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viernes, 18 de octubre de 2013

Dos Sínodos, dos métodos, y una Asamblea

Por Joan Carreras-Rincón 

Nos encontramos en el camino entre dos sínodos de los Obispos: el que presidió Juan Pablo II en el año 1980 y el que ha convocado Francisco para el año próximo. Todo parece indicar que este próximo sínodo será muy distinto al que se celebró hace treinta años.

¿Por qué me atrevo a aventurar esta suposición?

Porque entre los sínodos mencionados puede apreciarse la misma o análoga diferencia que mediaba entre el Concilio Vaticano I y el II. Entre estos dos Concilios existía una diferencia de imagen y consiguientemente también de método.

En el Concilio Vaticano I la Iglesia se veía a sí misma como la ciudad amurallada en la cumbre de una colina, asediada por los enemigos. En el II, en cambio, la Constitutición Lumen gentium optó decididamente por una imagen radicalmente distinta: el pueblo de Dios en camino. En el primero de estos Concilios, la Iglesia estaba realmente muy perdida. Tanto más cuanto más sedentaria se había convertido con el transcurso de los siglos, hasta verse sitiada en lo alto de una colina y rodeada de todos los enemigos de la Fe. El que se queda en un lugar y no tiene intención de moverse, puede tener la sensación y la seguridad que produce la ocupación del espacio. No parece ni se siente perdido. Sin embargo, no puede estarlo más, porque "no tenemos aquí ciudad permanente" (Hb 13, 14).

El Concilio Vaticano I, optando por la imagen de la ciudad o de la casa fundada sobre roca, abandonó en realidad el método pastoral. No olvidemos que la palabra método, etimológicamente hablando, significa "el camino a seguir". Quien se vuelve sedentario no necesita método, por cuanto abandona la idea misma del camino.

El Concilio Vaticano II emprende el camino de la Evangelización. En realidad, es precisamente este concilio el que inaugura la nueva Evangelización e inicia la reforma de la Iglesia. El Pueblo de Dios se pone otra vez en camino, de manera parecida a como lo hacía Israel en el desierto. En algunas ocasiones, el campamento permanecía en el mismo lugar durante mucho tiempo - tanto cuanto indicaba la nube que guiaba al pueblo (cf. Ex 40, 36-38; Nm 9, 15-23)- pero siempre estaban preparados para levantar las tiendas y reanudar la marcha.

La imagen de una iglesia sedentaria que vuelve a retomar el camino del desierto es significativa y explica suficientemente por qué razón no se puede pretender que se realice en tiempo breve ni que comporte grandes dificultades. El Concilio Vaticano marca la meta y señala la dirección, es decir, el método. Los sínodos de los Obispos que a partir de entonces se suceden muestran algo así como el efectivo levantamiento y el orden de marcha. La misión de la Iglesia es evangelizar y la misma idea de misión conlleva la de ponerse en marcha y tomar el camino que conduce a los hogares y a las calles en las que se desarrolla la vida de las gentes.

El Papa Juan Pablo comprendió con claridad admirable que la familia es el camino de la Iglesia (Carta a las familias, 2). La Evangelización y la familia están unidos de manera indosociable, como tendremos ocasión de explicar más adelante. Baste esta cita de Benedicto XVI para dar una primera razón: «El eclipse de Dios, la difusión de ideologías contrarias a la familia y la degradación de la ética sexual se encuentran relacionadas entre ellas. Y así como están en relación el eclipse de Dios y la crisis de la familia, la nueva evangelización es inseparable de la familia cristiana. De hecho, la familia es el camino de la Iglesia, porque es el espacio humano del encuentro con Cristo».

Puede advertirse la continuidad existente entre Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco cuando éste repropone como sínodo extraordinario el tema de "los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la Evangelización". Volvemos otra vez a incidir en el hecho incuestionable: en el sínodo de 1980 la Iglesia no estaba madura -o quizá quienes no lo estaban eran los tiempos- para lanzarse a la Evangelización o -lo que es lo mismo- para reformarse y desembarazarse de todos cuantos impedimentos y pertrechos dificultaban la marcha.

