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lunes, 6 de noviembre de 2006

ORGULLO Y PREJUICIO


Dianne Barry Wilkins


Orgullo y Prejuicio


Hoy como ayer

Orgullo y Prejuicio es el nombre de una de las novelas más grandes que Hollywood ha llevado a la pantalla grande en los últimos meses. Su estreno ha sido un éxito en todos los países que se ha presentado, y ha sido catalogada por los críticos como una de las mejores películas del año 2005. Pero es mucho más que eso.

Independientemente de la gran fascinación que, en lo personal, me causó, tanto por su profundo contenido como por sus virtudes cinematográficas que lograron pasmar a la perfección el mundo que dibuja Jane Austen en las páginas de esta obra, es un film que puede llevarnos a reflexionar en temas muy profundos.

Con sólo detenernos en el título de la obra, podemos notar que la intención de la autora no fue solamente hacernos disfrutar de una historia de amor al más puro estilo Corín Tellado. Quería ir mucho más allá.

Orgullo y Prejuicio retrata una época, una sociedad, unas costumbres y unas tradiciones características de la Inglaterra de principios del siglo XIX. Una Inglaterra de grandes castillos, de largas historias familiares, de bailes y todo tipo de relaciones sociales. Relaciones que, las más de las veces estaban regidas por dos elementos: precisamente el orgullo y el prejuicio. Había excepciones, claro está, pero la realidad era así, según nos lo muestra Jane Austen.

Lo que personalmente me pregunto es si es estrictamente necesario trasladarnos doscientos años atrás para encontrar estas características en la sociedad. Por mi parte creo que no. Hoy en día, aunque con otros matices y claramente en otro contexto, vemos algo parecido: orgullo y prejuicio tras tantas relaciones sociales, políticas, amorosas, etc. Orgullo y prejuicio que están presentes en una sociedad, pero una sociedad que, sin embargo, clama por la autenticidad.

Los valores falsos y los verdaderos valores

Tantas veces, antes de entablar una relación de cualquier tipo con una persona, averiguamos de qué familia es, qué estudia, dónde vive, cuál es, más o menos, su situación económica, cómo es su aspecto físico… cuando se busca trabajo, cuando se conoce a alguien en una fiesta o en un bar… en tantas situaciones. Muchas veces esos son nuestros criterios para “aceptar” o no a una persona. Pero, ¿son verdaderamente relevantes estas “pautas de aprobación”?

Personalmente, y espero coincidir con quien esté leyendo esto, creo que definitivamente no. Mucho más importantes son valores como la sinceridad, la lealtad, la bondad… en fin, la calidad humana en general. Pero pese a su importancia ¡Qué poco nos fijamos en esto! Y vienen en seguida las desilusiones, los fracasos, los quiebres… porque no buscamos en el otro lo que realmente vale la pena.

Sin un afán proselitista, creo que es hora de que las sociedades hoy en día den un giro y dirijan la mirada a este tipo de valores. Tanta depresión, relativismo, tanta gente que no encuentra el sentido de su vida… tantos y tantos problemas que acaecen hoy a las personas pueden deberse, en gran medida, a que han hecho vista gorda de aquellas cosas que en realidad son importantes en la vida y a que se han dejado guiar por criterios que muchas veces pueden volverse en contra del mismo ser humano: el afán de poder, de dinero, la infructífera búsqueda de la felicidad en cosas tan fugaces como el placer y la fama.

Si queremos encontrar la verdadera felicidad, hemos de volver a mirar en el interior del hombre y juzgar con la mayor sinceridad qué es lo que realmente vale la pena. Después de eso, seremos capaces de tomar las mejores decisiones en nuestra vida. Para quienes han tenido la posibilidad de ver la película (los que no, les recomiendo que se la den), piensen qué hubiera sido de Mr. Darcy y Elizabeth si hubiesen permanecido cegados por el orgullo y determinados por lo que cada uno pensaba del otro sin descubrir la verdad, la realidad. Y ahora, cómo cambiaría la vida de cada persona si fuera capaz de hacer lo mismo y dirigir su vida al compás de lo verdaderamente importante, que es, a fin de cuentas, lo único que puede dirigir al hombre a la verdadera felicidad.

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