Por Ignacio Arechaga
Hans Küng ha estado en Madrid para recibir un doctorado honoris causa por la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Conforme al cliché habitual, ha sido presentado como un teólogo crítico, abierto al cambio, cuyas posturas arriesgadas le han llevado a chocar con la inmovilista autoridad de la Iglesia. Sin embargo, por sus rígidas actitudes mentales, se parece cada vez más a un tradicionalista, en su caso de la tradición del disenso.
Un rasgo típico del tradicionalista es el carácter repetitivo de sus temas y de sus planteamientos. Desde la época de Pablo VI –en la que chocó ya con los obispos–, Küng propugna una adaptación de la Iglesia a la modernidad, tal como él la entiende. En la práctica, las piedras de toque de esa adaptación siempre acaban siendo las mismas: fin del celibato sacerdotal, admisión del sacerdocio femenino, una moral sexual contemporizadora con las costumbres del momento, mayor democratización en la Iglesia, descalificación de la curia romana...
Nunca son tesis comprometidas, pues lo que dice Küng va a favor de la corriente de una sociedad secularizada. Siempre que hay un tema en el que la doctrina de la Iglesia choca con la mentalidad dominante, la intervención pública de Küng ha sido para asegurar que la autoridad de la Iglesia se equivoca. Y así como la doctrina del tradicionalista conservador daba muchas veces un respaldo religioso a los poderosos de su tiempo, un tradicionalista del disenso como Küng tranquiliza a los partidarios del statu quo en la opinión pública actual. Una voz como la del teólogo alemán les garantiza que un día la Iglesia católica dejará de ser incómoda para convertirse en una voz más en el coro. Las suyas son audacias sin riesgo.
La piedra de toque de la realidad
El tradicionalista es un hombre tan convencido de su postura que no advierte los cambios en la realidad. En esto, Hans Küng es tan miope como los lefebvrianos, aunque sus tesis sean opuestas. Desde hace cuatro décadas el teólogo alemán propugna la misma receta de adaptación a la modernidad. Pero parece incapaz de ver la poca aceptación que ha tenido allí donde se ha impuesto.
Küng lamenta que muchos católicos se hayan alejado de la Iglesia, y lo achaca a que Roma no hace las reformas que él propugna. Pero habría que ver si las defecciones no se deben más bien a que algunos aplicaron por su cuenta el modelo de Iglesia que Küng avala. Hay algunas pistas para dilucidar la cuestión. Curiosamente, los movimientos que en el catolicismo y en el ámbito protestante (evangélicos) han mostrado más vitalidad son precisamente los que han ido por vías opuestas a las que Küng propugna, mientras que las Iglesias protestantes que se han adaptado más a la modernidad son las que han entrado en declive. Como le ha dicho a veces algún no católico, todo lo que Küng reclama para el catolicismo lo han admitido ya los protestantes. Pero sus templos están más vacíos que los católicos.
Y es que el hombre de hoy, cuando se abre a la religión, busca el misterio y lo sacro, no una repetición de esa modernidad de la que está insatisfecho.
Decepcionado con todos los papas
Como tradicionalista del disenso, a Hans Küng le han decepcionado todos los últimos papas. De Pablo VI, bastaría la Humanae Vitae para suspenderlo a divinis. Hay que tener en cuenta que Küng sigue preocupado por la superpoblación, mientras que en su propio país el gobierno intenta fomentar la escasa natalidad para superar los problemas de una población envejecida. Sobre Juan Pablo II, la ecuanimidad de Küng queda resumida en el juicio que pronunció a su muerte: "Para la Iglesia, este pontificado ha sido una gran desilusión y, a fin de cuentas, un desastre". Mientras él escribía eso, los fieles hacían colas interminables para rendirle un último homenaje.
De su antiguo colega Ratzinger, Hans Küng dice que “tenía la esperanza de que Benedicto XVI fuera un papa abierto”, pero ya le ha decepcionado. No ha aplicado las reformas que el profeta Küng ve imprescindibles. Como escribió en el quinto aniversario de su acceso al pontificado, “una y otra vez, este papa relativiza los textos conciliares y los interpreta de forma retrógrada contra el espíritu de los padres del concilio”. Así Küng se erige en intérprete oficial del Vaticano II, como si Benedicto XVI y los demás obispos no supieran leer los textos conciliares. Bien es verdad que para eso tiene que apelar a un vago “espíritu de los padres del concilio”, ya que la letra no justificaría sus afirmaciones.
Pero así como Küng ha dedicado mucho empeño a atacar la infalibilidad de la cátedra de Pedro, su cátedra de Tubinga parece revestida de la inmunidad al error. Esta rigidez, esta resistencia a modificar sus propias ideas es otro signo claro de mentalidad tradicionalista. Küng nunca cree que la Iglesia haya reconocido suficientes culpas de los cristianos del pasado, pero jamás reconoce haberse equivocado él en algo; pide diálogo, pero opina como si fuera infalible; denuncia el clima "inquisitorial" en la Iglesia, pero adopta un tono condenatorio del discrepante.
Esta arrogancia le llevó el año pasado a publicar una “Carta abierta a los obispos católicos de todo el mundo” (¡nada menos!), en la que descalificaba el pontificado de Benedicto XVI como el de “las oportunidades perdidas” y hacía un llamamiento a que los obispos acometieran reformas por su cuenta al margen de Roma. No cualquier reforma, claro, sino la que él propone. Pero parece que los obispos “de todo el mundo” no se sintieron muy impresionados por esta convocatoria y, como suele ocurrir con los textos de Küng, la carta tuvo mucho más eco en la prensa que en los púlpitos.
No niego que Hans Küng se merezca un doctorado honoris causa por su labor intelectual; pero como intérprete de los signos de los tiempos y reformador eclesiástico, me temo que no pasa la nota de corte.
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