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martes, 19 de mayo de 2020

¿Por qué quieren tener nuestros datos personales?



Por Hermenegildo de la Calle

La inédita situación de confinamiento que estamos viviendo, podemos plantearla como si de un experimento inesperado se tratase, o como si fuera una película futurista, que pone a prueba algunas ideas e hipótesis emergentes en nuestra sociedad. Sorprendentemente, muchas cosas hemos aprendido y comprobado; hemos visto que el trabajo, vía telemática, en nuestras casas es posible y funciona; las reuniones, de negocios o profesionales, no requieren necesariamente presencia física y pueden celebrarse por vía telemática con los mismos resultados; estos días en que estamos consumiendo solo lo necesario, hemos podido comprender hasta dónde llega el consumo innecesario de nuestra sociedad; hemos podido comprobar cómo el aire de nuestras ciudades con menos contaminación tiene otro brillo y es posible si reducimos el tráfico rodado y aéreo; hemos podido ver pájaros que creíamos que nos habían abandonado definitivamente y oír sus cantos que han llenado de alegría nuestros mustios corazones en estos días tan grises; ha cambiado la forma de relacionarnos socialmente y así hemos aprendido a hacer videollamadas. Todas estas experiencias y muchas otras tienen algo de visión desde una ventana que se abre al futuro y nos ha permitido vislumbrar algunos de los probables cambios venideros. ¿Qué vemos o qué queremos ver por la ventana? ¿Qué tipo de mundo deseamos ver en el futuro?
En nuestras sociedades occidentales, los derechos individuales fundamentales están recogidos en nuestros ordenamientos jurídicos; derechos de los que nos sentimos férreos defensores. Pero no podemos negar la paradoja que se produce cuando damos, con suma facilidad, gratuita y voluntariamente, nuestros datos de identificación personal, correo electrónico, número de teléfono, etc., cada vez que nos registramos para tener una cuenta en las numerosas páginas web de empresas que nos los solicitan...... si queremos disfrutar de sus servicios; sin que, aparentemente, estas prácticas nos provoquen una especial resistencia. Otras prácticas de control habitualmente aceptadas son las asociadas a las nuevas tecnologías como la geolocalización, el rastreo de nuestras conversaciones y comunicaciones, la recepción de mensajes comerciales no deseados, el robo informático, la difusión de noticias falsas de todo tipo para ejercer influencia en el individuo y en la sociedad, etc, etc. Lo increíble es que en muy poco tiempo, hemos alcanzado tal grado de complicidad en estas prácticas que llegamos a admitir que la complejidad de la actividad actual no sería posible sin estos condicionamientos impuestos por las nuevas tecnologías. ¿Podemos asegurar que nuestra privacidad y confidencialidad está garantizada hoy día? ¿Podemos estar seguros de que actuamos como individuos libres en este tipo de sociedad?, o acaso, ¿no hacemos una dejación voluntaria de derechos en aras de un supuesto bienestar?
La relación individuo-sociedad siempre ofrece un carácter tensional. El principio de libertad individual se ve enfrentado y limitado por la sociedad en todos los aspectos. El individuo ha asumido el compromiso de delegar en la sociedad organizada democráticamente, a través de mecanismos y normas legales y con el necesario control, para que sea ésta la que establezca las normas y límites al ejercicio de la libertad individual con el objetivo del bien común; de tal forma que disponemos de órdenes, disposiciones, regulaciones, leyes, decretos, etc, etc., que regulan nuestras actividades en todos los ámbitos de nuestra vida. La aparición y difusión de la pandemia con sus consecuencias sanitarias, sociales y económicas han puesto de manifiesto la fragilidad de nuestra estructura sanitaria, económica y social, desmontando y dejando al desnudo la supuesta fortaleza de nuestro entramado social. La primera fase de actuación contra la pandemia se ha centrado en el control de la difusión del virus y en proporcionar la mejor atención sanitaria posible a la población afectada. Para lograr este objetivo, todas las naciones de nuestro entorno han recurrido al confinamiento de la población con diferentes formas de aplicación, práctica que se ha mostrado necesaria y eficaz. A partir de ahora, la detección de nuevos casos de contagio y sus contactos requerirán nuevas formas de confinamiento, voluntario u obligado, de seguimiento y de control. Estas formas de confinamiento generalizado o selectivo han podido ser llevadas a cabo a costa de suprimir o limitar la libertad de movimiento de los individuos, considerado éste un derecho fundamental de las personas; y aunque este procedimiento cuente con total cobertura legal, y solo justificable en función del bien común, no por eso deja de plantear cuestiones y preguntas de carácter ético y social. No obstante, en las circunstancias actuales, ¿no debemos considerar justificado renunciar temporalmente a alguno de nuestros derechos fundamentales por razones de salud colectiva?; ¿no podemos considerar esta situación, como un ejemplo, en que el derecho colectivo a la salud debe prevalecer sobre el derecho de libertad individual?; y si pensamos positivamente.....¿no se podrá decir que hemos actuado ejerciendo nuestra libertad de forma responsable y solidaria?.  
En cualquier caso, la confrontación individuo-sociedad y el ejercicio de la libertad individual, que se ve frecuentemente sometido a limitaciones y ataques, seguirá siendo un tema en permanente debate, especialmente, en el tipo de sociedad que vamos conformando en la que, además de los aspectos éticos, filosóficos y sociales, habrá que contar con la nueva tecnología que, de alguna forma, nos exigirá adaptar nuestros principios a sus exigencias si queremos formar parte del futuro.

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