04 junio 2013. Pablo Cabellos LlorenteLevante-Emv
Por fortuna, hay una mayoría de personas sustancialmente justas, aunque todos fallemos en temas menores
No voy contra nadie porque todos cabemos en el título de este artículo. Si nos atenemos a la famosa definición de Ulpiano, ‘justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno su derecho’. ¿Quién no ha mentido alguna vez a quien tiene derecho a la verdad? ¿Alguien no ha murmurado nunca del que posee el derecho a la buena fama? Tomo estos ejemplos por ser las injusticias más fáciles de cometer. El mismo jurista romano resumía en tres los preceptos del ‘ius’: vivir honestamente, no causar daño a otro y dar a cada uno su derecho.
Es cierto que la noción de Derecho ha ido cambiando con el tiempo. Por eso acudo a un clásico con quien es difícil discrepar, porque en esos preceptos pueden caber todos los derechos del hombre. Con este preludio, voy al cuerpo del artículo que quiere referirse a la conculcación de la justicia por parte de quienes más cabría esperarla: legisladores, jueces, juristas, médicos, sacerdotes, educadores, gobernantes... No seré exhaustivo, pero seguramente todos esperamos más justicia de quienes ejercen esas profesiones vitales en la sociedad, aunque sea exigible a todos.
Los legisladores ejercitan la injusticia ─siempre desde mi punto de vista─ cuando promulgan leyes malas, ya se refieran a temas económicos, a los que solemos ser más sensibles, ya sean auténticas conculcaciones de lo natural. Los jueces no quedan exentos de la injusticia, a pesar de ser profesionales directos para impartirla, cuando se dejan presionar, corromper, politizar, etcétera. Los juristas ─me refiero ahora a los estudiosos del Derecho─ en una gran medida, se han apartado progresivamente de los derechos humanos, para trabajar exclusivamente sobre el Derecho positivo. Es cierto que por ahí les lleva la vida, pero se echan de menos algunas voces protectoras de la persona.
Hay médicos que invitan al aborto o a la eutanasia como medios infalibles y únicos de arreglar determinadas situaciones, o recetan ─aunque ahora es menos posible─ la medicina del laboratorio que paga. Y sí, también existen sacerdotes injustos, y no trato ahora de la pederastia, sino de nuestra falta de santidad, de identificación con Cristo, que nos convierte en malos funcionarios. Educadores ideologizados que sólo enseñan a pensar en dirección única, la del pensamiento dominante, tapón de la libertad. ¿Qué puedo decir de los gobernantes y de la oposición? Bastaría pensar en la corrupción nueva de cada día o en un gobierno u oposición viviendo a golpe de encuesta en lugar de buscar el bien común. Faltarían financieros, entes vigilantes, empresarios...
No puedo acabar así. Por fortuna, hay una mayoría de personas sustancialmente justas, aunque todos fallemos en temas menores. Esa mayoría ha de luchar por una sociedad en la que el Derecho impere de verdad. Y con él ─vuelvo a Ulpiano─ la vida honesta, el empeño por no inferir daño a nadie y la constante voluntad de dar a cada uno su derecho.
Levante-Emv
Por fortuna, hay una mayoría de personas sustancialmente justas, aunque todos fallemos en temas menores
No voy contra nadie porque todos cabemos en el título de este artículo. Si nos atenemos a la famosa definición de Ulpiano, ‘justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno su derecho’. ¿Quién no ha mentido alguna vez a quien tiene derecho a la verdad? ¿Alguien no ha murmurado nunca del que posee el derecho a la buena fama? Tomo estos ejemplos por ser las injusticias más fáciles de cometer. El mismo jurista romano resumía en tres los preceptos del ‘ius’: vivir honestamente, no causar daño a otro y dar a cada uno su derecho.
Es cierto que la noción de Derecho ha ido cambiando con el tiempo. Por eso acudo a un clásico con quien es difícil discrepar, porque en esos preceptos pueden caber todos los derechos del hombre. Con este preludio, voy al cuerpo del artículo que quiere referirse a la conculcación de la justicia por parte de quienes más cabría esperarla: legisladores, jueces, juristas, médicos, sacerdotes, educadores, gobernantes... No seré exhaustivo, pero seguramente todos esperamos más justicia de quienes ejercen esas profesiones vitales en la sociedad, aunque sea exigible a todos.
Los legisladores ejercitan la injusticia ─siempre desde mi punto de vista─ cuando promulgan leyes malas, ya se refieran a temas económicos, a los que solemos ser más sensibles, ya sean auténticas conculcaciones de lo natural. Los jueces no quedan exentos de la injusticia, a pesar de ser profesionales directos para impartirla, cuando se dejan presionar, corromper, politizar, etcétera. Los juristas ─me refiero ahora a los estudiosos del Derecho─ en una gran medida, se han apartado progresivamente de los derechos humanos, para trabajar exclusivamente sobre el Derecho positivo. Es cierto que por ahí les lleva la vida, pero se echan de menos algunas voces protectoras de la persona.
Hay médicos que invitan al aborto o a la eutanasia como medios infalibles y únicos de arreglar determinadas situaciones, o recetan ─aunque ahora es menos posible─ la medicina del laboratorio que paga. Y sí, también existen sacerdotes injustos, y no trato ahora de la pederastia, sino de nuestra falta de santidad, de identificación con Cristo, que nos convierte en malos funcionarios. Educadores ideologizados que sólo enseñan a pensar en dirección única, la del pensamiento dominante, tapón de la libertad. ¿Qué puedo decir de los gobernantes y de la oposición? Bastaría pensar en la corrupción nueva de cada día o en un gobierno u oposición viviendo a golpe de encuesta en lugar de buscar el bien común. Faltarían financieros, entes vigilantes, empresarios...
No puedo acabar así. Por fortuna, hay una mayoría de personas sustancialmente justas, aunque todos fallemos en temas menores. Esa mayoría ha de luchar por una sociedad en la que el Derecho impere de verdad. Y con él ─vuelvo a Ulpiano─ la vida honesta, el empeño por no inferir daño a nadie y la constante voluntad de dar a cada uno su derecho.
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