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domingo, 21 de febrero de 2021

Del progresismo californiano, mejor pasar

San Francisco, California. Foto: Jared Erondu

 ACEPRENSA 17.FEB.2021

El estado de California, que desde 1992 se tiñe invariablemente de azul demócrata en cada elección presidencial en EE.UU., tiene un PIB per cápita de los más altos de la Unión (80.563 dólares) y es uno de los que empuña con mayor vigor las banderas del progresismo. Cabría esperar, por tanto, que tanta riqueza repercutiera generosamente en el bienestar de todos sus residentes. 

La realidad, sin embargo, es que algunos estados empecinadamente republicanos tienen, en proporción, menos población por debajo del nivel de pobreza. En este caso están Dakota del Norte y Nebraska, con mejores números (10,8% y 9,9% de personas en esa situación) que el Golden State(11,8%).

Pero hay bastante más razones por las que California, su administración, sus instituciones, no deben erigirse en modelo de gestión para el naciente gobierno del demócrata Joe Biden, en opinión de algunos analistas. Así lo recomienda Bret Stephens en el New York Times. En un reciente artículo (“Una carta para mis amigos liberales”), el comentarista disecciona el estado de cosas en ese territorio y aporta datos poco halagüeños.

“¿Os acordáis de California? La gente solía mudarse allí, montar empresas, crear familias, vivir el sueño americano. Pero en estos días no tanto. Entre julio de 2019 y julio de 2020 se marcharon del estado más personas (135.400, para ser exactos) de las que llegaron”.

Los destinos son variados. Texas en primer lugar, seguida por Arizona, Nevada y Washington. Un motivo es que estos estados gravan notablemente menos los ingresos. Arizona, por ejemplo, limita al 4,5% los tributos de las parejas casadas que ganen hasta 318.000 dólares al año. “En California, en cambio, las parejas casadas pagan más del doble de ese porcentaje al pasarse de los 116.000 dólares”, dice, y enumera además los altos impuestos a las ventas, a las empresas, a la gasolina.

Para Stephens no habría mayor problema si esas tasas se tradujeran después en servicios gubernamentales de alta calidad en el área de la educación, la seguridad pública, las infraestructuras, etc. Pero no parece que sea el caso.

“El estado se ubica en el puesto 21 a nivel nacional en gasto por estudiante en la escuela pública, y en el 37 en materia de resultados en educación primaria y secundaria. En ratio de personas sin techo, está en el tercer lugar, a la par de Oregón. ¿En infraestructura? En

2019 se postergó la ejecución de un presupuesto de 70.000 millones de dólares en labores de mantenimiento”.

El “laboratorio perfecto” de la gobernanza liberal

A las incongruencias económicas, Stephen suma otros desajustes provocados por la deriva “liberal” de los ayuntamientos de varias ciudades californianas.

El botón de muestra es San Francisco. En esa urbe, señala, la fiscal de distrito Chesa Boudin ha liderado los reclamos a despenalizar la prostitución y conductas tan poco cívicas como orinar o acampar en la vía pública, bloquear aceras o consumir drogas al aire libre.

“Predeciblemente –subraya– un resultado de la despenalización ha sido en realidad una mayor criminalidad. Tendencias recientes muestran un repunte del 51% de los robos en San Francisco, así como un 41% más de incendios provocados. En el área de la Bahía, los homicidios se han incrementado un 35%”.

El analista lo admite: este último tipo de delitos ha aumentado a nivel nacional, pero donde más lo ha hecho es precisamente en ciudades cuyos ayuntamientos se han imbuido del mismo espíritu de laissez faire que predomina en California. Como Seattle y Nueva York, en las que, desde los turbulentos días que siguieron a la muerte del afroamericano George Floyd a manos de la policía, se ha venido exigiendo con más énfasis que se desmovilice a la policía o que se le quite la financiación, que se despenalicen varios delitos y que se excarcele indiscriminadamente.

“Es gracioso, pero no oirás nada de esto en ninguno de los sitios a los que están escapando los californianos. Por ejemplo, el destino preferido: Austin (Texas), sigue siendo una de las ciudades más seguras de EE.UU. –y está gobernada por un demócrata”.

“Doy un consejo sin que me lo pidan: como los republicanos, los demócratas lo hacen mejor cuando gobiernan desde el centro”

Luego está el revisionismo histórico, que ve en cada escultura o en cada palabra de un texto literario una reminiscencia de racismo u opresión de cualquier índole. Stephen lo ejemplifica con la decisión de una junta de educación de San Francisco de quitarles a tres colegios los nombres de Abraham Lincoln, George Washington y Paul Revere (este último, menos conocido, fue un notable participante de la guerra de independencia americana).

