Sin duda estamos sufriendo una etapa histórica que podríamos llamar atípica. Una cultura que cuenta con fabulosos medios de difusión de datos y de comunicación, ha devenido en una masa de gente increíblemente inculta. Y, por tanto, fácilmente manipulable. Y este fenómeno no es cosa de ayer, sino que viene fraguándose lenta pero inexorablemente, desde hace muchas décadas, aunque últimamente haya experimentado una aceleración alarmante.
En el año 1936 afirmó Ortega y Gasset en La rebelión de las masas: “¿Cómo se ha podido creer en la amoralidad de la vida? Sin duda, porque toda la cultura y la civilización modernas llevan ese convencimiento. Ahora recoge Europa las penosas consecuencias de su conducta espiritual. Se ha embalado sin reservas por la pendiente de una cultura magnífica, pero sin raíces” (citado por Iván López en “Pensadoras del siglo XX”. Rialp). Hay una fuerte tendencia en la cultura moderna hacia la inmoralidad. Y sigue la cita de Ortega: “Esta es la cuestión: Europa se ha quedado sin moral. No es que el hombre-masa menosprecie una anticuada en beneficio de otra emergente, sino que el centro de su régimen vital consiste precisamente en la aspiración a vivir sin supeditarse a moral ninguna… El inmoralismo ha llegado a ser una baratura extrema, y cualquiera alardea de ejercitarlo”. El hombre-masa, sigue diciendo el filósofo, carece absolutamente de moral. No quiere someterse a nada. No quiere obligaciones que le superen. Nuestra sociedad no es simplemente amoral, que es algo que no existe, es decididamenteinmoral. Dirá Ortega que se trata de una moral negativa que conserva de la otra la forma en hueco.
Es decir, estamos ante una sociedad, una cultura, sin contenido, sin alma, de pura fachada, de simple apariencia. Escarbas un poco en las personas, públicas y privadas, en los enseñantes y medios de difusión, y generalmente no encuentras nada. Es como un globo hinchado, que solo tiene aire, y que a fuerza de hinchar acaba explotando. Ivan López cita a Eliot, que en su obra “Los hombres huecos” incluye esta especie de verso:
Así es como acaba el mundo
Así es como acaba el mundo
Así es como acaba el mundo
No con un estallido sino con un quejido.
A nuestra civilización se la ha llamado la del espectáculo. Y no está mal definida, ya que lo que importa es la diversión, no que el ciudadano piense. ¿No estará aquí una de las grandes razones del tremendo fracaso escolar de España? Somos juguetes de las ideologías, y lo que importa es que mis postulados triunfen, aunque sea imponiéndolos y causando destrozos irreparables. Si una ideología afirma algo, ya está la ideología contraria rebatiéndolo por sistema. Y al pobre pueblo que le pilla en medio de la batalla terminan por hastiarlo de tanta falsedad. Estamos manipulados por lo que Claudio Magris (en Utopía y desencanto, citado por Ivan López) llama las “gelatinosas ideologías débiles”.
Puede parecer una visión pesimista de nuestra historia contemporánea. Pero no es pesimista, es real, y hay que denunciarla antes de que sea demasiado tarde, y sigamos perdiendo generaciones incultas, huecas, a la deriva en un mar sin puertos de llegada. Todo lo que estamos “tragando” (en relación con la familia, el matrimonio, la vida, la sexualidad, etc.) es el fruto de esta tremenda vacuidad. Y lo peor, el que se atreva a poner remedio ya sabe lo que le espera. Es como el que va a salvar a unos náufragos y termina siendo despreciado por aquellos que no aman la vida, y prefieren ser engullidos por las olas asesinas.
Aún queda esperanza de salvar al hombre, pero el hombre debe hacer algo por su integridad moral. La cultura sólida, la formación seria, y una fe inquebrantable, harán posible ir rellenando esos huecos vacíos, esas superficialidades de puro escaparte, que regeneren a un ser humano que, sin saberlo, está pidiendo auxilio, y sí quiere salvarse.
Juan García Inza, Religión en Libertad, 7.II.2014
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