Si la palabra método significa "el camino a seguir", el sínodo se refiere etimomológicamente al "encuentro en el camino" o "encuentro para tomar el camino". Los Obispos han sido convocados por el Papa Francisco para que reflexionen sobre esta idea que parecía clara, pero que ya no lo resulta tanto: La familia es camino de la Iglesia. ¿Pero qué es la familia? ¿Sabemos de qué hablamos cuando empleamos esta palabra? En una sociedad en la que la cultura de género ha sembrado la confusión y ya no se puede hablar de familia, sino de familias, es necesario afrontar este primer desafío pastoral y definir en términos culturales convincentes qué es la familia de la que estamos hablando y de la que depende la Evangelización.

En 1980 todavía se podía hablar de la familia sin miedo de que el interlocutor pudiera no entender el significado de esta palabra. Ahora, en cambio, no es así. Más bien, hay que pensar justo lo contrario. El interlocutor no sabrá a qué te estas refiriendo o bien entenderá algo distinto a lo que pretendes decirle.

Este cambio cultural - epocal, suelen decir los italianos, para señalar su magnitud - es de tal envergadura que exige no sólo un nuevo sínodo sino también un nuevo método. ¿En qué consiste este nuevo método? Me atrevería a señalar estas características:

1. En primer lugar, en constatar el cambio total del escenario. Esta palabra -escenario- se empleó con profusión durante el sínodo de la Nueva Evangelización celebrado en Roma en octubre de 2012. El interlocutor es ahora un espectador que no comprende el mensaje que queremos comunicarle. Habla otro lenguaje, pertenece a otra cultura y tiene otra sensiblidad para la que el Evangelio parece no ser relevante. Ni "Dios" ni "familia" ni "persona" parecen significar algo para él.

2. El interlocutor es un espectador y tampoco entenderá mejor tu mensaje por el hecho de que le grites. No es un problema auditivo. Quienes están anclados en la idea de un derecho natural racional que es universal y por tanto católico, por el sólo hecho de que es natural y racional, deberían reconocer que grandes capas de la población ya no aceptan la idea de una naturaleza humana y mucho menos la existencia de normas jurídicas de valor absoluto y universal. No por mucho gritar nos van a entender. Es más, probablemente produzca un efecto negativo, Cuanto más te desgañites, más lejos se irán apartándose de ti. 

3. Además, entre el sínodo de 1980 y el que está convocado para el año 2014, existe también otro factor muy poco conocido: la V Asamblea general del Episcopado Latinoamericano y del Caribe celebrada en Aparecida en el año 2007 y que dio lugar a un documento conclusivo muy digno de mención. De ahí el título de este epígrafe: entre los dos sínodos hay que situar una Asamblea muy innovadora. No sólo ha cambiado el contexto en el que nos desenvolvemos sino también la idea misma de nuestra misión: ¿quién es el que evangeliza? ¿qué relación guarda el sujeto que evangeliza con el mensaje mismo que quiere comunicar, es decir, con el Evangelio? En Aparecida cambió el método sinodal. Esto es poco conocido, pero fundamental para quien quiera prepararse para participar en el Sínodo de los Obispos de 2014. Y todos estamos invitados a hacerlo, porque es la Iglesia entera la que se pone en movimiento y acompaña a sus pastores.

En la época del Concilio se hablaba de dos posturas encontradas: la sedentaria y la nómada. El Papa Francisco ha tomado una postura muy clara. Hay que salir a la calle, armar lío, ir a las periferias... expresiones todas que no pueden tomarse nunca en sentido sedentario.

En su discurso a los catequistas, Francisco habló con el corazón en la mano:

"Pero me viene del corazón decirlo. Cuando nosotros cristianos estamos cerrados en nuestro grupo, en nuestro movimiento, en nuestra parroquia, en nuestro ambiente, permanecemos cerrados y nos pasa lo que le pasa a todo aquel que es cerrado: cuando una habitación está cerrada empieza el olor de humedad... y si una persona está encerrada en ese cuarto, ¡se enferma! Cuando un cristiano esta cerrado en su grupo, en su parroquia, en su movimiento está cerrado, se enferma. Si un cristiano sale por las calles en las periferias, puede pasarle aquello que sucede a cualquier persona que va por la calle: un accidente... Tantas veces hemos visto accidentes... pero les digo: ¡prefiero mil veces una iglesia accidentada y no una iglesia enferma! ¡Una iglesia, un catequista que tenga el valor de arriesgar para salir y no un catequista que sabe todo, pero cerrado siempre y enfermo. Y a veces enfermo de la cabeza...".

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