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sábado, 13 de octubre de 2018

Amar: para vivir con sentido y plenitud


Por Fernando Hurtado





ENTRE HOMBRE Y MUJER

         El elemento fundamental de la vida del ser humano; su acción –viene designada con un verbo- principal es amar, y su estado estar enamorado. Es tan importante, que el éxito de la vida será el amar durante todo el tiempo. Y nuestras potencias, firmemente ancladas en la naturaleza, nos conducen a ello. El hombre y la mujer, lo que más buscan, lo que más desean, es ser amados, recibir el amor que pueden darle los demás; y dar, según las personas con las que se relaciona, todo el amor que puedan. Pueden recibir mucho, y dar mucho, porque realmente el amor, el amar, es lo más espiritual que tenemos (mucho más –aunque las comparaciones sean odiosas- que el entendimiento).

         A partir de los 12 o 13 años, el hombre y la mujer buscan el amor, y lo encuentran en una mujer, en un hombre. Su fuerza irresistible. Tampoco yo me resisto a citar dos textos del Papa Juan Pablo II, con palabras de carácter existencial que nos penetran hasta la médula de nuestras aspiraciones principales: No podemos vivir sin amor. Si no encontramos amor, si no encontramos amor, si no lo experimentamos y lo hacemos nuestro, y si no participamos íntimamente en él, nuestra vida carece de significado. Sin amor somos incomprensibles para nosotros mismos(Juan Pablo II, Redemptor hominis, 10)

BELLEZA FÍSICA DEL CUERPO

Las siguientes palabras que anoto, las  dijo el Papa que más ha arrastrado a la gente joven, al poco tiempo de su elección. Parecía establecer como una contraposición entre el interior y el exterior del ser humano, como en muchas otras ocasiones pudo parecer, pero no era propiamente un enfrentamiento, sino una búsqueda de complementación. Las recojo ahora, y luego las comentamos: Hay una "humildad del cuerpo" y una humildad última "del corazón". Esta es condición necesaria para la armonía interior del hombre, para su belleza interior. Reflexionad bien sobre esto vosotros, jóvenes, que os encontráis precisamente en la edad en la cual se tiene tanto afán de ser hermosos o hermosas para agradar a los otros. Un joven, una joven, deben ser hermosos ante todo y sobre todo interiormente. Sin esta belleza interior, todos los demás esfuerzos dedicados sólo al cuerpo no harán -ni de él ni de ella- una persona verdaderamente hermosa. (Juan Pablo II  Roma, 22-XI-1978).

Podríamos decir que hay una belleza meramente exterior, que hace que el hombre y la mujer estén el uno y el otro muy interesados. Pero esa belleza material no personaliza, sino que en cierto sentido despersonaliza porque hace encuadrar en categorías, según unas proporciones o medidas de una mayor o menor perfección material. De hecho, no podemos decir que Judit es mejor persona porque sea alta, o delgada, o proporcionada, o físicamente perfecta. Nada de esto aumenta o disminuye su perfección personal. Y eso que el físico interesa muchísimo, y lógicamente; y gusta y atrae y hace soñar, pero no llega a alcanzar a la persona como persona. La belleza física no enamora precisamente por eso, porque no alcanza a la persona: aunque haga a la persona, en su cuerpo, excitante, atractiva, como con un poder imantador que parece que re sulteel orden físico como único y suficiente.

¿Qué se piensa de una persona considerada en cuanto a sus calidades- no me he equivocado- físicas? En el fondo, no se la piensa en un ámbito personal sino como algo de lo que gozar, en su contemplación visual, y sobre todo en su capacidad de conducir a la excitación y al placer físico, sobre todo al más intenso y fuerte, al placer sexual.

La belleza física como elemento solitario, aunque nos satisface, nos distorsiona la valoración humana, dificulta el llegar a la persona completa, que eso somos cada uno, cada una. No conduce al amor, sino que lo separa de la relación humana, incluso lo sacrifica por el placer, y como lo material es agotable por su uso, para mantener su vitalidad y novedad necesita del cambio de cuerpo, lo cual supone por desgracia, el cambio de personas. No da a la persona lo que tiene valor personal.

BELLEZA FÍSICA DE LA PERSONA


         La distinción que acabo de hacer no se identifica con las palabras de Juan Pablo II, citadas anteriormente. Se trata de una contemplación de la persona, que la alcanza como persona, aunque la percepción es eminentemente física. Se da cuando se busca en la presentación del cuerpo la globalidad, y se alcanza el cuerpo, con sus órganos sexuales, evidentemente no expuestos como focos de atracción, pero que se advierten y gusta mirarlos. Pero detecta, aunque el conocimiento personal sea casi nulo –no se conocen, solemos decir-, características que se aprecian en y por el cuerpo. Citemos algunas: timidez, desparpajo, simpatía, profundidad de juicio, delicadeza en el trato, y un etcétera interminable, porque la mirada humana busca y mide estos valores que están en la expresión corporal. 

