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viernes, 31 de diciembre de 2010

De la nostalgia a la confianza en la familia

  En vísperas de la Navidad, fiesta familiar por excelencia, se ha difundido el informe de la Fundación SM sobre “Los jóvenes españoles 2010”.  Lleno de contrastes, contiene abundantes temas de reflexión.

   Entre otros, confirma la tendencia que en cierto modo, se consolidó y creció desde el mayo de 1968 , de ver con suspicacia y desconfianza las instituciones y, especialmente las organizaciones de carácter público. No se libra lógicamente la Iglesia.
 
   Confirma también el cambio de ritmo producido respecto de la familia. La afirmación de la personalidad llevó a una hipertrofia de la independencia: la gente joven quería dejar el hogar paterno lo antes posible para “vivir su vida”. Aun por entonces, las encuestas sociológicas reflejaban la nostalgia de las nuevas generaciones ante la propia familia.

   Ahora el enfoque es distinto, tal vez como consecuencia de una cierta desesperanza global en el futuro, del miedo al porvenir, de la incertidumbre ante la asunción de posibles compromisos. Por ahí se explica el tránsito de la nostalgia hacia la confianza.
 
   Según el informe de SM, el 63,9% de los encuestados piensa que “a la mayoría de la gente, le preocupa poco lo que les pasa a los que están a su alrededor”. Pero no lo ven como algo negativo, sino más bien normal, porque más de la mitad considera que lo mejor es no confiar demasiado en los otros. Lo que más les importa es la familia, la salud y los amigos.
 
   El estudio no quiere valorar comportamientos, sino intencionalidades. Por eso, afloran con relativa facilidad las contradicciones. Se afirma mayoritariamente que lo primero es la familia, pero alcanza 6,8 sobre 10 la aceptación de que una mujer sin relación estable decida tener un hijo. El individualismo de fondo se manifiesta en la actitud ante las rupturas matrimoniales: el 52% justifica en todos los casos el divorcio, y el 36,4 admite la infidelidad en algunos casos (menos mal que el 47,7% no la justifica nunca). Eso sí, el 73% rompería el vínculo con su pareja en caso de infidelidad.
 
   A pesar de todo, los jóvenes están a gusto en la propia familia, tal vez porque reciben mucho, sin grandes responsabilidades. Quizá esto explica que el 70% de los encuestados encuentre en su familia un “modelo democrático”, que sólo entra en conflicto ante la participación en las tareas domésticas, los resultados en los estudios o los horarios, especialmente nocturnos.
 
   La familia es más fuerte que todas las crisis, porque es el gran lugar del afecto, de la convivencia, de la fiesta: el sitio donde uno se siente bien, y se encuentra a sí mismo. A pesar de las profundas transformaciones culturales, no ha cambiado la imagen de pan, amor y fantasía de los años cincuenta. La familia sigue asociada a la alegría, a la risa, al descanso, a los llantos y caricias de los niños, de modo particular en Navidades. Las discusiones forman parte también de su encanto, como la intimidad o los recuerdos compartidos. Si no existiera la familia, habría que inventarla.
 
Algo semejante sucede con el matrimonio, incluido el religioso. En la encuesta que comento, y a pesar de tantas noticias de prensa, se observa el deseo de encontrar el amor verdadero con vocación de permanencia, bendecido por la Iglesia. Porque, frente a quienes se angustian con el declive de la familia tradicional ante la promoción de otros modelos, también desde el ordenamiento jurídico, se impone aceptar la juvenil confianza en esa realidad imperecedera de la familia.
 
   No se puede olvidar que la liturgia católica dedica un día a la Sagrada Familia en el tiempo de Navidad. Dentro del misterio de lo espiritual, reconoce un hecho histórico: la Encarnación del Verbo,  el Nacimiento de Jesús, sucede en una Familia. La irrupción de lo eterno en el tiempo es algo tan sencillo y real como el acogimiento de la segunda Persona de la Trinidad por unos padres humildes de Palestina.

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