, de la gloria.  Cuando veamos las procesiones de Semana Santa, aunque sean de otros años, y por televisión, pensemos en estas palabras del Evangelista San Juan:  no es que nos llamemos hijos de Dios, sino que lo somos.

            El Catecismo de la Iglesia Católica nos explica que haciéndose hombre y dando su vida por nosotros, Dios nos muestra que nos ama, y cuánto nos ama. Soy alguien a quien Dios mismo ama con un amor personal inconmensurable, hasta el punto que da su vida por mí. Tanto amó Dios al mundo –de nuevo tomamos el Evangelio- que nos entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en Él, no perezca, sino que tenga vida eterna

            Esta afirmación –DIOS NOS AMA- que para un musulmán puede parecer que rebaja a Dios, y es por tanto blasfema, no nos puede parecer a nosotros los cristianos tan normal que no influya  en nuestras vidas.  Es lo que ha dado  sentido y fuerza a la vida de los cristianos, tantas veces heroica a lo largo de los siglos, y lo que les impulsaba a dar a conocer a Jesucristo y su Evangelio.

            Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie viene al Padre sino por Mí.   Otro de los motivos por el que Dios se hace hombre, y que el Catecismo resume así: Dios se hizo hombre para ser nuestro modelo de santidad. La vida cristiana por tanto no es un conjunto de normas, de indicaciones, de señalizaciones: no...  Es procurar vivir la misma vida de Jesús, y para eso nos fijamos en sus acciones, en sus palabras, en sus sentimientos, en cada cosa de su vida, pues todas tienen una importancia trascendental.

            Queridos amigos, lo que no debe suceder es que Dios se haga hombre, muera en la Cruz por nosotros, se quede en la Eucaristía, nos perdone los pecados, nos haya hablado “en directo”, y nosotros sigamos pensando que alcanzamos la salvación siendo simplemente honrados, cumpliendo exclusivamente los 10 mandamientos.  Moisés fue superado –aunque no eliminado- por el Dios hecho Hombre, Jesucristo, del que vamos a considerar -quizá en las mejores condiciones posibles- una vez más su Pasión, su Muerte y su Resurrección. El centro de la vida cristiana es Jesús, y ser cristiano es vivir y buscar -nos da su gracia para eso- ser semejante a Él.

            Por eso, el contenido central de la vida de Jesús es el contenido central de nuestra propia vida, y lo encontramos explicado de manera sencilla y sublime en el Evangelio. Allí, como decía un santo de nuestro tiempo, Josemaría Escrivá, cada punto relatado, se ha recogido, detalle a detalle, para que lo encarnes en las circunstancias concretas de tu existencia. (...) En ese texto Santo, encuentras la Vida de Jesús; pero, además, debes encontrar tu propia vida

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