         A veces, y sin querer adelantar nada a estas alturas de redacción, la personalidad, que es algo fundamentalmente interior, desborda tal riqueza de contenido en el cuerpo, que la persona, precisamente por esa grandeza y luminosidad, es fácilmente reconocida como muy valiosa.

         En esta belleza física personal juega un papel primario el vestido. Es una protección de la corporeidad ante el frío, calor, y desnudez. Y al mismo tiempo, cubre lo material de nuestro ser para mostrarlo en su verdadera condición personal. Es decir, no cubre, muestra. Desde el pecado original es absolutamente necesario para que precisamente se pueda dar el trato de personal riquísimo entre hombre y mujer. Cubre de la manera adecuada lo material para mostrar de una manera cada vez más perfecta la interioridad personal.

         El vestido no es sin embargo unidireccional en su significado. Ciertamente cubre, pero descubre a la mente lo que esconde, pero humanizado de manera serena. Da gusto mirar a la persona, porque “no se pierde”, al contrario se asocia a la personalidad, su cuerpo. Esta es la gran tarea de los modistos y modistas: mostrar al mundo la inagotable belleza que emana la persona.

BELLEZA INTEGRAL DE LA PERSONA

         Se puede decir que debe haber una sincronía entre alma y cuerpo, aunque su aparición será, aunque no toda ella corporal, sí visible. Vemos mucho más que lo material en la persona, si se permite la captación. Esa captación no se hace sólo por medio de la vista, aunque la vista del hombre, al ser racional, y por tanto espiritual, capta mucho del espíritu: por ejemplo, advierte la sencillez, o la alegría y el dolor; también de los demás sentidos en un mayor o menor grado, aportan datos a este conocimiento, sobre todo el oído, ya que no sólo percibe sonidos sino conceptos, estados anímicos. La puesta en relación de dos personas suele ser eminentemente espiritual, conceptual, ideas que se transmiten mediante la palabra, que a su vez utiliza los sonidos diversos para acoplarse en sus vibraciones. Algo que detecta con más facilidad –pese a los engaños a que puede estar sometido- es “la amabilidad” de la persona, ese componente esencial del alma, que descubre la facilidad de amar de la otra persona y si se la puede querer. Las personas somos más o menos amables, fáciles o difíciles de querer, por las características de la personalidad. Este adjetivo verbal indica lo más profundo que de una persona. Así como al captar que una fruta es comestible, o un agua u otro líquido es potable, lo vemos en su dimensión esencial. 

El término amable sólo puede aplicarse a las personas, y será encontrado, si la razón se empeña en conocer el espíritu de la otra persona. Sólo se puede aplicar a las personas, y si se hace en el justo sentido, expresa la capacidad de despertar el amor que tiene una persona, o la máxima cualidad personal. La terminología nos ha hecho una mala pasada, y ha oscurecido el conocimiento de las inclinaciones naturales que está en nosotros. La caridad, el amor, no son un precepto, una obligación, o un signo de educación o de cortesía, no. La caridad es la inclinación más pronta a brotar entre las personas, porque lo más propio de las personas es la valoración y conocimiento interiores; las personas inclinan al amor. Y entre ellas, una será el descubrimiento del amor que sólo puede darse entre un hombre y una mujer, y en las dos direcciones. Nadie puede enamorarse con ese amor con más de una persona. Si lo pareciera, no hay que engañarse, no se está experimentando o se ha degradado el que se tenía, mejor dicho, los que antes se amaban lo han deteriorado. ¿Qué se experimenta con el amor entre un varón y una mujer? La valoración de la otra persona que entrega potencialmente todo lo suyo ya que ha surgido en ella, en su existencia, “alguien” que le da sentido; sí, en sentido de nuestra vida no está en nosotros, está fuera.

Antes de seguir, debo dejar constancia que experimento una gran dificultad para poder expresar lo que el amor verdadero obra en el alma propia y en el alma del otro. Como decía Ornella Vanoni, una de las principales cantantes italianas, l’amore non si spiega; se si ama se spiega da se stesso. (el amor no se explica; si se ama se explica por sí mismo). Pero vamos a intentar algo.


