Por Antonio Argandoña,
Catedrático de Economía Universidad de Barcelona, Profesor Ordinario del Iese.
Dados mis intereses, procuro leer todo lo que cae en mis manos que trate de la éticadesde el punto de vista de la economía liberal (liberal europeo, no norteamericano, que quiere decir, más bien, socialdemócrata). Por eso, me picó la curiosidad al saber de una reseña de James R. Otteson a un libro de David C. Rose, titulado The Moral Foundation of Economic Behavior (el libro es de Oxford University Press, 2011, y la reseña aparece en The Independent Review, aquí, en inglés). Reconozco que no he leído el libro, de modo que hablo por boca del comentarista.
Me gusta la idea de que la economía de mercado necesita una ética. La tesis de que la economía es “amoral” me parece un error: si la gente aprende con sus acciones y con las acciones de los demás, después de cada decisión mía hay algo que cambia en mi interior: conocimientos, capacidades y actitudes. Los primeros y las segundas los podemos incluir en nuestro razonamiento económico, pero lo que he llamado actitudes va más allá. Y ese es el terreno de la ética. Decir que la economía no necesita de la ética es decir que el ser humano no aprende a evaluar sus propias acciones y las de los demás. Y esta es una afirmación muy fuerte que, me parece, contrasta con nuestra experiencia.
Rose, a juzgar por el comentario de Otteson, parece reducir la ética al cumplimiento del deber (Kant, probablemente). Estoy de acuerdo con él en que, a base de exhortacionesno se arreglan las cosas. Pero limitar la ética a un deber es claramente limitado. Si no se incluyen los aprendizajes que menciono antes, o sea, las virtudes, me parece que la ética se queda corta. Entre otras cosas porque, ¿qué significa que yo tengo un deber moral? ¿Ante quién? ¿Ante Dios? Entonces, ¿están exentos de la ética los que no creen en Dios? ¿Ante la sociedad? ¿Cómo se materializa mi deber ante la sociedad? ¿Por la ley? Pero la ley es insuficiente, llega tarde, admite excepciones, puede ser manipulada,… ¿Por la presión social? ¿Qué diferencia, entonces, la ética de la costumbre? ¿Y no puede ser manipulada la presión social, para que la gente se comporte como una minoría quiere? No necesito dar muchos ejemplos de esto último al lector, ¿no?
Rose parece encontrar la solución cuando se pregunta ”si el único objetivo social es lamaximización de la prosperidad general“. En definitiva, ese es el objetivo de laeconomía de mercado, en el que muchos no estarán de acuerdo. Pero, aunque todos nos pongamos de acuerdo sobre esto, ¿cómo podemos encontrar eso que nos lleva a la prosperidad general? Pues de acuerdo con lo que recomeinda la economía de mercado, sin (demasiadas) intervenciones públicas, ¿no? Pero, ¿funciona esto siempre? No, dice Rose, si falta la confianza. Y la confianza procede de la generalización de las conductas éticas. O sea que hemos cerrado el círculo: nos conviene ser éticos porque esto crea las condiciones sociales necesarias para la confianza, que nos hace falta para que el mercado funcione bien y aumente la prosperidad general. Prosperidad, ¿material? No parece haber otra, al menos en los comentarios de Otteson.
La solución, pues, parece estar en “promover una adhesión basada en principios a las prohibiciones sobre acciones moralmente negativas”. “El fundamento moral de la conducta económica es, según Rose, una norma de confiabilidad incondicional hecha posible por la preponderancia de personas que posean una ética de contención moral basada en deberes, pero no en una mera recomendación como deber moral”. Perdón por la frase, que queda confusa. Pero, en todo caso, no me gusta. Al menos por dos razones (y hay más, claro).
Una: es una ética “interesada”: es bueno para mí ser ético, porque esto permite que la sociedad me lleve a la maximización de mi bienestar (¿material?). Problema: si en una circunstancia concreta yo gano más con una conducta inmoral, ¿qué me impide hacerlo? Claro que reduciré el nivel de confianza en la sociedad, pero bueno, ¿y qué, si a mí me conviene esto? Otteson explica largamente que lo de no hacer mal a otros está muy bien en las relaciones personales, pero no vale en la conducta social (¿influencia de Hayek?). Mentir para quitarle dinero a un amigo o un cliente está mal, pero mentir para cobrar el seguro en caso de accidente de automóvil no está mal, dice, porque el daño que causo es mínimo, para una compañía de seguros que maneja millones de euros al año, y que ya cuenta, de alguna manera, con mi mentira. ¡Oh, cielos! ¿Dónde acaba lo permitido y dónde empieza lo inmoral? ¿Robar 10 euros a un pobre está muy mal, pero robar 100 euros a mi compañía de seguros es correcto? ¿No estoy contribuyendo al deterioro moral de la sociedad, a la pérdida de confianza generalizada? ¿Y no estoy aprendiendo a ser un ladrón, pequeño ladrón, claro, pero ladrón al fin y al cabo? Bueno, la ética del interés personal nos lleva a esta situación. ¿Es esto lo que queremos?
Y otra razón, para acabar. Esa ética es inherentemente inestable. Supongamos una sociedad en que todo el mundo dice siempre la verdad. Si yo digo una pequeña mentira, nadie se dará cuenta, porque todos esperan que todos digan la verdad. O sea que salgo ganando,y como el daño social que produzco es muy pequeño, esa mentira parece admisible. Pero otro aprenderá lo mismo, y un tercero,… hasta que la mayoría seamos mentirosos y nadie pueda fiarse de los demás,… de mod que habremos echado a perder la sociedad.
Ya he dicho antes que me parecía bien, es más, muy necesario, conectar la economía de mercado con la ética. Pero el intento de Rose, que Otteson aplaude, no me parece una buen vía. Sigamos pensando.
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