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domingo, 13 de noviembre de 2011

Sobre la propuesta «vaticana» a la crisis económica mundial


Por Eugenio Martín Elío

El lunes 24 de octubre del 2011 el Consejo Pontificio “Justicia y Paz” publicó una nota titulada “Por una reforma del sistema financiero y monetario internacional en la perspectiva de una autoridad pública con competencia universal”. Ante la crisis financiera que vive el mundo globalizado, me parece digno de atención que la Iglesia se preocupe por hacer un diagnóstico y buscar soluciones a un problema que nos afecta a todos. Desde el año 2008 nos hemos visto sacudidos periódicamente por noticias preocupantes de volatilidad del mercado, suspensión de pagos, caída de bolsas nacionales, cierre de bancos, inestabilidad de divisas… Hasta los que no somos expertos en economía, nos damos cuenta de que algo no está funcionando en el actual sistema capitalista, y nos preguntamos si no se estará derrumbando y al final serán quienes están en la base de la pirámide los que terminen sosteniendo el peso de toda la alacena y pagando los platos rotos.
        Ya desde la caída del muro de Berlín y la publicación de la encíclica "Centessimus annus”, el Papa Juan Pablo II había advertido que ante el desmoronamiento del sistema comunista, sólo funcionaría el sistema capitalista si aceptaba algunos correctivos. Y señalaba tres condiciones: que el dinero no precediera al trabajo, que el obrero no estuviera sometido al producto y que las ganancias no fueran el único y principal interés, olvidando el bien común. Y en el plano económico, defendía la propiedad y la iniciativa privadas, pero ligadas socialmente y ordenadas por el Estado hacia el bien común. Veinte años después de su publicación, podemos comprobar que el neoliberalismo dominante no sólo se está revirtiendo contra el hombre, sino que –como ha dicho Benedicto XVI en el reciente encuentro de Asís del 27 de octubre del 2011–“la adoración de Mamón, del tener y del poder, se revela una anti-religión, en la cual ya no cuenta el hombre, sino únicamente el beneficio personal”.
        No por nada, algunos agudos pensadores han observado que tanto el sistema marxista-comunista como el capitalista-neoliberal hunde sus raíces filosóficas en la reducción del hombre que propuso Hegel. No sólo el sistema comunista causó un vacío espiritual sacrificando la libertad humana y negando toda trascendencia, sino que también el capitalismo salvaje ha reducido al hombre a una pieza dentro del sistema y se ha confiado ciegamente a la dirección de una mano invisible que no acepta reglas morales ajenas a la ganancia y la suma de los intereses particulares. Por eso el documento de la Santa Sede descubre en el liberalismo económico “sin reglas ni controles” una de las causas de la actual crisis económica, y denuncia la separación de los mercados financieros especulativos de la economía real.
        La globalización de la economía se ha visto más reflejada en una libertad de movimiento de los grandes capitales e inversionistas mundiales que en una globalización de las oportunidades, de los medios y de la solidaridad para todos. Si además añadimos que esa globalización con frecuencia ha obedecido a los intereses particulares de políticos y tecnócratas, no nos sorprenderá constatar cada vez mayores concentraciones de riqueza, desigualdades en su distribución y endeudamientos de los gobiernos, con tal de mantenerse en el poder.
        Entenderemos mejor todo esto si analizamos la economía de los países más ricos del mundo. Tal vez pueda discutirse el modo concreto para llevar a cabo la solución a esta crisis económica mundial y una posible autoridad financiera mundial, como propone el organismo vaticano, pero ojalá no quede en saco roto la urgente necesidad de una reforma que recupere el primado del espíritu y de la ética, para que la economía se ponga verdaderamente al servicio del hombre y del bien común.

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