Voy a recoger un texto de la que se le ha considerado como una de las mejores definidoras de los sentimientos humanos, Gertrud von Le Fort. Es de su novela La corona de los ángeles, p.72. La protagonista está definitivamente enamorada, y así describe –quizá no habría otro modo de describir que el poético- lo que acontece en su interior por el amor: Y verdaderamente empezó un periodo radiante sin empañar por ninguna clase de preocupaciones. Era como si el mundo entero se hubiese transformado en un himno de júbilo. El cielo y la tierra, el bosque y el río, los hombres, las cosas, todo parecía tomar parte secreta en nuestro amor y todo parecía ser feliz. Heidelberg nunca había sido tan bonito, tan encantador; el aire mañanero nunca había sido tan azul en el valle del Neckar; nunca había brillado tanto el oro del crepúsculo sobre las montañas lejanas. Y el rojo de las rocas nunca había sido tan reluciente. No, el mundo estaba irreconocible; todo estaba irreconocible. Ni nos reconocíamos a nosotros mismos (...). Y aun cuando estuviéramos con otras personas, parecía surgir un resplandor, que crecía hasta su cenit en cuanto nos mirábamos.

Parece como una captación, como he dicho antes, poética, romántica, pero irreal. ¿No será, me pregunto, que el mundo real es así, y sólo es posible captarlo, cuando se ama? ¿No podría ser que nuestra naturaleza está imperfecta en sus sentidos (siempre espirituales y materiales), si no se ama? Ciertamente podemos decir que la naturaleza humana es igual para todos, y que en todos tiene la misma dignidad. Pero también podemos afirmar que en ella se da una mayor o menor perfección subjetiva y objetiva al mismo tiempo, y es según la razón y según el amor. El alcance de nuestro entendimiento y razón penetrará nuestros sentidos según el engarce que hayamos formado, y así veremos sólo agua y luz; o la belleza y grandeza del sol en su ocaso en el mar. La razón… y el amor. Ciertamente el amor no mira, no toca, no mide… pero permite hacer las valoraciones de manera adecuada y humana, la más humana. Y además es imprescindible porque es el que asegura que nuestras acciones, ideas, y proyectos serán buenos. El entendimiento puede emplearse mal, y puede emplearse para el mal. Es el gran dilema, y todos creo que coincidimos que el mayor mal para el mundo es el hombre inteligente y malo; la inteligencia en sí es un bien, pero puede emplearse para el mal, puede diseñar con aguda penetración el mal. Si hay amor, en cambio, nuestra vida está plenamente realizada, porque el amor no puede hacer el mal; amor y mal no son compatibles. El amor es el que hace a la persona buena; la persona que ama es la persona buena que necesita el mundo. Si ama a sus padres, si ama a sus hijos, si ama a esa chica, o a ese chico, a su esposa; si los ama con un amor que modula su razón y sentimientos, entonces, esas personas están realizadas, y están lanzando al mundo la luz de sur ealización.

Lo espiritual a diferencia de lo material es necesariamente difusivo. Es fácilmente comprensible. Si yo tengo un millón de euros, en la medida en que los entrego, me quedo sin ellos; esa es la condición perentoria de lo material. No sucede así con lo espiritual, sino todo lo contrario. Cuando amo a una persona, mi amor aumenta; y aumenta en la medida en que la amo. No me impide que ame a los demás, al contrario; lo hace posible. La persona enamorada, sabe valorar, el mundo, y sobre todo los demás. Trata a la persona amada con tal delicadeza que continuamente advierte pequeños desamores propios que le duelen y que repara; sin amor, las personas no calibran detalles: pueden afirmar que se aman y estar casi siempre enfadados.

Recuerdo el razonamiento que me hizo hace muchos años un gran amigo, filósofo vocacional, aunque de joven había elegido la carrera de ingeniero. Me comunicaba “un gran descubrimiento”. De pronto, escuchando una canción de conjunto musical Mocedades, he tenido una luz clarísima; bueno, la luz está en la canción.  Y con todo detalle me describió la letra, que muestra  a un chico paseando por una ciudad que no valora en aquel momento. Las palabras que habían “golpeado” a mi amigo fueron: “la vi, y toda la ciudad se iluminó”. Ciertamente que la visión de la persona amada no había cambiado  la ciudad; pero si había cambiado a la persona, y su percepción de todo lo que veía y hacía.

El estado para el que fue creado el hombre es el de felicidad, algo que no la da nada más que las personas que nos aman y amamos. Por eso todos deberíamos poseer desarrollada esa capacidad de amar, que nos llevaría a la relación cualificada con las personas, y con la persona con la que compartir la vida. Cada persona completa su personalidad generalmente con el amor a una persona de distinto sexo; para algunos con el amor en exclusiva para Dios. Porque el amor es la única forma de tener una relación con Dios. 

Lo primero que nos habrían de enseñar en nuestra vida es a amar. 


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