Por Antonio Argandoña, IESE, Barcelona, España
Los economistas hemos “descubierto” las instituciones en los últimos años. Empezando por el mercado, que es una institución, y siguiendo con las instituciones que posibilitan y fundamentan una economía de mercado, como el estado de derecho, los contratos, el beneficio, la contabilidad y otras muchas. He pasado unos días en Roma, en la sede de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz
(ver foto), en un Seminario dedicado a estudiar los fundamentos
antropológicos y éticos de las organizaciones (traducción: cómo nuestra
manera de entender lo que es la persona y la sociedad condiciona el funcionamiento de nuestras organizaciones,
desde las empresas y las ONGs hasta los partidos políticos o los
sindicatos). Si al lector le parece que es una pérdida de tiempo, que se
pare a pensar en cómo han sido las conductas de los ciudadanos, los
políticos, los banqueros, los empresarios, los reguladores, los
controladores y mil más los que han provocado la crisis actual.
De entre las muchas ideas que afloraron allí me quedaré solo con un
comentario marginal del Profesor Martin Schlag. Algunos partidos
políticos alemanes apoyaron en su día la subida de Hitler al
poder, porque sus objetivos (parar los pies a los comunistas, por
ejemplo) les parecieron muy buenos, aunque ya se veía venir que no iba a
respetar las instituciones políticas: el estado de derecho, la libre
iniciativa, la libertad de pensamiento, de cátedra y de religión, la
independencia del poder judicial… Al cabo de los años tuvieron que
reconocer su error. Las instituciones son importantes.
Digo esto porque esa ceguera ante las instituciones y los procedimientos
continúa en nuestra sociedad. Cuando un juez suelta a un posible
criminal (no ha sido condenado, pero nosotros ya lo hemos linchado en
nuestra corazón y en nuestros medios de comunicación,
con manifestaciones populares incluidas) porque no se han cumplido los
trámites de una detención o los plazos de un encarcelamiento, alzamos la
voz, sin darnos cuenta quizás de que las instituciones del estado de
derecho son importantes: para el acusado, que a menudo resulta ser
inocente; para nosotros, que algún día podemos encontrarnos en su
situación, y para el buen funcionamiento de la sociedad.
Y, sobre todo, los políticos se saltan alegremente
muchas instituciones que tienen por objeto, precisamente, proteger al
ciudadano de los abusos de los que detentan el poder, desde la independencia del poder judicial o de los medios de comunicación hasta la gestión apolítica de las oficinas públicas, las universidades o los centros de investigación, o la garantía de un Tribunal Constitucional
ajeno por completo a la política de partidos. Uno de los
conferenciantes en el Seminario al que he aludido más arriba afirmó que
un sistema judicial que permite que un juicio civil dure diez años, un
sistema político que lo mantiene y una sociedad que no se rebela contra
eso son injustos. Estoy de acuerdo.
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