Desde las recientes elecciones al Parlamento europeo, que mostraron una Europa más polarizada, más crítica y, probablemente, menos manejable, algunos periodistas nos preguntan a los “expertos” (¿expertos en qué?) qué pasará con las políticas europeas. Resumo aquí brevemente lo que me parece:
¿Por qué el auge del euroescepticismo y/o de la actitud crítica de los europeos (son dos cosas distintas, ya lo sé)? Me parece que hay muchos factores. Cuando los ciudadanos se preguntan qué pueden esperar de Europa, las ventajas que han recibido en los últimos años pierden importancia ante los costes que se han manifestado en la crisis. La austeridad se ha visto como un retroceso en los derechos sociales de los ciudadanos y como la negación de su “derecho” a una vida próspera y sin problemas. Elparo significa pérdida de oportunidades;. En el otro lado del espectro, la demanda de ayuda de lo países periféricos a los “del Norte” se ha interpretado como una exigencia injustificada. Eso es lo que los medios de comunicación han “leído” en la noticia de los resultados de las elecciones.
Pero me parece que todo esto son síntomas, más que causas. En el fondo, me parece que los ciudadanos ven una Europa demasiado orientada a resultados económicos, lo que no está mal; pero no puede garantizarlos y, además, esos resultados han estado mal repartidos, o al menos se han percibido como mal repartidos en la reciente crisis financiera. En el fondo, me parece que Europa ha perdido su dimensión humana, cultural y moral; no se ve como una comunidad de ciudadanos; no tiene un objetivo sociales compartidos… Y, claro, en esas condiciones los ciudadanos no se ven atraídos por ese modelo.
¿Qué pasará en el corto plazo? Europa se enfrenta ahora con varios escenarios posibles. De un lado, un Parlamento europeo más dividido y más polarizado no facilitará la consecución de acuerdos políticos, como los necesarios para consolidar la Unión Bancaria e impulsar la futura Unión Fiscal. Esta última, por ejemplo, puede parecer ahora más remota, porque requiere acuerdos de redistribución de rentas o, al menos, de riesgos, y estos son menos probables en la actual coyuntura europea.
Por otro lado, precisamente esa debilidad política de Europa puede mover a los principales países a avanzar más rápidamente en la solución de los problemas: acelerar antes de que las cosas se pongan peor (pero, sinceramente, no confío mucho en esta solución, que exigiría un liderazgo que no veo…) Y no hay que olvidar que las decisiones principales se toman por acuerdo entre gobiernos nacionales, más que en el Parlamento europeo (lo cual quita relevancia al Parlamento, pero no ofrece mayores garantías de funcionamiento eficiente y rápido).
A medio y largo plazo tengo confianza en que la sociedad civil europea será capaz de aprender cómo comportarse en la nueva situación, y de buscar soluciones de más amplio calado. Y no digo esto por optimismo necio, sino porque, como ya he dicho otras veces, las sociedades aprenden, y necesitan tiempo, a veces muchos años, para aprender.
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