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viernes, 2 de noviembre de 2018

Datos personales: cuestión de libertad colectiva, no de intimidad individual


Como se suele decir, nuestros datos personales son el combustible de la economía del siglo XXI. Quien los controle puede obtener grandes beneficios e incluso poder. Lo que está en juego no es la intimidad de nadie en particular, sino la libertad de todos, sostiene el periodista de Le MondeMartin Untersinger.
Si uno usa Internet o aplicaciones para teléfono móvil, señala Untersinger, una parte de su vida privada está disponible, en primer lugar, a las empresas que proporcionan los distintos servicios; probablemente, también a terceros que hayan contratado el acceso con aquellas, y quizá a piratas informáticos que logren saltar las protecciones.
¿Acaso hemos abdicado de nuestra intimidad a cambio de servicios útiles, por los que en muchos casos no pagamos? (Con dinero, se entiende: pagamos con nuestros datos.) Realmente, nuestra privacidad no está amenazada. Las empresas proveedoras, así como quienes hacen uso fraudulento de los datos (Cambridge Analytica, por ejemplo), no tienen interés en espiarnos. No quieren conocer los movimientos, las lecturas, las compras, las relaciones personales de ninguno de nosotros en particular. Su propósito es llegar a grandes masas, clasificándolas según los rasgos relevantes, para tocar al público sensible o adaptar el mensaje a las distintas audiencias.
De esta manera, dice Untersinger, “los algoritmos estrechan nuestras vidas: nos dicen qué comprar, adónde ir de vacaciones, a quién conocer, qué artículo de periódico leer, cómo desplazarnos”. Ahora bien, “los algoritmos solo funcionan con masas de datos; es la suma, el agregado y la combinación de datos de miles, incluso millones de seres humanos, lo que los hace tan potentes”.
El peligro, por eso, es para nuestra libertad colectiva. Como un viaje en coche no causa por sí solo el efecto invernadero, tampoco un post engañoso en Facebook hace que se tambalee la democracia. Es la difusión masiva de bulos lo que amenaza la libertad de todos.
Eso es, y no tanto la privacidad, lo que exige, dice Untersinger, “reglas políticas para limitar la recolección y la explotación de datos”. Pero también hace falta una respuesta en el plano individual: “un uso de la tecnología más frugal y más descentralizado”.

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