Juan Antonio Ruiz
En Italia, país que me ha acogido los últimos siete años de mi vida, el mundo de la moda se vive con particular intensidad. Y uno puede distinguir por la calle claramente dos tipos de tendencias entre las jóvenes. A unas las llamo las “chicas Armani” y a las otras “las señoritas Carolina Herrera”. Las chicas Armani son quienes se rebajan a los deseos del hombre y parecen decirles: «aquí estoy para cuando quieras». Las Carolina Herrera, por el contrario, no se rebajan, sino que invitan al sexo opuesto a subir hasta donde ellas, bellas, dominan: «si quieres tenerme, tienes que subir hasta aquí». Unas muestran ombligo; otras, se engalanan. Unas pierden sus valores en aras de un placer instantáneo; las otras saben defender lo que les es propio para un futuro de larga duración.
Me ha venido en mente esta reflexión al leer la historia de Vivian Sleiman, joven venezolana de origen libanés, que ha convertido en bestseller el relato de su vida. Una historia que tiene como título un reto que, a primera vista, parecía llamado al fracaso: Virgen a los treinta. Y, sin embargo, sus libros son preferidos por las adolescentes de su país mucho más que al mismísimo Harry Potter. ¿Cuál es el secreto de su éxito?
Ante todo, conviene subrayar que Vivian no es fea. Alta y espigada (mide 1,79 metros), se presentó al concurso de Miss Venezuela en el 2001, teniendo como talla los famosos 90-60-90. Era favorita... pero no ganó. ¿La razón? Se retiró cuando uno de los sujetos del jurado quiso llevársela a la cama como condición para alzarse con la corona.
En un artículo aparecido en el diario español ABC -en donde también aparece la dramática historia de su familia- Vivian reveló que tardó sólo cuatro meses en escribir su libro: «Escribirlo fue para mí una catarsis». Y es que su sencillo relato lo presenta desde el palco de quien quiere «preservar la virginidad hasta encontrar el amor verdadero».
Y no es que Vivian no sienta nada. Para los suspicaces, aclara: «Si no me he entregado a ningún hombre, no es porque sea frígida, ni tampoco porque no sea capaz de sentir; no, soy una mujer apasionada, con la hormonas siempre a flor de piel, que siente con mucha intensidad (a veces creo que el doble) las cosas normales del día a día». Sólo que tomó la decisión de permanecer virgen, no por obligación, sino por convicción, hasta que llegue el momento: «Nunca me planteé llegar así a los treinta, pero son vicisitudes que suceden en la vida. Yo me he preguntado mucho si, en pleno siglo XXI, el mundo está equivocado o yo estoy equivocada. Como mujer me he sentido frustrada en muchas ocasiones. Hoy día me siento fortalecida, me siento bien, no me siento ni mejor ni peor que otras, simplemente soy yo, Vivian Sleiman».
Su testimonio es un oasis en medio de una Venezuela líder en embarazos prematuros, un país donde es frecuente que las niñas de doce y catorce años hayan perdido la virginidad, o donde las muchachas venden en internet su primera vez por miles de dólares. De hecho, Vivian está dispuesta a dar charlas en los colegios y escuelas para sensibilizar y educar a las adolescentes sobre su experiencia virginal. Que se den cuenta que se puede ser bella y atractiva, sin necesidad de ser una chica Armani.
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