En lugar del amor de Dios
debemos reconocer el amor del hombre como única religión auténtica; en lugar de
la fe en Dios, dilatar la fe del hombre en sí mismo, en sus propias fuerzas, la
fe de que el destino de la humanidad no depende de un ser que se encuentra
sobre ella, sino que depende de sí misma; que el único demonio del hombre es el
propio hombre: el hombre primitivo, supersticioso, egoísta, maligno; y al mismo
tiempo que el único dios del hombre es el hombre mismo (L. Feuerbach, La esencia de la religión).
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