“Nada de esto importa –ironiza el comentarista–, pues todos estos colegios están cerrados a la enseñanza presencial, gracias a la resistencia de los sindicatos de maestros”.

Stephens se gira, por último, hacia la clase política y describe el poder que tiene ahora mismo el Partido Demócrata en California: los dos asientos de ese estado en el Senado nacional están ocupados por políticos de dicho partido, y asimismo 42 de sus 53 escaños en la Cámara de Representantes. También dominan el Congreso estadual, controlan todos los grandes ayuntamientos y, como guinda, hace una década que los californianos tienen gobernadores demócratas. “Si alguna vez hubo un laboratorio perfecto para la gobernanza liberal, es este. Así que, ¿cómo podéis explicar estos resultados?”.

“Si California –concluye– es la visión del tipo de futuro que la administración Biden desea para los estadounidenses, esperemos que estos la rechacen. Doy un consejo sin que me lo pidan: como los republicanos, los demócratas lo hacen mejor cuando gobiernan desde el centro. Así que olvídense de California y piensen en Colorado”.

Mucho pin de Bernie Sanders, pero…

Otro que, también desde el New York Times, disecciona las contradicciones del progresismo californiano, es el columnista Ezra Klein, cuyo historial de activismo pro-demócrata impide que se pose sobre él la mínima sospecha de conservador.

En su último análisis –“California provoca que los liberales se retuerzan”–, Klein retoma algunos de los temas ya abordados por Stephens. Como el del cambio de nombre de varias escuelas públicas de San Francisco, algo menos importante que lograr la reapertura de los colegios para no perjudicar a los niños de las familias más vulnerables.

“San Francisco –dice– tiene un 48% de población blanca, pero, de la población infantil blanca, solo un 15% está matriculado en la escuela pública. A pesar del cacareado progresismo de la ciudad, esta tiene uno de los mayores números de matriculaciones en colegios privados de todo el país, muchos de los cuales han permanecido abiertos. Siento que se ha priorizado el ataque a los símbolos antes que las políticas necesarias para reducir la desigualdad racial”.

Klein apunta que el estado ha devenido referente mundial en áreas como la tecnología o la cultura. Sin embargo, sus gobernantes no han logrado aminorar el continuo éxodo de población por razones económicas. “California está dominada por los demócratas, pero mucha de la gente por la que los demócratas dicen preocuparse mayormente, no pueden permitirse vivir ahí”, señala.

En la izquierda, “muy a menudo se prefieren los símbolos del progresismo antes que los sacrificios y riesgos que demandan los ideales”

El analista aborda una de las razones: el altísimo precio de la vivienda, que va de la mano con las enormes dificultades que encuentra quien desee construir en el estado. En 2018, Gavin Newsom, entonces candidato a gobernador, prometió en campaña que se edificarían 3,5 millones de viviendas para 2025. Desde entonces, se han levantado menos de 100.000 casas al año.

Puede ser interesante conocer, en este punto, de qué signo son quienes ponen los mayores obstáculos: “En la mayor parte de San Francisco, no puedes caminar seis metros sin ver un cartel multicolor con las frases “Black lives matter”, “La amabilidad lo es todo” y “Ningún ser humano es ilegal”. Ves esas proclamas en parcelas acotadas para núcleos unifamiliares, en comunidades que se organizan para parar en seco los esfuerzos para edificar nuevas casas que pondrían esos valores mucho más cerca de hacerse realidad. Las familias más pobres, desproporcionadamente no blancas e inmigrantes, son así obligadas a hacer largos desplazamientos, a vivir en casas sobresaturadas y a quedarse viviendo en la calle. Esas inequidades se han vuelto letales durante la pandemia”.

El senador demócrata Scott Wiener así se lo reconoce: “Lo que vemos a veces es a personas que, con un pin de Bernie Sanders y una pancarta de Black Lives Matter en su ventana, se oponen a que se levante un proyecto de viviendas asequibles o un complejo de apartamentos más abajo en su misma calle”.

Por casos como estos, Klein observa que las estructuras de toma de decisiones en el estado “progresista” siguen ancladas en el pasado, privilegiando a los que se benefician del actual sistema de cosas y no a los que necesitan que se modifiquen de alguna manera. Y ve además un peligro: que la política sea más un asunto de estética que de programas.

Lo ha sido para la derecha, dice, “pero también para la izquierda, donde muy a menudo se prefieren los símbolos del progresismo antes que los sacrificios y riesgos que demandan los ideales. California, por ser el mayor estado de la nación y uno en el que los demócratas tienen el control total del gobierno, tiene una responsabilidad especial. Si el progresismo no puede funcionar aquí, ¿por qué el país debe creer que puede funcionar en el resto del territorio?”.

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