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domingo, 14 de febrero de 2021

... Y seréis como dioses


Loggia di Psiche, 1518-19, fresco de Rafael. En imagen, sección del techo donde se representa el concilio de los dioses.

Justo García de Yébenes

Premio Rey Jaime I de Medicina, año 2000

    Nos dijeron que seríamos inmortales. O al menos, centenarios (multi?). Hace un año había una euforia desmedida tanto en los relatos de los divulgadores tan exitosos, como Noel Yuval Harari, como en las declaraciones de científicos súper stars, de los que piensan que el último experimento realizado en su laboratorio es el acontecimiento más importante ocurrido en la galaxia desde el Big Bang. Los recientes ava    nces científicos y tecnológicos iban no solo a alargar nuestras vidas sino librarnos del envejecimiento y de la enfermedad (al menos, para quien pudiera pagarlo).  Se consideraba que el uso masivo de la terapia génica, la inteligencia artificial, el big data, la telemedicina y otros avances nos iban a llevar a una especie de Arcadia feliz en la que ni ganaríamos el pan con el sudor de nuestra frente, ni pariríamos hijos con dolor, ni sufriríamos los estigmas de la vejez ni la enfermedad, ni recibiríamos la visita de la muerte, al menos durante un tiempo mucho mayor de una centuria y con tendencia a alargarse de forma indefinida.


    Se nos dijo que las enfermedades de los distintos órganos eran pequeños problemas técnicos fáciles de resolver con la tecnología disponible en el momento o a la vuelta de la esquina. Nos contaron que las enfermedades del aparato cardiovascular eran un pequeño problema de fontanería, las del riñón un mero asunto de depuración de aguas, y así sucesivamente con el resto. Resultaba más complicado el tratamiento de las enfermedades del sistema nervioso pero los avances en prótesis inteligentes y exoesqueletos, los resultados de la terapia génica en atrofia muscular espinal y en distrofia muscular progresiva tipo Duchenne y Becker, y las promesas de eliminación de enfermedades tan terribles como las de Alzheimer, Parkinson y Huntington mediante el control de la expresión de los genes de las proteínas patógenas, proteína tau, sinucleína y huntingtina, respectivamente, nos prometían el paraíso. 

        Un año más tarde somos víctimas de una pandemia que ha infectado a 200 millones de personas, ha matado a más de 2 millones de forma directa y quizás a otros tanto de forma indirecta, ha reducido nuestra esperanza de vida y ha arruinado nuestras economías. Y todo ello por un virus insignificante cuya transmisión, si no su generación, esta favorecida por nuestra forma de vivir y de consumir, por la frivolidad e hipocresía de gobernantes y gobernados, por nuestras contradicciones de pretender evitar los contagios pero, eso sí, sin cambiar nuestras costumbres festivas. Le especie humana debería ser más consciente de su fragilidad

        ¿Vamos a superar esta epidemia? Si, en gran parte gracias a los avances enormes de la ciencia ¿Vamos a aprender de esta experiencia? Es menos probable. La humanidad ha sufrido epidemias parecidas o peores que la actual y no ha aprendido. Hace apenas un siglo la epidemia de encefalitis letárgica produjo bastantes más muertos que la presente. Y, sin embargo, apenas esa epidemia se desvanecía vinieron la “Belle Epoque”, la crisis de la bolsa del año 29 y los totalitarismos de izquierda y de derecha. Esperemos que ahora aprendamos a ser menos consumistas y más solidarios. 

 


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