Denzel Washington se dirigía sobre el escenario a un grupo de actores jóvenes como el maestro que es hace tiempo, a punto de cumplir los sesenta años y convertido en una leyenda de Hollywood. Y lo que dijo evocó la célebre cabecera de la serie televisiva Fama (¿cómo olvidar aquel: "Tenéis muchos sueños. Buscáis la fama. Pero la fama cuesta. Pues aquí es donde vais a empezar a pagar. Con sudor"?), pero con mayor enjundia.
Porque Denzel Washington, casado y con cinco hijos, cristiano pentecostal y conocido por su generosidad con diferentes causas benéficas, aportó algo más: derrochando convicción y una palpable empatía con unos jóvenes literalmente arrobados, transmitió su filosofía de la vida sintetizada en frases lapidarias y, sobre todo, coronada por la trascendencia. Por la trascendencia que pide a quienes empiezan que jamás olviden agradecer a Dios los dones recibidos, y que piensen que nada de lo que aquí consigan lo llevarán consigo al morir.
Traducción del alegato de Denzel Washington
(ver abajo el vídeo)
Un verdadero deseo en el corazón de cualquier cosa buena es una prueba que Dios te envía por adelantado para indicarte que ya es tuya. Así que ese deseo que tenéis, esa comezón que sentís de ser lo que sea que queráis ser de bueno, es la prueba que Dios os envía para indicaros que ya es vuestro. ¡Ya lo tenéis! ¡Proclamadlo!
Entended esto también: los sueños, sin objetivos, se quedan en sueños, sólo en sueños, y terminan alimentando la desilusión. Lo sueños, sin objetivos (anuales, mensuales, diarios, minuto a minuto), se quedan en sueños y al final alimentan el desencanto. Los objetivos, en el camino hacia su cumplimiento, no pueden ser alcanzados sin disciplina y sin constancia. ¿Habéis comprendido? Entre los objetivos y su cumplimiento están la disciplina y la constancia.
Rezo para que todos vosotros, por la noche, pongáis vuestros zapatos bien debajo de la cama... ¡para que así tengáis que arrodillaros cada mañana para encontrarlos! [Aplausos.] ¡Y para que mientras estáis así, de rodillas, agradezcáis a Dios por la gracia, por la misericordia, por comprender que estamos a pocos pasos de la gloria, que tenemos de todo! ¡Si empezaseis ahora a pensar en todas las cosas por las que tenéis que dar gracias, os llevaría todo el día, fácilmente todo el día!
En nuestra obra -estamos representando A Raisin in the Sun- actúa un niño [Bryce Clyde Jenkins], y todos los días hacemos un círculo y rezamos, y él mira a lo alto y pide que salgamos ahí esa noche y toquemos a alguien. Él dice: "Dios, alguien ahí fuera nos necesita esta noche".
Todos nosotros tenemos un don único, el de salir y tocar a la gente, llegar a la gente. Comprended ese don, proteged ese don, apreciad ese don, emplead ese don... no abuséis de ese don. Es un tesoro. Lo tenéis, ya lo tenéis.
Y finalmente diré lo siguiente: nunca veréis un camión de mudanzas detrás de un coche fúnebre... Lo diré otra vez. ¡Nunca veréis un camión de mudanzas detrás de un coche fúnebre! He tenido la suerte de ganar cientos de millones de dólares en mi vida. No me los puedo llevar conmigo. Ni tampoco vosotros. Así que no se trata de cuánto tienes, sino de qué haces con lo que tienes.
Todos tenemos diferentes dones. Unos tienen dinero, otros tienen amor, otros tienen paciencia, otros la habilidad de tocar a la gente. Pero todos tenemos algo. Úsalo. Compártelo. Eso es lo que cuenta. No qué coche conduces... No en qué avión vuelas... No qué tipo de casa le compraste a tu madre... (¡Pero compradle una casa a vuestra madre!) [Risas.]
Comprended que todos estamos juntos en esta hermandad. Yo sólo soy uno de vosotros. Sólo soy otro actor aquí, sobre el escenario. Todos hemos empezado de la misma forma.
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